“Lucy”, de Jamaica Kincaid. Identidad en movimiento

 

 David Anuar

 

¿Cuántas veces al pie de la frontera

se hizo tu piel el doble que te habita?

 

Agustín Labrada, La vasta lejanía

 

Desde la emergencia de los estudios subalternos y los estudios poscoloniales en la década de los 80[1], ambas corrientes han propuesto dar un giro en la mirada académica, tanto de las ciencias sociales como de las humanidades. Chakrabarty menciona que “el propósito declarado de Estudios Subalternos era producir análisis históricos donde los grupos subalternos fueran vistos como los sujetos de la historia” ([s/a]: 8). En esta perspectiva, lo importante ya no eran los grandes acaecimientos de las élites y de los grupos en el poder, sino las historias cotidianas, vistas a ras de suelo y devolviéndole la agencia a los grupos e individuos invisibilizados por la Historia (sí, con mayúsculas), como las minorías religiosas, los grupos étnicos, los migrantes o los campesinos.

Dentro de los estudios poscoloniales, la cuestión viaje-identidad, y su representación en la literatura, ha recibido una especial atención, pues todo viaje implica, al menos, dos culturas que entran en contacto[2]. Dicho acontecimiento pone en movimiento reformulaciones identitarias de ambas partes ante el encuentro con el Otro.

La novela Lucy (1990), de Jamaica Kincaid, es un ejemplo literario de la migración como viaje y del proceso de encuentro y transformación identitaria. La protagonista de la historia es una adolescente originaria de la isla caribeña de Antigua, colonia inglesa hasta 1967, quien decide migrar a Estados Unidos para trabajar como niñera y estudiar, buscando así una oportunidad de superación personal. Lucy irá vislumbrando poco a poco la relación de poder y dependencia que se trama entre ella, la familia que la recibe y el nuevo contexto que la habita. Esta relación del microcosmos social que se teje en la novela puede leerse como una metáfora de la dependencia neocolonial, pues a pesar de que el país del que proviene Lucy ha pasado por un proceso decolonial, las relaciones de poder que se tejen a su llegada a Estados Unidos reafirman su lugar de sujeto dominado.

La protagonista Lucy, como sujeto que viaja, se ve enredada en un in-between, es decir, en un lugar coyuntural que no es un aquí ni un allá, un punto intermedio, ni origen ni destino, sitio que se encuentra como entre dos aguas, pues “la figura del migrante, nómada en esencia, principia en el viaje, o con una pérdida inicial, una trayectoria esencialmente irreversible, y sin lugar alguno para retornar” (Philips, 1999: 65).[3] Mi propuesta de lectura para la novela Lucy, es verla como un gran in-between que narra el proceso de transformación identitario de una migrante caribeña a Estados Unidos.

En la novela, escrita en primera persona, es recurrente, al menos en la primera mitad de la obra, un sentimiento de desorientación en Lucy. Esa sensación de no saber a dónde pertenece, un no sentirse parte del pasado ni del presente, y tampoco del lugar de origen ni del lugar de destino y que concluye, las más de las veces en una problematización identitaria. Cuestionamiento que se tironea en los altibajos del aquí-presente y el allá-pasado, lugares todos en lo que la protagonista no encaja, o, como dice Lucy, “no es la cosa más maravillosa del mundo estar lejos de todo lo que has conocido —estar tan lejos que ya ni siquiera te conoces a ti misma y no estás segura de querer regresar alguna vez a todas las cosas de las cuales eres parte” (Kincaid, 1990: 66)[4]. A la par, la protagonista reflexiona sobre la compleja relación entre su presente y el pasado, transitando del rechazo a la nostalgia: “casi todo lo que hacía ahora era algo que nunca había hecho antes, entonces lo nuevo ya no era emocionante para mí, a no ser que me recordara el pasado” (Kincaid, 1990: 32)[5].

