La recreación del mito marinero

 

Por Miguel Pickering

 

La obscuridad es envolvente: todo pensamiento se desvanece en el vacío de la duda; la circundante ausencia resulta dominante. La vista no alcanza a reconocer la inmensidad del silencio, cuya estridencia ahoga los sentidos. El frío del abandono descobija cualquier anhelo de abrigo pues aquí es donde habita el desamparo. Persiste el vértigo por carecer de orientación; hacia la nada se dirige el tacto olfateando la insípida indolencia para gustar lejanías. No se percibe ningún movimiento si es que acaso ocurre, lo mismo da avanzar que retroceder, subir o bajar, no hay confines para la desolación. El redundante ensueño divaga en la omisión. A falta de asideros, la razón se desvanece lejos de percibir ningún símbolo. Ante el despoblado entendimiento ni una sola pregunta cabe en la amplitud del abismo. Extraviada la esencia en su inexistencia, enmudecida el alma, la voluntad en agonía, sin aspiración el espíritu ni perspectivas para emerger ideas. Soledad, congoja, orfandad, la existencia en permanente huida, no hay recuerdos ni porvenir, no hay siquiera esperanzas, antes de comenzar todo termina, eterno olvido de lo que no ha nacido.

 

«En el principio

cuando arriba los cielos no habían sido nombrados

y la tierra firme abajo no había sido llamada con nombre;

y nada sino el Apsu primordial, su progenitor,

y la madre Tiamat, la que parió a todos, mezclaban sus aguas como un solo cuerpo;

y los juncos no se habían formado, ni los carrizales habían aparecido;

cuando cualesquiera de los astros no habían sido traídos al ser ni llamados con nombre ni fijado ningún destino, entonces sucedió que los dioses fueron procreados en el seno de ellas».

 

Enûma Elish.

Poema babilónico de la creación.

Primera tablilla.

 

Sucedió de pronto la estridencia. Primero un fulgor que fue intensificándose hasta que resonó un estallido partiendo la oscura extensión con una grieta refulgente, como un bólido desgarrando la noche. La opacidad se desquebrajó con violento tremor. Los gruñidos desde los adentros de la nada reverberaban los cólicos del parto. Se hizo la luz. De aquella inicial descarga siguieron atronando otros latigazos que multiplicaron las fisuras retumbando en los umbrales de la sombra. Incontables agujas luminosas perforaron la penumbra para centellear destinos. Los rugidos podían verse, la claridad tremolaba; la privación del vacío se colmó de ráfagas hirientes que despertaron los sentidos. Con su tacto acerino los relámpagos rompieron el aciago velo, pólvora mojada con argentado aroma, fulminante furia trazadora. Iluminado despertar, súbito resplandor, aclarado desahogo, así nació el aliento al salir del agua para escuchar el reflejo que ondeaba sobre las olas, con el viento se partió el horizonte anunciando la alborada.

 

«Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la obscuridad, en la noche, y hablaron entre sí Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento. Entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban, que cuando amaneciera debía aparecer el hombre. Entonces dispusieron la creación y crecimiento de los árboles y los bejucos y el nacimiento de la vida y la creación del hombre. Se dispuso así en las tinieblas y en la noche por el Corazón del Cielo, que se llama Huracán».

 

Popol Vuh.

Libro sagrado de los mayas.

