El cuento de la Revolución Mexicana

 

Raúl Arístides Pérez Aguilar

 

Rodeado de una opacidad creada por la novela de la Revolución, el cuento mexicano que estampa y habla de esta lucha armada ha sido poco estudiado a pesar de estar inspirado en acciones militares y populares, así como en los cambios sociales y políticos que son el mismo leit motiv de aquélla. Y esta opacidad es aumentada por el desconocimiento que se tiene de él o bien por el éxito de las novelas de los propios escritores. De esto último dan fe ciertos cuentos de Mariano Azuela con tema revolucionario como el titulado “De cómo al fin lloró Juan Pablo”, cuento que narra cómo un revolucionario es fusilado por los propios revolucionarios en el que el autor pasea su desilusión al ver los resultados de tan anunciado cambio[1] y en donde se puede hallar también un deseo de forjar nuevos modelos cuentísticos que han sido opacados por el brillo de sus novelas Los de abajo o Andrés Pérez, maderista. De lo otro, basta hacer la pregunta y escudriñar en nuestros recuerdos.

El cuento de la Revolución Mexicana suele ser en su forma más primigenia el relato de una anécdota simple o la descripción de una escena cualquiera, por ejemplo “La fiesta de las balas” de Martín Luis Guzmán (1887-1976) en el que son fusilados 300 enemigos, hasta el entramado de complicados problemas psicológicos como “El colgado” de Ramón Rubín (1912-2000) o con una evidente crítica social, por ejemplo “Dios en la tierra” de José Revueltas (1904-1976). Y es esta segunda característica precisamente la que lo convierte en cuento revolucionario, porque a diferencia del modernista de ambientes refinados, estilo elevado y ausencia de conciencia social, el cuento de la Revolución Me­xicana se muestra como un instrumento en la lucha de ideas. El primero en poner en práctica esta estrategia es Ricardo Flores Magón (1873-1922) quien en “Dos revolucionarios” publicado el 31 de diciembre de 1910 presenta a dos soldados, uno viejo y desilusionado, otro joven y consciente de lo que quiere: “Vamos a arrebatarle de las manos de nuestros amos —dice el joven— la tierra para entregarla al pueblo.” Y en otro titulado “El apóstol” retrata la propaganda revolucionaria de un hombre con ciertos giros impropios[2] del habla popular, disculpables solamente por ser el primero que escribe cuentos sobre el conflicto armado. Ése es su mérito, entre otros.

En el cuento de la Revolución Mexicana cabe de todo: desde la codicia extrema que se paga con la vida como sucede en “Oro, caballo y hombre” de Rafael F. Muñoz (1899-1972) hasta el machismo de un hombre burlado  como en “El soldado y su mujer” de Gerardo Murillo más conocido como el Dr. Atl (1875-1964), desde el desencanto por la revolución agraria presentado en “Los fusilados” de Cipriano Campos Alatorre (1908-1939) hasta la muerte de un menor pacífico confundido con zapatistas por las tropas federales retratada en “Leña verde” de Mauricio Magdaleno (1904-1986), desde el deber militar a toda prueba mostrado en “La decena trágica” de Francisco L. Urquizo (1891-1969) al ardid militar que emula al caballo de Troya —esta vez con un toro— detallado en “Como un blasón” de José Rubén Romero (1890-1952), desde el desfile en el que pasan los yaquis “enviados a las selvas chicleras de Quintana Roo” como en “Uno a media calle” de Gregorio López y Fuentes (1897-1966) hasta el dolor de una niña por su amigo muerto descrito en “4 Soldados sin 30-30” de Nellie Campobello 1909-1986). Y dentro de ese anecdotario casi inagotable, machetes y hachas, trenes y huaraches, fusiles y piedras van de la mano con los protagonistas que como el Demetrio Macías de Los de abajo no se raja ante la conmoción de la guerra que en su vaivén da victorias a federales y a alzados.

La Revolución Mexicana tuvo tantas fases que dio material abundante a cuentistas en cuya producción suelen recrearse los conflictos en el norte de país entre villistas y federales o entre villistas y carrancistas, así como las batallas en el sur entre zapatistas y federales.

De la lucha en el norte tomo el retrato de un revolucionario dado por Rafael F. Muñoz en “Oro, caballo y hombre”:

“Aquel hombre se llamaba Rodolfo Fierro; había sido ferrocarrilero y después fue dedo meñique del jefe de la División del Norte, matón brutal e implacable, de pistola certera y dedo índice que no se cansó de jalar del gatillo.”

