Pueblos indígenas y globalización

Miguel León-Portilla (1926-2019)

 

A un año de la conmemoración del Quinto Centenario de la Conquista de México, y aplacado el debate generado por la polémica petición de disculpa a España por parte del actual gobierno de nuestro país, resulta pertinente regresar a la mesura intelectual y a la contextualización histórica del problema indígena. Conveniente entonces será releer la conferencia magistral que Miguel León-Portilla ofreció en el “Encuentro Continental de Escritores en Lenguas Indígenas” celebrado en Quintana Roo en el año 2000. Recuperamos para nuestros lectores ese valioso texto del historiador recientemente fallecido, el más prestigiado investigador de nuestras culturas indígenas, y uno de nuestros últimos sabios.

 

 

Ofrece la historia múltiples testimonios de procesos que, al menos en determinados aspectos, se muestran como de alcances globalizadores. Decir globalizadores significa que en la intención de quienes han impulsado tales procesos, se busca homogeneizar, hasta donde es posible, comportamientos o creencias, instituciones que pueden ser políticas, sociales, económicas, religiosas y también de otros géneros y, aun a veces, la suma de todo esto.

Ejemplo de un procesos de alcances globalizadores fue el que trajo consigo la expansión del Imperio Romano. Por obra de tal proceso, se impuso la lengua latina y se implantaron en muchos lugares de Europa las instituciones romanas. Otro proceso, también globalizante, lo desató el cristianismo. Postuló que fuera de tal religión no había salvación. El que el cristianismo se autonombrara “religión católica”, es decir, universal, confirma su intención de abarcar a todos los seres humanos. Tal interés explica que los cristianos se hayan preocupado por hacer conversos, enviando misioneros a los cuatro rumbos del mundo.

Parecidos afanes en busca de una universal aceptación de determinadas creencias, no ha sido exclusivos del cristianismo. Los seguidores de Mahoma han querido también convertir al mayor número posible de gentes a la fe del Islam. En tiempos modernos se han desarrollado otros varios y muy intensos procesos globalizantes. Uno ha sido el de quienes, persuadidos de la que han tenido como verdad científica, la concepción materialista de la historia, han luchado por difundir e implantar en todas partes el marxismo. Tienen ellos por verdad que el socialismo traerá la justicia y la felicidad para todos los hombres en la tierra.

La lista de los procesos globalizadores puede sin duda alargarse. Bastará con mencionar que en la actualidad, por intereses sobre todo económicos, se introducen por todas partes nuevas tecnologías que de continuo están renovando. A esto se suman formas de pensar y de actuar que han sido descritas como neoliberalismo, dirigidas a suprimir cualquier barrera que detenga o impida el libre tránsito de capitales y de cualquier producto, estableciendo sistemas de libre comercio que pretenden universalizare. La globalización se traduce en este caso en un proceso al parecer irrefrenable de mundialización de la economía, impulsado por grandes empresas transnacionales y por estados hegemónicos. Paralelamente con esto y muchas veces en estrecha relación con ello, la globalización conlleva fuerzas homogeneizantes que afectan la forma de concebir el mundo, creencias, sistemas políticos, sociales y económicos, instituciones, valores éticos, costumbres, modas y otros muchos aspectos de la realidad cultural.

En tiempos antiguos los sistemas de globalización se generaron casi siempre como consecuencia de variadas formas de conquistas. Sobresalen las conquistas armadas, seguidas de implantación de diversos sistemas de colonización.

Acompañantes de dichos procesos fueron las llamadas conquistas espirituales, realizadas por miembros de las religiones de los países colonizadores, empeñados en convertir a otros a sus creencias y prácticas. En la actualidad son cada vez más frecuentes las que se describen como “conquistas de mercados” que tienen como objetivo convencer a todos los posibles consumidores de la excelencia de determinados productos que se les presentan como indispensables. Los modernos medios de comunicación a escala mundial —la radio, la prensa, la televisión y, más recientemente, el Internet— propician la penetración de imágenes relacionadas con cuanto así se ofrece.

