Sor Juana o las virtudes de ignorar

 

Felipe Reyes

1. La ignorancia

En el mural de las atrocidades culturales mexicanas (donde destacan: el exterminio de la casta gobernante de los antiguos mexicanos y la destrucción de los documentos en que registraron su saber, en los tiempos de la conquista española; la expulsión de los jesuitas en 1767; el asesinato de líderes sociales, caudillos revolucionarios, intelectuales auténticos, periodistas comprometidos, defensores comunitarios, que desde viejos tiempos y hasta nuestros días viene ocurriendo repetidas veces como la representación de una obra de autodestrucción) hay una escena que resalta por un doble dolor, por su hondura y por su olvido: la proscripción de Sor Juana y la pérdida de sus textos filosóficos.

Después de un juicio inquisitorial, hacia 1692 Sor Juana fue “condenada” a practicar solo la devoción de monja y suspender su parte poética, filosófica, musical, astrológica, mística, religiosa. Se le confiscó su biblioteca, sus instrumentos musicales, sus instrumentos astronómicos, sus escritos filosóficos. A su muerte, se dice, sus documentos eran vendidos en el baratillo para calentar agua. Poco es lo que nos ha llegado de la mayor de las pensadoras mexicanas y poco lo que se le ha incorporado al pensamiento filosófico mexicano.

Sor Juana representa el primario y excelso impulso por manifestar con valor y hondura ese pensamiento mexicano, el del mestizaje, el de la herencia europea, el de la herencia indiana, el de la América, el de la tierra propia. Sus alcances y su hondura seguirán siendo uno más de los misterios nacionales. El Sueño, la Carta Atenagórica, la Respuesta a Sor Filotea, nos permiten atisbar, desde un agujero de cerradura, la enorme galería del pensamiento sorjuanista.

Para una monja jerónima del siglo XVII novohispano, pensar ya era en sí una apuesta elevada ante los ojos de la sociedad y ante los ojos del pensamiento. Más aún cuando la intención que expresaba era la de producir un pensamiento propio, ese que nace y se nutre de los más íntimos deseos y alcances reflexivos, en rechazo abierto a la repetición de los dogmas escolásticos imperantes en su época. En el pensamiento de Sor Juana se manifiesta una tensión permanente entre la realización y la renuncia, no solo en el poético, que puede tener más escondrijos y justificaciones, sino, sobre todo, en el filosófico, que por su naturaleza enunciativa suele estar más expuesto.

Un tema central del pensamiento sorjuanista, quizás su referente y/o frontera, es la ignorancia. De los griegos, los renacentistas, los ilustrados y hasta el día de hoy, el pensamiento tiene por consigna vencer a la ignorancia, los fines son varios y corresponde a cada corriente o postura filosófica definir las motivaciones: saber, dominio, felicidad, libertad, poder. Igualmente, para Sor Juana la ignorancia es la gran contrincante del pensamiento.

Pero la ignorancia no es un personaje de quien se puedan describir sus atributos de una vez y para siempre. La ignorancia es escurridiza; cuando uno cree entenderla se muestra de manera diferente, es engañosa; deja ver rostros opuestos sin que en ello se distinga contradicción alguna, se camufla; adquiere la forma que se acomoda a los diversos decorados, sean estos del saber o de la estulticia. Difícil vencer a un contrincante que puede estar en todas partes y que puede tomar cualquier forma. Sor Juana lo sabe, por eso la importancia de mantenerse atenta, despierta. Para ella, entender es una forma de despertar de la conciencia, una posibilidad de conectar con lo de afuera, y captar el sentido y la composición de la existencia.

En Sor Juana podemos observar al menos tres posturas ante la ignorancia: como motivación de conocimiento, como humildad ante lo desconocido y como renuncia del mundo.

2. Como motivación de conocimiento

Las cualidades intelectuales de Sor Juana, manifestadas desde temprana edad, serán su estandarte y su impulso; su vocación primera: enfrentar a la ignorancia. En su Respuesta a Sor Filotea, carta descriptiva y de mea culpa, de sus inclinaciones y dotes filosóficas, nos dice:

Yo no estudio para escribir, ni menos para enseñar (que fuera en mí desmedida soberbia), sino sólo por ver si con estudiar ignoro menos. (RSF, 179)[1]

En esta Carta expone cómo el deseo de saber le dominó desde temprana edad, le acompañó en la pubertad y a lo largo de su vida, siendo un impulso primario y “natural” en su ánimo el preguntarse por las cosas y exponer posibles explicaciones. La fascinación por conocer, el gusto por descubrir, la alegría de comprender, el dulce sabor de disfrutar las artes, la magnificencia del saberse diminuta ante el universo y la divinidad, estuvieron presentes en la vida de Sor Juana.

(…) desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas represiones —que he tenido muchas—, ni propias reflejas —que he hecho no pocas—, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí. (RSF, 188)

El Entendimiento es uno de los conceptos más profundos en la poesía y en la prosa de Sor Juana, podría definirse como eso que cada persona posee y que le ha robado a la Ignorancia. En Sor Juana se presenta como obligación y responsabilidad del individuo, ya que como ser pensante y sensitivo tiene por encargo desarrollar su Entendimiento.

