Héctor Hernández
Me he dado cuenta que hasta quienes
afirman que todo está predestinado y que
nada podemos hacer por cambiarlo miran
antes de cruzar la calle.
Stephen Hawking
Se dice que en 1883 un joven de Texas llamado Henry Ziegland rompió la relación con su novia y ella, por la decepción, se suicidó.[1] El hermano de ella, en venganza, le disparó con un revólver, pero la bala no lo mató, solo lo rozó y se incrustó en un árbol. Muchos años después, en 1913, Henry Ziegland decidió cortar aquel árbol usando dinamita, pero resultó que la explosión lanzó aquella bala justo a su cabeza y lo mató. ¿Estaba esa bala destinada a matarlo?
Muchas personas responderían que sí porque creen que todos los actos importantes de la vida están ya destinados a suceder y nada se puede hacer para evitar o cambiar la situación. ¿Realmente todos somos esclavos del destino? La respuesta a esta pregunta es más importante de lo que podría parecer a primera vista y sirve como un ejemplo ilustrativo de cómo la filosofía de la vida que tengamos puede fomentar los valores. En este caso nos enfocaremos especialmente en dos: la responsabilidad y la libertad. Si todo acto significativo está predestinado, la responsabilidad y la libertad tenderían a desaparecer.
Tal como una computadora no es moralmente responsable de las tareas que está programada a ejecutar, si las acciones estuvieran ya predestinadas, ningún ser humano sería responsable de lo que hace. Adolfo Hitler sería inocente porque no estaba en sus manos evitar el asesinato de tanta gente. Hitler podría haber dado una justificación similar a la de los antiguos héroes de la tragedia griega: “El culpable no soy yo, sino Zeus y el destino, que me ha determinado a actuar así”. Nuestros futbolistas mexicanos no tendrían que preocuparse de fallar en los tiros penales porque ya estaban destinados a fallar; aquellos que nos han robado algún artículo valioso no serían culpables, pues sólo estarían siguiendo los designios del destino. Si los actos de la gente son inevitables, ¿por qué castigar más a esos “pobres” secuestradores y narcotraficantes enviándolos a la cárcel, cuando ya el destino los castigó obligándolos a llevar ese tipo de vida?
Bajo la perspectiva de que el destino se hace responsable de todo, el concepto de responsabilidad no sería muy distinto del que propone Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo cuando dice que la responsabilidad es una “carga desmontable que se traspasa fácilmente a las espaldas de Dios, el Destino, la Fortuna, la Suerte, o el vecino.” Y añade: “Los aficionados a la astrología suelen descargarla en una estrella”.
Pero el destino no sólo desaparece la responsabilidad penal, civil o moral, también todo tipo de méritos. No tendríamos por qué festejar la victoria de nuestro equipo favorito si ya estaba destinado a ganar. ¿Qué mérito tiene todo aquel estudiante que obtiene una mención honorífica si no tenía forma de hacer otra cosa? Los escritores de las grandes obras literarias no deberían ser admirados porque en realidad ellos no serían los autores: no les quedaba de otra, tenían que escribir justo lo que escribieron. En cierta ocasión el escritor Mark Twain dijo: “Una buena biblioteca no necesita tener libros. Todo lo que se requiere es que no contenga libros de Jane Austen”. Independientemente de la opinión de Twain, no habría por qué rechazar los libros de cierto escritor en particular porque al final de cuentas todos los libros tendrían el mismo autor: el destino.
Cicerón en su Tratado del destino menciona: “Si todas las cosas ocurren por el destino […] De esto se sigue que ni las alabanzas son justas, ni las censuras, ni los honores, ni los castigos”. (Sección XVII). Todas las alabanzas expresadas por las mejores cosas que hemos disfrutado, desde buenas comidas hasta obras de arte, tendrían que ir dirigidas solo al destino que las designó. Pero también habría que culpar al destino por esas horribles canciones y películas de baja calidad que hemos tenido que soportar en los últimos años. Contrario a las apariencias, no habría persona más inteligente ni más tonta que otra, nadie tendría mayor habilidad o capacidad que otro para los deportes, el arte, el trabajo o cualquier otra actividad, porque todos nuestros actos y obras sólo reflejarían el plan que el destino nos trazó. Las compañías de seguros no deberían pagar los daños de los sucesos considerados accidentales, ya que realmente no habría accidentes genuinos, todos esos sucesos estarían determinados de antemano.
