Las crónicas de Ambarluna o el poder mágico del erotismo

 

Miguel Ángel Meza

 

Cuando en el año 2013, al iniciar su segunda época, la revista literaria Tropo invitó a Lorena Careaga a formar parte de su plantilla de colaboradores, nunca imaginó recibir textos suyos como Las crónicas de Ambarluna. Quienes hacíamos la revista pensábamos en colaboraciones suyas dentro del género de ensayo de divulgación, propio de una antropóloga e historiadora cuya vida académica había girado en torno a la historia de Quintana Roo, del Yucatán decimonónico o de la Guerra de Castas, especialidades en las que es, sin duda, una autoridad destacada.

Pero lo que recibimos en aquel entonces no solo se ubicaba en un terreno no estrictamente de divulgación académica, sino que incursionaba con audacia en la ficción, en el texto creativo lúdico que presentaba al lector retos interesantes: por un lado, nos ofrecía una propuesta dentro del género crónica, que propiamente no era crónica sino relato erótico sutil, cuento galante, juego intertextual; por otro, prometía una especie de autobiografía metaliteraria —con ese yo narrativo inmerso, en donde habla el personaje al interior del escrito como una especie de alter ego de esa resina atrapada en un dije, y esto si atendemos a que las Crónica anunciadas en el título son autoría de Ambarluna—; y, finalmente, se nos revelaba como un singular juego entre la realidad y la ficción que anunciaba el recurso de la personificación de la piedra dotada de poderes mágicos como un leitmotiv omnipresente para configurar otra cosa: la metáfora del erotismo como base de ese gran misterio que es el amor humano, como parte a su vez también de algo mayor: la ética sensual de un arte de vida.

A la revista, en su primera época, habían llegado textos (cuentos y poemas) que abordaban el tema erótico más cargados hacia lo picante, incluso a lo explícitamente sexual, o reseñas de las publicaciones de libros escritos por mujeres que documentaban narrativamente la parte oscura del erotismo femenino, o ensayos que reflexionaban sobre la literatura erótica en México, específicamente la escrita por mujeres de fin de milenio, en esa época en que vivimos una especie de boom liberador protagonizado por escritoras que se atrevieron a ficcionalizar sus realidades íntimas, sus preocupaciones sociales, sus derechos en la privacidad, su posicionamiento de género en una sociedad patriarcal y machista a la que cuestionaban.

En la literatura escrita en Cancún, por su parte, se habían publicado algunos amagos de literatura erótica (velados en algunos poemas), decantadamente sexuales en algunos cuentos, o en obras como las de nuestro querido amigo Leonardo Kosta, autor de dos novelas erótico satíricas de barroco lenguaje (Neftalí Pascuales y Cajeta de Celaya), e incluso el que esto escribe incluyó en sus cuentos el conflicto sexual como parte importante de las decisiones morales que asumen los personajes en momentos claves de su vida. Por todo ello, resultaba más sorprendente y grato recibir esta colaboración en donde el tema erótico se proyectaba a través de una seducción refinada por partida doble: la del intelecto y la del lenguaje.

En efecto, en congruencia con su formación como investigadora y como heredera de una corriente posmoderna intertextual, Lorena Careaga transita con deliciosa erudición por territorios que en otras plumas quizá resultarían áridos. Por el contrario, nuestra autora se recrea intelectualmente al acercarnos, fascinarnos diría yo, con sus referencias cultas sobre materias tan oscuras o distantes para el lector común —como la astrología, la arqueología, el hermetismo, la cábala y las culturas antiguas— o más familiares —como la literatura, la pintura, la teoría de los colores, etcétera. Y todo esto en un sistema de correspondencias cuasi mágico al servicio de la sensualidad que rodea a los personajes, para su perfeccionamiento erótico, para ejecutar en la vida cotidiana un epicureísmo privado con el fin de enaltecer el goce de los encuentros.

Y para quienes amamos el lenguaje —el lenguaje como el medio de persuasión melódica y de seducción por excelencia—, no podíamos quedar ajenos a la influencia de la prosa de nuestra escritora, de sus cadencias, de su precisión, de su graciosa sensualidad, que es, como he dicho, otra forma de la seducción.

Finalmente, descubrimos en estos envíos otra sorpresa: al remitirnos trimestralmente cada texto de igual fondo y forma, nos dimos cuenta de que teníamos ante nosotros una especie de novela por entregas —en la tradición del folletín, sin las características peyorativas del folletín clásico del siglo XIX, pero sí con una de sus virtudes: la de mantenernos en vilo acerca de la evolución de los encuentros de los amantes, acerca de la identidad del hombre misterioso que detona la sensualidad de la mujer y sobre la definición de algo que íbamos deshilando entrelíneas: un teoría del erotismo particular puesta en práctica por la autora a través de sus creaturas.

Por eso, lamentamos que pusiera fin a sus colaboraciones en diciembre de 2016 luego de tres años de haber aparecido la primera, de las doce en total que nosotros publicamos. Y por eso celebramos después con gusto y curiosidad la noticia de que la autora había decidido continuar este proyecto creativo, completar cincuenta “crónicas” en total y convertirlo en un libro híbrido de estas dimensiones, único en su género en Cancún. El resultado validó nuestras intuiciones, amplió nuestra recepción lectora y corroboró algo sobre lo que yo haría hincapié y pediría a los eventuales lectores conservaran de su lectura, más allá de las virtudes formales del libro y del goce que la realización de la obra nos ofrece en sí.

Me parece que Lorena Careaga ha expuesto aquí una particular teoría del erotismo y del arte de amar que se alimenta, resignificándolos, de algunos de los grandes teóricos de la seducción, del erotismo y del misterio del amor, teóricos como Jean Baudrillah para quien “la seducción y la feminidad son ineludibles en cuanto reverso mismo del sexo, del sentido y del poder”; o George Bataille para quien “el erotismo es la afirmación de la vida hasta en la muerte”; o como Octavio Paz para quien “el amor es un ideal de vida fundado en la libertad y en la entrega”, o Helen Fisher para quien “el amor romántico seguirá como una fuerza primigenia profundamente enraizada en el espíritu humano”.

Al resignificar estos fundamentos, Lorena Careaga ha enfatizado el que me parece el mayor logro teórico subyacente de la obra: la necesidad de recuperar el poder mágico del erotismo —contra el servilismo de la publicidad, el dinero y la banalidad posmoderna— y llevarlo de nuevo a sus fuentes misteriosas, aquellas donde nace el sentido de lo sagrado.

 

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Texto de presentación del libro “Crónicas de Ambarluna” (Malix Editores, 2022) en la Universidad del Caribe el 14 de febrero pasado.

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