La redención de un yuppie

Sol Pineda

 

Siendo muy niño, su padre lo llevó a conocer la nieve. Y es durante ese paseo y desde lo alto de un volcán que éste pronuncia inesperadamente y fuera de contexto una frase que seguirá oyendo el joven a lo largo de toda la vida: “Todos traicionamos la promesa de nuestro mejor destino”. Así empieza “Fallas de origen”, la novela que le valiera a Daniel Krauze (México, 1982) el premio Letras Nuevas 2012. Con este comienzo, no podemos evitar remitirnos a “Cien años de soledad”, cuando Aureliano Buendía, frente al pelotón de fusilamiento, recuerda el día en que siendo niño su padre lo llevó a conocer el hielo. Con la diferencia de que García Márquez consigue darnos una muestra de la identidad colombiana y Krauze nos cuenta precisamente lo contrario, la ausencia de identidad.

Narrada en primera persona, con un tono intimista, la historia nos refiere el fin de semana autodestructivo de Matías, un joven escritor de 28 años que regresa intempestivamente a México a causa de la muerte de su padre, luego de una estancia de seis años en Nueva York. La novela cuenta en cuatro días, la culminación de una crisis que se ha venido gestando a lo largo de los años. Un fin de semana donde se agolpan los recuerdos, las malas decisiones, la distancia emocional con la gente que lo rodea y de manera más reciente, la lejanía física del único vínculo sólido con que contaba en México: su padre.

Con una prosa veloz y un lenguaje propio de la juventud contemporánea de la clase alta en México, el autor evidencia con morbo las frivolidades, los sentimientos anestesiados con drogas y alcohol y la indiferencia ante el dolor y las necesidades ajenas que viven y sienten el puñado de jóvenes privilegiados económicamente que cohabitan el “Soho mexicano” —entre Bosques, Polanco y La Condesa. La belleza física, una ubicación aceptable en la escala social, un encono hacia lo naco y “socialités” clavados en el opio de las pasarelas de los antros de moda, constituyen los valores ineluctables que nutren cotidianamente al mundo en que creció y al que regresa Matías. Mundo al que cada vez más se da cuenta que no pertenece, pero a cuya renuncia por ahora no está preparado porque si lo hace cree que quedará completamente abandonado: “…regresar al lugar del que vienes y darte cuenta de que no lo reconoces. Que lo que pensabas que era tuyo, ya no lo es. Es como si pudiéramos regresar al vientre materno, intentar entrar otra vez y darnos cuenta de que ya no cabemos…” El uso recurrente de guiones para informarnos de las interacciones entre los personajes, aumenta la verosimilitud de las voces y la inmediatez de los acontecimientos, validados constantemente con oportunos flashbacks.

Matías es adoptado. Su padre biológico al que nunca conoció, es norteamericano. Su físico, diferente al de los demás miembros de su familia, ha creado sin querer una distancia. Esto, aunado al hecho de haber crecido en una sociedad vacua que se afrenta de lo mexicano y a raíces familiares que han crecido únicamente en la superficie, provoca en la vida del joven protagonista una continua sensación de desarraigo, de falta de identidad. Nada es lo que parece, es lo que le dice la vida a cada momento: “Vivimos en la espuma de los días —me dijo mi papá antes de que me fuera a vivir a Nueva York. Nos preocupa todo lo que está en la superficie y nunca nos metemos a nadar ni a ver que hay en el fondo”.

Parece que en los últimos meses es solo la muerte lo que habita su vida: la muerte de su padre, la de su perro, la del Matías que fue: “…Como si la muerte fuera una nube pasajera, algo que no deja huella, y no un reajuste telúrico, total, el corte de caja, el instante que de un solo bocado engulle toda la luz y todos los planes (…) La muerte de mi padre, esa ausencia que palpita, que no se calla…”

La incapacidad de Matías para vivir sus duelos, el rechazo de la editorial para la publicación de su novela más reciente, el saber que su exnovia se ha casado y lleva una vida feliz (sin él), la lejanía emocional con su madre, viejos rencores hacia sus “mejores” amigos, así como la próxima boda de su hermana a quien encontró más frívola e insustancial que cuando la dejó hace años, son algunos de los detonantes que lo llevan a que en un fin de semana toque fondo, desate sus demonios y libere de una buena vez el enojo y la insatisfacción contenida. Matías intuye que solo de esta manera encontrará la purificación y una genuina transformación interior derivada de esta experiencia vital: “Había algo liberador en poder pisar las cenizas, caminar alrededor de los rescoldos, reconocer ese punto y aparte…”

El autor logra un personaje bien delineado, con claroscuros definidos. Nos presenta un Matías enojado, pero sin maldad, rencoroso sin ser resentido, ocurrente, cínico, necesitado de afecto, desvergonzado, amoroso. Características que hacen de Matías un personaje entrañable. Contradiciendo la reflexión de su padre, tal vez a veces sí haga falta traicionar las primeras promesas para poder llegar al parteaguas que conduzca directamente al mejor de los destinos.

Daniel Krauze —quien también ha publicado “Cuervos” (2007) y “Fiebre” (2010)— escribe esta novela para tomarle la temperatura a un sector específico de la sociedad que vive la dualidad de saberse mexicano pero que voluntariamente se vuelve consumista de países más desarrollados, marcando con esta elección la diferencia con las grandes masas de connacionales desfavorecidos en lo económico, en lo físico y en lo cultural. El autor aprovecha, tras mostrarnos la corteza y la atmósfera que conforman el mundo de Matías, la oportunidad de evidenciar también su núcleo, matizado de desencuentros, de soledades, de grandes búsquedas. La lectura de esta novela es recomendable porque más allá de sólo mostrarnos una serie de fotografías, el autor nos cuenta el proceso evolutivo de cómo un hombre joven se reinventa a partir de sus grandes pérdidas.

 

 

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Reseña publicada en Tropo 1, nueva época, 2013.

 

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