Primera parte

 

La negra uniformidad fue traspuesta con la irrupción de la luz, cediendo esta dualidad ante la cromática emergencia de los matices. Los estertores se hicieron murmullos para prodigar sutilezas. En diminutivo sonaba la expansión del universo mientras las partículas de la nada comenzaban a distinguirse. La cortante geometría de ángulos y aristas dio paso a los contornos y a las curvas. Se suavizó el deslumbrante fulgor en un tintineo de variadas tonalidades. Con parábolas se labró el entorno formándose así el relieve. Ardiente brote nacedero de superficies, continentes a la deriva, tectónico abordaje formador de placas, olas sometidas a los caprichos del viento, mareas danzando con la luna en coreográfica sintonía gravitacional, eólicos golpes y azotes de agua tallando las costas, la concupiscencia de la mar sobre tierra firme esculpiendo paisajes. Diversas perspectivas desde las antípodas, perímetro y volumen, cinturón ecuatorial, latitud y longitud, altitud y profundidad, estratigráfica composición para albergar microclimas. Ígneo acantilado, metamórfica plataforma, risco sedentario, playa desierta para el encuentro, punto de partida al que arriban los deseos.

 

«Érase una vez una virgen; una hermosa virgen, Luonnótar, hija de Ilma. Vivía, desde hacía largo tiempo, casta y pura, en medio de las vastas regiones del aire, de los inmensos espacios de la bóveda celeste. Pero he aquí que un día comenzó a sentir el hastío de las horas, a fatigarse de su virginidad estéril, de su existencia solitaria en las llanuras del aire, tristes y desiertas. Y descendió de las altas esferas y se lanzó en la plenitud del mar, sobre la grupa blanca de las olas. Entonces un viento impetuoso, un viento de tempestad, sopló desde oriente; el mar se hinchó y se agitó en oleajes. La virgen fue arrastrada por la tempestad, flotando de onda en onda, sobre las crestas coronadas de espuma. Y el viento salobre vino a acariciar su regazo. Y el mar la fecundó. Durante siete siglos, durante nueve vidas de hombre, llevó la carga de su gravidez. Y aquel que había de nacer no nacía. Y aquel que nadie engendró seguía sin ver la luz».

 

El Kálevala.

La epopeya nacional de Finlandia.

Primer poema

 

Regidas por las leyes físicas, las vecindades fueron modeladas por los elementos. Cíclica traslación, extenuante tedio con el que giraban los astros, noche y día turnándose para hacer contraste sin que nadie lo advirtiera, cuando un inesperado meteoro penetró al óvulo terráqueo, ergástulo de materia codificada expelida en la culminación del contacto, torrenciales aquiescencias de sensuales apetitos que despertaron lo inerte, pasionales tormentas, orgánica materia producto del orgasmo de polvos cósmicos, fuerza vital capaz de transformar inanimadas moléculas hasta enquistarse en simbiosis originaria, fusión y evolución. Efluvios y vapores de mefítica saturación surgidos con el cólico del terrestre núcleo, seminales secreciones petrificándose en cárstica mazmorra, estromatolitos en plena ebullición del éxtasis lanzando oxigeno, la vida abriéndose camino en deshabitados páramos. Inevitable atracción, fortuita colaboración, obligada congregación, legado que fija virtudes y recombina defectos, adecuación del entorno, natural selección, mutación, origen de las especies que en conjunto constituyen nichos, diversificación ecológica de responsabilidades compartidas.

 

«Los dioses ordenaron a Izanagi e Izanami terminar de crear el país que flota y para ello les entregaron Amenonuboko, la Celestial Lanza de Joyas. Situados sobre Amenoukihashi, el Arco de los Cielos, empujaron la lanza hacia abajo revolviendo el magma hasta hacer cuajar la marea salada. Al levantar la lanza, el líquido que goteaba se solidificó y así nació la isla de Onogoroshima. Una vez que descendieron a esta isla, Izanagi, el hombre, pregunta: —¿Y cómo está formado tu cuerpo? Izanami, la mujer, contesta: —Mi cuerpo, formado como está, tiene un lugar que no se ha formado suficientemente. Entonces Izanagi comenta: —Mi cuerpo, formado como está, tiene un lugar formado en exceso; por lo tanto, me gustaría tomar la parte de mi cuerpo formada en exceso e introducirla en la parte de tu cuerpo que no acaba de formarse y así engendrar la tierra, ¿qué te parece? Izanami responde: —Me parece bien. Izanagi le pide: —Entonces caminemos en círculos alrededor de Amenomihashira, la Augusta Columna Celestial, y al encontrarnos, tengamos relaciones matrimoniales. De ahí nacieron Ohoyashima, las ocho grandes islas de la cadena japonesa».

