Óscar Wong
La Palabra genera mundos. Nombrar es llenar el vacío. Por eso el Logos es sonoro. La creación del universo, según los mitos hebreos, es lingüística. Cuando el poeta canta hay más ser en el cosmos, precisa Eduardo Nicol. De acuerdo con lo señalado, considero que la condición esencial para escribir poesía es percibir al orbe con toda su carga profunda de sonoridades y significados para descorrer el velo de la realidad, tan inasible para muchos. El poeta nace con esa predisposición para las palabras y los sentidos significativos (el vocat, llamado, que a su vez viene del verbo latino vocare, es muy fuerte) y se hace con la experiencia vital, con las lecturas. Finalmente, la poesía es una revelación espiritual. En La diosa blanca1, Robert Graves nos recuerda —¿o nos alerta?— sobre la función de la póieses y del poeta: cantar al tema único de la poesía y oficiar. Expresar —a través de ritmos, imágenes y diversos planos significativos— la relación de un hombre con su pareja; observar con profundidad al mundo que nos habla y se nos revela incluso en cada objeto; ver las cosas con su máximo sentido oracular, como quería Francis Ponge. Por algo la existencia es sagrada.
Una verdad de Perogrullo: el poeta es un ser humano. Está inmerso en el cosmos, pero percibe su dinámica con mayor transparencia que los demás. Una primera condición del poeta: saber de qué están hechas las cosas, conocer la esencia, la naturaleza de la creación. Y revelarla. Por eso el poeta puede cantar a los sucesos sociales. Aunque para crear deba apartarse del ruido. La creación literaria, en última instancia, es oficio de solitarios, sin darle la espalda al entorno del cual parte el poeta. La sentencia de Juan, El Evangelista, es clara: En el principio era el Logos. Y la Cábala misma habla de esta resonancia, de la Creación del mundo a partir de las 22 letras del alfabeto hebreo. La palabra designa a la esencia, es la substancia misma: ahí estriba lo mágico del lenguaje, el sentido de la Palabra.
Octavio Paz2, como poeta, lo supo. Conocía su poder transformador y usaba estas resonancias sagradas. El poema, reflexionaba Paz en El arco y la lira3, es un conjunto de signos que buscan un significado, de ahí también que cada forma lírica exteriorice una idea. El fluir del discurso, la cristalización visionaria del poema, desemboca en el texto, en el poema-objeto, en el poema-exploración. La experiencia vital, la manifestación emocionada de la existencia se traduce en revelación. Todo fluye en el poema, por eso su sentido paradojal, el signo con doble significado suspendido en el hecho estético, como una perenne interrogación, como una referencia inmóvil, inasible, aunque permanente. Quietud y movimiento son lo mismo, canta el Poeta. Por supuesto que ello se da por el sentido orientalista —tamizado por los filtros de una tradición sólidamente occidental— que prevalece en su obra inicial desde 1951.
En Octavio Paz la poesía representa un ritual, unión sagrada, recurrencia amorosa. Ceremonial santificado, perpetuo. Tiempo suspendido, rito o festín. El verso en Paz está cargado de significaciones. Iluminación. Palabra y silencio: poesía. Espacio-tiempo: realidad física, objetos que se nombran. Tal la expresión paciana, cargada de paradojas, debido a lo que Margarita Murillo González4 determina en tanto polaridad-unidad y que da coherencia a su obra poética. Cuatro signos relevantes confluyen aquí: Palabra, silencio, tiempo. Los cimientos duales de la poética paciana son capitales para entender su expresión. Paralelismo y paradoja. Revelación del ser a través de la Palabra. Poesía. Espejo de la realidad. “La poesía es la creación metafórica por excelencia, pues efectúa una triple metamorfosis. En primer lugar, ella es resultado de una metamorfosis de la realidad, creando una realidad verbal nueva inteligente y con sentido propio. Esta versión de los hombres y los mundos, que aparece en la historia de la poesía, es inconfundible con la metamorfosis de los demás sistemas. En fin, la poesía es un lenguaje distintivamente metafórico, y ésta es la clave de su arte”5, acota Nicol.
