Héctor Hernández
Una vez leí un relato breve sobre un genio que
le ofreció a un hombre el cumplimiento de cualquier
deseo que este formulase. El hombre se apresuró a decir
que deseaba vivir mil años. El genio le concedió
el deseo y convirtió al hombre en un árbol.
Michio Kaku
Estando de viaje, un niño de 8 años preguntó: “Papá, ¿tú sabes dónde me voy a morir?”. El padre respondió: “No, pero ¿por qué lo preguntas?”. El niño dijo: “Para no ir allí nunca”.
Al igual que este niño inocente, la mayoría de la gente preferiría seguir viviendo indefinidamente si eso fuera posible. Digo la mayoría y no todos porque hay también mucha gente que no ve la inmortalidad como algo deseable. Una razón para esto es el aburrimiento: “¿Para qué quieren tener una vida inmortal si ni siquiera saben qué hacer en un día lluvioso?”, se ha oído decir a alguien.
Sin embargo, muchos de nosotros no nos preocupamos por un posible aburrimiento porque sabemos que hay mucho que estudiar y aprender, muchos lugares y hechos por descubrir, mucha historia por conocer, mucho arte que disfrutar, muchas comidas por probar, formas de vida y personas que conocer, etc. En la ciencia en general, y en particular en matemáticas, hay muchos problemas que no han sido resueltos. Un ejemplo es la llamada Conjetura de Goldbach (“Todo número par mayor que 2 puede expresarse como una suma de dos números primos”). A pesar de que esta afirmación tiene más de 270 años de antigüedad, hasta ahora nadie ha podido demostrarla.
Charles Chaplin dijo: “Todos somos aficionados. La vida es tan corta que no da para más”. Hay muchas cosas de las cuales disfrutar y cuando se disfrutan no le causan aburrimiento a nadie. Pensemos en algo sencillo como una sabrosa comida. La gente mayor no dice: “Llevo 60 años comiendo todos los días, ya me aburrí. A partir de mañana dejaré de comer”. Yo puedo seguir comiendo platillos ricos todos los días sin aburrirme de comer y me parece que muchos otros también. “No hay amor más sincero que el amor a la comida”, dijo un líder iberoamericano.
Algo similar puede suceder con muchas otras actividades si nos gustan: ver películas, leer, ir a la playa, practicar algún deporte, etc. La percepción del tiempo es relativa: cuando la gente disfruta mucho de algo, el tiempo se le pasa volando, pero lo contrario también es cierto. Como dijo alguien. “No es lo mismo estar una hora con tu novia que una hora con tu suegra”. La gente puede aburrirse de algo cuando no le gusta, aunque viva pocos años, pero si siempre encuentra actividades que pueda disfrutar, el seguir viviendo no tiene por qué terminar en aburrimiento. Pero si aún eso le cuesta trabajo a alguien, ya existe en México la licenciatura en administración del tiempo libre y la licenciatura en administración deportiva y recreativa, las cuales forman profesionistas que podrían orientar a la gente sobre las mejores opciones en las que pueden ocupar su tiempo libre, entre otras cosas, si ese fuera un problema.
A otros no les atrae la inmortalidad porque encuentran mucho sufrimiento en la vida actual y la muerte les puede parecer menos mala. Woody Allen dijo: “En la vida hay cosas peores que la muerte. ¿Ha pasado una tarde con un vendedor de seguros?”. Un entrenador de la NFL, George Allen, comentó: “Perder el Super Bowl es peor que la muerte. En el caso de la muerte no tienes que levantarte al día siguiente”. En realidad, hay muy pocas cosas peores que la muerte y el avance de la medicina, la biotecnología, la psicología y el desarrollo científico en general pueden contribuir a reducir cada vez más el sufrimiento y conseguir una mejor calidad de vida.
Otros rechazan la inmortalidad porque quieren evitar el error que cometió la diosa de la aurora Eos, quien según la mitología griega era eterna, y cuando se enamoró de un hombre llamado Titono, le rogó a Zeus que le concediera también vivir para siempre. Zeus cumplió este deseo, pero Titono, aunque no moría, sí envejeció cada vez más hasta convertirse en un grillo, y cuando le preguntaron cuál era su mayor deseo, su respuesta fue: “morir, morir, morir”. Obviamente la inmortalidad tendría que ir acompañada de suficiente salud y si no juventud, al menos suficiente fuerza, para poder disfrutarse.
