La educación femenina en Yucatán en el siglo XIX: Hacia la construcción del sujeto-mujer

 

Piedad Peniche Rivero

 

Autora de un importante libro que documenta la historia de los orígenes del feminismo mexicano —Rita Cetina Gutiérrez, La Siempreviva y el Instituto Literario de Niñas: Una cuna del feminismo mexicano 1846-1908 (INHERM, 2015)—, la arqueóloga, historiadora  e investigadora yucateca Piedad Peniche Rivero publicará en breve “Siemprevivas”. Ochenta años de feminismo en Yucatán, un libro que amplía y retoma este tema que sin duda la apasiona. Publicamos en estas páginas un adelanto de esa obra.

 

En Yucatán, como en España, Francia y toda América Latina, donde ha predominado la influencia de la iglesia católica, el discurso de la modernidad introdujo el derecho a la educación femenina con prácticas normativas mediatizadas por las virtudes de la femineidad y el maternalismo; como por ejemplo, los cursos prescritos oficialmente sólo para niñas. Más aún, las construcciones binarias de la Ilustración, del pensamiento moderno (razón naturaleza/masculina; pasión/naturaleza femenina), representando la supuesta inferioridad de las mujeres, justificaron la falta de igualdad del sujeto universal abstracto. En la práctica, esas construcciones configuraron un orden social basado en la diferencia sexual, llamado en la teoría feminista doctrina de las “esferas”: una, que representa el mundo femenino, ligado al hogar y la familia, frente a otra que representa el espacio masculino, público y político.

En la misma línea, se conformó el discurso de “la mujer ilustrada” que identificó a las maestras como madres virtuosas y agentes de feminización, quienes transmitían los deberes domésticos a sus estudiantes, enseñándolas a ser competentes pero también discretas y comedidas. Y, con frecuencia, esas maestras no eran madres ni respondían al ideal materno-burgués porque habían encontrado en el magisterio un espacio de libertad para desarrollarse como escritoras e intelectuales, lo que les permitía transgredir el discurso de la domesticidad y forjar un nuevo modelo de mujer apolítica.

Fue justamente el caso de las primeras maestras del Estado de Yucatán, las también poetas y editoras, Rita Cetina Gutiérrez, Gertrudis Tenorio Zavala y Cristina Farfán, mujeres de familias liberales, educadas de forma privada, quienes se hicieron cargo de su talento y nunca se casaron, exceptuando a Cristina. Ellas cambiaron el discurso tradicional de la sociedad yucateca, católica y conservadora, por el discurso de “la mujer ilustrada”, el que prolongaron y desafiaron simultáneamente. En efecto, en 1870, en Mérida —la capital del Estado, donde aún no existía educación femenina formal y las mujeres que trabajaban fuera del hogar eran consideradas sospechosas de deshonestidad—, las tres amigas constituyeron una sociedad cultural que incursionó en el campo editorial rabiosamente masculino, publicando La Siempreviva, la primera revista escrita exclusivamente por mujeres en México, hoy considerada cuna del feminismo mexicano por su énfasis en la educación. Al año siguiente, con el mismo nombre, fundaron una escuela de primeras letras, laica y juarista, para niñas pobres, y una academia de arte para señoritas. [1]

 

Datos biográficos de las predecesoras del discurso feminista

 

Rita Cetina nació en Mérida el 22 de mayo de 1846. Sus padres fueron don Pedro Cetina y doña Jacoba Gutiérrez. Estudió en pequeñas escuelas particulares donde se distinguió por su inteligencia, pues aprendió a leer sorprendentemente rápido. Pero la superioridad de su instrucción la debió a su protector, Domingo Laureano Paz, quien la educó de forma privada con el apoyo de su biblioteca. Más tarde, un profesor cubano, Félix Ramos Duarte, le enseñó asignaturas de educación superior que en, 1877, le valieron el título de profesora de enseñanza primaria y superior mediante examen ante el Consejo de Instrucción del Estado.

En 1877, el gobierno del Estado nombró a Rita Cetina directora de la primera escuela primaria y normal femenina, el Instituto Literario de Niñas (hoy Escuela Normal Superior Rodolfo Menéndez de la Peña), donde educó a las primeras generaciones de maestras de Yucatán.  Entre otras cátedras, Rita impartió toda su vida retórica, el arte de escribir y de hablar con elegancia y persuasión. No fue del agrado del clerical gobernador Gral. Francisco Cantón, como tampoco la cátedra de biología, impartida por la maestra Luz Campos, considerada demasiado atrevida para el bagaje de las futuras profesoras. Su gobierno (1898-1902) las prohibió intermitentemente en medio de las protestas de la Directora. Pero su rotundo éxito quedó de manifiesto en los espléndidos diálogos de sus alumnas participantes en el Primer Congreso Feminista de Yucatán, en 1916. [2]

Rita Cetina dirigió el Instituto durante 18 años divididos en dos períodos, 1877-1878 y 1886-1902, y entre cada uno de ellos, reabría su escuela particular “La Siempreviva”, de modo que fue docente un total de 24 años.  Murió en Mérida, el 11 de octubre de 1908.

