Héctor Hernández
Tim (de unos 6 años de edad), mientras se encontraba activamente
dedicado a lamer una olla, preguntó: “Papá, ¿cómo podemos estar seguros
de que no todo es un sueño?” Algo confundido el padre de Tim le dijo que no lo sabía
y le preguntó cómo pensaba que podíamos saberlo. Después de lamer un poco más la olla,
Tim contestó: “Bien, no creo que todo sea un sueño, porque en un sueño,
la gente no andaría preguntando si era un sueño”.
Garet Matthews.
“Pienso, luego, existo” es la traducción de la expresión latina “cogito ergo sum” que suele citarse de la obra del siglo XVII Meditaciones Metafísicas escrita por el filósofo francés René Descartes, aunque aparece en forma más nítida en su posterior obra, escrita en latín en 1644, Los Principios de la Filosofía. (Sin embargo, se han encontrado planteamientos similares en otros autores antes).
El término “luego” puede conducir a confusión porque en la vida ordinaria suele usarse como sinónimo de “después”, por ejemplo, “Se cayó, luego se levantó” indica que se levantó después de haberse caído. Pero el término “luego” que aparece en la expresión “pienso, luego, existo” no significa “después” porque, si así fuera, la frase estaría afirmando que solo existo después de que pienso, es decir, que primero pienso y después existo; pero si yo no existía antes de pensar ¿cómo es que pude pensar?
Más bien, en la expresión “Pienso, luego, existo” el término “luego” significa “por lo tanto”. En una primera aproximación a la frase, se podría reflexionar que del hecho de que pienso se deduce que existo, porque si yo no existiera no podría hacer actividad alguna, en particular, no podría pensar. Así que sin duda es correcto el argumento: “Puesto que pienso, se concluye que existo”, o en su forma más conocida: “Pienso, por lo tanto, existo”. Sin embargo, si ese fuera todo el valor del argumento, no sería muy interesante, pues lo mismo se podría sostener con muchos otros verbos menos elegantes, por ejemplo: Desayuno, por lo tanto, existo; Duermo, por lo tanto, existo.
Sin embargo, el cogito (una forma abreviada de referirse a la expresión “pienso, por lo tanto, existo”) encierra algo más profundo y distinto que inferir la mera existencia a partir de realizar una actividad. Para entenderla se requiere explorar algunas de las reflexiones de Descartes presentadas en sus primeras meditaciones.
Descartes se dio cuenta de que durante su vida había admitido muchas opiniones falsas como si fueran verdaderas, de modo que no podía confiar ciegamente en lo que otros dicen que es cierto, pues sin importar su experiencia siempre hay el riesgo de que digan algo falso. Para asegurarse de encontrar una verdad fundamental firme, si la había, adoptó el criterio de que todo lo que dejara lugar a dudas quedaría descartado, como si fuera falso, y solo aceptaría lo que es indudablemente cierto para que, sobre esos cimientos sólidos, se pudieran edificar otras conclusiones verdaderas. (Este método se conoce como la duda hiperbólica, la duda sistemática o duda metódica; se trata de dudar de todo lo que sea posible, cuestionando sus fundamentos, para encontrar ulteriormente una verdad fundamental que sobreviva a cualquier duda imaginable, o bien para asegurarse de una vez por todas que todo es digno de duda).
¿Qué afirmaciones podemos encontrar que son seguramente ciertas? Se podría pensar en un ejemplo como “en este momento hay una mesa frente a mí”. Sin embargo, normalmente la razón por la que creo que hay una mesa enfrente es porque la veo y la puedo tocar, es decir, mis sentidos de la vista y del tacto me lo indican, pero cuidado: muchas veces los sentidos nos engañan. Descartes presenta algunos ejemplos: “cuando introduzco un palo en el agua y parece quebrado, o cuando una torre me parece redonda en la lejanía y al acercarme observo que era cuadrada, y situaciones semejantes”. No es prudente fiarse de los sentidos para el objetivo de encontrar una verdad indudable, ya que nos han engañado en por lo menos alguna ocasión, y en cada caso no podría yo estar seguro de que esta ocasión en particular no es una de esas en las que estoy siendo engañado.