Una consecuencia grave procedente de la pérdida de responsabilidad basada en la creencia de la predestinación de todas las acciones, es que puede conducir fácilmente a la pereza o al descuido. ¿Para qué se esfuerzan los estudiantes si ya está predestinada la calificación que van a obtener? Sin la influencia directa de la creencia en la predestinación ya hay varias personas que buscan un camino fácil para conseguir las cosas, y su actitud hacia el trabajo no es muy positiva (“Nadie ha muerto por trabajar, pero ¿para qué arriesgarse a ser el primero?”, “Me encanta el trabajo: puedo pasarme horas viendo cómo lo hacen”, “El trabajo es sagrado, por eso ni tocarlo”, “Siempre que tengo ganas de trabajar, me meto en la cama hasta que se pasa”), así que si se suma la creencia de que los resultados de cualquier actividad ya están fijados y no pueden alterarse, se puede fomentar todavía más la actitud del mínimo esfuerzo: “No tiene caso trabajar mucho o esforzarse demasiado si ya está decidido por anticipado lo que voy a lograr y cuánto voy a ganar con eso”. Desde este punto de vista, una dama no debería tardarse demasiado en las tiendas de ropa al elegir sus prendas, ya que al final terminará poniéndose el atuendo que el destino le programó.
Quizás una consecuencia más grave es el descuido de la salud o de la vida misma. En la sección XII de su Tratado del destino, Cicerón presenta un argumento que se expresaba en aquella época: “Si tu destino es curar esta enfermedad, la curarás tengas o no un médico; de la misma manera, si tu destino es no curarla, no la curarás, llames o no al médico; tu destino es, o bien uno, o bien otro; por tanto, no conviene llamar al médico.”
Si nuestra salud está predestinada, ¿por qué tomarse la molestia de dejar de fumar y de beber en exceso? ¿Por qué hacer esas incómodas dietas? ¿Para qué invertir tiempo y dinero en consultar a un médico, hacer ejercicio o someterse a una costosa operación? La creencia de que todo está fijado de antemano puede derivar en la destrucción de la responsabilidad y fomentar así la pereza o el descuido. Pero estos no son los únicos efectos posibles originados por la creencia en el destino, la libertad tampoco saldría ilesa.
Si entendemos por el término “libertad” la capacidad o facultad de actuar según la propia voluntad, parece que todos tenemos al menos cierto grado de libertad. Por ejemplo, podemos decidir si asistimos a escuchar un discurso o conferencia que nos interesa y al hacerlo podemos decidir si tomamos notas o no, o incluso si expresamos cierto grado de aburrimiento. Se dice que en cierta ocasión el político británico Norman Birkett comentó: “No me importa que la gente mire sus relojes cuando estoy hablando, pero es excesivo que además los sacudan para asegurarse de que funcionan.”
Sin embargo, si el destino tiene prefijados todos nuestros actos, quienes defienden la libertad de expresión estarían defendiendo algo que no existe porque lo que expresa cada quien ya estaría predeterminado. Todos los actos mencionados antes no serían evidencia de libertad, sino del control que ejerce el destino sobre ciertos actos que parecen voluntarios.
De hecho, los mismos partidarios del destino no parecen tomar en serio la fuerza del determinismo porque, como observa G. K. Chesterton, ¿por qué dicen “gracias” cuando alguien les pasa la mostaza? ¿Acaso no estaban obligados por el destino a hacerlo? A este respecto, Martin Gardner en su obra Los porqués de un escriba filósofo escribió: “Tanto Karl Marx como Friedrich Engels eran deterministas, pero esto no les impidió exhortar apasionadamente a la humanidad a elegir una cosa y no la contraria. Stalin no dudó en matar a millones de personas por estar en desacuerdo con él, o por pensar que lo estaban, aunque su filosofía lo obligaba a pensar que aquellos a los que mataba no podían haber actuado de otro modo.” (2001, p. 113).
En síntesis, la creencia de que todas las cosas están predeterminadas (el determinismo duro) conduce a consecuencias inaceptables, entre ellas, la disminución o desaparición de la responsabilidad y de la libertad. Por otra parte, constantemente surgen ciertas situaciones que parecen poner en duda la existencia del destino.
Dudas sobre la existencia del destino
Todas las relaciones de causa y efecto que las diversas ciencias han encontrado parecen ofender al destino, o al menos le faltan al respeto cuando sugieren que él no es el verdadero responsable de los efectos observados. Por ejemplo, todos los días experimentamos esa sensación conocida como hambre. En particular, se supone que el destino ya había decidido cuánto tiempo debía durar esa sensación en mí hoy, pero en vez de esperar pacientemente a que el destino la alejara de mí, me apresuré a darle fin consumiendo unos antojitos mexicanos.
Pero ¿cómo se puede frustrar la duración del hambre que el destino había programado? En general, ¿se puede evitar lo que ha fijado el destino tomando ciertas precauciones? ¿Por qué entonces las estadísticas indican que cuando se respetan las normas de seguridad (ponerse el cinturón, manejar sobrio, no distraerse, etc.) los accidentes automovilísticos disminuyen, y cuando no se respetan los accidentes aumentan? ¿Pueden nuestras débiles precauciones hacer que falle el infalible poder del destino?
