Naturaleza y poder, dos tensiones

latentes en Vuelo 81, de Mauro Barea


Por Miguel Ángel Avilés Mendoza


Mi amistad con Mauro es atípica. A Mauro solo lo he visto una vez en la vida. Fue en Guadalajara para la presentación de una antología de narrativa en mi ciudad. Al día siguiente nos vimos para tomar un café en la Librería José Luis Martínez, del Fondo de Cultura Económica, que es desde donde escribo estas palabras.

           Mauro es madridista. Yo soy culé. Ese podría ser motivo para ignorarnos o insultarnos cuando el Barcelona le mete cinco al Real Madrid o los blancos nos echan de la liga. Pero no es así, porque esta amistad va más allá de los colores de un par de equipos de futbol.

           Quiero decir que, a pesar de la distancia, compartimos esa pasión por la literatura. Algo que ni siquiera hago con mis amigos y colegas en la ciudad. Como cuando me recomendó a Offutt y hablamos un poco de Leila Guerriero o un poco más de Capote o Villoro.

           En él reconozco más que en mí, la voluntad y la vocación de la escritura. Yo lo hago desde otros escenarios: la gestión cultural, el periodismo y la fotografía ahora. Y para mí es un honor poder hablar algo sobre una obra suya.

           He seguido la carrera de Mauro, desde que me enteré de él en un texto publicado en Revista Morbo hace unos años. Desde acá he leído otros escritos publicados en La Colmena o Bitácora de Vuelos y tuve la oportunidad de ver Entre dos Mundos, en el Festival de Cine de Guadalajara, en donde él fue consultor. Además de Kolymá, que tenemos pendiente por comentar.

           El motivo de esta reunión virtual es para hablar de Vuelo 81, plaquette o novela corta, noveleta, nouvelle editada por Ediciones Arboreto, sello editorial que germinó en el norte del país, en Chihuahua. Vuelo 81, a pesar de ser un texto breve en extensión, es mucho más profundo en los temas que aborda.

           La primera tensión temática que notamos en Vuelo 81 y que no es ajena para muchos mexicanos, es la relación entre gobernantes y gobernados. Ismael Chon, el personaje, un indio de la selva, acude al despacho del gobernador a buscar ayuda porque algo sucede en ese lugar, pero el trato que recibe es denigrante. Lo que se encuentra, es el desprecio de parte del gobernador. Un tipo que se preocupa más por la sucesión del poder a su familia, algo que es conocido por muchos en nuestro país. Una práctica antidemocrática en la que el poder, la representación de un pueblo, de una comunidad, de un estado, está pactada, comprada, planeada.

           La literatura en nuestro país, incluso desde principios del siglo XIX se vio influida por circunstancias históricas, sociales y políticas. Fue ahí donde el escritor supo que tenía el compromiso de cuestionar o aleccionar. Ya sea a través de diarios, folletos, novelas u teatro, la literatura fue un arma contra la tiranía o los malos gobiernos.

           Con una técnica depurada, reflejo de muchas lecturas y de la seriedad que le da el autor a la escritura, lo que veo en la obra de Mauro es ese interés de denuncia y de exponer esas prácticas, sin perder el sentido de identidad, de pertenencia del lugar de donde es originario, de sus tradiciones y costumbres, algo poco frecuente en nuestra literatura, donde todas las historias se trasladan a las grandes ciudades, a los barrios.

           Andrew Paxman, en su libro Los Gobernadores. Caciques del pasado y del presente dice:

           “Una de las razones por las que en años recientes la figura del gobernador

           ha parecido tan autócrata, tan corrupta y, por ende, tan despreciada es la

           existencia de una cultura política arraigada a nivel estatal, según la cual

           muchos gobernadores se consideran autorizados a ejercer un poder absoluto

           y a incurrir en abusos de derechos civiles, violencia represora, gasto

           excesivo, falta de transparencia, cooptación de la prensa, desvío de fondos,

           nepotismo, machismo desenfrenado, impunidad y falta de empatía frente a

           las necesidades y sufrimientos del pueblo. Varios gobernadores, incluso han

           hecho alarde de estas cualidades.”

           
Algo que me llamó la atención en Vuelo 81, fue la presencia de la selva que, en su magnificencia, termina siendo otro personaje, un ente que impacta sobre todo al lector que la ha conocido de cerca. Aquí hago un paréntesis para comentar algo al respecto. Yo colaboro en la Comisión Nacional Forestal. Hace unos cinco años, estuve por primera vez en la selva, en el interior de la selva de Calakmul, en Campeche. Fuimos a hacer grabaciones de testimonios a comunidades sobre el aprovechamiento forestal, y ahí me pasaron dos cosas. La primera cuando me puse a picarle con un palito a un panal de abejas. La gente que venía conmigo me vio raro. Yo jamás había visto nada así y me di cuenta de que había hecho algo incorrecto. Además de no pedir permiso para pisar ese suelo, estaba teniendo un comportamiento inadecuado. Lo que sucedió después no lo puedo explicar. Me subí a la caja de la camioneta en la que nos transportamos. Había montado la cámara en un monopie para poder hacer grabación de video cuando una liana apareció sobre mí, me jaló la cámara y la voló varios metros. El lente terminó inservible. La otra situación fue cuando grabamos la tala de un árbol. Era una tala de un solo ejemplar, en una zona especial para eso. No pasó un minuto antes de que se “rompiera” el cielo, pues una gran tormenta nos hizo salir de esa zona.

           Así pues, la segunda tensión temática que percibimos en Vuelo 81 es la del hombre y la naturaleza. ¿Qué sucede cuando, como me sucedió en Campeche, entramos violentando una tierra en la que somos visitantes? Encuentro entonces cierta similitud entre Kankah y el gobernador. Ambas fuerzas pueden arrasar todo lo que se encuentren a su alrededor y ambas no son conscientes de sus posibilidades. Por una parte la naturaleza; por otra, el interior del hombre: la ambición de poseer y tener más, a pesar de cualquier circunstancia.

           Es aquí donde el texto de Mauro es relevante. A pesar de estar en otro lado del mundo, el autor originario de Cancún no deja de ser ajeno al contexto donde nació. Hacerlo sería negar todo lo que ha vivido hasta llegar aquí, incluido su interés por la mitología, que en Vuelo 81 se desarrolla en un contexto particular, tal vez poco abordado en la literatura mexicana. Al final de la novela surge una pregunta: ¿para quién fue la lección sobre lo sucedido? En realidad, nunca sabremos cuál es el último vuelo que tenemos en la vida. Tropo

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