Los promotores de estos procesos globalizantes afectan de hecho el ser cultural no sólo de individuos sino de pueblos y países enteros. Los así afectados corren el peligro de dejar de ser lo que eran, bien sea por cambiar sus creencias y visión del mundo, sus formas de vida, o quedando subordinados a otras entidades sociales, económicas y aun políticas. En otras palabras, quienes se ven afectados por esos procesos de globalización corren el peligro de quedar subsumidos, no siendo ya ellos los que construyen y reconstruyen sus identidades, sino otros los que pretenden forjarlas a imagen y semejanza de sí mismos.

 

Globalizaciones

positivas y negativas

 

¿Significa todo esto que la globalización, que hoy se nos presenta como una realidad insoslayable, es necesariamente negativa? La respuesta es que tal aseveración es falsa. Daré algunos ejemplos de las que llamaré formas de globalización positiva. Entre ellas sobresalen las que han llevado a universalizar y hacer que casi todos en el mundo acepten determinados conceptos, doctrinas y principios. Un caso lo tenemos en la declaración y reconocimiento universales de los derechos humanos. El enunciado de ellos se formuló inicialmente por la Revolución Francesa y en forma completa por la Organización de las Naciones Unidas en 1948. Esta declaración universal condenó y desvaneció para siempre concepciones como la de la esclavitud, el racismo y cualquier forma de discriminación. Otro caso de globalización positiva de un principio fundamental, con más años de antigüedad, es el que dejó asentado que la fuente de toda autoridad emana del pueblo y no de un supuesto derecho divino en virtud del cual se decía que gobernaban los reyes.

Tales globalizaciones o universalizaciones de principios son desde luego positivas. Y también lo son, aunque con eventuales riesgos, las que han llevado a la difusión de muchos descubrimientos científicos y técnicos. Entre otros están, por ejemplo, la electricidad, el motor de combustión interna, la radio, la telefonía, el correo electrónico, así como una gran variedad de medios de transporte como el ferrocarril, los automóviles y los aviones. Todo esto ha sido aceptado universalmente y ha cambiado la faz del mundo y la existencia de quienes en él vivimos.

Resulta así que —como el colesterol de alta y de baja densidad que se encuentra en la sangre— la globalización también puede ser favorable y dañina. Ya he aducido ejemplos de procesos indudablemente negativos y de otros positivos. Ahora bien, entre los procesos globalizadores que pueden considerarse más riesgosos sobresalen los que, de una u otra forma, tienden a arrasar las diferencias culturales de pueblos y aun de naciones enteras. El fenómeno en realidad no es nuevo. Pueden recordarse casos que se han dado en varios países europeos y que han tenido como postulado, implícito o explícito, la idea de que el Estado y nación son equivalentes. En otras palabras, partiendo de un centralismo cultural y político, se ha buscado en esos países unificar, homogeneizando a todos los pueblos que integran al país. Ello puede ocurrir, por ejemplo, cuando existen en él grupos o pueblos de lengua, religión diferente, o por constituir étnicamente lo que se ha llamado “naciones” con usos, costumbres y conciencia histórica distintos.

Los casos específicos abundan. El imperio germánico trató de imponer una sola lengua a numerosos pueblos eslavos, a los húngaros y a otros. Igualmente intentó que se sometieran a instituciones políticas, sociales y económicas impuestas por dicho estado.

Otro tanto puede decirse de casos como los de Francia, España y Rusia. Allí hubo en diversos tiempos, verdaderas persecuciones por motivos de carácter religioso o lingüístico. La unidad en dichas materias se consideró esencial para la integración del Estado. Así, en España, se persiguió a los judíos, a los musulmanes y luego a los protestantes. Además se postergó y aun prohibió el empleo del catalán, el vascuence y el gallego. En Francia ocurrió algo parecido con los protestantes y con los hablantes del bretón, el vascuence y otras lenguas vernáculas. Rusia, en un afán paneslávico, primero con los zares y después con los comunistas, también buscó la homogeneización lingüística, y de formas de organización social, política y económica, imponiendo primero la religión cristiano-ortodoxa y después el marxismo.

