Lasse Söderberg

 

Las manos de Ángela

Ella es un aletazo húmedo en la noche.
Sus dedos forman signos oscuros
en el tronco de la yagruma. A veces
brillan las palmas de sus manos
como el vientre de un pez
en el río poderoso del aire.
Escribe la palabra “sol” y la palabra
resplandece. Pero sus manos se borran
y en la tiniebla dejan un perfume
denso de pozo recién cavado.

(Traducido con Heberto Padilla)

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Desayuno con Yemayá

Ella vestía
un traje azul remendado.
Llevaba una carterita trenzada.
A menudo reía.

Muchacha de Jacomino
Con pechos redondos como pan,
Dientes como azúcar, piel tan negra
Como el café en la taza.

Hablaba de sus hermanas
– todas olas–
pero era en sus ondulantes brazos
donde me quería yo ahogar.

(Traducido por Javier Sologuren)

Del libro “Rosa para una revolución” (1972).

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Las piedras de Jerusalén

Un muchacho iba rozando la pared con el índice
como si contara las piedras de la ciudad.
¿Cuántas? Un número devastador.

Un joven agarraba una piedra en la mano
pues no le convenía sino ese sitio,
ese instante, la piedra no era parte de la ciudad.

Un hombre sentado con los ojos cerrados
parecía querer ser esa piedra.
¡Nadie le arrancaría de allí!

Un anciano se puso una piedra en la boca
para que hablara en su lugar,
para que rezara su última plegaria.

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Lo que está escrito
(fragmento)

Las piedras de Jerusalén
son pruebas de que Dios no existe.

Tienen gusto de sal como si hubiesen llorado
pero sólo nosotros lloramos.

¿Por qué lloramos?
Porque Dios no existe

y porque las piedras nada nos enseñan
salvo a ser de piedra.

Del libro “Las piedras de Jerusalén” (2002).
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Poemas publicados en Tropo 2, Nueva Época.

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