Octavio Paz y la inspiración como ritmo sin fin

David Anuar

 

La definición del hombre como un ser

que trabaja debe cambiarse por la del hombre

como un ser que desea.

 

Octavio Paz, Postdata

 

El Arco y la lira (1979) de Octavio Paz es un ensayo que roza lo poético y lo filosófico. En este libro abundan los conceptos antitéticos, de ahí que se pueda apreciar su pensamiento como un ritmo binario, es decir, un ir y venir entre dos polos. Ejemplo de ello es su concepción del desarraigo de la convencionalidad de la palabra que lleva a cabo el poeta, y el arraigo de la misma a través de la asignación de sentido por parte del lector, creando así la “chispa de la poesía”; entre estos dos puntos hay un ritmo, un ritmo complementario, ya que el desarraigo sin arraigo no completaría el círculo y la “chispa” no se daría. Así pues, uno necesita del otro para que el ritmo se complete, y lo mismo sucede con otros conceptos que Paz maneja en toda su obra, ya que como él mismo dice “el ritmo es imagen viva del universo, encarnación visible de la legalidad cósmica” (1972, 59-60).

Mi propósito será mostrar el ritmo que se establece en la relación que Octavio Paz señala entre inspiración, la “otra orilla” y la otredad. Estos conceptos, desde mi perspectiva, son inesperables, o, por lo menos, para su mejor comprensión, es esencial tomarlos como un sistema, como un ritmo, como un círculo sin fisuras que es un ir hacia un fin que también es un inicio.

Para empezar a desentrañar el ritmo de la inspiración es necesario comprender la noción de ritmo para Paz. Dice: “el ritmo no es medida: es visión del mundo” (1972, 59); así pues, cada sociedad posee su propio ritmo, ya sean binarios, es decir por dualidades como día y noche, mujer y hombre; terciarios como padre, madre, hijo; o Dios, Cristo y Espíritu Santo; cíclicos como las cosechas, las estaciones y en general, los rituales. Pero también el ritmo es un ir hacia algo, siempre un ir hacia algo, hacia otra cosa distinta a la propia: “sentimos que el ritmo es un ir hacia algo, aunque no sepamos qué pueda ser ese algo” (Paz 1972, 57). El ritmo entonces es una visión del mundo que siempre cambia, que va hacia otra cosa, a lo ajeno, a la otredad.

Ahora bien, llegamos a la otredad, ya que aparentemente el ritmo desemboca invariablemente en la otredad, pero ¿qué es la otredad? La otredad es lo que es ajeno a nosotros y, sin embargo, nos define, ya que yo soy lo que no soy. El humano es, precisamente, cambio, deseo de ser lo que no es. Por ello, el humano aspira constantemente a la otredad: “el hombre sin cesar avanza y cae —dice Paz—, y a cada paso es otro y él mismo. La ´otredad´ está en el hombre mismo” (1972, 176). Se aprecia que el hombre va hacia algo, es decir lleva un ritmo (quizá el hombre en sí mismo sea un ritmo); hacia qué se dirige, es incierto, ya que el hombre va hacia lo que quiere ser, pero que a la vez no es, de ahí que busque constantemente la otredad, y esta búsqueda se da a través de la imaginación. Dice Paz en Corriente alterna: “todo lo que hace [el hombre], sin excluir los actos más simples y materiales, está teñido de aspiración hacia lo absoluto [la otredad]. La imaginación —la facultad de producir y descubrir imágenes y la tentación de encarnar en esas imágenes— es su fondo último, su fondo sin fin” (2000, 83). Cabe mencionar que Paz retoma este concepto de Coleridge, y así, el deseo de ser del hombre se satisface con la creación de lo que yo deseo ser, y el hombre es un ritmo que va hacia esa imagen.

La imagen tras la cual va el hombre es nombrada por Paz como la “otra orilla”, ya que es lo que yace al otro lado, quizá, de nuestra imaginación, o de nuestra aspiración; asimismo Paz llama a la acción de cruzar lo que nos separa de la “otra orilla” como “salto mortal”, entonces la acción del salto es quitar la brecha que nos separa de lo que deseamos ser y lo que somos, “en suma […], la experiencia de la “otra orilla” implica un cambio de naturaleza: es un morir y un nacer. Mas la “otra orilla” está en nosotros mismos” (Paz 1972, 122-123). La “otra orilla” no es otra cosa que la otredad que deseamos ser, y esta otredad está en nosotros mismos, ya que nosotros creamos lo que queremos ser a través de la imaginación. Pero para ser algo “nuevo” o “diferente”, es necesario dejar de ser lo que éramos, de ahí que Paz diga que es un nacer y un morir, pues efectivamente es una transformación del “yo” en “otro yo”, es un dejar de ser para volver a ser, es un ir y un venir del ser al no ser, es un ritmo entre el “yo” y el “otro yo”, es un ritmo existencial.