 

Kojiki.

Crónica de los acontecimientos antiguos en Japón.

Trozo superior Kamitsumaki.

 

La necesidad, madre de todos los alzamientos, puso en las ramas a nuestro linaje, pulgar oponible para trepar huyendo de predadores o para sostener un arma. El hambre, hija de todas las desgracias, llevó a nuestra ascendencia a descender de nuevo al ras del suelo, la postura erguida y la bípeda locomoción sirvieron para andar largas jornadas en busca de un trozo de carroña. La solidaridad, hermana de las mejores causas, predispuso la adhesión al apoyo mutuo, gregaria etología para la acción recíproca que permitió la sobrevivencia del simio lampiño. La curiosidad, prima del conocimiento, persuadió la ocurrencia de girar en el más íntimo de los encuentros para que casualmente los rostros embelesados reflejaran su mirada en otros ojos también embelesados, obligando la creación del lenguaje, lúdico placer del acto carnal forjador de cultura. Capacidad craneal aumentada para albergar al pensamiento complejo, amplitud de la pelvis, cuidados parentales, líquido amniótico como legado ontogénico de nuestro origen marino. Largo andar para hacerse llamar humanidad, pueblo, sociedad. Los hombres y las mujeres de la tierra compartiendo el sustento, la palabra y el entendimiento, las mujeres y los hombres de la mar encontrando además la libertad.

 

«A Orishanlá le fue asignada la responsabilidad de dar forma a los seres físicos modelando la forma humana con el barro de la tierra. La tarea de Orishanlá era dejar los cuerpos inanimados que había formado en una habitación y salir del lugar. Entonces Olodumare vendría a dar aliento a los cuerpos para animarlos como seres humanos vivos. Orishanlá tenía envidia de que solo Olodumare tuviese el derecho a ser el único dador de vida, por lo que decidió espiar a Olodumare para ver lo que les hacía a los cuerpos sin vida para animarlos. Después de completar su tarea, un día Orishanlá se escondió detrás de los cuerpos inertes en la habitación, pero como Olodumare es omnisciente, supo lo que Orishanlá había planeado y se lo impidió haciéndolo dormir; cuando se despertó, los cuerpos ya se habían convertido en seres humanos».

 

Mito lucumí de la creación.

Religión Yoruba.

 

El quehacer del trabajo nombró estirpes, la necesaria faena estableció costumbres, la exigida paciencia desarrolló saberes. Las personas se fraguaron en lo que hacían, se distinguieron por lo que conocían, se constituyeron de lo que comían. Labrando su historia en maderas, huesos y piedras con las que elaboraron husos, agujas, lanzaderas y anzuelos, mientras que con el tendón animal prepararon filamentos y con la urdimbre de retazos vegetales tejieron cestos, nasas y redes, todo un sistema de cuentas anudando el tiempo. Fisga, arpón, chuzo, tridente, venablo, bichero, extensiones del brazo para alcanzar la presa. Vejiga, boya, calima y baliza para mantener el paño en superficie; pesas, plomadas y lastres para alcanzar profundidad. Líneas, sedales, palangres, señuelos, curricanes y poteras, artes de pesca. Trasmallos, almadrabas, chinchorros, tarrayas, dragas, arrastres y cercos, inventivas técnicas para asegurar el sustento. Jugoso condumio de transeúnte coraza, severa concha que resguarda acéfalas delicias, carne magra envuelta en armadura de espejuelos, esquivas criaturas que hacen de la manutención manjares. Empírico aprendizaje que las personas dispusieron para comprender los hábitos de su alimento, educando la mirada para anticipar sus movimientos, conteniendo el aliento y sumergiéndose en el agua para ofrecer la vida a cambio de sus portentos.

