Héctor Hernández
Un viejo cuento narra cómo un padre luchaba contra la
pereza de su hijo pequeño que no quería nunca madrugar. Un día llegó
muy temprano por la mañana, lo despertó, el chico estaba tapado en la cama,
y le dijo: “Mira, por haberme levantado temprano he encontrado esta
cartera llena de dinero en el camino”. El chico tapándose le contestó
“más madrugó el que la perdió”. La pereza
siempre encuentra excusas.
Fernando Savater.
A través de la historia se han expresado tantas opiniones acerca de la pereza, que daría pereza tener que analizar todo lo escrito sobre el tema. Sin embargo, la mayoría de lo que se ha expresado suele asociar la pereza con alguna consecuencia negativa. Por ejemplo, con la pobreza (“La pereza viaja tan despacio que la pobreza no tarda en alcanzarla.” Benjamín Franklin), con el fracaso (“El fracaso no es nuestro único castigo por la pereza; está, también, el éxito de los demás.” Jules Renard), con el vicio (“la ociosidad es la madre de todos los vicios” aunque hay quien ha dicho que es más bien “el vicio de todas las madres”) y con los problemas en general. De hecho, la pereza es considerada uno de los siete pecados capitales (aquellos pecados que dan origen a otros pecados o vicios).
En general, la pereza ha sido considerada una característica negativa que se debe evitar o combatir, aunque nos suceda lo que a Tristan Bernard: “Paso mi tiempo en combatir valientemente mi pereza, pero cuando la he vencido estoy tan fatigado, tan fatigado, que ya no tengo ánimos de trabajar”.
Sin embargo, ha habido un número reducido de autores que ha intentado defender la pereza. Quizás el texto más elocuente para defenderla sería una hoja en blanco, pero si se decide expresar pereza de esa forma, dejar varias páginas en blanco podría indicar una pereza más intensa. O quizás un libro completo en blanco, un libro así podría resolver el conflicto que afrontó Carlos Fisas: “yo mismo sería capaz de escribir un gran libro en favor de la pereza si no fuese que tengo pereza de hacerlo”.
Pero ¿por qué alguien querría defender la pereza? Bueno, por una parte, como observa Fisas, si por pereza se dejan de cometer los demás pecados, la pereza no sería un pecado tan grande. Por otra parte, la pereza se opone al trabajo y algunos concuerdan con Cantinflas en que: “Algo malo debe tener el trabajo porque, si no, los ricos lo habrían acaparado”. Además, parece que hay una inclinación natural a evitar el trabajo: “El hombre no está hecho para el trabajo. Si no, no se cansaría tan pronto” —dijo Tino Rossi. Y que esta tendencia es general parece ser el núcleo de la siguiente expresión: “Las pirámides son el mejor ejemplo de que, en cualquier tiempo y lugar, los obreros tienden a trabajar menos.” Y en resumen, se ha dicho que el trabajo es tan feo que hasta pagan por hacerlo. Pero entonces ¿debemos ser perezosos o no?
El periodista franco-cubano Paul Lafargue, yerno de Karl Marx, estando en una prisión francesa en 1883 inicia El derecho a la pereza así:
“Seamos perezosos en todas las cosas, excepto al amar y al beber, excepto al ser perezosos”. Lessing
”Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista. Esta locura trae como resultado las miserias individuales y sociales que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad. Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos. En vez de reaccionar contra esta aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas han sacralizado el trabajo.”
Después Lafargue argumenta que en el cristianismo se apoya la pereza: “Cristo, en su sermón de la montaña, predicó la pereza: “Miren cómo crecen los lirios en los campos; ellos no trabajan ni hilan, y sin embargo, yo les digo: Salomón, en toda su gloria, no estuvo nunca tan brillantemente vestido”. Después añade que Dios “dio a sus adoradores el supremo ejemplo de la pereza ideal; después de seis días de trabajo, descansó por toda la eternidad.” (Lafargue, 1883).