 

El caso de los indígenas del Nuevo Mundo

 

Consumada la conquista o invasión de las varias regiones de América, sus distintas poblaciones nativas se vieron sometidas a procesos no solo de explotación por parte de sus nuevos señores sino también a imposición dirigida a cambiar sus formas de vida. La corona española y la iglesia católica aunaron esfuerzos para hacer de los indígenas súbditos obedientes y útiles al rey, y a la vez cristianos fieles y observantes de todos los mandamientos de la ley de Dios.

Tales propósitos desencadenaron procesos globalizadores que buscaron la asimilación de los amerindios, suprimiendo a la vez sus antiguas creencias y prácticas religiosas, consideradas como idolátricas e inspiradas por el demonio. Dicha asimilación implicó además someter a los indígenas al régimen jurídico español, adaptado muchas veces a las circunstancias prevalentes en la tierra conquistada y para beneficio de la Corona como de muchos de los descendientes de los conquistadores, de los oficiales reales y de los cada vez más numerosos colonos llegados de España.

En contraparte, desde un principio los reyes católicos, Fernando e Isabel, y luego el emperador Carlos y su hijo Felipe, se preocuparon seriamente por la que consideraban era un doble obligación suya. Comprendía ésta, por una parte, contribuir a la conversión al cristianismo de los indígenas y, por la otra, velar porque se los tratara como súbditos suyos con justicia y aún con mayor benignidad dada su condición de vencidos e indefensos. A ellos se debieron las primeras “leyes de Indias” expedidas para la protección de los indígenas.

Varios eclesiásticos, sobre todo misioneros, miembros de las órdenes franciscana y dominica, pusieron también sus ojos en esto. Entre ellos hubo algunos que denunciaron, una y otra vez, incluso con gran vehemencia, los atropellos de que era víctimas los nativos. Sobresalieron el dominico fray Antón de Montesinos, el primero en levantar la voz en la isla Española para condenar las acciones de los encomenderos y demandar justicia. Más tarde en México y en España misma fray Bartolomé de las Casas, como ningún otro dejó oír su clamor en contra de os agravios, despojos y crímenes que se seguían cometiendo. Tanto él como fray Antón llegaron a presentarse ante el Emperador para manifestarle directamente lo que estaba ocurriendo en Santo Domingo, en la Nueva España y en general en las llamadas Indias. Otros defensores de los indios mexicanos merecen ser también mencionados. Ellos son los franciscanos Pedro de Gante, Toribio de Benavente Motolinía, Gerónimo de Mendieta y Bernardino de Sahagún. En el Perú sobresalió el dominico fray Domingo de Santo Tomás, que se preocupó además por preparar la primera gramática de la lengua quechua. Hubo incluso sacerdotes y obispos pertenecientes al clero secular que obraron de igual forma, como en el caso de don Vasco de Quiroga, el famoso “Tata Vasco” que se esforzó por hacer realidad entre los tarascos de Michoacán la utopía concebida por Tomás Moro.

¿Significa todo ello que el régimen colonial, o como se decía, de gobierno de los súbditos indígenas americanos, logró que fueran respetados los derechos de éstos, incluyendo los tocantes a la preservación de sus diferencias culturales? Cualquier respuesta que pueda darse a esta pregunta necesariamente debe matizarse con cuidado. Tan falso sería sostener que la preocupación de los soberanos, las leyes que emitieron y las denuncias y acciones de los frailes fueron letra muerta, como atribuirles haber logrado cuanto en la realidad buscaban.

