Miguel Ángel Meza
Inscrito en una tradición de intelectuales franceses decadentistas que se remonta al siglo XIX (Baudelaire, Rimbaud, Lautrémont y Huysmans) y continúa con variantes en el siglo XX (Bataille, Barthes y la “nueva teoría francesa” con Foucault y Deleuze al frente), Michel Houellebecq (1958) es uno de los escritores más inquietantes de la nueva narrativa francesa y en general de la literatura europea actual. Y lo es principalmente por su cáustica visión del mundo contemporáneo y su desencantado retrato de la soledad del hombre occidental de finales del siglo XX y comienzos del XXI, enfermo de lubricidad paradójica y atormentada.
Esta visión crítica (cuestionadora incluso del nihilismo de ese decadentismo), que aparece ya desde sus primeras novelas —Ampliación del campo de batalla (1994), Las partículas elementales (1998) y Plataforma (2001)—, lo colocó sorpresivamente no solo en el vértice del reconocimiento literario sino en el centro de furiosos debates debido a sus ideas polémicas antihumanistas y su vehemente incorrección política. Debates en donde ha sido defendido o atacado tanto por la iglesia conservadora o liberal, como por políticos de derecha y de izquierda, e incluso por grupos feministas que lo han señalado como pornógrafo, misógino y machista (acusación tal vez justificada si atendemos al retrato de la mente masculina que aparece en toda su obra).
El propio Houellebecq ha alentado de alguna manera esta imagen extraliteraria por algunas declaraciones muy provocadoras sobre religión, sexualidad y política que incordian de manera reiterativa todo tipo de discursos, aun los progresistas —que han hecho incluso que se le acusase de racismo y xenofobia—, además de proyectar un histrionismo que algunos han calificado de insolente y soberbio.
Sin embargo, más allá del estruendo mediático, lo cierto es que Houellebecq es uno de esos narradores que, siendo también historiadores de las ideas, aportan a la literatura un giro radical subversivo que permite ver a nuestra sociedad desde una perspectiva muy turbadora. Es el caso de su novela Sumisión del 2015 (su sexto libro), donde imagina los profundos cambios que sufriría la sociedad francesa en un hipotético 2022, cuando asume la presidencia un líder político musulmán y Francia se convierte en un Estado islámico, lo cual escandaliza por sus conclusiones fársicas, por no decir caricaturescas.
Leída por muchos como una profecía y ya no solo como novela, Sumisión es una distopía en tono de sátira realista en la línea de novelas de anticipación clásicas como 1984 de George Orwell, Un mundo feliz de Aldous Huxley, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury y Nosotros de Yevgueni Zamiatin; y contemporáneas como El cuento de la criada de Margaret Atwood y Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro, por citar solo algunas.
Son distopías que comparten un elemento en común: la visión de una sociedad alterna que formula una metáfora negativa de la sociedad actual. Lo irónico en Sumisión es que la metáfora tendría en la ficción un signo casi positivo para algunos, incluso deseable para otros debido a la aplicación de ciertas medidas (como la poligamia, que, según la novela, resolvería la decadencia lúbrica del Occidente posmoderno). Pero, sobre todo, porque advierte circunstancias histórico-sociales de actualidad específica inminente y fenómenos reconocibles en curso, uno de ellos, el choque multirracial en la Europa de principios del siglo XXI, algo que también estaríamos viviendo a escala global.
Por eso, como novela de política ficción perturbadora, la situación narrada en la obra aparece como una realidad muy posible, si bien no probable, aunque hay ciertas señales en algunos lugares de Occidente: el partido político musulmán ficticio podría estar inspirado en un hecho real de la política europea —la existencia actual en Bélgica de un partido político islamista que busca el establecimiento pacífico de un Estado islámico en ese país y la implementación de la ley islámica o sharía— y cuyas consecuencias vemos en la novela.
En este sentido, esta fábula ha sido leída también como una especie de manual de pedagogía política. No solo porque aporta una lección de historia política contemporánea que describe una transformación social en una Europa muy real en vísperas de la transferencia de poder, y muestra además cómo la élite socialdemócrata, de izquierda y de derecha, aprovecha esta coyuntura (fenómeno no únicamente francés sino de índole planetaria), sino porque plantea tesis alarmantes muy regresivas sobre educación, matrimonio y sexualidad en un momento en que parecería colapsar nuestro Estado-nación republicano liberal.
