Por Angélica Mercado
Todo lenguaje surge de la necesidad de comunicar algo. De dar orden a nuestros pensamientos y poderlos compartir con los demás. El lenguaje nos hace únicos, nos define como especie, y la nuestra exige que la forma de comunicación sea infinitamente flexible, cambia con el tiempo y se reconfigura constantemente. No existe un lenguaje absoluto: si pensamos en el lenguaje hablado, éste no ha prescindido de los gestos y requiere de control sobre los sonidos que emitimos al practicarlo, de lo contrario no cumple su función. Tuvimos que pasar de ser Homo erectus a Homo sapiens para que la biología nos permitiera emitir sonidos intencionados y memorizar su secuencia para que sucediera la articulación entre vocalización y gesto como forma de comunicación, uno complementando el otro. La evolución biológica, la transmisión cultural y el aprendizaje individual interactúan en la adaptación y comprensión de un lenguaje coherente a las necesidades de cada época.
Aprendemos formas de lenguaje todo el tiempo, algunas veces de forma sistemática, otras de forma independiente. Como aprendices, se nos ha depositado información por años, y aunque algunos nos alfabetizamos, eso no aseguró a todos la comprensión de lo que leemos. Para algunos, el libro, con todas sus palabras, sigue siendo enemigo en vez de aliado, se nos enseña a leer y a partir de ahí, que cada quien entienda lo que pueda. La comprensión de una lectura es el inicio, no el fin del lenguaje escrito.
Si esto pasa con las palabras, cientos de años después de conocerlas, ¿en dónde estamos respecto a la fotografía? En la era del espectáculo, todo refiere a una imagen. Los medios visuales en la era contemporánea cambian el significado de lo que es ser alfabetizado en el siglo XXI. Una alfabetización visual significa aprender a leer imágenes, formar un sentido crítico frente a los mensajes visuales para lograr una comprensión “lectora” significativa que afecta a todos los niveles de nuestra sociedad y, además, es una experiencia enriquecedora en todos los sentidos.
Claro, la fotografía también se lee. Dice cosas diferentes de manera distinta; regularmente su significado es ambiguo, lo que posibilita múltiples interpretaciones, dejando atrás el término “buena o mala foto” para dar cabida a la construcción de nuevos significados, experimentales o personales, colectivos o populares. De cualquier forma, nos dirige hacia un entendimiento abierto, donde tener razón no es lo que importa, lo relevante es comunicar mensajes, expresarnos y ser escuchados para compartir lo que pensamos, dialogarlo, aprender juntos. Y aun con toda su subjetividad, la fotografía comunica. Sucede que la fotografía nos cuenta historias, nos emociona y hasta nos sensibiliza, solo con mirarla. Es inclusiva. Pensemos en un libro, si miramos su contenido y no sabemos leer, es posible que hasta la dirección del texto no sea la correcta para ser leído, sin embargo lo intentamos, unas letras llaman más que otras, lo vemos de arriba abajo y aunque nos esforzamos, desistimos porque nos sentirnos excluidos. En el lenguaje hablado, el gesto complementa el discurso verbal, lo que nos acerca a un entendimiento más efectivo, aunque no hablemos el mismo idioma.
El lenguaje visual, por el contrario, es apapachador, invita a través de la experiencia sensorial a ser partícipes en la interpretación, el mensaje se construye en colectivo. Y no es por aquello de que “una imagen dice más que mil palabras”, al contrario, es porque dice todo sin una sola. No significa que sea mejor, simplemente es diferente.
¿Cómo lo hace? Cuando se trata de exponer ideas o pensamientos, la imagen se pinta sola. El aparente caos que sugiere la representación de una idea u objeto en imagen, implica sincronizar lo que pensamos con lo que vemos, y entonces surgen las preguntas ¿vemos cómo pensamos? y, ¿en qué medida las aptitudes y competencias, técnicas y artísticas, definen el mensaje?
Creo que ambas se responden en el Principito:
En una era de confusión mediática, hay lugar para las explicaciones. Las imágenes a menudo funcionan como información, pero también son objetos estéticos y creativos que requieren niveles adicionales de interpretación y análisis. Los dibujos del Principito no son los “mejores” que hayamos visto en cuanto a sus cualidades formales, sin embargo, son signos que interpretamos en un contexto específico, se han resignificado popularmente desde su lenguaje original, el literario. Decir que Saint-Exupéry no sabía dibujar, es como decir que no comprendimos su obra, y para haberlo hecho tuvimos que aprender a leer y comprender cada palabra de su maravilloso libro. Así, aunque sus dibujos no reflejen destreza técnica, al verlos, pensamos en el hermoso mensaje que representa.