La objeción de Stephen Hawking se puede plantear así: ¿por qué mirar antes de cruzar la calle si ya está predestinado lo que va a suceder al cruzarla? Según Hawking, quizás sea porque los que no miran no sobreviven para afirmarlo. Los partidarios del destino pueden presentar una defensa similar a la de aquel antiguo griego determinista que castigó a su esclavo por cierta acción y cuando el esclavo le reclamó y le preguntó por qué lo castigaba ya que era el destino el que lo había obligado a realizar aquella acción, el amo respondió que no era culpa de él, ya que también era el destino el que lo obligaba a castigarlo.
Así que la respuesta del determinista a la pregunta de por qué suele mirar antes de cruzar la calle es simplemente que ya estaba destinado a hacerlo. Sin embargo, hay unas preguntas más difíciles de responder: ¿Quién es el que fija el destino de todas las cosas? ¿Qué evidencia hay de que todo está predestinado? ¿Aquel que predestinó todas las cosas podía evitar hacerlo, o estaba predestinado también (en cuyo caso, ¿por quién?)?
La primera pregunta es ya suficientemente difícil de responder. Podríamos caer en la tentación de decir que es Dios. Pero al menos desde la perspectiva judeo-cristiana, Dios mismo estaría en contra de predestinar todas las cosas porque Él es justo. Pero sería injusto que premiara a los que obedecen sus sabias normas y castigara a los que no lo hacen, si nadie pudiera evitar hacer lo que hace. En realidad, no habría desobedientes porque todos estarían obedeciendo los actos predeterminados para ellos. Así que no habría a quien castigar, pero tampoco a quien premiar, pues no tendría mérito alguno esa obediencia porque no es “de corazón”, sino por obligación. Ningún consejo, guía ni advertencia divina tendrían sentido si todos nuestros actos ya estuvieran predeterminados y no pudiéramos cambiarlos. No se podría salvar ni reformar a persona alguna porque todas sus acciones futuras serían inalterables. Cuando alguien muere, mucha gente suele decir expresiones como “ya le tocaba”, “ya era su hora”, “ya estaría de Dios” o alguna similar que sugiere que la fecha de la muerte estaba ya predestinada. Pero sería injusto que algunos seres humanos estuvieran “predestinados” a vivir 90 años o más y otros sean abortados semanas o meses antes de nacer.
Ahora supongamos que alguien cree en el destino sin atribuírselo a Dios. ¿Quién fija entonces el destino de todas las cosas? Se podría responder algo así como: el cosmos, la naturaleza, o el universo. Pero esta respuesta difícilmente ayudaría porque el universo mismo (por tomar uno de los casos) estaría predeterminado. Además ¿cómo le hizo el universo para destinar todos los acontecimientos si hace más de 15 mil millones de años (si los cálculos modernos son correctos) todavía no existía el universo mismo? No es fácil predeterminar lo que va a suceder. Con todos los adelantos tecnológicos, los seres humanos todavía fallan al pronosticar el clima del día siguiente. Y como indicó James T. Adams, un astrónomo puede predecir con exactitud el lugar específico en que estará cualquier estrella a las 11:30 de esta noche, pero no puede hacer la misma predicción respecto a su hija adolescente. Cuando el físico inglés Stephen Hawking pronosticó lo que va a suceder con el universo en el futuro lejano, indicó que como su predicción es para dentro de millones de años la ventaja que tiene sobre otros profetas es que, si se equivoca, no estará aquí para que se lo echen en cara.
No es nada fácil predecir lo que va a suceder ni siquiera a corto plazo en asuntos cotidianos. Un hombre dijo: “Antes de casarme tenía seis teorías acerca de la educación de los hijos, hoy tengo seis hijos y ninguna teoría.” Otro hombre dijo: “Cuando era joven solían decirme <<cuando seas mayor, ya verás>>, hoy que estoy viejo… no veo nada”. Así que, si el destino existe, tendría que tener unas capacidades superiores a los científicos y otros seres humanos inteligentes que no son capaces de acertar ni siquiera en predicciones relativamente cercanas en el tiempo.
En suma, la creencia en el destino parece contrarrestar o debilitar algunos valores éticos como la responsabilidad y la libertad. La filosofía puede rescatar esos valores, entre otras cosas, mediante cuestionar tal creencia. Finalmente, si el destino existe, quizás tiene una extraña clase de sentido del humor porque me obligó a escribir este artículo en contra de su existencia.
[1] Algunos sitúan esta historia en 1893, pero si es un suceso real o si el año es exacto no es muy importante para el objetivo de este ejemplo.
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Imagen tomada del sitio www.artistasdelatierra.com. Obra: Destino (detalle). Autor: Adelina Aida Carrion.
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Ensayo publicado en Tropo 7, Nueva Época, 2015.