Héctor Hernández
«Un verdadero amigo es aquel que llega
cuando todos se han ido».
Albert Camus
En octubre de 2012 apareció una noticia en el periódico La Información acerca de un anciano al que encontraron muerto en su cama y que llevaba al menos 15 años en ese estado. Nadie se había dado cuenta porque no tenía parientes ni relaciones sociales, y solo por casualidad, buscando solucionar una filtración de agua, se percataron del cadáver de ese hombre.
Lamentablemente, hoy hay muchos casos similares en los que alguien deja de existir y nadie lo advierte, sino mucho después debido al poco contacto social que la persona tenía con sus parientes o conocidos. Con buena razón, se ha dicho que la epidemia del siglo XXI es la soledad.
¿Cuánto vale un amigo? Se dice que el filósofo griego Demócrito asignaba tanto valor a la amistad que afirmó: “no vale la pena vivir la vida si no se tiene un buen amigo.” De manera similar, Epicuro dice que “de todos los medios de los que se arma la sabiduría para alcanzar la dicha en la vida, el más importante con mucho es el tesoro de la amistad” (Sentencias o máximas 27 y 28). De hecho, llega a afirmar que comer “sin un amigo es vivir la vida del león o del lobo” (epist.19.10).
De hecho, en un acto de compartir la comida es donde surge la palabra ‘compañero’. El término compañero etimológicamente procede del latín ‘cumpanis’ (cum: con panis: pan), cuya traducción literal es ‘con pan’. Así que el significado de compañero es ‘los que comparten el pan’ o ‘comer de un mismo pan’.
No hay acuerdo sobre el momento histórico preciso en el que pudo originarse, pero hay quien lo sitúa en la llamada Última Cena en la que Jesucristo compartió el pan con sus compañeros de mesa (los doce Apóstoles) en el primer siglo de nuestra era. La costumbre en la época era que los comensales partían un pan y metían el pedazo partido en el mismo recipiente de comida e incluso era común que el huésped lo llevara a la boca del invitado, una práctica que hoy no sería bienvenida por muchos de nuestros convidados.
Pero se suele distinguir a un compañero de un amigo. Un compañero es solo alguien con quien compartes alguna actividad o interés, y con quien puedes convivir temporalmente debido a las circunstancias que los unen. La amistad exige una relación más cercana, de mayor confianza, lealtad, reciprocidad, que requiere la disposición de ayuda cuando hay problemas y tiempo voluntario en actividades no obligadas por el trabajo, la escuela, o la actividad de interés común. (A pesar de que Ambrose Bierce define Espalda como: Parte del cuerpo de un amigo que uno tiene el privilegio de contemplar en la adversidad.)
Sin embargo, no todos aprecian el valor de la amistad o los amigos de una forma tan alta. El filósofo Arthur Schopenhauer tenía poco contacto con los demás al grado que su madre expresó su preocupación diciendo: “No es bueno estar dos meses en la habitación sin ver a nadie, hijo mío. Eso me desconsuela. El ser humano no puede ni debe aislarse de esa manera.” No obstante, Schopenhauer, que veía la situación desde un ángulo más pesimista, se pasaba mucho tiempo durmiendo debido a la siguiente razón: “Si la vida y la existencia fueran estados de felicidad, todos se sumergirían a regañadientes en el estado inconsciente del sueño y saldrían a flote de buen grado. Mas sucede justo lo contrario, pues todo mundo se va de buena gana a dormir y se levanta de mala gana.”
El propio Schopenhauer explica su falta de amistades en su libro El mundo como voluntad y representación diciendo: “No hay que extrañarse si los genios son casi siempre insociables y a veces repulsivos. […] Los grandes espíritus prefieren su monólogo a los diálogos que oyen; si alguna vez desciende a una conversación, pronto volverá al monólogo por la vaciedad que encuentra en sus interlocutores.” Independientemente de la opinión de Schopenhauer, en un estudio realizado por los psicólogos Norman Li y Satoshi Kanazawa, publicado en 2016 en una revista británica de psicología, se concluye que los más inteligentes sí parecen tener menos amigos, pero debido a que consideran que muchos de los eventos socializadores son distracciones de proyectos interesantes que pueden brindarles mayor satisfacción a largo plazo. Es razonable pensar que si tienen pocos amigos, pueden convivir mejor con sus amistades. Entre menos amigos más se les puede compartir y viceversa. Si esas amistades genuinas se encuentran en la familia cercana qué mejor, pero no siempre es así. Como dijo Woody Allen: “Lo quiero como a un hermano. Como Caín quería a Abel.”
