Norma Quintana
Mirando fijamente el agua verdiazul de la bahía, una niña obstinada y curiosa aprieta, firme, la boca, mientras sus ojos taladran el horizonte. Allí, en Punta Estrella, de pie frente al agua perezosa, se empeña en vislumbrar en la distancia un leve chapoteo, un súbito temblor de escamas tornasoladas, algún signo que le indique la presencia de la sirena cuyo canto la despierta en las madrugadas y cuya historia va ocupando sus pensamientos en un asalto silencioso y tenaz. El día se hunde lentamente, disuelto en un desparrame de lilas, rosas y girasoles; y mientras ella descubre al fin el esperado guiño luminoso, toda la costa hasta donde alcanza la vista comienza a llenarse de saurios verde esmeralda.
Es así como me gustaría pintar a Elvira Aguilar, si la naturaleza me hubiera otorgado el don para expresarme mediante la línea y el color. Me dio, en cambio, una cierta habilidad con las palabras, falaces sustitutas de la realidad, y es con ellas que estoy aquí, humildemente, para tratar de encerrar en el breve espacio de unas líneas el espíritu libertario, la desbocada imaginación que la siguen cuando, en la intimidad de su estudio, cierra la puerta al mundo y se desnuda para llevar a cabo el acto que le da sentido a su vida: escribir, contar historias.
Elvira Aguilar, nacida en Chetumal, en 1964, es la primera mujer narradora quintanarroense por nacimiento con una voz propia y con los pies bien puestos en la senda del estilo personal. Ha venido ejerciendo una vocación literaria desde hace suficiente tiempo como para haber aprendido con provecho los secretos del oficio. Sabe la diferencia que existe entre el simple deseo de contar y el acto de escribir un texto eficaz desde el punto de vista de las leyes literarias, posee habilidad para escoger el punto de vista narrativo de modo que la historia nos llegue a través del narrador adecuado a los matices y propósitos del asunto, es capaz de equilibrar en su discurso los componentes realistas y los elementos imaginativos, de manera que las situaciones fantásticas o inusuales se presenten con naturalidad de hecho consumado, sabe mantener interesado al lector con detalles sorpresivos y salidas inesperadas, a veces humorísticas, a pesar de que muchas de sus historias comienzan por el final.
Ligada a la secuela del realismo mágico; sorprende, sin embargo, su independencia respecto de los modelos canónicos. Las historias de Elvira transcurren en un Chetumal donde la magia se nos cruza en cada esquina, de manera que no se percibe como tal; donde lo extraño o fuera de lo común es pan de cada día y parte indisoluble del mundo doméstico. Este universo en donde el tiempo a veces parece estancarse y el calor desdobla los objetos como si cada cosa tuviera su propio fantasma; es también, como el que habita en El resplandor de la madrera, de Héctor Aguilar Camín, un Chetumal evocado, pero de más carne y nervio que el mítico Carrizales de la mencionada novela, con nombres de lugares conocidos y de personas con las que nos topamos en la calle, todas metidas en esa vida de apariencia apacible donde lo extraordinario, e incluso la propia locura, andan, sin embargo, por la calles.
Lo notable en la obra de Elvira Aguilar es su tono. La ironía y el desenfado, con los cuales ataca las situaciones más escabrosas, equilibran la tensión dramática sin que por ello pierda efectividad la contundente crítica de costumbres encerrada en sus textos.
Sensible, minuciosa, atenta al detalle, amante del humor negro, definitivamente femenina, son sus divisas la naturalidad y el sentido lúdico, elementos que le otorgan a su obra un estilo peculiar. Tiene publicados, además de numerosas colaboraciones en revistas locales, cuatro libros de cuentos Mujeres de sal (1997), Donde nunca pasa nada (1999), Mirando al puerto de Payo Obispo (2002), y Cierro los ojos y te miro (2011) y una novela, Rincón de selva, que vio la luz en el 2006.
El escritor debe sentir que lo que quiere decir a través de imágenes es de gran interés humano; que es importante, que tiene verdaderas novedades para el mundo; que ha hecho un descubrimiento sobre la naturaleza humana.
La mayoría de las personas tiene dificultad para expresar sus sentimientos e ideas, y podría parecer que las mejores historias nunca se han contado. Lo que para algunos puede ser una experiencia tonta, para el escritor se convierte en un texto apasionado y luminoso. En el caso de Elvira, ese descubrimiento acerca de la naturaleza humana nos llega desde una perspectiva que en mucho se relaciona con la mirada del niño. El gusto por narrar viene de la mano de una necesidad de comunicación cuya fuente está en las preguntas que la infancia no suele ver respondidas por los adultos, situados como están en un espacio ajeno a sus inquietudes, a sus intereses, a sus emociones, a sus miedos.
Ella nos cuenta, en definitiva, su historia, la historia de una niña imaginativa, y en cierto modo solitaria, que observa el universo en torno, lo evalúa según su peculiar criterio y luego lo enmienda a su gusto, transformando así los sucesos cotidianos en esas historias apasionadas y luminosas donde puede perderse y encontrarse, nadando contra la corriente, en aguas verdes y profundas, como un cocodrilo.
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Ensayo publicado en Tropo 4, nueva época, 2014.