 

«¡En el nombre de Alá, el Compasivo, el Misericordioso! Las criaturas que Él ha puesto en la tierra para vosotros son de clases diversas. Ciertamente, hay en ello un signo para gente que se deja amonestar. Él es Quien ha sujetado a la mar para que comáis de ella carne fresca y obtengáis de ella adornos que poneros. Y ves las naves surcarla. Para que busquéis Su favor. Quizás, así, seáis agradecidos. Y ha fijado en la tierra las montañas para que ella y vosotros no vaciléis, ríos, caminos —quizás, así, seáis bien dirigidos— y mojones. Y se guían por los astros».

 

Corán.

Libro sagrado musulmán.

Sura 16 An-Nahl (las abejas), aleyas 13-16.

 

En aguas de sosegada superficie ensayando sobre corchos y fibras atadas para mantenerse a flote. Troncos ahuecados, bastidores de ramas curvadas recubiertas de piel, tesonero ingenio para la fabricación de balsas, piraguas y canoas. Seguir las corrientes traería el cabotaje, jugar en el agua se volvería oficio, carpintería naval, calafateo, lectura del viento para el desplazamiento bajo el gobierno de un timonel, remos, quilla, orza, mástil, botavara, vergas, jarcias, drizas, cabos, velas, ancla, orinque. Prosopopeya y solemnidad para la precisión, custodiada técnica para la construcción de galeras, pontones, carabelas, galeones, balandras, bergantines, fragatas, buques. Necesario registro al surcar la inmensa extensión desconocida, bitácora, carta marina, almanaque náutico, cartografía, inventario, pase de lista. Especialización de instrumentos para la singladura, sonda, correderas, azafea, brújula, compás, astrolabio, kamal, octante, sextante, nocturlabio, reglas paralelas, cuadrante, cronómetro, Loran, GPS, sonar, radio, radar. Natural jerarquía que distingue divisas y distintivos de la tripulación según su habilidad, osadía y fiabilidad, capitán, piloto, práctico, maestre, contramaestre, marinero, grumete. Superstición advertida que aleja infortunios y proscribe miedos, arracadas, pendientes, brazaletes, anillos, dijes, tatuajes y apodos, galardones de las hazañas inenarrables. Navegación, anulación de las fronteras al expandir la circunvalación más allá de los límites de lo imposible.

 

«Su nombre es Paikea y escapó de la muerte, tras volcar su canoa, montando a lomos de la ballena Tohorā, llegando hasta Aotearoa para poblar “la tierra de la gran nube blanca”, desde entonces su tribu procura cuidar a los cetáceos con dedicación, esfuerzo y a costa de sus vidas, uniéndose como pueblo para lograrlo, celebrando diversos ritos que facilitan la tarea y grabando en su piel los relatos que narran sus imperecederos mitos ».

 

Leyenda Maorí de Paikea, jinete de ballenas.

 

Bahía, ensenada, rada marina de reposadas aguas, fondeadero; escolleras que enfrentan marejadas, dársena; muro de piedra para contener las olas, malecón. Pilotaje de enchumbados troncos, ensamblaje de tablas, andamiaje para el descanso de los navíos, muelle. Lumbreras que advierten de bajos y arrecifes, faro pregonero del buen designio, ante la tormenta esperanzador abrigo, atracadero. Carga y descarga de mercancías, intercambio de novedades, difusión de noticias, para el encuentro refugio, desembarcadero. Urbe que mira al mar, iluminado referente civilizatorio, del comercio el centro, puerto. Náutico bautismo para llamar a cada barco por su nombre, abanderamiento de flotas expedicionarias ensanchando lo conocido al visitar ignotos parajes, influencia, potestad, destino. Recaudación de erudiciones, archivo de métodos, de conocimientos resguardo, colegio, enseñanza, concejo. Desfile de culturas, cruce de lenguas, ágora para el discernimiento, doctrina regulatoria, instrucción para el trabajo, conservatorio de tradiciones, de porvenires oratorio, consorcio, cofradía, compañía.

