La irreverencia y el desafío
en la escritura de Cristina Peri Rossi
Elvira Sánchez-Blake
Antes de concederme la entrevista, Cristina Peri Rossi me citó en un café para entrevistarme ella a mí. Presumo que necesitaba cerciorarse de mi idoneidad intelectual para considerarme digna de su confianza. ¿Cuántos libros míos has leído? Una pregunta difícil de responder cuando su currículum suma una lista exhaustiva de cuentos, novelas y poesía en diversos géneros y una multiplicidad de temas. Al día siguiente acudí puntual a su apartamento en Barcelona. Allí pudimos conversar y pude soslayarme ante la presencia de una mujer de extraordinaria cultura no sólo literaria, sino artística y musical. Nacida en Uruguay en 1941, la autora tuvo que salir exilada en época de la dictadura de su país por sus escritos considerados contra el régimen, lo cual marcó definitivamente su existencia, su modo de percibir la vida y los temas que prevalecen en su escritura.
La obra de Peri Rossi comprende temas muy diversos, desde la escritura política contestataria, y los cuestionamientos sobre el exilio, hasta lo erótico y lo apasionado. Su escritura es una búsqueda de respuestas a la complejidad del ser humano.
Así lo demuestran textos como La nave de los locos, Solitario de amor, Cosmologías, Fantasías eróticas, La última noche de Dostoviesky y El amor es una droga dura. Su obra más reciente incluye, Cuando fumar era un placer (2003), género ensayo biográfico y Estado de exilio (2003), un libro de poemas ganador del Premio Internacional de Poesía Rafael Alberti.
Desde el exilio, Peri Rossi exploró nuevas formas de expresión literaria. Su voz narrativa se volvió más fragmentada y el uso del lenguaje para describir la experiencia se tornó en cuestionamiento. “Yo me adelanté a mi tiempo”, señala Peri Rossi al aceptar que el posmodernismo se situó en su obra antes que éste adquiriera preponderancia en el mundo literario de la época. Su obra más reconocida, La nave de los locos, hace honor a ese enunciado. Esta novela narra los viajes del personaje llamado Equis (X) en una búsqueda de respuestas a inquietudes políticas, sociales, sexuales y religiosas. La narrativa se entrelaza con la descripción del tapiz de la creación. La novela como totalidad simboliza el final de la era de dominación patriarcal y del discurso occidental basado en el pensamiento judeo-cristiano.
—Su escritura es críptica, hermética y difícil de digerir. ¿Quién es su lector?
—Uno cuando escribe imagina un lector. El lector que yo imagino es un lector que ha leído al menos la misma cantidad de libros que yo; ha visto las mismas películas que yo y le interesan los mismos temas que yo. Es mi doble. Al ser mi doble tengo que escribir para él. Eso me ha servido para una escritura más exigente y para no repetirme. Y a mí no me interesa la cantidad, si son dos mil, tres mil o cien mil. Si fueran cien mil ya empezaría a sospechar. No creo que haya nada interesante que les puedas decir a cien mil personas. No puedo ignorar que yo escribo después de Kafka, después de Cortázar. Soy muy consciente de que antes de mí escribieron muchos y no quiero escribir como en el siglo XIX. Soy una mujer de mi época. En todo caso me interesa más ser una escritora del siglo XXI que una escritora del siglo XIX. Y creo que el lector necesita ser desafiado.
—La nave de los locos es una novela que genera múltiples lecturas e interpretaciones. Especialmente el enigma final: ¿Cuál es el atributo más grande que un hombre puede darle a la mujer que ama? ¿Cuál es su propia interpretación a este enigma?
—El escritor es un proveedor de símbolos y a veces ese símbolo tiene un sentido polivalente. En la medida en que uno crea símbolos es para que el lector los pueda interpretar. Yo he escuchado múltiples interpretaciones del final de La nave de los locos, pero hay muchos casos en que es ignorancia del lector, por ejemplo asumir que yo estoy sugiriendo la castración del macho. Eso es ignorancia. El lector debería saber, por ejemplo, la diferencia entre pene y falo. Hay una diferencia muy grande. Hay que admitir que el libro que uno escribe es el que uno escribe y el que el lector lee es el que el lector lee.
Cuando escribo soy completamente consciente de lo que quiero decir. Aunque escriba de una manera inconsciente, no se me escapan las interpretaciones. El enigma de La nave de los locos remite a los grandes mitos de las culturas antiguas donde un gran rey poderoso enamorado de sus hijas plantea un desafío a sus pretendientes. Una mujer que va a convertirse en premio de la resolución de un enigma. Ahí podemos hablar del poder de la mujer sujeta a un orden patriarcal, la riña de machos de obras literarias de la antigüedad (Elena de Troya, por ejemplo). La respuesta es lo más importante. La manera de amar de algunas mujeres no es renunciando al papel de macho tradicional, sino ofreciéndole una manera de ser un hombre diferente que no le resulte agresivo, que no la someta. Está proponiendo la igualdad, que no quiere decir tener el mismo sexo, sino tener los mismos derechos. Está renunciando al poder que da el falo. Por eso en un pasaje anterior en la novela Equis se acuesta con una prostituta pero no mantiene relaciones con ella, y él dice que no se siente incómodo en su impotencia.
