Rosa Montero. Entre dos nostalgias

Mariel Turrent

 

“La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir”. Con esta frase inicia Rosa Montero La Carne, y eso me bastó para adentrarme en su libro, fascinada por los matices de una vida apasionada y salpicada de melancolía. Desde la primera página no dejé de sonreír, pues me atraen los conflictos íntimos contados con humor. Me entusiasma quien se ríe de sus infelicidades y entiende la vida como la constante pérdida de ese momento único que es el presente.

La historia inicia en la España actual. Soledad se encuentra en el umbral de los sesenta años y tiene pánico de caer en el abismo sin retorno de la vejez. Acaba de romper con su amante y se siente desesperadamente sola. Él ha comprado boletos para asistir con su esposa a una función de Tristán e Isolda, y Soledad, al sentirse desechada, contrata a Adam, un atractivo y joven gigoló, con el afán de provocar una reacción en su examante.

Con una prosa intimista en tercera persona, la autora narra los meses que dura la relación de Soledad con Adam. Con maestría nos involucra en los conflictos de esta mujer que empieza a sentirse disminuida e insegura por el paso de los años, mostrándonos su miedo a la muerte, su soledad, su necesidad de amar y ser amada y, por supuesto, su esclavitud hacia la tiranía de la carne. En Soledad vemos a una mujer en el umbral de una transición, donde convive la que es con la que será; y lo que está dispuesta a hacer para sentirse joven, querida y saciar su necesidad de devorar y ser devorada.

La agilidad que logra la autora nos hace cómplices instantáneamente. Tan cómplices como lo es ella misma, pues veo en La Carne (Alfaguara, 2016, 152 pp.), una ventana hacia su mundo interior, un atisbo que nos regala de forma libre y desinhibida hacia su propia alma. Ejemplo de esto es el paralelismo del personaje y la autora: la edad, su soltería y falta de descendencia (aunque el personaje es una mujer soltera y la autora es viuda), su carga emocional causada por el lastre de una enfermedad  (la protagonista tiene una hermana internada y la escritora cuidó a su esposo durante un largo cáncer terminal). Su prosa de fuerza revulsiva, hace uso de un estilo indirecto libre para mostrarnos con esa mirada liminar, el punto en el que no se ha dejado de ser pero tampoco se es aún, logrando así el retrato de uno de los roles femeninos actuales de España (la población mayor de 60 años constituye 24% y va en aumento)

La Carne está musicalizada con piezas como el Liebestod de Isolda, de Wagner, a la que se refiere como “la música más majestuosamente erótica”, o el piano tranquilizador de Ludovico Einaudi. Y por si fuera poco —una experiencia que encontré deliciosa—, de manera paralela a su trama, va armando —al igual que la protagonista— una muestra de escritores malditos que se despliega con una estructura en espiral, introduciendo al lector cada vez más profundamente en sus  vidas: “un viaje a los extremos del ser, que sólo se consigue hacer si uno baja muy al fondo de uno mismo”.

Según los críticos La Carne es la novela más personal y libre de la autora. Sin duda, Montero tiene un gran sentido del humor y una enorme capacidad para emocionar, retratar y narrar. Y aunque el final me pareció chocante con sus juegos de metaficción, recomiendo leerla y me abstengo de hacer más comentarios dejando que cada uno viva en La Carne propia su experiencia.

 

Mariel Turrent Eggleton (México, D. F., 1967). Ha publicado los libros “Desde adentro” (aforismos) y “Cajón de muertes y amores” (cuentos), y “La jornada del viento” y “Desnudeces de agua” (poemas). Obtuvo el primer lugar en el segundo Concurso de Cuento Juan Domingo Argüelles (1999). Correo electrónico: marielturrent@gmail.com

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Reseña publicada en Tropo 12, Nueva Época, 2017.

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