 

«Cuando entró Jesús en la barca, sus discípulos le siguieron. Y de pronto se desató una gran tormenta en la mar, de modo que las olas cubrían la barca; pero Jesús estaba dormido. Y llegándose a Él, le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! Y Él les dijo: ¿Por qué estáis amedrentados, hombres de poca fe? Entonces se levantó, reprendió a los vientos y a la mar, y sobrevino una gran calma. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Quién es éste, que aún los vientos y la mar le obedecen?».

 

Nuevo Testamento.

El Evangelio según San Mateo.

Jesús calma la tempestad (Mt. 8:23-27)

 

Expansión, la guerra por otro medio, superioridad naval para dominar el mundo, acercamiento de ultramarinos intereses, reclutamiento forzado para llenar galeras, derroteros de la ambición esclavizando al derrotado. Zarpar para descubrir lo que desde siempre ha estado allí, exaltar la proeza de conquistar vírgenes territorios, oleadas de invasiones, patentes de corzo, genuino contrabando, redentora piratería, permitido saqueo, insigne código de la barbarie para acumular capital. Aprovisionamiento de la escuadra, arboladura de nogal, de guayacán las poleas, herrería, en roble labrada la motonería. Acaparamiento de pertrechos, armas, madera, pólvora, aparejos, tela, cabos, lonas, barriles, brea, aceite, carbón, asadores, almireces y pucheros. Avituallamiento para la tripulación, agua, arroz, bizcochos, habas, guisantes, ajos, queso, vinagre, de distintas carnes salazón, ropaje, vino y ginebra. Adiestramiento para la batalla, virajes a traslucha, maniobras para el combate en artillero duelo, batidas en paralelo, control de averías e incendios, acometer la enfilada para el tiro en hilera, sincronización de descargas, pegar al enemigo bajo la línea de flotación, desarbolar su buque insignia, acuartelamiento para el resguardo a barlovento. Disparar desde cubierta, contra el alcázar metralla, bombarda, mortero, falconete, ribadoquín, arcabuz, mosquete. ¡Al abordaje, toque a degüello!, sable, hacha, alfanje, daga, machete.

 

«Por Poseidón, el gran dios, comienzo a cantar, el que agita la tierra y la límpida mar, el marino, que posee Helicón y la vasta Egas. Doble fue, Sacudidor de la tierra, el honor que los dioses te atribuyeron: de los corceles ser el domador y, a la vez, salvador de navíos. ¡Salve, Poseidón, oh tú que ciñes la tierra, el de oscura cabellera! Y feliz, con corazón benévolo, amparas a los navegantes».

 

Himnos homéricos del panteón griego.

Vigésimo segundo himno dedicado a Poseidón.

 

Espumarajos en salmuera, agria evidencia de la desgracia, ácida desventura, amargo terror que inunda certezas, salobre apocalipsis. Guadaña de olas afilada, cadalso de corrientes, patíbulo de remolinos, tormento de implacables vientos, fusilamiento de truenos y centellas. Crujir de convicciones, desvencijados ánimos, colapso de confianzas, descompuestos pesares, de ideologías quebradero. Molino de almas movido por la desdicha, hálito agitado por la calamidad, hoguera de aguas consumiendo ahogados, húmedo pudrimiento festín de las gaviotas, sacramental pecio de barcos mutilados, fúnebre amputación de blandos desprendimientos, abisal banquete de cuerpos para bentónicas mandíbulas. Irremediable desastre, inevitable ruina, ineludible fracaso, inminente desenlace, inexcusable sentencia, implacable escarmiento, imposible socorro. Adverso porrazo de mala suerte, turbonada, insalvables rompientes, capricho de tritones y nereidas, entretenimiento de un calamar enorme, venganza del cachalote, cruel vaticinio, secuela bélica, humano error o falla mecánica. Igual se puede hacer todo bien allá afuera y de todas maneras la mar se cobrará tributo. Naufragio, insepulto final de la dignidad marinera.