El sentimiento de no pertenencia y desarraigo que Lucy experimenta a su llegada a Estados Unidos es refrendado por la actitud que la protagonista detecta o intuye en la familia: “Fue en la cena, una noche no mucho después de que comencé a vivir con ellos, que comenzaron a llamarme Visitante. Dijeron que yo no parecía ser parte de las cosas, como si yo no viviera en la casa con ellos, como si ellos no fueran una familia para mí, como si yo sólo estuviera de paso, diciendo un largo ¡Hola!, y pronto estuviera diciendo un rápido “¡Adiós! ¡Hasta luego! ¡Fue todo muy lindo!” (Kincaid, 1990: 13).[6]

Al inicio de la novela también se pone de relieve el contacto, o más bien el choque cultural, que Lucy experimenta al rechazar de forma sistemática su nuevo entorno: “Todo estaba mal. El sol brillaba pero el aire estaba frío” (Kincaid, 1990: 5)[7]; otro ejemplo es el siguiente: “No sabía lo que eran estas flores, por lo que era un misterio para mí saber por qué quería matarlas” (Kincaid, 1990: 29)[8]. Pero también Lucy es rechazada por la madre de la familia que la recibe por no compartir las mismas prácticas culturales: “Mariah no creía en mi forma de hacer las cosas. Ella pensó que con los niños la sinceridad y la franqueza, la verdad tan clara como fuera posible, era la mejor manera. Ella pensó que los cuentos de hadas eran una mala idea” (Kincaid, 1990: 45)[9]. Esta situación poco a poco se irá matizando, y Lucy se verá envuelta en un proceso de transformación.

Conforme la trama se desarrolla, la protagonista va tomando conciencia del otro y de sí misma, así como de la situación en la que vive y la lógica que permea detrás de ésta. Sin duda, Lucy cuestiona a través de monólogos interiores la lógica de la estructura hegemónica y de sus absurdas prácticas capitalistas que, no obstante, son vistas como metas aspiracionales: “Qué lujoso, pensé, tener una habitación vacía en tu casa, una habitación que realmente nadie necesitaba. Y no es eso lo que todos en el mundo deberían tener, más de lo necesario…” (Kincaid, 1990: 87)[10].

Un punto importante en el proceso de cambio de la protagonista viene dado por su socialización con otros grupos marginales de su entorno, pues “para el viajero caribeño, el momento crucial de la comprensión de su identidad se da en el espacio del ‘otro’, en un tiempo que como señala Bhabha es ‘el tiempo de reunión’…” (Baeza Bastarrachea, 2006: 109-110). Lo anterior se revela nítidamente durante la pequeña reunión de artistas marginales a la cual es invitada por su amiga Peggy, y donde conoce a Paul, quien será su amante: “era una fiesta de diez personas, incluidas Peggy y yo […] Eran artistas. Yo había oído hablar de personas así […] Sí, había escuchado hablar sobre personas así: morían locos, pobres, a nadie le agradaban mucho […] Y pensé, yo no soy una artista, pero siempre me gustará estar con la gente que se mantiene aparte” (Kincaid, 1990: 97-98)[11].

Al entrar Lucy en esta zona de contacto su identidad se ve afectada, ya que “el exilio [y pienso que el viaje en general] trae como consecuencia un choque cultural con el entorno, y problemas en cuanto a la definición de la identidad” (Baeza Bastarrachea, 2006: 16). En la novela se presenta al migrante caribeño con una identidad abierta, una identidad que está en constante proceso de cocción y negociación; una identidad que se reconstruye una y otra vez al deconstruir los discursos hegemónicos del Otro. Stuart Hall dice que “la identidad no es solo una historia, una narración que nos contamos sobre nosotros mismos, son historias que cambian con las circunstancias históricas. Y la identidad cambia con la forma en que pensamos, escuchamos y experimentamos esas circunstancias históricas” (1993: 8)[12].

Stuart Hall capta que la identidad de los sujetos entra en constante diálogo con cada contexto histórico con el que interactúa, por ello, al experimentar Lucy un nuevo contexto a raíz de su migración, su identidad se ve afectada. Nara Araújo también aduce “la certidumbre de que la identidad Caribe no es una esencia icónica sino un flujo y reflujo, un rizoma, una relación” (2007). Pero quizá lo que sea más ilustrativo de todo esto sean las palabras casi al final de la novela que Lucy dice sobre sí misma y su situación. En ellas destacan la conciencia de la fluidez y la negociación de discursos identitarios del presente migrante y del propio pasado isleño para ir configurando su nuevo rostro:

 

Comprendí que estaba inventándome, y que estaba haciendo esto más al estilo del pintor que del científico. No podía contar con precisión o cálculo; sólo podía contar con mi intuición. No tenía nada en mente, pero cuando la imagen estuviera completa lo sabría. No tenía una posición. No tenía dinero. Tenía memoria, tenía enojo, tenía desesperación.[13]

 

Bibliografía

 

Araújo, Nara (2007), “Comming, comming home. George Lamming y la piel como castillo” en Anales del Caribe, La Habana: Casa de las Américas, pp. 91-93.

