Carlos Guevara Meza
Life is a tale told by an idiot,
Full of sound and fury,
That means nothing.
William Shakespeare
After hours
Cada fin de semana, en diversas ciudades del mundo, especialmente en Europa y América, cientos de jóvenes se reúnen en antiguas fábricas, en grandes lotes cerrados y hasta en recintos culturales, para participar en fiestas que, poco a poco, se van convirtiendo en toda una forma de vida. Una vida al ritmo que el disk jockey de moda (de ascendencia rapera, aunque la música ya no sea rap) va imponiendo a la tornamesa; una vida signada por las anfetaminas, los anabólicos, el ácido y el éxtasis; por una sexualidad orgiástica y desenfrenada de tendencia claramente homosexual; por una moralidad cuyo imperativo categórico, cuyo mandamiento único es todo se vale.
Ante esa vida, el ocasional toque de marihuana, la borrachera de ron o whisky, las dos cajetillas diarias de tabaco, la escapada con las prostitutas de Insurgentes y Viaducto, o la farra de viernes por la noche en un cabaret para oficinistas clasemedieros, con sus streapers y sus table dancers, resulta un inocente y hasta un tierno juego de niños.
Cada fin de semana, las mujeres, algunas de ellas adolescentes apenas, se ponen el jumper de colegiala con la falda muy corta y las medias de lana que suben hasta encima de la rodilla, los zapatos de gamuza, de tacón alto, cuadrado y grueso, a sabiendas de que posiblemente terminarán fornicando (decir que “hacen el amor” sería un eufemismo) con diez hombres en fila, o quizá en brazos de otra chica que les proporcionará placer como ningún varón lo haría.
Cada fin de semana, algunos hombres sacan del cajón las sombras de ojos y el lápiz labial, y del armario el traje de tela plateada. Quizá se den un hit para irse poniendo a tono, a sabiendas de que, seguramente, terminarán iniciando a algún jovencito en los placeres de la homosexualidad, y disfrutando de un viaje sin precedente ayudados por las drogas, las luces y quizás una pantalla de realidad virtual en donde se verán transportados por un pasillo sin fin, o por un campo de estrellas que inexorablemente los lleva por el infinito hacia ninguna parte.
Cada fin de semana, cientos de novatos se preparan para asistir a la fiesta, atraídos por la promesa de un placer sin límites ni culpas; donde la inconsciencia les protegerá del sinsabor de hacer algo que no querían (o quizá sí, sin atreverse nunca a reconocerlo), sin saber lo fácil que es verse atrapado en la red de la adicción. Empeñándose en un camino desesperado por encontrarse al fin, o por fin terminar de evadirse de sí mismos. Y para todos ellos, los buenos consejos del cura, de los padres de familia o de los maestros de escuela, son cosas que simplemente no tienen sentido alguno.
Smart drinks
El Rave se ha convertido en un movimiento internacional que se concibe a sí mismo como toda una cultura. Al igual que el rock, no es sólo música ni es solamente una forma de vestir. Sin embargo, no es la protesta anarquista radical del punk que, con su música, su ropa, su violencia e incluso con su autodestructividad, representaba una lucha contra la sociedad prejuiciosa e hipócrita. Y su uso de las drogas no tiene nada que ver con la arriesgada apuesta del alucinógeno como vía de conocimiento profundo en que se empeñó Jim Morrison junto con Aldous Huxley (The doors of perception). Los chicos rave no se sienten excluidos ni marginados, no buscan nuevos estados de conciencia, no buscan rebelarse contra una sociedad que, a fin de cuentas, los mima y les da dinero para sus diversiones. No quieren saber más, como si recordaran la frase bíblica (“Quien añade ciencia, añade dolor”). No necesitan nada en realidad, sólo quieren más placer. Un gozo que acaso no comprendan, puesto que poco han sufrido. No. Es, simplemente, que son incapaces de soñar por sí mismos.
El uso de drogas tiene que ver con la ampliación de una sensibilidad embotada que, por lo mismo, requiere de sensaciones cada vez más intensas. Sin embargo, la misma intensidad puede llegar a ser anestésica, como esas personas que usan walkman y que cada vez oyen menos, aunque el volumen sea más alto. Esta paradoja de la sensoriedad norma el complicado juego de sustancias, luces, música y sexo de la fiesta rave. Algunas de están sustancias generan un estado de insensibilidad (o tal vez de hipersensibilidad), como si uno se hubiera desprendido de su propio cuerpo, haciendo cada visión, cada contacto, cada roce corporal ampliamente significativo. En ese estado, cualquiera puede acabar en brazos de otro con tal de sentir que aún tiene cuerpo. La desesperada búsqueda de un equilibrio cada vez más precario y volátil, entre la sensibilidad intensificada y su embotamiento, convierten al sujeto en un buscador automático de mayor volumen: de intensidad de la luz, de la música, de la droga y del sexo.
A diferencia del alcohol, varias de estas drogas no son depresivas del sistema nervioso. Al contrario, “prenden” al sujeto de tal forma que termina por pensar que todo lo que había sentido antes no había sido más que una pálida sombra de la verdadera vida. Lo desinhiben fuertemente y le hacen sentir que, simplemente, es indestructible. Le dan valor para aventurarse por los laberintos de un placer inédito en su atrofiada existencia, transformando a la fiesta de fin de semana en el principio y el fin de su vida, con intervalos obligatorios, pero sin sentido alguno.
