Miguel Ángel Meza
La pureza de sentimiento es la cualidad más destacable en el canto al amor. Todo artificio —si no la realza— puede estorbar el flujo de la emoción y falsear sin duda su belleza. Se trata de capturar con verbo descarnado —sin decorados sentimentales, con autenticidad— un sentimiento que en sí mismo ya es encarnación de lo poético. Aun cuando el estilo sea barroco o minimalista, discursivo o conceptual, el poeta debe procurar transmitir de la manera más limpia posible, es decir, con plasticidad poética, las intuiciones sensibles que surgen cuando dos amantes se miran y transforman el mundo (diría Paz en célebre poema). Cantar al amor es la prueba de fuego de todo poeta.
Operación secreta de la energía del cosmos, forma proteica que el Espíritu asume en su incesante manifestación visible, o puente de luz que anula la distancia insalvable entre los seres, lo cierto es que el amor —como fuerza transformadora del Ser—, tiene el rostro de la sorpresa y del misterio. En la nostalgia y en las ausencias, en la fulminante presencia de una pasión arrebatadora, o en la suave convivencia de las ternuras cotidianas, el amor procura siempre a los seres el milagro nutricio que impulsa a seguir viviendo. Es pues, el pan de Dios.
Alimentado por la potencia de este sentimiento, seducido por el embeleso de sus notas arcaicas y misteriosas, por la esencial música que lo penetra, Carlos Torres ha conseguido reunir en Canción para la luz de tus ojos, veinte poemas de amor, todos ellos tocados, precisamente, por la luz de la plasticidad poética y la pureza de sentimiento. Despojado de falsos pudores, con la emoción desnuda más intensa, Torres participa al lector, con sencillez lírica, con emotiva honestidad, con actitud gozosa y febril reverencia, su más íntima experiencia del amor y su peculiar manera de celebrarlo. Porque para Torres al amor hay que celebrarlo.
Ahora es cuando
invoco la sabiduría de Oriente
y asumo la fórmula helénica
“Trágico es igual que alegre”.
Porque el diapasón de mi alma
está sintonizado en Si
y respondió automáticamente
a la clave de tu salterio
que me enseñó la música del mar,
la melodía policroma de la tarde,
la armonía de tus rasgos,
la matemática de tus actos.
Así que dije Sí,
primero en un tono menor
y luego, en un crescendo ineluctable,
con alarido de recién nacido.
(De “Sonata”)
Aun en las distancias y en las ausencias, aun en las sombras que lo empañan, al amor —parece decirnos el poeta—, hay que agradecerle el prodigio de su manifestación, un prodigio que nos otorga el Ser y nos rescata de la nada:
Ya no soy
el que solía ser: nadie.
(De “Bolero del budista mexicano”)
(…)
llegaste a despertarme
pusiste en esa nada
que era mi barca y mi atalaya
ese otro ser que ahora
en todo sorbo
encuentra tus labios
y en cada acorde
escucha tu risa
(De “Aparición”)
Fiel a una forma discursiva y oracional —que desarrolla una anécdota en pocas pero claras imágenes conceptuales, con decidido apoyo coloquial—, Torres nos habla en un tono suave y cadencioso. Es el tono de la confesión y la intimidad. Por eso lo sentimos tan cercano. Su momento es el del silencio crepuscular para el diálogo entre corazones. Y el punto de vista lírico que asume va del Yo del poeta al Tú de la amada, en un vaivén de mismidad a otredad que busca la fusión, acaso imposible. Torres muestra el universo misterioso de un amor que asoma su rostro en los mínimos detalles en que se materializa en la amada: un gesto, una sonrisa o el temblor del cabello; el vuelo del vestido, un roce o una palabra.
Para Torres, el amor anula el tiempo y el espacio, y transforma la materia. Y en este sentido su concepción se acerca por momentos al misticismo platónico, sobre todo cuando la ausencia del amante impide la concreción de los encuentros. Pero ¿qué amante no conoce la religiosidad del amor, entendido éste como comunión de almas que, luego del ardoroso tuteo de las pieles, trasciende la materia? Por los atisbos de filosofía idealista (Platón mediante), por la reverencia que traslucen los versos y por su cercanía a una poesía casi mística, es posible aventurar la idea de que, para Torres, la mujer amada —como portadora de la Idea del amor— es la fundadora del ser del amante, en tanto éste se conceptualiza en principio como no-ser y sólo ilusión hasta que conoce la Verdad del Amor.
(…)
La paz ya no es
la luz de mis días.
Ahora tú
me desdoblas
en el que era
y lo que no puedo ser:
tú y tus pensamientos,
tus deseos y tú,
los objetos que amas,
canciones que encienden tu corazón.
Yo apenas soy ya
un anhelo desbordado
que lame tu sombra
y cae fulminado
frente a la luz de tus ojos.
(De “Alas y humus”)
Conocía de Carlos Torres varios poemas sueltos. Admiré en ellos su capacidad para transmitir poesía casi sin el apoyo formal del lenguaje metafórico. Ahora, con la ventaja que da la lectura de un poemario articulado, puedo constatar mi inicial apreciación y ahondar mi visión. Con una poesía orientada a la reflexión de tono neoclásico, su recurso más afortunado es, pues, la etérea emotividad que consigue con las íntimas cadencias de la confesión y la resolución de una historia íntima. Una intimidad contada —repito— en largas imágenes conceptuales que discurren desdoblándose a manera de parábolas, aunque aquí la enseñanza no es moral sino emotivamente existencial y profundamente religiosa. Aclaro de nuevo. Religiosa, sí, pero en su sentido lato de re-ligar por instantes lo dividido, de milagrosa comunión de seres inexorablemente condenados a sufrir en este mundo la angustia de una separatidad esencial.
(…)
Pues más allá de la esperanza
de volver a verte,
sé para siempre
que aquellos momentos
en que leí en tus ojos el amor
son suficientes
para otorgarle a un ser
la certidumbre absoluta
de que por sólo un parpadeo
de unos ojos que aman
es digna y venturosa
la aventura de vivir.
Carlos Torres —también periodista cultural— es, asimismo, un ensayista apasionado, un ensayista que, a veces, cuando esta pasión se despoja de las sombras ideológicas y el tono sentencioso, alcanza alturas notables porque su discurso está sustentado en referencias culturales muy amplias. Ahora, con Canción para la luz de tus ojos, su primer poemario, Carlos se revela como un poeta sensible y maduro, que seguramente dará más obras luminosas como ésta.
Nota
1 Con ajustes (sobre todo por el agregado de argumentos de ejemplo), se publica aquí el texto que apareció como prólogo al libro Canción para la luz de tus ojos (Presagios, 1998,1999). El cambio más notable es el del título. Con en el que adoptamos ahora, pensamos que se transmite mejor la idea central del escrito.
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Reseña publicada en Tropo 24 (nueva época, 2020).