Por Antonio Vera
Con suavidad trepidante, Diálogos con mi sombra (de Vanessa Mercado Álvarez, Ediciones El humo-Colección El ruido de las cosas #1, 2022, 31 pp.) abre la puerta, nos invita, de entrada, a presenciar la tierra de rodillas y a aquel “ángel terrible”, como diría Rilke, rompiendo estructuras con las corvas. Banderas: la imagen se derrumba sin fatalismos. Pañuelos: arabescos de polvo y glitter. Los azules: el horror no se enuncia, porque el epicentro que sacude las imágenes, emerge del puño de una niña que nos convida a mirar con supuesta inocencia lo que observa sin diatribas.
Vanessa pone sobre nuestras manos sus dudas, temores, alegrías, odios, melancolías y placeres con esta travesía poética. Su palabra nos lleva como un lazarillo discreto y tenaz a mirar, a mirar en silencio, y no con afán de denuncia ni para cambiar nuestras vidas ni hacernos cómplices, a conocer los óleos particulares colgados en la galería de su experiencia: unos por imposición, otros, atesorados por su contribución al diseño y manufactura. No hay pretensiones narcisistas ni bisutería ni concesiones cosméticas en sus versos, su diálogo con nosotros es limpio y armonioso y uno es el único responsable de asumir o no sus propias tribulaciones humanas.
Afirma Ruy Sánchez que Rodin decía que un buen escultor es tan buen colorista como un buen pintor, porque, aunque paradójicamente, su material es monocromático “tiene que dominar con talento todas las posibilidades del relieve: tiene que unir la audacia de la luz con la modestia de la sombra y permitirnos disfrutar sus esculturas tanto como un buen cuadro”.
Lo anterior viene a colación porque en el poema “La comisura de sus labios”, lo que nos permite “disfrutarlo”, palpar el troquel de la moneda, la textura del rincón donde aquella imperceptible mujer se reclina, lo que nos permite oír, incluso, el jadeo de aquellos proclives a hidratarse con piel pagada, es, sí, la unidad del silencio con el miedo.
El silencio es otro lazarillo que nos conduce por los diferentes tiempos de este poemario (Mi silencio es una forma de presencia, Como si mi ser no fuera suficiente y Contractura), donde confesiones y camas incautan nuestra costumbre de mirar unilateralmente. Uno, entonces, empuja con la mano el conglomerado humano, e intenta desprenderse o lavarse a lo Pilatos mientras voltea hacia atrás, con temor a salinizarse en estatua, para corroborar que nadie es testigo de nuestro individualismo.
Y llegar a Moneda, otro ejemplo de este diálogo silencioso:
[…] cautiva en un catre
alimento monstruos con mi lengua
sus orgasmos tajan mis entrañas
Y claro, dan ganas de romper el silencio, dan ganas de que la oquedad de dios replique nuestros ecos, pero no; el silencio es una alfombra gruesa, de muchos nudos, y solo la poesía puede adelgazarla y desanudarla y liberar el grito. Solo escribir y dialogar con la sombra y nombrarla, puede arrojar la luz necesaria para: “si un día quieres, cruzar este puente”.
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Reseña publicada en Tropo 28, Nueva Época, 2022.