El uso, en este caso, de las drogas no constituye al placer, ni sustituye las experiencias sensoriales, sólo las potencia. A diferencia de la adicción a drogas duras como la heroína, que generan una dependencia muy fuerte al grado que el sujeto termina viviendo exclusivamente para aplicarse las dosis, los chicos rave son adictos sobre todo a un ambiente y a una socialidad específicas donde la moralidad normal no rige; a un espacio donde, de alguna manera, pueden ser ellos mismos sin preocupaciones, sin responsabilidades; y donde, paradójicamente de nuevo, lo importante es sólo la apariencia. Ese “ser uno mismo” se cumple, pues, en un simulacro, es decir, en una apariencia superficial que oculta no el “sí mismo”, sino que el “sí mismo” no existe. Carentes de interioridad, los festejantes se abandonan a una sensoriedad intensa y hueca, absolutamente light y superficial, donde no es posible establecer relaciones interpersonales emotivas porque, por definición, todo conflicto y toda fuente de conflicto debe quedar fuera de la fiesta.
Anything goes
Todo se vale, en efecto, menos la verdad. La propaganda de la fiesta rave (impresa con una calidad que envidiaría más de una revista universitaria) está escrita en clave: solo los iniciados pueden saber a qué se refieren los juegos de imágenes —algunas de ellas editadas con complicados y costosos programas de computadora—, términos en inglés y el caló propio del mundillo de las drogas: Smart drink, aceite y tacha, en lugar de anabólico, ácido y éxtasis. Algunas imágenes buscan emular el tipo de percepción que se tiene bajo el estado alterado por los alucinógenos, otras se refieren directamente a esas sustancias, otras más simbolizan los lemas del “movimiento” (como, por ejemplo, un corazón de San Valentín anulado como señal de tránsito que refiere al “No Love, Only sex).
El más curioso e interesante de estos símbolos es el Mixed. Una conjunción de los símbolos de género sexual (el círculo con la flecha o la cruz, según el caso), que alude al ejercicio desenfrenado de la sexualidad antes aludido. El círculo se divide en tres cuadrantes: en el de abajo se conjuntan la flecha y la cruz, en el de la derecha dos flechas y a la izquierda dos cruces. El símbolo pareciera aludir en primera instancia a la tolerancia de la opción sexual, pero en un análisis más detallado quizá implique más bien la diferencia de la opción, constituyendo el mundo de la sexualidad, de su placer y de las relaciones interpersonales que supone en un universo indefinido e indiferenciado.
Como toda cultura que utilice este tipo de signos, el símbolo está sustentado en prácticas rituales. El Mixed refiere al cuarto obscuro que en toda fiesta rave se reserva un espacio. El cuarto obscuro sólo tiene una función: se entra ahí para coger y ser cogido. Por definición no hay violaciones en ese lugar, porque, por definición, tampoco puede haber resistencia alguna o elección de compañero y tipo de placer buscado. Quien entra ahí sabe a lo que va. Y usualmente no se utiliza protección alguna. En este sentido, el todo se vale se distancia del Haz lo que quieras de la utopía anarquista de Rabelais, para convertirse, de la posibilidad de elegir hacer cualquier cosa, a la obligación de hacerlo todo. Desde luego, a nadie se le obliga a entrar en el cuarto obscuro, ni a entrar a la fiesta rave, pero una vez dentro las reglas de su curiosa moralidad deben respetarse escrupulosamente. De hecho, los horarios de entrada y salida se programan a lo largo de la noche, y nadie puede integrarse o abandonar el local fuera de las horas fijadas. No debe haber nunca violencia, ni dolor ni muerte. Por lo mismo, tampoco debe haber exclusividad, celos o amor.
Esa misma indiferencia ante la sexualidad y el género, androginia más que travestismo, se nota de hecho en todo el ambiente rave. De hacer caso a los planteamientos de Baudrillard (De la seducción) y de Alberoni (El erotismo), los comportamientos serían sin duda femeninos por la sensibilidad cinestésica proveída por el juego de todos los implementos (desde las luces hasta las drogas) y por la preocupación por la apariencia como arma de seducción. Pero el uso de la sexualidad se atiene al falocratismo propio del principio del placer masculino, atento sólo a un goce inmediatista, específicamente sensorial más que sensual, y en donde todo efecto emotivo y desde luego todo compromiso moral o social debe ser conjurado y extirpado.
¿Es este el germen de una nueva sociedad, de la que nos espera, o es sólo un efecto secundario del sinsentido del mundo contemporáneo? No lo sé, sinceramente. Pero no está de más señalar que las grandes tradiciones hedonistas de Oriente y Occidente, que implicaban una apuesta por el placer en contra del dolor y el sacrificio como principio organizador de la sociedad, nunca descuidaron el análisis del dolor como algo intrínsecamente relacionado al goce, buscaron siempre una consideración racional-moral de los placeres y sus usos, y, sobre todo, siempre trataron al placer como un principio de conocimiento profundo de la naturaleza y de uno mismo. Aquí no. En el mundo rave el placer no es un conjuro contra la inconsciencia, sino su acrecentamiento, y junto con ella, de la irresponsabilidad y de la inacción.
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Imagen tomada de la página https://www.excelsior.com.mx/expresiones/cultura-rave-gana-terreno-en-la-zona-norte-de-mexico/1317095
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Ensayo publicado en Tropo 3, Primera Época, 1998.