Así, Houellebecq retoma varias ideas reales que están en el discurso político y religioso de principios de siglo en Europa (desestimadas por algunos por paranoicas y aprovechadas por otros para una plataforma política de ultraderecha casi neofascista). (*) Una: el Occidente judeocristiano está en crisis, y los musulmanes moderados se aprestan a tomar el poder, en este caso no por la vía violenta sino por cauces políticos con agenda religiosa, sexual, educativa y familiar. Dos: la sociedad necesita reencontrar la fe no importa de qué religión se trate, y si ya no es posible ser cristiano o católico, ¿por qué no abrazar el islam? Sobre todo, cuando éste se presenta como la forma perfeccionada de un humanismo reunificador que proclama el respeto por las tres religiones. El verdadero temor de los musulmanes no son las otras religiones —se dice en el libro— sino el secularismo, el laicismo y el materialismo ateo.
Varios analistas han insistido en esto: en la obra se supone la inminencia de un proceso de ruptura político debido al desequilibrio del fundamento de una civilización —la judeocristiana— para dar paso a otro, que es la islamización de Europa. El fenómeno resulta inquietante porque se sabe que el islam no es solo una experiencia religiosa sino también una visión de la sociedad, necesariamente conservadora para los fines de la realización de su proyecto histórico.
A la Hermandad Musulmana —el partido ficticio que instala en Francia un gobierno musulmán— no le importa tanto la economía o los asuntos políticos: lo esencial es la demografía y la educación; es decir, triunfa la subpoblación que cuenta con el mejor índice de reproducción y logra transmitir sus valores: “las [parejas] que mantienen los valores patriarcales —afirma uno de los personajes—, tienen más hijos que las parejas ateas o agnósticas”. “[…] El porcentaje de la población monoteísta está destinado a aumentar rápidamente y tal es el caso de la población musulmana.” […] “La economía o incluso la geopolítica no son más que cortinas de humo: quien controla a los niños controla el futuro.”
En esta sociedad —para mayor escándalo de las lectoras feministas y liberales de todo cuño— no habrá enseñanza mixta y solo algunas carreras estarán abiertas a las mujeres. Lo deseable es que las mujeres, después de la escuela primaria, fueran orientadas a escuelas de educación doméstica y que se casaran lo antes posible (y, obvio, portando el velo). Por supuesto, todos los docentes deberán ser musulmanes
Esta transformación en curso se nos ofrece desde la mirada de un europeo decadente, un profesor universitario preocupado más por la inminente vejez, la soledad y sobre todo por su satisfacción lúbrica. Es un individualista que representa lo que se llama el individualismo de la indiferencia, cuya postura ante el mundo —y su diagnóstico de él y de sí mismo— tiene la chispa de los satíricos desenfadados. Podríamos llamar a esta posición un estado de nihilismo funcional (no desadaptado, pues él es muy burgués), donde la desesperanza, el tedio y la falta de sentido son tan absolutos que ni siquiera hay un asomo de iniciativa por revertir la situación.
Como su pesimismo es cínico y burlesco, sus observaciones desparpajadas parecen desnudar en tono de comedia maliciosa cierto tipo de mente masculina contemporánea. Esto queda claro cuando vemos cuáles son sus mayores intereses: Por un lado, su pasatiempo principal es tener aventuras sexuales con sus alumnas universitarias, aunque sin entregarse a sentimientos como el amor romántico o el goce de los libertinos; por otro lado, su afición a la pornografía y a las prostitutas va anticipando uno de los impulsos por los que el personaje toma cierto tipo de decisiones al final.
Por eso, uno de los temas principales en la obra es el de la conversión religiosa no importa los motivos. Y por eso es tan relevante el sustrato intertextual que se articula en la novela con la referencia a autores franceses católicos o tradicionalistas bastante lejanos de la poesía maldita y del eurocomunismo: entre otros, León Bloy (símbolo del católico malo), uno de los escritores más excéntricos de finales del silgo XIX, pero especialmente Joris-Karl Huysmans (símbolo del católico bueno), una especie de alter ego del personaje, al que le ha dedicado una brillante tesis.