Este hombre es, al parecer, el mismo personaje del episodio de la novela El águila y la serpiente titulado “La fiesta de las balas” de Martín Luis Guzmán. Veámoslo más de cerca:

“Fierro disparó no menos de ocho veces en menos de seis segundos”, “porque Fierro y el villismo eran espejos contrapuestos, modos de ser que se reflejaban infinitamente entre sí.”

De los conflictos del sur, textos como “Vida de El perro” de Lorenzo Turrent Rozas (1903-1941) dan cuenta de los hechos y “Los fusilados” de Campos Alatorre ya citado

Estos episodios de sacrificio y muerte, de heroicidad y sadismo, de hombría y deber militar muestran la cara del conflicto armado que se da en los cuentistas en una primera etapa, pues en una segunda, cuando la lucha cesa, son más importantes el desencanto con los resultados que arroja la revolución y las rivalidades entre los revolucionarios. Ejemplos de esta primera etapa son los textos de Mariano Azuela, Rafael F. Muñoz, Celestino Herrera Frimont, Francisco L. Urquizo (su cuento “El fugitivo” es un buen ejemplo), Cipriano Campos Alatorre, Jorge Ferretis, el Dr. Atl, Gregorio López y Fuentes y otros más. A la segunda, algunos textos de José Revueltas, Mauricio Magdaleno, Francisco Rojas González, Agustín Yáñez (1904-1980) y Juan Rulfo (1918-1986).

La mujer como carne y compañía está presente en el cuento de la Revolución. Es presentada como la soldadera que arriesga la vida y suspira con las caricias de su juan, es también la que se enternece con el hijo recién parido como en “La guacha” de Celestino Herrera Frimont (1900-1986) y se duele ante la muerte, la que lleva las cazuelas y la ropa como bestia de carga, pero también es la que calienta el café y el cuerpo de los pelones en la refriega bélica y los acompaña cuando enferman como en “La Cilindra” de Carmen Báez (1909-1999-) “siempre fiel, siempre alerta como buena revolucionaria”. Pero también es la que siembra la discordia y se va de puta con el más pintado como en “Los fusilados”: “llegué a sorprenderlos en mi misma casa una vez que regresaba temprano de la fábrica”, y ofende la hombría: “Lo que pasa es que no eres hombre” en “El soldado y su mujer” del Dr. Atl para hallar la muerte después de andar por la Calzada de la Piedad y llegar a la Escuela de Tiro en compañía de su verdugo.

La incorporación del habla popular a la lengua literaria es otro de los aciertos del cuento de la Revolución Mexicana. Ampliando las expresiones coloquiales de un pueblo analfabeta y ávido de justicia, los escritores plasman constantemente estos registros de habla de singular manera. Un ejemplo anoto de “La juida” del Dr. Atl:

“Todo el día caminamos al trote, hasta quial meterse el sol, devisamos una pader y corrimos a agazaparnos. Pero los otros nos echaron y juimos pa’lante a agarrarnos del hocico de la noria. Y asitá otra vez la balacera, pero juerte y tupida, como granizo. Y aquí caiba una bala y allí caiba otra, y empezó a jervir la tierra como cuando en tiempo de secas cain las primeras gotas de la llovizna.”[3]

Estos registros no sólo muestran lo vernacular de nuestras hablas populares sino también su idiosincrasia y esperanzas como sucede en “Leña verde” de Mauricio Magdaleno: “Cuando los indios se mueren, ¿ónde se van, tata? ¡Dios quiera que no sigamos cargando leña después de muertos.” Aunque ese “sigamos” hubiera quedado mejor sígamos.

Lamento, por otro lado, que algunos giros castizos[4] empleados por Cipriano Campos Alatorre en “Los fusilados” y que no son los adecuados para reproducir el habla de los campesinos mexicanos estén presentes en el relato, aunque se le pueda perdonar el yerro ante la hechura magistral del cuento en cuyo final agreste maguey y hombre terminan iguales:

“Bajo la roja tragedia del ocaso, era igualmente doloroso el cuadro del hombre mutilado, y el maguey, con sus pencas vigorosas y verdes, destrozado…”