 

La reacción de los indígenas

 

Importa considerar aquí otro elemento muchas veces no tomado en cuenta. Me refiero a la actitud de los indígenas mismos. Atenderé en especial a los que vivían en varios lugares de México. No se mantuvieron ellos pasivos, como con frecuencia se ha pensado. Numerosos documentos conservados en varios archivos —el General de la Nación en México, el de Indias, en Sevilla y otras ciudades y pueblos de la que se llamó la Nueva España— dan testimonio de lo que entonces ocurría. Existen miles de textos escritos por indígenas en la que era lingua franca en México, el náhuatl. Hay cartas dirigidas a autoridades locales, corregidores, miembros de la Audiencia, el Virrey, los obispos y el soberano mismo. Allí denuncian los agravios de que eran víctimas, ellos y sus comunidades, demandan justicia, piden restitución de tierras, solicitan la preservación de su antiguo régimen de gobierno, lo que llamaríamos su autonomía.

Desde luego que no todos esos escritos fueron respondidos favorablemente, aunque consta que en la mayoría de los casos llegaron a sus destinatarios y fueron considerados por ellos. Asimismo, consta que no pocos indígenas llegaron a conocer bastante bien las disposiciones jurídicas que tenían que ver con su propia situación y aprendieron a litigar y a triunfar en sus conflictos y juicios. Esto permitió que, en no pocos casos, determinados pueblos indígenas mantuvieran, entre otras cosas, las siguientes realidades de enorme importancia para ellos: al menos parte de sus territorios ancestrales; sus antiguas estructuras socio-políticas de los que llamaban altepetl, “pueblo” o nación, con connotaciones étnicas propias; sus lenguas, usos y costumbres y también, en ocasiones, moderación en las tasaciones de los tributos y servicios que debían proporcionar, bien será a la Corona o incluso a quienes, como los encomenderos, ejercían autoridad sobre ellos.

Hubo, sin embargo, un punto en que no existió tolerancia y menos aún condescendencia. Este fue el de su antigua religión y todo cuanto pareciera relacionado con ella como, por ejemplo, sus escuelas comunales de origen prehispánico. En esta materia, la Corona y la Iglesia fueron siempre inflexibles. A lo sumo hubo algunos frailes franciscanos que se hicieron de la vista gorda ante ciertas antiguas prácticas que se reactualizaban en diversas fiestas al modo indígena. Las persecuciones acérrimas en contra de las llamadas idolatrías, de las que existen muchos testimonios procedentes sobre todo de México y el Perú, muestran la dureza con que en esto se procedió. Para la Corona y la Iglesia no había más alternativa que la conversión de todos los indios al cristianismo o el castigo con penas muy severas a los que se negaban a aceptarlo y, con mayor fuerza, a los relapsos, considerados como apóstatas.

Indudablemente que las persecuciones de la idolatría afectaron muy hondo el ser cultural de los pueblos indígenas. Quedaron estos como descabezados, desaparecidos sus antiguos guías espirituales y vulnerada gravemente su arraigada visión del mundo.

En tales condiciones, los pueblos indígenas se debatieron a lo largo de tres siglos de dominación española. Esta puso en marcha procesos globalizadores dirigidos a asimilar a los indígenas a la cultura europeo-cristiana. Los factores que he enumerado —preocupación de los monarcas por salvaguardar la justicia, la intervención de algunos frailes y la defensa que de sí mismos hicieron los pueblos indígenas—, frenaron en muchos aspectos la fuerza de esos procesos globalizadores. En lo tocante a la conversión al cristianismo, la resistencia fue mucho más difícil. Sin embargo, como lo reconocieron y declararon varios eclesiásticos españoles, los indígenas lograron una especie de síntesis que algunos consideran fue un sincretismo, que les permitió conservar elementos claves de su milenaria visión del mundo y de determinadas creencias. Por otra parte, como ya vimos, su resistencia les permitió preservar, en muchos casos, las estructuras básicas de sus altepetl o pueblos, sus lenguas, usos y costumbres, parte de sus antiguos territorios y una autonomía reconocida en diversos grados por el régimen español.