Supongamos que la eternidad estuviera acompañada de juventud y salud, con todo lo deseable para nosotros, todavía quedaría la pregunta, ¿es posible? Obviamente no me refiero a seguir viviendo en los recuerdos o el corazón de los demás por alguna obra, como dijo Woody Allen: “No quiero alcanzar la inmortalidad a través de mi trabajo. La quiero conseguir sin morir.”
Tampoco estoy pensando en ser inmortal solo por poseer un alma que lo es. El filósofo escocés David Hume expresó varias dudas sobre la existencia de un alma inmortal señalando lo siguiente en su obra De la inmortalidad del alma:
Así que cuando hablo de prolongar la vida me refiero a vivir con este mismo cuerpo y mente. No estoy hablando tampoco de la vida después de la muerte, la cual constituye un tema aparte que trae sus propias complicaciones y dudas. “No creo en la vida después de la muerte, pero me llevo otra muda de ropa interior por si las dudas”, dijo Woody Allen.
¿Qué razones hay para pensar que es posible para un ser humano vivir miles de años en cuerpo físico?
En primer lugar, como indica el biólogo John Medina en su libro El Reloj de la Edad, se conocen actualmente ya ciertos seres vivos que son potencialmente inmortales. Es decir, existen ciertos organismos (principalmente bacterias, virus u hongos) que si encuentran a su alrededor los elementos nutritivos que necesitan, no mueren. Alguien puede replicar que estas son formas de vida muy distintas a la humana y no se puede comparar. Pero resulta que también existen células humanas que pueden ser mantenidas con vida indefinidamente. De hecho, Medina comenta: “He trabajado con células de una mujer llamada Helen, que murió tres años antes de que yo naciera”. De hecho, se considera que ciertas células humanas, como las cancerígenas, podrían vivir ilimitadamente. (Esto sin incluir la discusión sobre la medusa japonesa Turritopsis dohrnii de la que se dice que es uno de los pocos animales que han logrado burlar a la muerte mediante invertir el proceso de envejecimiento y de la que se cree que podría vivir indefinidamente).
Otra razón para dar cabida a la posibilidad de prolongar la vida es que los científicos han descubierto que el cerebro humano tiene una capacidad de almacenar recuerdos y pensamientos mucho mayor que la que realmente usamos en nuestras cortas vidas actuales. Un equipo de investigadores publicó en 2015, en la revista eLife, la conclusión de que “en promedio, una sinapsis puede contener cerca de 4,7 bits de información. Esto significa que el cerebro humano tiene una capacidad de un petabyte, o 1.000.000.000.000.000 bytes, que es suficiente para almacenar casi todo el contenido actual de Internet.” (Véase https://elifesciences.org/content/4/e10778).
Alguien puede objetar que por muy grande que sea la capacidad del cerebro, es siempre finita y que no tenemos realmente idea de lo que es el infinito. Debo conceder que el concepto de infinito no es fácil de comprender y tampoco tener una idea clara de cómo manejarlo. Albert Einstein dijo: «Solo hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana; y del universo no estoy tan seguro».
En respuesta a la objeción debo decir que para poder seguir viviendo indefinidamente no requerimos tener una capacidad infinita en nuestro cerebro, de la misma forma que no requerimos un estomago con un volumen infinito para asegurar que podremos alimentarnos todos los días, porque cada vez que comemos introducimos una cantidad finita de alimentos. De manera similar, por mucho que alguien prolongue su vida en cada momento siempre tendrá una cantidad finita de años y un largo futuro por delante. Además de la enorme capacidad que naturalmente ya tiene el cerebro humano, no puedo evitar pensar en que nuestras capacidades actuales pueden ser ampliamente mejoradas gradualmente por avances en la medicina, la ingeniería genética, la biónica, la regeneración y reemplazo de órganos o incluso elementos de la vida artificial.
Por todo lo anterior, no parece descabellado que algún ser humano en el futuro logre vivir 500 años, después otro, 700 años, luego conseguir la meta de 1000 y así sucesivamente. Ojalá alguno de nuestros lectores pueda ser testigo de uno estos logros.
Héctor Hernández (México, D. F.) Licenciado en Actuaría y Matemáticas, doctor en Filosofía de la Ciencia y doctor en Educación. Actualmente es jefe del departamento de Desarrollo Humano en la Universidad del Caribe.
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Ensayo publicado en Tropo 13, Nueva Época, 2017