Lo real y lo verbal, en la poética paciana, marchan juntos en esa travesía metabólica, a través de las imágenes y metáforas, de la cadencia rítmica y de los necesarios silencios. La función de la poesía en Octavio Paz significa un verdadero enlace entre la realidad interior de sus intuiciones y emociones y el mundo exterior del que forma parte el autor6. El sentido lúdico de la poesía de Paz hace del canto un signo sagrado; para este autor, el paisaje no es el escenario simple, sino un ser vivo, con sus contrastes y cambios. En Paz siempre hay un equilibrio entre su expresión y el sentimiento. La presencia del hecho estético, del fenómeno poético, representa un rito, un ceremonial. Por ello, con frecuencia Paz reflexiona sobre este tema capital. Además, postula la idea de que el poeta es un creador solitario, por lo que su herramienta —el lenguaje— representa un elemento vital, que refleja sus contenidos, su particular expresividad por la emoción poética: el mundo fluye, transcurre en un movimiento interminable, aunque se eterniza en la sonoridad del poema Piedra de sol7 (1957) y Pasado en claro8 (1975), por citar dos grandiosos poemas, representativos de lo que aquí se indica.
Cierto: la poesía incendia y fractura la dimensión del silencio. Es silencio. Metáforas y reiteraciones crean en Octavio Paz un sistema que revelan, y develan, otro texto, otro universo semántico, lúdico. La poesía de este autor mexicano se caracteriza por sus imágenes intensas, brillantes. Precisiones y descripciones que van más allá de la simple enumeración referencial. Atmósferas internas, movimiento que dinamiza la potencialidad del espíritu, significa al verso de Paz. Todo es pleno y luminoso, como la mirada de la memoria que busca, husmea, hurga, visualizando el pretérito. En Piedra de sol, ese espléndido monumento lírico, esa exaltación sonora de la existencia, Paz pretende eslabonar el tiempo. Y aún más: nulificarlo. El poeta se erige como Adán en el primer día de la creación, enarbolando el privilegio de normar a las cosas. En 584 endecasílabos, Paz establece una comunicación plena con el universo. Escrito en 1957, el poeta se planta en el mundo sorprendido por el entorno y canta con reverencia. Se establece una comunicación plena con el cosmos.
Deslumbrado ante la vida, el poeta no tiene otra preocupación más que cantar. Todo se modifica, todo cobra nueva realidad, otra representación. Las analogías dan paso a la identidad. Es impresionante, e impactante, la manera en que Paz va generando esa corriente sonora, emotiva, con símiles y metáforas, con silencios que hablan armónicamente, con anáforas y figuras de repetición. Los períodos rítmicos determinados, el golpeteo silábico, los encabalgamientos, generan ese espléndido cántico terrenal que es este numinoso poema. La armonía lo rodea: la luz, la fuente o surtidor arqueado por el viento. Frente al mundo, el poeta invoca los valores más altos del espíritu, conjura a la burda materia y la enaltece con su mirada. El mundo fluye a raudales:
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre…
El poeta, deslumbrado por la belleza del entorno, descubre que la felicidad no puede atraparse: es fugaz. La expresión es plena, rotunda, reveladora: horas de luz que pican ya los pájaros,/presagios que se escapan de la mano… La contraposición con la desdicha es valida. Ésta llega y petrifica todo. Lamentablemente, ésta es parte de la realidad, el pago por la desobediencia ante los dioses (o ante Dios). El destierro del mítico Jardín del Edén involucra también al deterioro y la degradación física: estar supeditado al transcurrir del tiempo, a los cambios de substancia, como postulaba Aristóteles; sin embargo la figura de la mujer es capital. Previamente el fulgor que surge cuando se apartan las nubes, simulando alas, lo obliga a elevar su voz. Paz canta al amor, a la mujer. La ternura hace que el poeta admire a plenitud a la amada, lejos de toda intención lujuriosa: mis miradas te cubren como hiedra, exclama; antes de desnudarla la cobija pasionalmente. La figura de la mujer adopta un papel relevante: Musa, Creadora, advocación maligna. De la colegiala a la mujer plena, evocada por el poeta, hasta llegar la mujer decrépita, la pavorosa bruja en que se convierte la pareja cuando ocurre la desavenencia.