(…) porque aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios crió, sirviéndome ellas de letras, y de libro toda esta máquina universal. Nada veía sin reflejo; nada oía sin consideración, aun en las cosas más menudas y materiales; porque como no hay criatura, por baja que sea, en que no se conozca el me fecit Deus, no hay ninguna que no pasme el entendimiento, si se considera como se debe. (RSF, 742)

Ese impulso por conocer y vencer a la ignorancia significa para Sor Juana alcanzar algo así como la libertad espiritual y racional.

La tensa relación que estableció entre las letras y el hábito ha sido multitud de veces referido; lo cierto es que en un sagaz equilibrio teológico define que manifestar sus dotes intelectuales es honrar a Dios, y que su condición de monja no se opone a su actividad intelectual.

(…) y que siendo monja y no seglar, debía, por el estado eclesiástico, profesar letras; y más siendo hija de un San Jerónimo y de una Santa Paula, que era degenerar de tan doctos padres ser idiota la hija. (RSF, 305)

Para ello se apoya en el ejemplo de las mujeres sabias que impulsaron a la Iglesia y a quienes se venera por eso, por su sabiduría.

¡Oh cuántos daños se excusaran en nuestra república si las ancianas fueran doctas como Leta, y que supieran enseñar como manda San Pablo y mi Padre San Jerónimo! (RSF, 1014)

Sor Juana se pregunta por la condición primordial del ser racional: pensar. Hacerlo es honrar a Dios. Expandir las capacidades individuales del entendimiento le resultan una alegoría al creador, una manifestación del poder divino, sin la cual nada tiene importancia.

Y en fin, cómo el Libro que comprende todos los libros, y la Ciencia en que se incluyen todas las ciencias, para cuya inteligencia todas sirven; y después de saberlas todas (que ya se ven que no es fácil, ni aun posible) pide otra circunstancia más que todo lo dicho, que es una continua oración y pureza de vida, para impetrar de Dios aquella purgación de ánimo e iluminación de mente que es menester para la inteligencia de cosas tan altas; y si esto falta, nada sirve de lo demás. (RSF, 373)

Sin embargo, en la obra no dejan de señalarse los improperios del pensamiento mismo. En el perfil perverso del conocimiento está esa especie repulsiva a Sor Juana de los que creen saberlo todo y así actúan, intentado dar siempre aires de novedad a lo que dicen, sin saber lo que dicen.

Porque hay muchos que estudian para ignorar, esencialmente los que son de ánimos arrogantes, inquietos y soberbios, amigos de novedades en la Ley (que es quien las rehúsa); y así hasta que por decir lo que nadie ha dicho dicen una herejía, no están contentos. (…) A éstos, más daño les hace el saber que les hiciera el ignorar. (RSF, 934)

Y lo peor se presenta cuando esta especie domina el mundo, haciendo de la estulticia el lenguaje común.

A éstos vuelvo a decir, hace daño el estudiar, porque es poner espada en manos del furioso; que siendo instrumento nobilísimo para la defensa, en sus manos es muerte suya y de muchos. (RSF, 948)

Para no sufrir de estupidez, que es la promesa de la ignorancia, una conciencia sólida y provista de Entendimiento. Para expandir las posibilidades de la razón y la espiritualidad, la intensa disciplina del Entendimiento.

3. Como humildad ante lo desconocido

Para Sor Juana es claro que es imposible conocerlo todo, que es vasto el mundo, que hay regiones inalcanzables que solo corresponden a  la divinidad, es decir, que hay una condición de ignorancia existencial que la razón no puede vencer, pero que el Entendimiento sí puede vislumbrar.

Una de las múltiples lecturas de El Sueño es la de una revelación de la incapacidad de la razón para dar respuesta a todo; así como de los peligros para el Entendimiento de confiar solo en la razón.

Con el arte el defecto / de no poder con un intüitivo / conocer acto todo lo crïado, / sino que, haciendo escala, de un concepto / en otro va ascendiendo grado a grado, / y el de comprender orden relativo / sigue, necesitado / del entendimiento / limitado vigor, que ha sucesivo / discurso fia su aprovechamiento. (S, 590)

Ser precavidos en las pretensiones de conocimiento ante el misterio de la existencia y la divinidad. Ser humilde ante la ignorancia. En esta temperancia de los apetitos de la razón está la posibilidad de expandir el Entendimiento, pues, sosegado, el intelecto puede escuchar y aceptar otras formas de conocimiento. Con ello Sor Juana se pone en la ruta de los críticos de la modernidad racionalista.