Sin embargo, podría parecer exagerado dudar de todo lo que percibo por los sentidos, ya que me parece evidente que estoy aquí, en un lugar donde hay una mesa, sentado en una silla, escribiendo un texto, con varias personas a mi alrededor que podrían verificar la existencia de estas cosas si se les preguntara; pero ¿en realidad puedo estar seguro de que todo esto existe? ¿Cuántas veces he tenido la misma convicción de que estoy con varias personas en un lugar donde veo con claridad diversos objetos cuando en realidad estoy yo solo, soñando en mi cama y creando en mi mente objetos que me parecen muy reales, pero que, al despertarme, he comprendido que eran solo un sueño? La incapacidad de distinguir el sueño de la vigilia, por exagerado que parezca, me conduce a dudar, no sólo de lo que percibo por los sentidos, sino también de lo que pienso que percibo. Así que, nuevamente, no puedo estar seguro de que estoy aquí, en un lugar donde hay una mesa y una silla, entre otros objetos; pues podría estar soñando en un lugar donde solo hay una cama. La gente a veces dice: “pellízcame para saber que no estoy soñando”, pero podría estar soñando que la pellizcan, así que no es una guía fiable para distinguir el sueño de la realidad.
Por otra parte, es razonable pensar que, en última instancia, los objetos que represento en mis sueños, o al menos los elementos que los componen, los he visto antes del algún modo en la realidad y por eso puedo construirlos al soñar. Así que puede haber ciertos elementos que tienen en común las cosas, ya sea percibidas o soñadas, que den lugar a verdades que no dependen de si el objeto existe o no en la naturaleza. Por ejemplo, un triángulo, soñado o real, no tendrá más de tres lados y la suma de 1 más 1 es igual siempre a 2, sea en el sueño o en la realidad. Así que parece haber ciertos conocimientos matemáticos de los que no se puede dudar.
No obstante, Descartes plantea la siguiente posibilidad, ¿no es verdad que a veces nos equivocamos en una operación matemática creyendo un resultado que no es el correcto? Si al Dios que nos ha creado no le ha parecido suficientemente malo permitir que nos equivoquemos algunas veces, ¿cómo podemos estar seguros de que no permite que nos engañemos cada vez que hacemos sumas o que contamos los lados de un triángulo? Si se acepta esta posibilidad, incluso nuestros resultados matemáticos serían dudosos. En caso de que esta posibilidad sea inadmisible para alguien, ya sea por ser ateo o por creer en un Dios que es incapaz de tolerar tal engaño, Descartes plantea otras opciones que conducen a la misma duda: es posible que me engañe constantemente por mi propia imperfección, o que exista un genio maligno, poderoso y muy astuto, que esté interviniendo siempre en mis operaciones mentales de tal forma que haga que me equivoque continuamente, de modo que yo esté siempre engañado. Ya que no podemos eliminar estas posibilidades, hasta ahora no hemos podido encontrar una sola verdad que sea segura e indudable. ¿Será que la única verdad segura es que no existen verdades seguras?
Ya que puedo dudar de la existencia del mundo, del cielo, de la tierra y de los cuerpos en general, ¿acaso no puedo dudar también de mi propia existencia? Por sorprendente que parezca, en realidad no. Puedo dudar de la realidad de lo que percibo por medio de mis sentidos porque mi percepción podría estar distorsionada (un lápiz dentro de un vaso con agua lo percibo quebrado pero no lo está), puedo dudar incluso de que esté percibiendo algo con mis sentidos sin importar cuán vívida pueda parecer la experiencia que me induce a creer eso (puedo pensar que estoy viendo una mesa frente a mí cuando en realidad tengo los ojos cerrados y estoy soñando que la veo), puedo dudar de la conclusión que resulta de una operación mental como el resultado de una suma (podría estar cometiendo un error sistemáticamente sin darme cuenta, ya sea por mi propia imperfección o por la obra de un engañador poderoso), pero no puedo dudar de que dudo mientras estoy dudando porque si dudo de que dudo, entonces al final de cuentas dudo de algo. Pero si dudo, entonces pienso, porque el dudar es un tipo particular de actividad del pensamiento que percibo directamente. Y si pienso, entonces existo, porque no podría pensar sin existir. Por consiguiente, sea que piense bien o defectuosamente, sea que lo haga en un sueño o en la realidad, sea que lo haga erróneamente, engañado por un genio maligno, o lo haga correctamente; “si pienso, entonces existo”, por lo menos durante el tiempo que estoy pensando.