Sin embargo, esta no es una evidencia sólida, ya que Cristo también dijo: “Mi Padre sigue trabajando, y yo también trabajo.” (Juan 5: 17). Quizás porque Lafargue no era cristiano no tomó en cuenta que la Biblia suele contener numerosas expresiones en las que se condena la pereza: “No sean nunca perezosos, más bien trabajen con esmero y sirvan al Señor con entusiasmo.” (Romanos 12:11); “quien no quiera trabajar tampoco tiene derecho a comer.” (2 Tesalonicenses 3:10). De hecho, un proverbio clásico dice: “Anda a ver a la hormiga, perezoso; fíjate en lo que hace, y aprende la lección.” (El problema es que a un auténtico perezoso incluso ir a ver a la hormiga le podría dar pereza).
Además, el propio Lafargue en el último párrafo de su texto presenta a Cristo como un doliente esclavo trabajador: “Como Cristo, doliente personificación de la esclavitud antigua, los hombres, las mujeres y los niños del Proletariado suben penosamente desde hace un siglo por el duro calvario del dolor; desde hace un siglo el trabajo forzado destroza sus huesos, mortifica sus carnes, atormenta sus músculos; desde hace un siglo, el hambre retuerce sus entrañas y alucina sus cerebros…”
No obstante, debo admitir que este es el argumento más débil que presenta Lafargue en su obra; los demás son más interesantes y mejor fundados. Así que vale la pena leer la obra de este pensador, quien aceleró su descanso permanente llevando a cabo su plan de suicidarse, a la edad de 69 años, junto con su esposa Laura Marx.
En 1932 Bertrand Russell escribió sus propios argumentos en favor de la pereza en Elogio de la ociosidad en el que comenta lo siguiente: “Todo el mundo conoce la historia del viajero que vio en Nápoles doce mendigos tumbados al sol (era antes de la época de Mussolini) y ofreció una lira al más perezoso de todos. Once de ellos se levantaron de un salto para reclamarla, así que se la dio al duodécimo. […] Espero que, después de leer las páginas que siguen, los dirigentes de la Asociación Cristiana de jóvenes emprendan una campaña para inducir a los jóvenes a no hacer nada. Si es así, no habré vivido en vano.” (Russell, 1932).
Russell argumenta que una disminución organizada del trabajo es lo que lleva a la felicidad y la prosperidad. Los adelantos tecnológicos permiten al hombre disfrutar de mayor tiempo libre ahora, tiempo que antes solo tenían unos cuantos privilegiados. Dice: “El tiempo libre es esencial para la civilización, y, en épocas pasadas, sólo el trabajo de la mayoría hacía posible el tiempo libre de la minoría. Pero el trabajo era valioso, no porque el trabajo en sí fuera bueno, sino porque el ocio es bueno. Y con la técnica moderna sería posible distribuir justamente el ocio, sin menoscabo para la civilización.” (Russell, 1932)
En realidad, la raíz de por qué hay opiniones tan contrarias en torno a la pereza y el trabajo es que existe una confusión de lo que significa “pereza” y “trabajo”. ¿Qué es la pereza? “La pereza no es más que el hábito de descansar antes de estar cansado” —dijo Jules Renard. Pero esta no es una definición, sino una opinión y si dejamos el significado en manos de la opinión, no tendremos mucho avance porque se suelen usar los términos a conveniencia. Por ejemplo, se ha dicho que al cansancio se le llama agotamiento si nos pasa a nosotros y pereza si les pasa a los demás.