Para Sor Juana la razón no puede dar cuenta de todo. Por eso es necesaria la fe; pero la fe requiere del saber para interpretar los designios. Fe y saber se fusionan, son parte del Entendimiento humano. Vital el conocer para pulir la fe y saber para entender las manifestaciones de la fe. De allí que en Sor Juana sea esencial el conocimiento para la constitución de una genuina religiosa, pues, se pregunta, cómo ser buena religiosa sin saber de religión, de los padres fundadores, de los dogmas, de la Biblia. Cómo creer sin saber.

A quien interpela Sor Juana es al ser humano, ni siquiera a las instituciones dominantes en su tiempo, el obispo o el virrey; ella pregunta sobre las posibilidades del Entendimiento. Asume que razón y espiritualidad, lo mundano y lo divino, lo manifiesto y lo intangible, armonizados definen a las personas auténticas.

Un rasgo de la tensión entre la realización y la renuncia se muestra en esa postura compleja que dominó a Sor Juana durante la segunda parte de su vida: asumir que no se puede conocer todo y aun así desear conocer; decirse incapaz de explicar los misterios divinos y aun así creer.

4. Como renuncia del mundo

En vida Sor Juana tuvo que sustentar que su pensamiento emergía de la ignorancia para, con ello, acallar a los censores y a los envidiosos, incluso tuvo que declarar que solo escribía por petición de otros y que su único texto personal había sido El Sueño. Durante su vida el saber le atrajo problemas, envidias y recelos, que incluso llevaron a que en alguna ocasión se le prohibiera frecuentar los libros.

Yo confieso que me hallo muy distante de los términos de la sabiduría y que la he deseado seguir, aunque a longe. Pero todo ha sido acercarme más al fuego de la persecución, al crisol del tormento, y ha sido con tal extremo que han llegado a solicitar que se me prohíba el estudio. (RSF, 730)

Pensando en Jesús y en la pasión, dice, “cabeza que es erario de sabiduría no espere otra corona que de espinas” (RSF; 638).

Si el conocer se vuelve un “mal”, la ignorancia se convierte en una tabla de salvación. Con decirse ignorante intenta alejarse de sus perseguidores. Hacerles ver que no vale la pena preocuparse por ella, “una pobre monja, la más mínima criatura del mundo y la más indigna de ocupar vuestra atención” (RSF, 36).

Pero también el conocimiento mismo tiene sus infiernos, saber expone a padecer los efectos de la verdad, no siempre gratos y sí muchas veces terribles. Conocer es arriesgarse a sufrir, a reconocer las carencias humanas.

Por eso Sor Juana sueña con ignorar. La ignorancia brinda la posibilidad, aunque efímera y endeble, de alejarse de los tormentos de la razón.

Al final, el último reducto de esperanza se lo da precisamente el conocimiento. Saber de la propia ignorancia, saber de las limitaciones de la vida, saber de la tragedia de la existencia, le permite traspasar la línea que le sojuzga y le impide realizarse y, con mente clara, acomodar sus emociones y esperanzas para alcanzar la serenidad de ánimo. Ignorar sirve de pretexto a Sor Juana para alejarse del mundo; ese que le persigue, ese de la estulticia, ese de la estupidez humana; y le acercan a su mundo propio, el del conocimiento y la espiritualidad.

En gran medida Sor Juana sigue los preceptos de Nicolás de Cusa y su docta ignorancia, reconocer las propia ignorancia ayuda a liberarse de la soberbia, y se alcanza la iluminación divina, con ello la posibilidad de ser feliz. Para un espíritu sensible como el de Sor Juana, la calma y el sosiego resultan oro, la posibilidad de la felicidad, un anhelo, que al parecer no alcanzó a consolidar en vida.

Para estoicos y epicúreos la felicidad tiene que ver con la temperancia de las emociones y los deseos, con el disfrute y el placer de saberse vivos. Para el espíritu de Sor Juana, estoico y epicúreo, la felicidad es un anhelo como una gracia; una búsqueda del Entendimiento y un don divino. La vida de Sor Juana pareciera decirnos que la apuesta suprema del espíritu humano puede ser realizar la propia vida a pesar de lo demás. Que allí es donde radica la felicidad, allí, en impertinente necedad de ser un mismo.

[1] Las referencias corresponden a las Obras Completas de Sor Juana Inés de la Cruz, editadas por Alberto G. Salazar, publicadas por el Fondo de Cultura Económica y el Instituto Mexiquense de Cultura, en México, en 1995. Se abrevia el titulo de la obra, Respuesta A Sor Filotea de la Cruz (RSF) y el Sueño (S), y se anota el número de renglón.

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Felipe Reyes Miranda. Doctor en ciencias políticas y sociales con especialidad en sociología por la FCPyS de la UNAM. Es autor del ensayo La idea de modernidad y la construcción del Estado nación en México. Cambio, crisis y utopía (Promep, editorial Itaca y Universidad del Caribe, 2013) y de la novela Al final, solo el abismo (editorial Praxis, 2011). Actualmente es profesor e investigador en la Universidad del Caribe. Radica en Cancún desde 2006.

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Ensayo publicado en Tropo 6, Nueva Época, 2014.

 

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