Ahora bien, ya hemos visto lo que es el ritmo, la otredad y la “otra orilla”, pero ¿dónde queda la inspiración?, ¿dónde encaja en este sistema de engranes del ser y el querer ser? Para empezar, es necesario decir qué es la inspiración. Para Paz “la inspiración no está en ninguna parte, simplemente no está, ni es algo: es una aspiración, un ir, un movimiento hacia adelante: hacia eso que somos nosotros mismos (el segundo subrayado es mío)” (1972, 179). Es evidente que las piezas del rompecabezas empiezan a encajar y a tomar forma de un todo aún no completo. Paz nos dice que la inspiración es un ir, es un movimiento hacia adelante, es decir un ritmo, un ritmo hacia lo que quiero ser, hacia la otredad de la “otra orilla”; entonces se nos perfila un todo que funciona como un ciclo. La inspiración es una aspiración de lo que yo quiero ser, es una aspiración hacia la otredad, hacia un “yo” proyectado hacia un “otro yo” deseado.

El ritmo de la inspiración es entonces un ciclo más o menos definido de la siguiente manera: primero el hombre es, tiene que ser forzosamente algo, lo que sea, pero tiene que ser; en segundo lugar debe desear algo que él no es, es decir, debe desear la otredad, y este deseo toma forma a través de la imaginación; ya teniendo la imagen de lo que se desea ser, el hombre es lanzado al abismo del hacerse otro, a ese “salto mortal” como lo llama Paz, y en medio de ese salto, el hombre es una totalidad, es pasado y es futuro, es vida y muerte, es lo que era y lo que será, por un instante el hombre es un aquí y un allá, pero sólo por un instante; acto seguido el hombre cae en la “otra orilla”, el ritmo desemboca en el nuevo “yo”, así, yo me convierto en mi otredad, la cual dejará de ser otredad para convertirse en mi nuevo “yo”.

Se aprecia entonces que el ritmo de la inspiración es un ciclo sin fin, ya que cuando el hombre conquista su otredad, al asimilarla deseará ser otro y así sucesivamente; el ciclo de la inspiración volverá a comenzar una y otra vez hasta la muerte del hombre; porque cabe decir que el hombre es ante todo deseo de ser, y esto es lo que lo distingue de cualquier otro animal, la posibilidad de ser lo que el hombre imagine: el hombre es posibilidad rítmica de ser, el hombre se vuelve un poema en sí mismo, creándose y destruyéndose cada vez que logra cruzar lo que lo separa de aquello que desea ser.

El hombre se vuelve un reflejo del ritmo cósmico natural, de ahí que, en este ciclo de la inspiración, o mejor dicho de la aspiración del ser, se refleje ese ritmo, pues es un ciclo humano; la inspiración, la “otra orilla” y la otredad son ritmos o partes de un ritmo que como dije al principio, para ser entendidos de mejor forma es necesario verlos como un sistema, pues el hombre es un ciclo que está en constante creación y destrucción.

 

Bibliografía

 

Paz, Octavio. 2000. Corriente alterna. México, D.F.: Siglo veintiuno.

Paz, Octavio. 1972. El arco y la lira: el poema, la revelación poética, poesía e historia. México, D.F.: FCE.

 

David Anuar González Vázquez (Cancún, 1989). Licenciado en Literatura Latinoamericana por la UADY. Autor de la plaquette de poesía Erogramas (Catarsis Literaria – El drenaje, 2011) y del libro Cuatro ensayos sobre la poesía hispanoamericana (Ayuntamiento de Mérida, Libros en red, 2014). Radica en Mérida.

 

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Imagen tomada de nuevarevista.net. Título: La realidad fragmentada. Autor: Rafael Gómez Pérez.

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Ensayo publicado en Tropo 9, Nueva Época, 2015.

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