Gertrudis Tenorio Zavala nació en Mérida, el 16 de noviembre de 1843. Sus padres fueron don Prudencio Tenorio y Cárdenas y doña Manuela de Zavala Correa, hija de Lorenzo de Zavala y Sáenz, hijo a su vez del reconocido político e historiador Lorenzo de Zavala. Es de suponer que Tulita, como le decían sus amigos y familiares, tuvo una esmerada educación privada. Obtuvo el título de maestra en julio de 1888 y ejerció como tal en el Instituto Literario de Niñas del Estado, de donde se retiró porque el gobierno no pagaba los sueldos de las docentes, según publicó Laureana Wright, editora de la revista Violetas de Anáhuac, en 1888.

Tulita se dedicó preferentemente a escribir y, como sus compañeras fundadoras, publicó sus poemas en las revistas literarias locales y nacionales más importantes de la época, como El Renacimiento de Ignacio Manuel Altamirano. Es considerada como la poeta más refinada de nuestras tres Siemprevivas.  Murió en Mérida, en 1926.

De Cristina Farfán, la tercera fundadora, sólo sabemos que nació en Mérida, el 24 de julio de 1846 y que colaboró en la revista La Siempreviva durante los dos años que fue publicada y en la primera época de la Escuela. En 1877, tras su matrimonio con el también escritor José García Montero, se trasladó a Villahermosa, Tabasco, donde murió prematuramente el 22 de agosto de 1880. En Mérida, enseñó dibujo en las escuelas “La Siempreviva” y “La Encarnación”; y en Tabasco, fundó el “Colegio del Porvenir” y el periódico “El Recreo del Hogar”, en 1871.

 

El discurso de la domesticidad en el campo literario

 

En los tiempos de Rita y compañeras, en Yucatán se pensaba que las mujeres que vivían la vida de la mente —“marisabidillas”, como se les llamaba entonces—, agraviaban a la sociedad. Quedo a la espera.  En general, se consideraba que las mujeres que cultivaban cualquier arte, oficio, quienes tenían que ganarse la vida fuera del hogar, estaban a un paso de la vida corrupta. Las literatas y poetas, diría José Esquivel Pren, violaban las leyes sociales —el espacio doméstico y la familia patriarcal— un punto menos que las actrices, quienes representaban el colmo de la impudicia. Fue así que, según el mismo autor, para disculparse por “el agravio”, se escondían bajo el velo de un seudónimo y/o escribiendo poesía religiosa. “Esto imponía a nuestras poetisas […] refrenar todos sus impulsos espontáneos, refrenar su inspiración natural y violentar los vuelos de su imaginación […] Escribían con la mente puesta en la sociedad que iba a leerlas […] De aquí que todo saliera menos una obra de arte.” [3]

Esquivel Pren ilustró su tesis con el trabajo de Gertrudis, argumentando que, una vez que su poesía religiosa obtenía aceptación, se tranquilizaba, arrojaba el antifaz, y pronto aparecía otro poema suyo en la revista literaria en turno. Aquí, sólo comentaremos que la poesía de Gertrudis ha sido comparada con la de Sor Juana. Pero al menos ese autor reconoció en la poeta un “primer mérito”: su valentía para afrontar el prejuicio social.

Es verdad que Rita y compañeras escribieron poesía religiosa: era la costumbre. También es cierto que las principales autoras recurrieron al uso de seudónimos: Rita era “Cristabela” y “L***”;  Gertrudis, “Hortensia”,  y Carmen Rivas de Solís era “Clara”. Pero, como se ha sugerido, los seudónimos no solo eran antifaces para ocultarse sino también para autoafirmarse y afirmar a las jóvenes principiantes. Igualmente, en las páginas de La Siempreviva las amigas acostumbraban publicar versos que se dedicaban recíprocamente, como los de Rita a Gertrudis:

 

Cien veces he escuchado enternecida

de tus cantos la dulce melodía

y al eco de tu voz pura y sentida

se ha enternecido siempre el alma mía.