Esto no significa que “si no pienso, no existo”, puedo no pensar y seguir existiendo, pero en ese caso mi existencia no está garantizada, mientras que cada vez que estoy pensando automáticamente verifico mi existencia, mi actividad de pensar revela en forma nítida que estoy presente en la realidad, lo genuino de mi existencia se me presenta mediante la aguda penetración introspectiva de mi pensamiento. Por eso es muy distinto afirmar “si pienso, entonces existo” que “si no pienso, entonces no existo”. Esta última expresión no es una verdad indudable como la primera, más bien es errónea y no procede de Descartes, aunque varios autores se la han atribuido debido a una mala interpretación de sus pensamientos. Algunos han sostenido que el error de Descartes es sostener que para existir es necesario pensar, pero su tesis es más bien que la existencia del pensamiento presupone la existencia de un ente pensante.
Algunos han sostenido que para que se siga la conclusión de que existo se requiere de una premisa adicional que afirme “todo lo que piensa existe”, pero ¿por qué tendría que requerirse? Para que sea verdadera la afirmación de que “tengo dinero, por lo tanto, compraré un helado” no se requiere que sea verdad que “todos los que tienen dinero compran helado”, pues no estoy hablando de todos, ni siquiera de algunos, solo estoy hablando de mi dinero y de mi gusto por el helado. De manera similar, Descartes no está hablando de todo lo que piensa, solo está hablando de él mismo, el yo, como un sujeto o ente capaz de pensar. De hecho, en El Discurso del Método dice:
“Trato de reformar mis pensamientos, sólo los míos; mi propósito es el de levantar el edificio de mis ideas y de mis creencias sobre un cimiento exclusivamente mío.”
Descartes no presenta el cogito en segunda persona (“tú piensas, por lo tanto, existes”) ni en tercera persona (“esa persona piensa, por lo tanto, esa persona existe”) porque no puede estar seguro de que otra persona piense. Cuando está pensando puede percibir directamente que piensa de una forma inequívoca porque tiene una conexión directa e ilimitada con las operaciones de su mente, pero no tiene acceso directo a la experiencia mental de otros, el otro podría ser producto de su imaginación o comportarse como un ente pensante sin pensar realmente, por eso él puede dudar de la existencia del resto de los entes incluyendo su propio cuerpo material. Dice: “desde la ventana, veo pasar unos hombres por la calle: y digo que veo hombres, como cuando digo que veo cera; sin embargo, lo que en realidad veo son sombreros y capas, que muy bien podrían ocultar meros autómatas, movidos por resortes.” Así que la verdad del cogito no requiere siquiera que existan otros seres pensantes, menos aún requiere una premisa que afirme que “todo lo que piensa existe”. Y de hecho esa premisa no ayudaría a construir la verdad incuestionable que buscaba Descartes porque sería muy difícil de verificar y por consiguiente también sería de carácter dudoso y cuestionable a la luz del método de la duda sistemática que estaba utilizando para evaluar las distintas opiniones.
Otra objeción que algunos han hecho es que ciertos personajes de ficción, aunque piensan no existen. Por ejemplo, Sherlock Holmes se la pasa pensando, pero no hay un Sherlock en la vida real. Esta objeción, como la gran mayoría de las que se han levantado contra el cogito, es fruto de una confusión. Sherlock Holmes no realiza el acto de pensar en la vida real, sino solo en el mundo de ficción en donde vive y, en ese mundo, sí existe. Por otra parte, si alguien insiste en que sí piensa en la vida real, quizás porque sus “pensamientos” están accesibles a nosotros, a pesar de que dice y hace solo lo que le “dictan” sus creadores, tendríamos que admitir que, en ese sentido, también “existe” en la vida real, como un conocido personaje de ficción, al cual conocemos mediante diversos medios. En cualquiera de los casos, no hay contra-ejemplo al cogito cartesiano.