Interpretar y analizar los significados de las imágenes es tan urgente como lo fue saber escribir. Sin darnos cuenta, aquellos que poseen una cámara, son artífices en la reconfiguración del mundo. Entre todos creamos nuestro imaginario visual, es una colaboración intergeneracional, intercultural y totalmente inconsciente. Me parece extraordinario que logremos una comunicación global sin hablar el mismo idioma, ni leer las mismas palabras; si lo hacemos a ciegas con la mirada, imagina qué haríamos con el ojo educado.
La alfabetización visual también es reconocer y redescubrir las cualidades y funciones de la fotografía y en su estudio; desarrollar aptitudes estéticas, artísticas, sociales y tecnológicas va más allá de una formación complementaria. La escuela de la fotografía parece ser ignorada en la educación mediática. Si bien es abordada como actividad extraescolar, desde un punto de vista didáctico nos estamos perdiendo de un enorme potencial para la educación.
Afortunadamente existen muchos programas y metodologías para la educación a través de la fotografía, sobre todo para niños y jóvenes. Para ellos, el proceso comunicativo de hacer una foto juega un papel importante en la construcción de nuestra visión sobre el mundo. Cuando un niño o un joven explora su mundo a través de la cámara, el acto se convierte en una búsqueda de nuevas formas de ver, y ellos se convierten en autores al seleccionar fragmentos de la realidad para transformarlos en una fuerza expresiva, un sentimiento que quieren compartir sobre sí mismos y sobre la experiencia misma. La formación en el lenguaje visual cambia nuestra actitud ante las cosas que nos rodean, se presta atención a los detalles, no dejamos que las cosas solo pasen, nos habitúa a estar presentes con todos nuestros sentidos. Por otro lado, la aptitud crítico-reflexiva que implica la lectura de imágenes propicia una mentalidad flexible, leer una foto posibilita generar nuevas interpretaciones desde perspectivas diferentes y entrena la forma en que traducimos las imágenes mentales en mensajes transmisibles, alejando la frustración de no ser comprendidos o de sentirnos excluidos; sabemos que pertenecer, es propio a la naturaleza humana.
La fotografía también habla sobre la identidad de quien la practica. Al hacer una foto, nos apropiamos de un espacio y un tiempo, o bien, exploramos diversas facetas del yo, exploramos el cuerpo, nuestras trasformaciones y hasta cierto punto, aprendemos a confiar en nosotros mismos, ya que nos motiva a trabajar de forma independiente y creativa, nos hace audaces, permitiéndonos explorar nuevas ideas y aprender de la experiencia. Otras veces, la identidad es inventada en mundos imaginarios que aportan sentido de pertenencia a los jóvenes porque expresan una actitud ante la vida y al compartirla con los demás, los hace parte de algo.
Para los niños, la fotografía puede ser como un juego de magia, convierten una cosa en otra, descubren lo invisible en cada rincón para entonces cuestionar lo real y por lo tanto reflexionar sobre su papel en relación a lo que les rodea.
El mismo proceso creativo de una fotografía otorga un espacio donde interactúan la razón con la emoción, lo químico con lo binario, el dominio con la libertad, ahí es donde se hace propio el conocimiento y surge la comunicación de uno mismo con los demás. Si la escuela de la fotografía fuera considerada en la educación formal, no solo como herramienta didáctica sino como medio y fin, todos hablaríamos el lenguaje visual de forma clara y coherente. Los programas actuales que la incluyen han obtenido resultados asombrosos tanto en la formación personal del estudiante como en la académica, pero es como una brizna para la cultura visual que emerge a una velocidad sin precedentes.
Aprender el lenguaje visual es una responsabilidad social, hablarlo es sembrar procesos de participación activa a través de las expresiones visuales en la construcción de sentido e identidad cultural. El estudio de la fotografía nos invita a examinar los factores que determinan la pluralidad en la representación y la interpretación de la imagen para el análisis de los aspectos sociales, antropológicos y culturales como componentes básicos de la cultura visual. Afortunadamente, la creciente necesidad de profesionalizar el estudio de la fotografía, abre portales hacia un mejor entendimiento y revalorización del lenguaje visual, fomenta la práctica responsable sobre los mensajes que se emiten y nos acerca a una apreciación estética y ética tan necesaria en la era contemporánea. La fotografía en sí ya es objeto de estudio, evidencia científica o documento histórico; es arte que relata, belleza y deseo que vende, ideas y conceptos que se expresan, materialidad creativa, custodia nuestra memoria, nos ha conectado a otro nivel de colectividad, ha transformado nuestro entendimiento sobre el mundo, y hasta sobre el universo. Si es ella, con su propio lenguaje y aportaciones a nuestra forma de pensar y actuar, ¿no deberíamos hablarla?