 

Y, de Gertrudis a Rita:

 

Tú que cantas más dulce que las aves,

tierna poetisa de la patria mía,

más que el suspiro de las auras suaves

es el acento que tu voz me envía.

 

Hacia el sujeto-mujer

 

Hay evidencia para decir que los prejuicios contra La Siempreviva, revista modesta de sólo cuatro páginas impresas a dos columnas, eran contra la educación femenina específicamente, pues no se ignoraba que constituiría el primer paso hacia el sufragio y la ciudadanía, como lo fue. En efecto,  en 1870, Rita escribió al gobernador refiriéndose a los “obstáculos” al proyecto de su revista sembrados por aquellos que trataron de detenerlo con “gruesos muros de falsedad y calumnia”, que no identificó. En nota aparte, Gertrudis también se refirió a “obstáculos” en el camino de la Sociedad, y sin develarlos externó que la Sociedad “La Siempreviva” no ha desmayado ni un solo instante en el proyecto de hacer extensiva […] la educación de la mujer”.[4] La “Gacetilla” del periódico oficial “La Razón del Pueblo” también aludió al tema de la educación femenina cuando se refirió a Rita y Gertrudis “luchando con añejas preocupaciones, despreciando las censuras de los necios y de los malintencionados y hasta los tiros de la envidia y la pedantería de algunos que se titulan progresistas, se dedican con afán a formar el corazón y los sentimientos de la juventud naciente de su sexo”.[5]

Empero, el discurso de la mujer ilustrada en La Siempreviva es maternalista, conforme a los cánones. Sin embargo, significa a la sociedad, a la patria, a la raza misma; un maternalismo social que también ha sido llamado “maternidad republicana”. Por ejemplo, Rita escribió que “…para que una mujer sea buena madre es necesario que sea una mujer ilustrada….Una mujer sin instrucción de ninguna clase …nunca podrá dirigir bien a sus hijos….. [E]dúquesela con esmerado empeño, hágase… obligatoria la instrucción de la mujer, y la raza humana no tardará mucho en llegar a su verdadero perfeccionamiento”.[6] Por su parte, Cristina escribió “…la niña que hoy aprende, más tarde será la madre de familia que en medio de la tranquilidad del hogar doméstico, instruirá a sus hijos, los educará, y les hará comprender sus deberes para con Dios, para con la sociedad en general, y para con los hombres, enseñándoles el camino de la virtud y haciendo de este modo la felicidad de nuestra patria.”[7]

Más con un bagaje cultural que incluía cristianismo, feminismo norteamericano, espiritismo y masonería, La Siempreviva disimuladamente desafiaba a la mujer ilustrada con el discurso de la mujer como sujeto económico, agente de cambio social.

 

Agencia y experiencia

 

Para conocer la “agencia” de Rita Cetina y compañeras, como llama Joan Scott al poder de acción de las mujeres para construir un nuevo discurso, tenemos ciertos textos de La Siempreviva donde, sin inmiscuirse en la vida política, se aprovecha el modelo educativo de la Ilustración para llamar a la conciencia feminista colectiva de sus lectoras de la clase media, a la igualdad de los sexos y a la formación de la mujer como sujeto económico. Así, en “La emancipación de la mujer”, donde tras previa, gentil genuflexión al patriarcado, Rita escribió: “Dotada por la Providencia de facultades intelectuales como el hombre, quisiéramos verla colocada al nivel de éste, dividiendo con él… ¿Por qué entonces, si Dios dio a entrambos una alma y una inteligencia enteramente iguales, ha de coartarse a la mujer la libertad de pensar, discernir y deliberar como el hombre? ¿Por qué tenerla sumida en la ignorancia y emplearla solamente en el trabajo material? […] Queremos, pues, que la mujer se ilustre para que abarcando su inteligencia todos los conocimientos del hombre, pueda indagar y descubrir como él, los secretos arcanos de la naturaleza.[8]

La agencia de Rita y compañeras para construir con su experiencia el discurso de la mujer como sujeto económico, se muestra en textos que se refieren a la “mano protectora del siglo XIX” que levanta a las mujeres y las conduce al “templo de la ciencia”, a “la ciencia hermosa”, como habría sido el caso de las primeras telegrafistas rusas y a las jóvenes doctoras que ejercían la medicina en los Estados Unidos, donde “una de ellas en Nueva York, tiene una clientela que le produce anualmente más de diez y seis mil pesos fuertes”. Aquí, Rita Cetina se pregunta: “¿y por qué nosotras, queridas hermanas, a ejemplo de las demás naciones no hemos de consagrarnos al estudio asiduamente para alcanzar algún día lo que ellas han tenido ya la gloria de alcanzar?”[9]

