Entre el rancio malditismo y la sinceridad poética

Miguel Ángel Meza

 

Radicado en Playa del Carmen desde 2006, Arturo Valdez Castro publicó en 2008 en el Fondo Editorial de Solidaridad el poemario Hasta las últimas consecuencias, un libro donde apuesta por una poesía directa y provocativa, donde la sordidez y la crudeza de los ambientes, el lenguaje directo y a veces procaz, y la presencia omnisciente de un sujeto lírico solitario y decadente alcanzan por contraste —debido al tono confesional de esa voz— una nota nostálgica de sutil fascinación.

Segunda publicación suya —luego de La capital de los fantasmas, plaquete editada en el D. F. en 2005—, Hasta las últimas consecuencias reúne poemas que exhiben una paradoja propia del arte: la atracción de lo terrible, en este caso, el del vacío cotidiano en medio de la soledad y el abandono existencialista casi indolente de su sujeto lírico. “La poesía no es nada y es todo —le dijo el joven poeta a Efraín Muñoz Valadez en una entrevista reciente—. Lo que busco es la claridad en los textos, independientemente de si tienes mujer, vino o drogas: la vida es cabrona; la palabra es cabrona, si tienes algo que decir, sácalo”.

Y lo que saca el poeta —ganador del premio de poesía de Editorial Praxis 2010 con su poemario Dame otro Jack Doble, por favor— se vuelve casi tema obsesivo: la mujer, las drogas y el sexo; los desencuentros y la nostalgia, la soledad amarga del perdedor, y la noción, a flor de piel, del desenfado e indiferencia ante el absurdo. Todo ello en una especie de salmodia monotonal y discursiva, que a veces logra empatías conversacionales con el lector —cómplice y voyeur, a pesar suyo.

Por ejemplo, en “Es normal” el poeta declara:

 

Hoy tendría que escribir de nuevo

la vieja canción que ya no te gusta.

Es normal. Dejamos de creer en los sueños

y en esas tardes en que la felicidad

era coger y coger y luego quedarme dormido

en tu vientre, tus manos en mi cabello

y tus piernas y tus senos y la lenta cascada

de mi semen cayendo de tus labios.

Cuando no te importaban mi aliento a alcohol

ni si de vez en cuando me sangraba la nariz.

Ahora tus ojos verdes han dejado de brillar

en el fondo de la noche y ya nadie se droga

y las cantinas siguen abiertas

y ya nadie quiere bailar.

 

“Algo tiene este joven poeta de intenso e inaudito —escribe Eusebio Ruvalcaba en el prólogo al libro aquí comentado—, que su poesía inocula nuestro sistema nervioso (…). Porque no se cansa de vivir, de verle el lado trágico a la vida. (…) Porque es un poeta harto incómodo”.

Disciplinado de la indisciplina —según se define ante Muñoz Valadez, en la entrevista ya citada—, la actitud vital característica de Valdez Castro como artista es la aceptación del cambio continuo hacia el exterior sin la modificación de una postura estética interior (su estilo). Si en la vida cotidiana se va alimentando de todo lo que lo rodea —la gente, el ambiente, sus propias lecturas—, los contenidos de su poesía se definen por una visión constante de un yo despiadado que busca el decir directo, llano, sin recursos líricos que puedan opacarlo: “me gusta ir al grano, ser directo, decir las situaciones que he vivido con sencillez y claridad: no es fácil, pero tengo que escribir, si no escribo me pego un tiro”.

Autor que ha ejercitado la difícil vocación del vagabundeo y la libertad, que llegó al Caribe por azar —pues su destino era Sudamérica—, el joven poeta, atraído por la selva, el mar, el tipo de ciudad, decidió afincarse por un tiempo en Cancún y Playa del Carmen cuando pasaba por aquí: “aquí el ambiente está chido: quise jugarme el pellejo y me quedé.” Sin embargo, no por mucho tiempo, pues ahora su inquietud viandante lo ha llevado a Alemania.

Lector en sus orígenes de la poesía de Vicente Aleixandre, Octavio Paz, César Vallejo, Vicente Huidobro y Arthur Rimbaud (especialmente el de la Temporada en el Infierno), y de la poesía urbana de Francisco Hernández, Valdez Castro asistió a algunos talleres literarios en la Colonia Obrera, en el D. F., con Eusebio Rubalcaba, su mentor, con quien formó el grupo “La Hermandad de la Uva”, denominación que alude a la novela del mismo nombre escrita por John Fante, precursor del realismo sucio norteamericano.

En una reseña inédita de Hasta las últimas consecuencias, José Antonio Íñiguez (joven poeta también) reconoce la “innegable sinceridad poética” de Arturo Valdez Castro, pero afirma que le cuesta trabajo resistir “su rancio malditismo, el ya aburrido prototipo moderno del poeta bohemio, que nos distrae en ocasiones de aquello que el autor tiene que ofrecer” (…), pues más que decirnos, el sujeto lírico de Hasta las últimas consecuencias nos increpa.”

“Cuando uno se interna en el sórdido mundo de Valdez Castro —afirma Íñiguez—, no deja de reaccionar en dos sentidos. Por un lado, se recuerda de inmediato a Charles Bukoswki y a todos aquellos poetas que explotaron hasta el cansancio una veta irreverente y descarnada; por otro, no dejamos de sentir compasión, repulsión y ternura ante una actitud poética como la suya”, que se esfuerza pero que hace vacilar nuestro veredicto “entre un o un no”.

“Los versos desafortunados entonces nos dicen lo predecible: no”, sentencia Íñiguez en su lectura crítica. Y para corroborarlo recuerda versos como:

 

me la pusiste dura como poste

(…) en el monte los árboles se siembran solos

 la piedra blanca, como azúcar espolvoreada,

los cubre con su manto fino

hasta el albor de la madrugada”,

 

que ejemplifican la presencia de referencias sexuales explícitas y alusiones al consumo de alcohol y enervantes que se reiteran y agobian en todos los poemas.

Y, sin embargo, Íñiguez se asombra del discurso sostenido de la obra. “Una fluidez y un desenvolvimiento que brilla más por lo narrativo que por su diálogo con lo poético. De esta forma, la imagen poética en algunos poemas (“Esa chica de Washington”, “Un hombre completamente solo” y “Sueño contigo”) parece meramente ornamental y simple. La imagen poética entonces no camina de la mano de lo discursivo sino parece a veces estorbar por torpe.

“En otros poemas, la imagen poética recobra fuerza y golpea con cansancio delirante: …vampiros / que lloran / hacia la silla / eléctrica del sueño. Pero no se insiste en esta veta. El tema y la naturaleza del hablante lírico parecen poner sus códigos sobre la mesa y decirnos con ese gesto irreverente que cualquier intento por quebrar la expresión prosaica parecerá, al instante, artificial. Quizá, por eso, Arturo Valdez parece darse cuenta de ese desfase en los mejores poemas, y decide permanecer fiel a sí mismo.

Por su sostenida manufactura —concluye Íñiguez—, Hasta las últimas consecuencias “es una pequeña joya en el azaroso abanico de publicaciones de poetas noveles, nacidos o radicados en la zona norte de la entidad. En esta panorámica editorial un tanto desigual —demasiado bondadosa para autores jóvenes que se han atrevido a publicar sus libros de poemas (por más malos que sean)—, el poemario de Valdez Castro es un trabajo auténtico, despreocupado, seguro en su composición, si bien no exento de las ya mencionadas inconsistencias.”

 

Reseña publicada en Tropo 5, nueva época, 2014.

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