En La nave de los locos hay violencia política y hay violencia privada. La prostituta golpeada representa la violencia privada como lo representa el viaje a Londres a abortar, y Equis frente a eso se queda impotente. Renuncia a ejercer su poder de macho frente a una mujer golpeada; es un acto de amor, de piedad. En este caso la piedad está representada por la impotencia.
—Su escritura ha tenido una evolución a través de su carrera, de lo político y lo revolucionario, al tema feminista, y al erotismo. ¿Cómo escoge sus temas?
—Los temas me eligen a mí. Yo no los elijo. Yo no hubiera escrito La nave de los locos si en Uruguay no hubiera habido una dictadura militar y si yo no hubiera tenido que exilarme. Ese tema me lo impuso la vida. Yo creo que el escritor es una esponja que debe absorber de su alrededor e incluso de sus reflexiones los temas sobre los que puede decir algo y sobre los que puede generar reflexiones.
Yo no creo que haya una evolución, más bien un cambio. Mi obra más reciente pone más énfasis en la pasión. He intentado hacer una fenomenología de la pasión. Solitario de amor es un análisis psicológico del deseo. Luego, me pareció que todavía debía decir más acerca de la pasión y escribí Babel bárbara, una colección de poemas acerca de la pasión amorosa. Me quedé insatisfecha y publiqué Fantasías eróticas, donde analizo abras de arte desde el punto de vista de la pasión. Y no contenta todavía, escribí El amor es una droga dura, que es como una continuación de Solitario de amor en donde me pregunto, ¿qué pasa con la pasión a los cincuenta años cuando la vida ya no es un cheque en blanco?
En todas esas obras prevalece el deseo. ¿Por qué? El deseo es lo que nos mantiene vivos. Eliminar el deseo es la muerte en vida. Me parece castradora la idea de que no podamos satisfacer el deseo. No voy a dejar de desear por temor a que el deseo me conduzca a la insatisfacción.
—Su escritura se puede analizar desde el psicoanálisis. ¿Hay que entender a Freud, a Jung y a Lacan para descifrar su obra?
—Tengo que confesar que no he leído mucho a Lacan. Pero a Freud sí lo conozco bien. Curiosamente, he llegado a Lacan a partir de los ensayos que se han escrito sobre mi obra desde la perspectiva de Lacan. Y, a través de la intuición y de la experiencia, he logrado elaborar interpretaciones parecidas. Siento que hay una parte de la obra de Freud con la que coincido, pero no todo, como es obvio, y me encantaría haber tenido la oportunidad de tener una discusión con Lacan.
Creo que primero se siente y luego se sabe. Primero tengo que sentir y analizando lo que siento voy a llegar a alguna clase de conocimiento. Al camino al revés le tengo poca fe porque yo sé que se aprende a través de la emoción.
—Lo lúdico está presente en su obra. Hay un constante juego, un desafío un juego de oposiciones.
—La literatura es juego, pero no se puede simplificar: hay una parte de juego pero no todo. ¿Por qué? Porque también aprendemos jugando. No hay que olvidarse que a los niños se les enseña jugando. Si quiero transmitir una clase de conocimiento lo voy a transmitir jugando. No hay que olvidarse que la literatura es placer y tiene la obligación de proporcionarle placer al lector. Y por otro lado, dado que la vida es dura y además se acaba, el goce es la única instancia que tenemos de olvidarnos de la muerte y de olvidarnos del dolor. Jugar con las palabras a veces es la manera más seria de transmitir algo. La gente que juega generalmente no agrede a los demás. Creo que la literatura tiene la obligación de proporcionar placer.
En cuanto a la actitud irreverente, es porque hay ciertas normas que hay que respetar y hay otras normas castradoras que me las quiero cargar. Hay normas que son meramente castradoras. Freud dice que el conflicto del ser humano por excelencia es el conflicto entre la ley y el deseo; entre la represión y mi deseo, y también dice que la única manera de ser feliz es revisar los deseos de mi infancia. Estoy de acuerdo. El conflicto de los seres humanos es vivir en sociedad y tener que respetar a las personas con quienes convivimos. Cuánto más nos podamos cargar las normas que son arbitrarias, pues lo hacemos, pero hay normas que respetar y lo hago porque tampoco soy una anarquista.