Anisia GarcíaPOSTAL DE UN PARQUE
Tres dimensiones:
estática,
perspectiva
y movimiento.
A 45 grados:
la luna proyecta
la posibilidad
de vivir como nómadas.
Mientras:
el azul profundo
transita entre raíces.
Alineados,
hombre y mujer se vuelven uno:
cinco grados a la izquierda
no se hablan
y se dejan 12 grados hacia abajo.
Punto de partida:
el columpio
frente al restaurante de pastas
con platillos para dos.
Punto medio:
un faro intermitente
se niega a seguir
intentándolo.
Punto final:
la incubadora de las nueces,
el hábitat de los ángeles,
la jaula del conejo.
En común no hay nada,
solamente el lugar,
y el blanco
y el verde
y el azul.
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Eréndira Proa
Contracanto al infiel
De sus ojos descríbeme el color,
vacíame el rosa de su boca
en estas pestañas mancilladas.
Hazme llorar preguntas carmesí,
aunque tus respuestas sean
como labios mordisqueados.
Designado tienes siempre tu propósito,
fabulas tragedias y partidas
y regresas a mí como extranjero.
Dime ya cómo lavas tu rostro con mi sangre
y te regalaré el credo de mi duda.
En esta noche envenenada,
serpentea tus palabras otra vez.
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Habib Sánchez
Sala de espera
Cuando muera,
el sacerdote y el sonido del viento
serán los asistentes de mi velorio.
Así como en la vida, los muebles
son los únicos que me acompañan.
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Jesús Pacheco Montalbán
La montaña
Mi vida creció en un valle,
pero mi curiosidad era elevada.
Piedra a piedra,
ella me esperó
desde antes de mi nacimiento.
Verla me hizo entender:
Mahoma nunca estuvo en una.
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Igor Rocha
Última instrucción
Tendría que existir
un pequeño manual,
que disipe penas
y que garantice alivio.
En negro por los persignados,
breve para los solemnes,
doblado en cuatro
como una cruz.
Una guía mínima
que explique sin tapujos
la manera precisa
de vestirse de cadáver.
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Yessi Rivero
Autodianóstico
Mi llanto se camufla tras un plástico amarillo.
Soy quizá el espejismo de un esquizofrénico.
Como Pedro intentando seguir al Maestro,
me sumerjo en aguas turbias.
No confío. Permanezco quieta.
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Luis Alberto G. Sánchez
Escena rutinaria ante un cuadro after cat BWV 974
Llegas tarde a casa. Después de las cuatro llamadas al teléfono, abres la puerta y encuentras al gato bajo tus pies. Enciendes las luces (las sombras de tus muebles no te van a decir ningún secreto) y en la mesa de centro ignoras que alguien te buscaba insistentemente. Tú no sabes, pero tu madre se ha quedado dormida. En casa tus hermanos trazan círculos por la habitación como si se tratara de un festejo sorpresa o como si la noche fuera la espera para nuevamente comenzar la historia. Ves al gato. Te desprendes de lo que sucede afuera y enciendes el televisor (ningún sonido tan constante como el del teléfono, ninguna noticia importante como la perdida, ninguna historia tan magnífica como la que ya no vives). Levantas el teléfono y recuerdas que tu madre necesita hablar contigo. Hoy es tarde porque ella duerme, piensas. El silencio cae sobre la silla y te dices que no necesitas desvelarte, que no te hacen falta, junto a tus hermanos, los festejos del día nuevo. (Tú te levantarás mañana seguramente como te levantaste hoy.) Llamas al gato y lo acaricias. Dejas que la noche continúe y en el televisor ves la escena de un hombre sentado en la acera que delante de él escribe algo incomprensible. Sin saber por qué, te estremeces.
(Poemas publicados en TROPO 15, nueva época).