 

«Soy el viento sobre la mar. Soy una ola por encima de la tierra. Soy el bramido de los océanos. Soy un ciervo de siete puntas. Soy un buitre en el acantilado. Soy una lágrima del sol. Soy la más justa de las flores. Soy un valiente jabalí rojo. Soy un salmón en aguas cristalinas. Soy un lago en las llanuras. Soy invencible en el combate. Soy la excelencia en el arte. Soy una lanza que busca sangre. Soy el dios que pone fuego en las cabezas. Soy una marea que arrastra la muerte. Soy la tumba de toda esperanza.

¿Quién, si no yo, erosiona las montañas?

¿Quién invoca las edades de la luna y anuncia dónde cae el sol?

¿Quién llama a los peces de la Casa de Tethys, quién hace que se acerquen a la orilla?

¿Quién es la tropa, quién el dios que afila la fortaleza de gangrenas?

Soy yo al que evocan para vengar agravios, un encantamiento del viento».

 

Lebar na Núachongbála.

Libro de Leinster sobre la genealogía irlandesa.

Canción de Amergin.

 

Negrura del profundo sueño, duermevela de postergadas angustias, rígidos párpados eludiendo la debacle, inquietud del insondable viaje, ilusión de reencarnar en mitológica criatura, despertar batimétrico por el escándalo de burbujas, descompresión de los aprecios en abrupto ascenso, aboyar ante la exaltación del oleaje. Dolor, albor de las tristezas bajo un cielo encapotado de lágrimas, aturdido apego al desencuentro, ternura de las despedidas extraviadas, compasión por las nostalgias de lo que nunca ha sido. Interna lejanía de la desaparición volviendo, apreciable carencia, etérea esencia de sutil presencia. Palpitar de los ayeres componiendo la elegía de los pensamientos, añorar el tiempo que se ha ido, volver a tejer recuerdos donde recalen los sentimientos para que reconozcan su morada, lesionada memoria que el regreso guía para al fin llegar al sentido hogar. Ser sin estar presente, existir en fantasías, asistir sin residir en la vida que fue propia, abrazar orfandades para suplir ausencias, anhelar derrochadas querencias, melódica rutina para aliviar la pena, serenar zozobras con el canto de una sirena.

 

«Una vez entro una lamiñaku en cierta casa de Elantxobe, cuando se hallaban fuera los de la casa, y la criatura sola en la cuna. Púsose delante de la criatura a mecerle. Cuando volvieron los de la casa y vieron a la lamiñaku con la criatura se asustaron, y golpearon a la lamiñaku para que saliera de la casa. Como estaba sola, empezó a gritar a sus compañeras. Éstas oyeron sus gritos y le contestaban:

—¿Nok ein dona, nok ein dona? (¿quién te ha hecho, quién te ha hecho?)

Niri miri nau (yo misma a mí misma)

Euk ein bona eu kompondu adi (si tú te lo has hecho, arréglate tú)».

 

Leyendas de la Lamiñaku (una sirena).

Tradición oral euskera de Bizkaia.

 

Cozumel, Quintana Roo, noviembre 2021.

 

Miguel Pickering (México D. F., 1974). Biólogo y magíster en Desarrollo Rural. Radica en Cozumel desde 2017. Técnico recolector de pesquisas, extensionista de anécdotas y silvicultor de historias.

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Imagen tomada de la web. La nebulosa de la mariposa. Situada el la constelación de Scorpius.

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Ensayo publicado en Tropo 28, Nueva Época, 2022.
 

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