Si entre 1912 y 1924 pocos son los escritores que se ocupan de la Revolución como José Vasconcelos con “El fusilado” (1918), Miguel López Heredia con “Junto a la hoguera crepitante” (1923) y Miguel Galindo con “A través de la sierra” (1924), entre 1913 y 1917 el cuento revolucionario halló a sus narradores y se convirtió en lo más representativo de nuestras letras. De 1915 a 1940, un nuevo realismo generó textos de hondo nacionalismo vernacular en el que cupo de todo —como se ha visto. Pero es a partir de 1930 cuando el interés crece y decae hacia 1940. Durante esos años aparecen en periódicos y revistas, así como en colecciones y antologías más cuentos de la Revolución. Ejemplo de ello son El feroz cabecilla (1928) de Rafael F. Muñoz y El Águila y la serpiente (1928) de Martín Luis Guzmán. Le siguen Celestino Herrera Frimont con La línea de fuego (1930), Baltazar Izaguirre Rojo con 13 cuentos (1932), Alfonso Fabila con Hoz 1934), Cipriano Campos Alatorre con Los fusilados (1934), el Dr. Atl con Cuentos bárbaros (1930), Francisco L. Urquizo con Recuerdo que… (1934) a la par de novelas sobre los mismos temas como La revancha (1930) de Agustín Vera, Cartucho (1937) de Nellie Campobello, Apuntes de un lugareño (1932) de José Rubén Romero, Tierra (1932) de Gregorio López y Fuentes, Tropa vieja (1931) de Francisco L. Urquizo, ¡Vámonos con Pancho Villa! (1931) de Rafael F. Muñoz y El resplandor (1939) de Mauricio Magdaleno catalogada esta última como una excelente novela indigenista de la que beberán Francisco Rojas González, Ermilo Abreu Gómez y Rosario Castellanos.

Años de intensa producción narrativa finca al cuento mexicano y lo ancla en el presente de un país convulsionado y valiente. Si bien el Estridentismo (1921-1928) con Germán List Arzubide, Salvador Gallardo, Arqueles Vela, Manuel Maples Arce, Miguel Aguillón, Ramón Alva de la Canal promovieron un rechazo al pasado y pusieron los ojos en la industria brillante, y el grupo Contemporáneos (1928-1931) con Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano y otros procuró sembrar a México en el concierto de la cultura universal al recorrer la experiencia onírica y el desdoblamiento de identidades, el cuento revolucionario se convirtió en el más representativo de nuestras letras.

Este cuento revolucionario tiende así una larga cuerda de la que se asen acciones y personajes brutales o temerarios, el habla de federales, soldaderas y calzonudos, la geografía gastada de llanos y valles del norte y el verde del sur, los trenes, sombreros de paja y mantas sudadas, los huaraches, carabinas, la sangre, el crimen y la violencia. Este realismo descriptivo y la nota dramática serán los caminos por los que transite el cuento de la Revolución Mexicana combinando lo histórico con lo ficticio, la fantasía y la psicología del pueblo con lo vernacular incrustado en la herencia. Todo México cupo en estas narraciones pormenorizadas de hechos y atrocidades, desengaños y frustraciones.

“En ocasiones amanecía muerto a balazos el propietario de alguno de los ranchos próximos. En otras, eran los revolucionarios los sacrificados” puede leerse en “Leña verde” de Mauricio Magdaleno, cuento pendular entre pasado y presente homólogo al péndulo de la muerte que toca acompasadamente a cada uno de los dos bandos en constante lucha.

De este modo, el cuento de la Revolución Mexicana toma a un México completo y mermado al mismo tiempo, y propone regeneraciones de la conciencia social al ver a Madero rodeado de catrines apropiándose de las tierras y a Villa y Zapata muertos. Es un cuento revolucionario que describe la lucha armada y se duele también de su fracaso, como bien anota Azuela: “…describir nuestros males y señalarlos ha sido mi tendencia como novelista; a otros corresponde la misión de buscarles remedio.”

Esta época de oro del cuento mexicano coincide con otras vertientes estéticas y sociales que llevarán la temática de la tierra a textos indigenistas, de folclore y mitos, de denuncia de las lacras sociales y crítica en las obras de Antonio Mediz Bolio y Andrés Henestrosa, Gregorio Torres Quintero y Francisco Rojas González.

Pero la cantera parece agotarse hacia 1940 y la soga de la que se asían los narradores se rompe. Las generaciones posteriores buscan una narración más concisa y escueta emparentada con las modas europeas y estadounidenses, y esto linda al cuento de la Revolución Mexicana y le da un marcado lugar en la historia de nuestras letras como lo más auténtico y vernáculo producido hasta ahora por nuestros narradores.