Descartes logra partir de una verdad firme y segura basada en la intuición de que cuando está presente un acto mental, cuando piensa, no es posible estar equivocado en que está pensando, y a partir de esa vivencia se acredita su propia existencia. “Pensar” es una acción que concibo muy clara y distintamente por lo que de ella tengo mucha más certeza que de otras acciones, como “comer” o “caminar”, ya que puedo pensar que como sin comer, o puedo pensar que camino sin caminar, pero no puedo pensar que pienso sin pensar. Por eso la expresión, “pienso, por tanto, existo” es muy distinta a una afirmación como “desayuno, por tanto, existo”, ya que ésta última no parte de algo indudable, sino de una actividad que podría estar solo imaginando o soñando, mientras que “pensar” es una actividad que sigue siendo genuina aún si la hago solo en un sueño o la realizo imperfectamente. Puede ser que los objetos de mi pensamiento no tengan existencia, por ejemplo, puede que piense que me voy a comer una manzana que no existe, o que voy a abrazar a una persona que está ausente en este momento, pero lo que no es posible es que, yo, el que tiene ese pensamiento no exista. Incluso si estoy siendo engañado, tengo que existir como víctima del engaño.
En el acto de pensar me descubro a mí mismo como un ente pensante efectivo que ya no puede ocultar su existencia tras el velo de la inactividad mental. No es que yo no exista durante el tiempo que no pienso, sino que no puedo manifestar una evidencia clara de que existo, las aparentes manifestaciones de mí existencia dejarían lugar a dudas (creo que veo mi mano moviéndose, pero puede ser una ilusión, creo que oigo mi propia voz, pero puede ser un sueño, etc.) y así, cabe la posibilidad de que deje de existir cuando dejo de pensar, pero no cuando todavía estoy pensando. Es más dudosa la existencia de mi cuerpo que de mi mente, pues los miembros de mi cuerpo podrían ser producto de mi imaginación y lo que percibo por medio de mis sentidos es derivado y obscuro, pero lo que accede a mi mente es claro y distinto. Así, mi mente es una ventana privilegiada que me permite acceder a la realidad de mi existencia de una forma inmediata y evidente, en una forma más directa y clara que por los sentidos u otros medios concebibles que no son parte de mi esencia. Por consiguiente, “pienso, por tanto, existo” es una verdad firme y segura, tan evidente por sí misma que me impide dudar de ella, pero que fue alcanzada tras recorrer un largo camino de duda metódica.
En resumen, yo puedo tener la impresión de que “desayuno” cuando solo estoy soñando que lo hago y así estar engañado, por eso si afirmara “desayuno, por lo tanto, existo”, estaría partiendo de una premisa que no puedo garantizar que es verdadera, y así, aunque se infiera mi existencia, sería más dudosa la premisa que la conclusión por lo que la premisa no sería un punto de partida fiable, sólido o incuestionable. Pero para que yo tenga la impresión de que pienso, necesito pensar. Por eso me basta con tener esa impresión para estar seguro de que pienso, y esa impresión la puedo tener directamente sin intervención de mis sentidos. Así que no es necesario, al menos en principio, tener sentidos o cuerpo físico para pensar. En otras palabras, creer firmemente que estoy desayunando no me garantiza que realmente lo esté haciendo, pero si creo que estoy pensando, aunque ese pensamiento consista solo en estar dudando, eso es suficiente para garantizar que pienso, y si pienso, es imposible que mientras lo hago, no exista. El cogito se basa en la idea de que el acto de pensar exhibe la indubitabilidad de mi ser, señala la pureza y transparencia con la que puedo ser inmediatamente consiente de mi acto de pensar porque lo capto directamente, a diferencia de las creencias que adquirimos por los sentidos que pueden ser turbias e indirectas. Así que después de poner en duda la existencia de todo, Descartes llegó a una verdad de la que no puede dudarse: “Pienso, luego, existo”. Al dirigir nuestra mirada mental contemplativa hacia nuestra propia mente y develar en cada uno la verdad del cogito, podemos aceptar con suficiente evidencia que existimos como seres pensantes y a partir de allí inferir la existencia de otras cosas y obtener otras verdades evaluadas y siempre tutoradas por el riguroso juicio de la razón.
“Pienso, luego existo” resulta ser el punto de partida de un camino trazado en tierra firme en busca del verdadero conocimiento del mundo una vez que la duda férrea identificó y descartó las arenas movedizas de las opiniones dudosas resguardadas en las apariencias. Así fue como Descartes superó un período de incertidumbre y escepticismo y abrió paso a una nueva luz de esperanza de encontrar la verdad fundada en el poder de la razón.
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Estatua de René Descartes. Escultor Conde Alfred Emilie OHara. Imagen tomada de statues.vanderkrogt.net
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Ensayo publicado en Tropo 11, Nueva Época, 2016.