Su agencia se presenta también en los pequeños anuncios en las páginas de la revista que informan acerca de  oficios y las profesiones, citando, por ejemplo, el trabajo de dos meridanas dedicadas a la joyería y la platería diciendo de una, que “su arte era capaz de rivalizar con el de los mejores artistas del país y de la otra, que era “notabilidad en su oficio”.[10]

Era cuestión de tiempo para que en el marco de la Revolución Mexicana, las alumnas de Rita Cetina, Elvia Carrillo Puerto, Rosa Torre González, Raquel Dzib Cicero, entre otras, retaran a La Siempreviva con el discurso de la mujer como sujeto político, “la mujer moderna”, llegando a cuestionar incluso la política sexual que regía los cuerpos.

 

El cierre de La Siempreviva

 

En marzo de 1872, la falta de apoyo del gobierno yucateco, representado por las prensas y el papel para la publicación de La Siempreviva (así como la ausencia de un movimiento feminista que pudiese procurárselos), forzaron el cierre de la revista, pues definitivamente no podía mantenerse sin dicho respaldo. La escuela, por su parte, siguió funcionando con éxito. En efecto, la fecha del cierre de la revista coincide casi exactamente con el fin de la administración del progresista gobernador Manuel Cirerol y Canto, terminada abruptamente a causa del golpe militar del sedicioso —y previamente mencionado— Gral. Cantón. Los gobernadores interinos enviados por el gobierno federal para sofocar la insurrección no simpatizaron con la publicación de La Siempreviva y desapareció tras la emisión de 43 números entre 1870-1872.

No así las ideas de las feministas prematuras que le dieron vida pues en 1919, Elvia Carrillo Puerto fundó la liga feminista cuyo nombre, “Rita Cetina Gutiérrez”, rindió homenaje a la maestra. Con alumnas de ésta y el respaldo del gobernador Felipe Carrillo Puerto, ese colectivo comenzó el duro proceso de formación de la mujer como sujeto político en Yucatán, que incluye la obtención de facto del derecho al sufragio. De hecho, tras triunfar en las elecciones de 1922 y 1923, cuatro yucatecas lograron cargos de elección popular, un tema que tiene su propia historia.

 

[1] Ver Piedad Peniche Rivero: Rita Cetina, La siempreviva y el Instituto Literario de Niñas:una  cuna del feminismo mexicano, 1846-1908. México, INHERM, 2015.

[2] Primer Congreso Feminista de Yucatán. Imprenta revolucionaria, Mérida, 1916.

[3] José Esquivel Pren, “Historia crítica de la literatura en Yucatán”, en Enciclopedia Yucatanense, 1946, pp. 406-407.

[4] La Siempreviva, núm. 24, 1871.

[5] La Razón del Pueblo, Mérida, 6 de junio de 1877.

[6] La Siempreviva, “La mujer”, núm. 11, octubre, 1870.

[7] La Siempreviva, núm. 27, 1871.

[8] La Siempreviva, “La emancipación de la mujer”, núm. 2, 1870.

[9] La Siempreviva, “La mujer en el siglo actual”, núm. 7, 1870.

[10] La Siempreviva “Andrea Rosel”, núm. 3, 1870; La Siempreviva, “Rafaela Domínguez”,  núm. 17, 1871. 

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Piedad Peniche Rivero (Mérida). Licenciada en arqueología por la Universidad Autónoma de Yucatán, maestra y doctora en antropología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris, Francia. Fue investigadora Fulbright en 1989, jefa de campo del Proyecto Cobá del Centro Regional del Instituto Nacional de Antropología e Historia, del Centro de Investigación Científica de Yucatán  y la Facultad de Geografía de la Universidad de Syracuse, Nueva York. Entre 1991 y 2013 fungió como directora del Archivo General del Estado de Yucatán (AGEY). En 2009 fue invitada como profesora de la Chaire des Amériques de la Universidad de Rennes.

Es también autora de La historia secreta de la hacienda henequenera. Deudas, migración y resistencia maya 1879-1915 (Instituto de Cultura de Yucatán-Archivo General de la Nación 2010), Elvia Carrillo Puerto, su vida, sus tiempos y sus relaciones peligrosas con los caudillos de la Revolución Mexicana, Legajos 9, publicado en Boletín del Archivo General de la Nación (2009), Sacerdotes y comerciantes. El poder de mayas e itzáes en Yucatán, siglos VIII-XVI, (FCE, 1991,1993). ppenicher@gmail.com

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Ensayo publicado en Tropo 22, Nueva Época, 2020.

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