 

Nuevas formas de globalización

en el país independiente

 

Podría suponerse tal vez que, al alcanzar México y los otros  países su independencia respecto de España, la situación de sus pueblos indígenas iba a cambiar favorablemente. En realidad sucedió lo contrario. En México y en el resto de los países del continente los nuevos gobiernos y muchas personas de la clase dominante llegaron a la conclusión de que había que suprimir para siempre la distinción entre indios y no indios. Todos deberían considerarse como iguales, sometidos a las mismas leyes y en posesión de una misma cultura y una misma lengua. En el caso de México así se declaró en la primera Constitución republicana en 1824.

La nueva realidad jurídica trajo consigo en la práctica el desamparo y marginación de los pueblos indígenas. Antes, en la época colonial, se había procedido en función de las leyes que reconocían la personalidad jurídica de las repúblicas de Indios, poseedores de territorios ancestrales, usos y costumbres propios, con sus lenguas y formas autonómicas de gobierno.

El arrinconamiento de los pueblos indígenas se agravó con las Leyes de Reforma y con la nueva Constitución de la República en 1857. En su artículo 27 se suprimió por completo la propiedad comunal. Concebido originalmente ese artículo para privar a la Iglesia y de modo más específico a las distintas corporaciones religiosas del considerable poder económico que tenían, afectó también a los pueblos y comunidades indígenas. Si desde 1824 los pueblos indígenas habían desaparecido como tales bajo la idea de una nueva pretendida homologación es decir de una globalización, en 1857 se dio otro paso sumamente adverso para ellos. Se pensó que, suprimiendo la propiedad comunal, considerada como una de las causas del atraso de los indios, se logaría su globalización en el contexto del proyecto nacional concebido para México. Este debía ser un país de cultura europea en el que las antiguas etnias debían quedar asimiladas. Puede decirse que con ellos se reafirmaron el régimen de las haciendas, el latifundismo y el comienzo de un rampante capitalismo liberal.

Irónico es en este contexto que en el fallido imperio de Maximiliano se abriera un resquicio legal a los pueblos indígenas. En efecto, Maximiliano expidió el 26 de junio de 1866 y luego el 16 de septiembre del mismo año dos decretos “sobre terrenos de comunidad y de repartimiento” y “acerca del fundo legal de los pueblos indígenas”. En uno y otro estableció procedimientos para que los pueblos indígenas recuperaran las tierras de que se habían visto privados. Digno de mención es que ambos decretos se publicaron en español y en náhuatl.

La plena restauración de la República invalidó, como es obvio, dichos decretos. El despojo y la marginación total de las comunidades indígenas perduraron hasta los años de la Revolución Mexicana.

Innegablemente, la disolución de no pocas repúblicas de indios, antiguos altepetl, condujo a la asimilación de sus miembros en el conjunto de la sociedad nacional, dando lugar al incremento de los mestizos y también al de los indios desarraigados. Quedaron ellos excluidos de sus antiguas comunidades y rechazados muchas veces como inferiores por aquellos mismos que habían puesto en marcha el proceso de globalización dirigido a su asimilación.

 

Los pueblos indígenas

y la Revolución Mexicana

 

Formularé una pregunta: ¿qué lugar se concedió en el ideario de la Revolución a los pueblos originarios? Siendo cierto que en ella participaron grandes contingentes de indios de varias regiones del país, sería falso afirmar que hayan desempeñado éstos un papel importante como caudillos en la lucha armada o como promotores de un nuevo proyecto de nación, concebida como pluriétnica o plurilingüística. Solo puede decirse que Emiliano Zapata y la lucha encabezada por él mantuvieron un ideario de reivindicaciones agrarias en favor de los grandes conglomerados campesinos que desde luego incluían a los pueblos indígenas.