Baeza Bastarrachea, Gabriela (2006), Viaje y exilio en la literatura caribeña: la construcción del sujeto en el Caribe. Tesis de licenciatura, Mérida: UADY.

Chakrabarty, Dipesh. [s/a] “Una pequeña historia de los Estudios Subalternos” en Anales de desclasificación. Documentos complementarios. Versión digital: http://www.economia.unam.mx/historiacultural/india_subalternos.pdf

Kincaid, Jamaica (1990), Lucy, New York: Plume.

Hall, Stuart. 1993. Negotiating Caribbean Identities Versión digital: https://es.scribd.com/document/268287429/Hall-Negotiating-Caribbean-Identities

Pratt, Mary Louis (2010), Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, Ciudad de México: FCE.

 

 

[1] Para una historia de la relación entre los estudios subalternos y los estudios poscoloniales, remito al trabajo de Dipesh Chakrabarty, “Una pequeña historia de los Estudios Subalternos” en Anales de desclasificación.

[2] Mary Louise Pratt acuñó el término “zona de contacto” para este tipo de encuentro-relación, enfocado sobre todo a las relaciones coloniales: “Espacios sociales donde culturas dispares se encuentran, chocan y se enfrentan, a menudo dentro de relaciones altamente asimétricas de dominación y subordinación, tales como el colonialismo, la esclavitud, o sus consecuencias como se viven en el mundo de hoy [por ejemplo, el turismo]” (2010, 31).

[3] Traducción mía del original: “the figure of the migrant, nomadic in essence, begins in travel, or with a loss beginning, an essentially irreversible trajectory, and has nowhere to return”

[4] Todas las citas de la novela son traducciones libres mías; sin embargo, pongo como notas los fragmentos originales: “isn’t it the most blissful thing in the world to be away from everything you have ever known –to be so far away that you don´t even know yourself anymore and you’re not sure you ever want to come back to all the things you’re part of”.

[5] “Almost everything I did now was something I had never done before, and so the new was no longer thrilling to me unless it reminded me to the past”.

[6]  “It was at dinner one night not long after I began to live with them that they began to call me the Visitor. They said I seemed not to be a part of things, as if I didn’t live in their house with them, as if they weren’t like a family to me, as if I was just passing through, just saying one long Hallo!, and soon would be saying a quick Goodbye! So long! It was very nice!”

[7] “It was all wrong. The sun was shining but the air was cold…”

[8] “I did not know what these flowers were, and so it was a mystery to me why I wanted to kill them”.

[9] “Mariah did not believe in this way of doing things. She thought that with children sincerity and straightforwardness, the truth as unvarnished as possible, was the best way. She thought fairy tales were a bad idea”.

[10] “How luxurious, I thought, to have an empty room in your house, a room that nobody really needed. And isn’t that what everyone in the world should have –more than was needed…”

[11] “It was a party of ten people, including Peggy and myself. […] They were artists. I had heard of people in this position. […] Yes, I has heard of these people: they died insane, they died paupers, no one much liked them […]. And I thought, I am not an artist, but I shall always like to be with the people who stand apart”.

[12] Traducción libre mía del original: “identity is not only a story, a narrative which we tell ourselves about ourselves, it is stories which change with historical circumstances. And identity shifts with the way in which we think and hear them and experience them”

[13] “I understood that I was inventing myself, and that I was doing this more in the way of a painter than in the way of a scientist. I could not count on precision or calculation; I could only count on intuition. I did not have anything exactly in mind, but when the picture was complete I would know. I did not have position. I did not have money at my disposal. I had memory, I had anger, I had despair”.

 

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Reseña publicada en Tropo 16, Nueva Época, 2017.

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