Arthur Schopenhauer dijo: “El hombre ha inventado la vida de sociedad porque le es más fácil soportar a los demás que soportarse a sí mismo.” Tal vez el estado ideal de todo ser humano es el que describe Séneca: alguien que llega a ser su propio amigo nunca estará solo. (epist. 6.7). “El sabio se basta a sí mismo, no porque desee estar sin un amigo, sino porque puede estarlo.” (epist. 9.5). Sin embargo, a medida que nos debilitamos por la vejez o una enfermedad nos damos cuenta de que en la mayoría de los casos no va a ser posible bastarnos por sí mismos. Por lo común necesitaremos ayuda en la compra o preparación de alimentos, realizar ciertos trámites, consultas con el médico, atender la limpieza o mantenimiento del hogar, superar un duelo o pérdida, etc.
Incluso en caso de que no se requiera ayuda, psicológicamente, saber que otros pueden ayudarnos nos da tranquilidad. Pero ese beneficio se obtiene si estamos en disposición también de ayudar a otros. Para tener amigos hay que ser amigo, buscar calidad en vez de cantidad, ser agradecido y no exigir demasiado de los demás. Para la mayoría de la gente es cierto lo que dijo Aristóteles en Ética a Nicómaco: la amistad “es lo más necesario para la vida; sin amigos nadie desearía vivir, aunque poseyera todos los demás bienes”.
Y hay numerosos estudios que indican los graves daños que puede provocar la soledad. Por ejemplo, se ha concluido que la soledad hace que disminuya la actividad de las células de defensa del organismo contra las infecciones provocadas por virus, dado que todo el esfuerzo del sistema inmune se concentra en luchar contra las bacterias responsables de las infecciones. La soledad no es estar solo, sino sentirse solo sin importar cuántos hay alrededor.
Hay un tipo de compañía al que no se suele dar la importancia que tiene. El filósofo Michel de Montaigne comenta en sus ensayos que tres tipos de relaciones ocuparon la mayor parte de su vida: las mujeres bellas y honestas, las amistades raras y exquisitas y los libros. Montaigne sostiene que de las tres, la lectura de los libros es la mejor:
Esta acompaña a toda mi vida y me asiste por todas partes. Me consuela en la vejez y en la soledad. Me descarga del peso de una molesta ociosidad; y me libra, a cualquier hora, de las compañías que me fastidian. Sofoca las punzadas del dolor, cuando no es del todo extremo y dominante. Para distraerme de una imaginación importuna, no tengo más que recurrir a los libros; me desvían fácilmente en su dirección y me la arrebatan. Y, además, no se rebelan por ver que no los busco sino a falta de los demás bienes, más reales, vivos y naturales. Me reciben siempre con el mismo semblante.
La compañía de los libros es una de las mejores que podemos disfrutar, nos permite conocer lugares y personas de todo el mundo y de diversas épocas sin salir de nuestra casa. Su compañía no requiere de planes especiales ni ceremonias previas ni siquiera una forma específica de vestir, nos da material para pensar y nos permite con paciencia el tiempo que queramos para regresar a leer donde nos quedamos. Un libro sin duda es uno de los mejores amigos que podemos tener, el cual a cambio de algo de tiempo, te ofrece muchos tesoros, antes ocultos, y valiosas fuentes de disfrute y reflexión. Te puede acompañar en un inesperado viaje al fondo del océano o del átomo, o a los confines del universo, incluso a otros universos u otros tipos de vida, así como en un recorrido minucioso por una escena romántica o histórica desde una posición privilegiada que puede alentar tu imaginación y despertar emociones profundas.
En resumen, cada quien otorga cierto valor a sus relaciones de amistad, puede ser que a algunas más que a otras, según el grado de cercanía. Como dijo el poeta español Adolfo Bécquer: “La soledad es muy hermosa… cuando se tiene junto a alguien a quien decírselo.” No deberíamos depender ni de las amistades ni del aislamiento para estar bien. Si nos llevamos bien con nosotros mismos y disfrutamos de nuestra propia compañía, no habrá ningún problema en estar algunos periodos solos, pero tampoco tendremos dificultad al disfrutar de la compañía de otros si nos llevamos bien con ellos y estamos dispuestos a dar y recibir, a compartir lo bueno y mostrar empatía y reciprocidad. Francis Bacon dijo: “Sin la amistad, el mundo es un desierto”. Pero aún con amistades, sin la compañía estética y terapéutica de la buena lectura, la mente podría solo ver un pálido desierto ante el más denso y atrayente poblado de generosas fuentes de sabiduría y deleite.
Héctor Hernández (México, D. F.). Licenciado en Actuaría y Matemáticas, doctor en Filosofía de la Ciencia y doctor en Educación. Actualmente es profesor del departamento de Desarrollo Humano en la Universidad del Caribe. hhernandez@ucaribe.edu.mx
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Ensayo publicado en Tropo 22, Nueva Época, 2020.