La influencia de los zapatistas en el constituyente en que se discutió y redactó la nueva Carta Magna expedida en 1917, abrió un resquicio legal en favor de los indígenas. En el inciso 7° del nuevo artículo 27, sin emplear la palabra indígena o indio sino la más bien vaga de tribus, se legisló no precisamente en relación con los antiguos territorios de los pueblos indígenas sino acerca de la restitución y capacidad de disfrutar comunalmente de las tierras que antes les pertenecían.

La Revolución Mexicana, además de propiciar la restitución de tierra a los pueblos originarios, trajo también consigo un movimiento de exaltación de lo indígena. Pero éste se dirigió más a revaluar el legado prehispánico que a atender a los requerimientos de la realidad contemporánea. Lo indígena estuvo presente en el muralismo mexicano, en creaciones musicales, en novelas y en otras formas de producción de contenido histórico y artístico. También comenzaron a realizarse importantes exploraciones arqueológicas y a abrirse museos para exhibir los principales hallazgos. En lo que se conoció como indigenismo de inspiración antropológica, sobresalieron dos corrientes que, con matices, han tenido larga vigencia.

Una partió de la consideración de que los indígenas continuaban viviendo en situaciones precarias precisamente porque sus formas de cultura eran anacrónicas y no les permitían acceder a la modernidad que buscaba el país. Era necesario emprender acciones dirigidas a borrar la condición de los indios, identificada con la ausencia de desarrollo cultural y marginación. La clave se hallaba en asimilarlos o incorporarlos a la cultura de la gran mayoría de los mexicanos.

La otra corriente partió del reconocimiento de que México está constituido por un conjunto de pueblos con lenguas y culturas diferentes. Manuel Gamio fue quien principalmente dio impulso a esta corriente. Para Gamio había en el ser de México dos realidades que debía reconocerse y aceptarse como no excluyentes entre sí. Una era el hecho de que, a través de un continuado proceso de mestización sobre todo cultural, se había ido forjando el país. La otra realidad era que, no obstante esta mestización cultural que en diversos grados y formas había afectado incluso a los pueblos indígenas, perduraban éstos con sus grandes diferencias, confiriendo al país el carácter pluricultural y multilingüístico.

Concibió Gamio un proyecto de investigación con un enfoque integral. Como lo manifestó en La población del Valle de Teotihuacán (1922), su propósito fue conocer la diversidad cultural prevalente en México en varias regiones que podían tenerse como representativas de ello. A esto debía seguir la acción del Estado, dirigida a propiciar el desarrollo de los pueblos indígenas respetando sus diferencias culturales, formas de gobierno y lengua.

 

La situación actual

 

Nunca como en los últimos años se han dejado de sentir en el mundo fuerzas que parecen incontenibles y que tienden a difundir e imponer de forma global, valores, costumbres, sistemas económicos, formas de comunicación, tecnologías y concepciones del mundo en las que se privilegia la capacidad de enriquecimiento, el consumismo y el disfrute desmedido de cuanto da placer. De incontables maneras, como en un incesante bombardeo, las fuerzas que llevan a englobar este proceso a individuos, grupos sociales, pueblos, estados y naciones enteras, se presenta como algo que parece imposible frenar. El proceso o procesos de globalización, hay que repetirlo, son puestos en marcha por los países o el país más poderoso de la Tierra, en el que las corporaciones transnacionales tienen su sede principal y disponen de medios de comunicación masiva a escala mundial.

No solo los países menos desarrollados o más débiles en el contexto mundial son los que se ven afectados. Incluso las naciones europeas están hoy influidas por la escala de valores, sistemas económicos, técnicas, costumbres, modas, hábitos consumistas y otras muchas cosas que se generan en los Estados Unidos, país al cual el presidente Bill Clinton ha calificado como el único imprescindible en el mundo. Ahora bien, si esto ocurre con naciones enteras, ¿qué podría decirse de los pueblos indígenas marginados por tanto tiempo y, a todas luces, débiles y desposeídos? Esta misma pregunta vale no solo para los pueblos indígenas de México y del continente americano, sino para otros muchos de Asia, África y Oceanía. ¿Es su destino verse englobados por los procesos que he tratado de describir?