Lo importante aquí de la biografía del decadentista Huysmans, es su fase de escritor inicialmente ateo y su conversión al catolicismo. Es un caso de conversión religiosa real que también intentará el protagonista, quien busca una fe y que además parecería encontrarla, aunque sus razones son controversiales y convenencieras.
Los momentos teóricos más importantes del libro son enunciados por el nuevo rector de la Universidad, Robert Rediger, un belga converso al islam, el principal proselitista de la conversión de nativos europeos a dicha religión, especialmente académicos. Para él todo se basa en la vitalidad y la restitución de la acción viril como pilares de la civilización islámica que hacen genuinamente buena y positiva la conversión de Europa al islam.
Para Rediger —por cierto, ex simpatizante del identitarismo europeo, que encontró su camino en las respuestas teológicas del islam—, “todo el debate intelectual del siglo XX se resumió en la oposición entre dos tipos de humanismo —el comunismo (digamos, la variante ‘hard’ del humanismo) —y la democracia liberal, su variante blanda”. Y en cuanto a la cristiandad se pregunta: “¿Podía revivir? Lo creí, lo creí unos años”, y concluye: “Esa Europa que era la cumbre de la civilización humana se ha suicidado”, una idea ya expresada un siglo antes por Spengler y Nietzsche.
“Si el islam no es político, no es nada”, dice la frase del Ayatolá Jomeini en el epígrafe final, que Rediger hace suya y que expresa esa transformación de la civilización como un trabajo de penetración cultural largo, consciente y sostenido sobre Europa para llegar a ese punto: la elaboración de una estrategia política compleja a fin de realinear a la sociedad bajo el canon musulmán y permitir la transferencia de poder que conlleva el cambio de las creencias sociales, incluso con pretensiones de dominio planetario.
Así, llega a esa polémica analogía entre la sumisión de la mujer al hombre y la sumisión del hombre a Dios (que alude al título del libro) y que lo lleva a exponer una de las cuestiones metafísicas más sustanciales del proceso en curso: “Es la sumisión. […] La idea asombrosa y simple, jamás expresada hasta entonces con esa fuerza, de que la cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta”. Recordemos que una de las definiciones del término “islam” significa “sumisión total a Dios”.
Entre la soledad, la enfermedad y el vacío, que lo llevan a considerar la posibilidad del suicidio, incluso con su vida económica asegurada sin trabajar, François valora su propia conversión, que cambiaría profundamente su mundo anterior por otro nuevo. Un mundo del cual, dice, “no extrañaría nada”.
Moralista de innegable estirpe volteriana —que fustiga y alecciona— Michel Houellebecq asoma detrás de sus páginas con una mueca burlesca al borde de la carcajada no exenta de compasión. Y mientras desgrana sus tramas de realismo estrambótico —que desconciertan a los timoratos y ciegos— va inoculando en nuestro espíritu la pócima revulsiva de sus sospechas y advertencias. En toda su obra no ha cesado de mostrarnos esto: detrás de la comedia humana posmoderna —embotada de dinero y sexo— el mundo y sus rituales, tal como lo conocemos, ha venido colapsando lenta pero inexorablemente. Y deberíamos de hacernos cargo.
Nota:
(*) Basta observar a Eric Zemmour, el candidato ultraderechista a la Presidencia gala para las próximas elecciones de abril de 2022, según documenta la revista Proceso, “un político furiosamente racista, xenófobo, misógino y homofóbico… y defensor de la tesis conspirativa que cree que la población blanca y cristiana de su país está en riesgo de desaparecer.” El lema nodal de su programa político es “salvar al pueblo francés amenazado de extinción” ante el avance islamista. Zemmour sostiene que ese proceso, “generado por los flujos masivos de migrantes” y la “alta tasa de crecimiento demográfico de la población no europea”, acabará definitivamente con la cultura y la civilización galas. Y está dispuesto a impedirlo con medidas retrógradas.