El cuento mexicano ha seguido, pero en él ya no aparecen guachas ni juanes, no es autobiográfico como son los escritos por Azuela y Guzmán porque sus objetivos son diferentes[5]; algunos son “cuensayos” (hibridez de cuento y ensayo), textos de laboratorio y botica recetados al mejor postor, crónicas excelentes e historias de un país que no es el mismo que el de 1910.

Ojalá que un día de estos vuelvan a la vida Demetrio Macías, Rodolfo Fierro, Zapata, Villa, las guachas, los juanes, desterrados, fugitivos y traidores para volver a leerlos y escucharlos en estos cuentos revolucionarios escritos por singulares mexicanos a quienes tanto debemos.

 

Bibliografía mínima

Mariano Azuela Los de abajo, México, FCE, 1980.

Mariano Azuela “De cómo al fin lloró Juan Pablo” en El cuento: siglos XIX y XX, Pról. Jaime Erasto Cortés, México, Promexa, 1991.

Carmen Báez La roba-pájaros, México, FCE, 1957.

Cipriano Campos Alatorre Los fusilados, México, Edición Sur, 1934.

Nellie Campobello Cartucho, México, Ediciones integrales, 1931.

Jorge Ferretis Hombres en tempestad, México, Cima, 1944.

Ricardo Flores Magón, “El apóstol” en Cuentos de la revolución, México, UNAM, 1978.

Martín Luis Guzmán El águila y la serpiente, México, FCE, 1982.

Celestino Herrera Frimont La línea de fuego, Xalapa, 1930.

Gregorio López y Fuentes Tierra, México, CECNOCA, 1985.

Mauricio Magdaleno El ardiente verano, México, FCE, 1980.

José Mancisidor La primera piedra, México, Editorial Stylo, 1950.

Rafael F. Muñoz “Oro, caballo y hombre” Cuentos de la revolución, México, UNAM, 1978.

Gerardo Murillo (Dr. Atl) “El soldado y su mujer” en El cuento: siglos XIX y XX, Pról. Jaime Erasto Cortés, México, Promexa, 1991

José Emilio Pacheco (selección, prólogo y notas) Diario de Federico Gamboa 1892-1939, México, Siglo XXI, 1977.

Pedro Ángel Palou Pobre patria mía. La novela de Porfirio Díaz, México, Planeta, 2010.

José Revueltas Dios en la tierra, México, Ediciones El insurgente, 1944.

Francisco Rojas González El diosero, México, FCE, 1983.

José Rubén Romero Mi caballo, mi perro y mi rifle, en Obras completas, México, Porrúa, 1963.

Ramón Rubín “El colgado” en El hombre que ponía huevos; quinto libro de cuentos mestizos, México, Editorial Azteca, 1960.

Juan Rulfo, El llano en llamas, México, FCE, 1953.

Ignacio Solares Ficciones de La Revolución mexicana, México, Alfaguara, 2009.

Lorenzo Turrent Rozas “Vida de El Perro” en Cuentos de la revolución, México, UNAM, 1978.

Francisco L. Urquizo Memorias de campaña, México, FCE, 1971.

José Vasconcelos La sonata mágica, México, Imprenta de Juan Pueyo, 1933.

Agustín Yáñez Al filo del agua, México, FCE, 1982.

rauperez@uqroo.mx

 

[1] Esta situación de desencanto la expresó Azuela en 1950 al recibir el Premio Nacional de Ciencias y Artes: “Nunca he cobrado más de un peso por consulta, excepcionalmente dos, y esto en los breves períodos de bienestar económico del país que en estas crisis interminables de miseria por la imprevisión y los despilfarros de los hombres nuevos.”

[2] Ayudad, ayudad como podáis; dedicad una parte de vuestro salario al fomento de la Revolución o empuñad las armas si así lo preferís; pero haced algo por la causa; propagad siquiera los ideales de la gran insurrección.

[3] Las cursivas son mías.

[4] Vosotros sabéis perfectamente que… Comed lo que os traje… Decís muy bien… Estáis en completa libertad… Tomaos el trabajo de…

[5] Véanse, por ejemplo, los recientes libros: Ficciones de la revolución mexicana de Ignacio Solares, México, Alfaguara, 2009 y Pobre patria mía. La novela de Porfirio Díaz de Pedro Ángel Palou, México, Planeta, 2010.

 

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Imagen tomada del sitio: https://mxcity.mx/2018/08/15-fotos-de-la-revolucion-mexicana-el-reflejo-de-una-epoca/

 

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Ensayo publicado en Tropo 17, Nueva Época, 2018.

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