El DRAE define pereza así: “Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados.” (La palabra procede del adjetivo piger que significa “lento, tardío, torpe, pesado”). Esta definición arroja suficiente luz para poner de manifiesto varios vicios ocultos en la discusión. Nótese que la pereza no es solo falta de ganas por hacer alguna actividad, sino que tal actividad deber ser parte de nuestras obligaciones. ¿Es nuestra obligación pecar o ser perezosos? Si no, entonces por definición no podemos ser perezosos para pecar ni para ser perezosos como dijeron Fisas y Lessing, pero sí se puede ser perezoso para cumplir ciertas obligaciones como las de trabajar o estudiar. Alejandro Tomassini Bassols distingue la pereza de la desidia y de la indolencia en su libro Pecados capitales y filosofía:
“La desidia consiste básicamente en un hacer las cosas con total falta de interés en ellas, de mala gana, como tratando de no hacerlas. La indolencia es, como el término mismo lo indica, un no sentirse afectado por lo que sucede y, por consiguiente, un indolente es aquel que no se esfuerza por nada porque nada le importa y en esa misma medida se traslapa con un perezoso. Pero no son lo mismo. Dicho de otro modo, todo perezoso tiende a ser desidioso e indolente, pero la inversa no vale”. (Tomassini, 2012, p. 107).
Así que, efectivamente, la pereza fácilmente puede llevar a otros vicios o a consecuencias graves, por lo que no es extraño que la iglesia católica haya clasificado la pereza en el plano espiritual (a veces llamada acedia) como pecado capital. Sin embargo, actualmente el papa Francisco eliminó la pereza de los pecados capitales porque, en su opinión, “es, no solo inofensiva, sino beneficiosa.” La base para esta conclusión es que: “Gracias a la pereza se ha logrado el avance tecnológico que podemos disfrutar en la actualidad. Cada invento que facilita la vida del ser humano tiene origen en la pereza”.
Sin embargo, uno de los máximos inventores, Tomas Alva Edison, pensaba que los inventos tenían su raíz en el trabajo firme: “El genio es un diez por ciento de inspiración y un noventa por ciento de transpiración”.
En todo caso, una de las principales motivaciones de los avances tecnológicos podría ser reducir el esfuerzo y los recursos invertidos en el trabajo, pero eso no equivale a ser perezoso, porque no busca evitar la obligación de trabajar, sino solo hacerla en menos tiempo. De manera similar, lo que Paul Lafargue y Bertrand Russell defienden realmente no es la pereza, ni siquiera la ociosidad (el vicio de no trabajar), sino el ocio, es decir, el tiempo libre que se dispone para recreación o distracción, el cual por ser libre, se distingue del tiempo dedicado al trabajo o a satisfacer las necesidades esenciales. Como dijo Woody Allen: “Hay que trabajar ocho horas y dormir ocho horas, pero no las mismas”.
El ocio entonces se distingue de la pereza en que abarca las actividades que se hacen por gusto en el tiempo libre (después de haber cumplido con las obligaciones), mientras que la pereza se manifiesta en el tiempo en que se debería estar atendiendo las obligaciones. Los antiguos romanos contraponían el ocio y el negocio. El negocio se hace por dinero o buscando alguna utilidad, mientras que el ocio se hace por placer o diversión, no por necesidad u obligación. Por eso, si alguien ve su trabajo como una lucha, lo presupone como un enemigo a quien hay que vencer y eliminar. No obstante, si alguien logra disfrutar de su trabajo o hallar satisfacción en la realización de sus obligaciones entonces será más feliz y productivo, sin riesgo de ser perezoso. Y si además puede disponer de más tiempo libre, podría suceder el ideal de Bertrand Russell: las personas comunes, al tener una vida feliz, serán más bondadosas y menos inoportunas, y el buen carácter florecerá porque “el buen carácter es la consecuencia de la tranquilidad y la seguridad, no de una vida de ardua lucha.”
Héctor Hernández (México, D. F.) Licenciado en Actuaría y Matemáticas, doctor en Filosofía de la Ciencia y doctor en Educación. Actualmente es jefe del departamento de Desarrollo Humano en la Universidad del Caribe.
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Imagen tomada de arteiconografía.com. Obra: Acidia (sacada del Tratado de Iconología de Cesare Ripa).
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Ensayo publicado en Tropo 12, Nueva Época, 2017.