Ahora bien, en contraposición con lo que pueden traer consigo las fuerzas incontenibles de globalización, está el hecho de que no en pocos lugares de la Tierra los pueblos indígenas se muestran decididos a preservar sus identidades. Luchan ellos porque se reconozcan jurídicamente su autonomía, sus territorios, su cultura, el ejercicio de su propio derecho y la vigencia y cultivo de sus lenguas. Buscan, en suma, hacerse presentes y actuantes, con sus identidades, en la vida de sus correspondientes países. Esto, que puede sonar paradójico como contrapunto en un mundo globalizante, es realidad que aflora vigorosa. En el caso de México, desde varios años antes de que se hicieran oír las demandas de que han sido voceros quienes encabezan el movimiento zapatista que surgió en Chiapas el 1° de enero de 1994, había habido ya reuniones y aun congresos de pueblos indígenas. En ellos libremente se discutió la problemática por cuya solución se manifiestan dispuestos a luchar. Recordaré la celebración en Pátzcuaro, en 1975, del Primer Congreso Nacional de Indígenas al que concurrieron representantes de más de setenta grupos.

Lugar especial ocupó allí la demanda de autonomía y lo relativo a la propiedad comunal de la tierra, sin que dejara de mencionarse el derecho que debe amparar a sus territorios ancestrales. Quienes expusieron esto, insistieron en la necesidad de ser reconocidos como pueblos, tal como se ha enunciado en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo.

Frente a los procesos globalizantes, que aparecen como dirigidos a homogeneizar lo más significativo de la cultura de los distintos pueblos y naciones —diríamos que a “clorar” a los habitantes del planeta— a imagen y semejanza del poderoso, se yerguen los pueblos indígenas. Son ellos verdadero baluarte que ha resistido a través de siglos los intentos de ser conquistado, y absorbido por otros. Hoy, al erguirse, levantan su voz y demandan autonomía. Consideremos lo que ello significa.

En el caso de los pueblos indígenas de México, incluyendo a los que se han rebelado en el estado de Chiapas, está claro que no pretenden forma alguna de separatismo sino que se reconocen plenamente como integrantes del Estado mexicano. Lo que buscan es la recuperación y reconocimiento, en el ámbito jurídico, de su personalidad como pueblos de culturas y lenguas diferentes y con los derechos y atributos que de ello se siguen, imprescindibles e irrenunciables. Así, al demandar ellos su autonomía, en modo alguno plantean una cuestión de soberanía.

Esta última, como lo señala el Diccionario de la Academia, es “Autoridad suprema del poder público”, y en su acepción de “nacional: la que reside en el pueblo y se ejerce por medio de sus órganos constitucionales representativos”.

En cambio, autonomía, según el mismo Diccionario, es “Potestad de la que, dentro del Estado, pueden gozar municipios, provincias, regiones u otras entidades de él —como universidades o los pueblo indígenas, añadiré— para regir intereses particulares de su vida interior, mediante normas y órganos de gobierno propios”.

Reconociendo la presencia de los pueblos indígenas como entidades autónomas de derecho público, el sur del país se enriquecerá. Esos pueblos se fortalecerán a sí mismos y con sus lenguas mantendrán abiertas otras tantas ventanas para asomarse con atisbos propios a las realidades humanas, naturales y divinas. Los pueblos indígenas demandan asimismo que el lugar donde viven —su territorio— se reconozca como región autónoma, y que tengan representantes para ser oídos; que puedan también disponer de recursos propios y se les den créditos para su desarrollo sustentable, y puedan educar a sus hijos según lo quieran, con su lengua y de acuerdo a su cultura.

 

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Ensayo publicado en Tropo 22, Nueva Época, 2020.

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