La triple representación de la diosa madre, de acuerdo con la tesis de Graves, se advierte en este cántico revelador9. Estrofa tras estrofa, línea tras línea pueden destacarse las imágenes, al igual que las reflexiones sobre el mundo y la historia, sobre la existencia y su transitoriedad; la manera en que ese amor evocado se trastoca y termina por ser nada. La núbil, la amada inicial llega a metamorfosearse en un montón de ceniza y una escoba,/ un cuchillo mellado y un plumero,/ un pellejo colgado de unos huesos… Un tema hondamente significativo en la obra lírica de Octavio Paz constituye la presencia del sentido femenino y los conceptos de amor y erotismo, este último considerado como mito cosmogónico, como energía primordial. En Piedra de sol la reflexión también tiene lugar, pero no es filosofía. El poeta tampoco se yergue como un predicador: es sencillamente un hombre sensible que observa al mundo con profundidad. Y le duele. Por lo tanto advierte que no hay víctima ni verdugo, puesto que en el mundo todo sucede: amores, frustraciones, incestos, sodomía, castidad, etc. Las tragedias, los hechos sangrientos de la Historia no tienen sentido puesto que todo se transfigura y es sagrado. Pero, en verdad ¿nada tiene sentido? Paz se cuestiona: ¿no son nada los gritos de los hombres?/ ¿no pasa nada cuando pasa el tiempo? Por supuesto que la realidad responde con su crudeza: todo es un simple parpadeo del sol, los muertos no pueden morirse de otra muerte. Las leyes, las cárceles, las iglesias, la política, la economía, la democracia son: “máscaras podridas/ que dividen al hombre de los hombres/ al hombre de sí mismo”.
Por otra parte, Pasado en claro (1975) es un recorrido por el interior del poeta, un atisbar por las diversas instancias álmicas a través, siempre, del lenguaje, considerado como “senda de piedras y de calores”. La búsqueda es no sólo en su nivel referencial y técnico (el discurso lírico como información, de ahí que la expresividad del contenido se bifurque “entre lo presentido y lo sentido”); en este orden de ideas el escritor asume sus diversas intenciones analógicas; metáforas y reiteraciones crean un sistema de espejos que revelan otro texto, como ocurre en El mono gramático (1975).
Paz va al encuentro de sí mismo; ahí, justamente, “donde le lenguaje se desdice”. En este adentrarse por la memoria, el poeta observa su infancia. La vuelta hacia atrás es, desde luego, inaprensible (“es todas partes y ninguna parte, /las cosas son las mismas y son otras”), una paradoja resuelta por el transcurrir del tiempo, aunque este concepto, esta dimensión, no se haya inventado todavía (según la expresión utilizada por el poeta). Aquí se da “la identidad entre sus semejantes,/ la diferencia en sus contradicciones”, pero ¿qué es el tiempo sino “luz filtrada”? Paz se adensa y se transfigura en este instante para contemplar el paso de la historia, del mito, de las lecturas y se instala en ese país de nubes: la adolescencia. Esta visión, nostálgica, es fugaz pero intensa; las descripciones del tendejón, por ejemplo, crean una atmósfera melancólica, como el sepia de un daguerrotipo.
Se advierte, además, otra perspectiva desgarradora: la casa familiar. El poeta descubre sus interioridades, sus raíces (¿la Raíz del hombre?); la madre es un “pan que yo cortaba/ con su propio cuchillo cada día”. La tía y el abuelo son referencias contenidas, frases hechas (“al hecho, pecho”, “blanda te sea”). En cambio la figura paterna se vuelca en una cadencia trepidante, quebrantada por el dolor. La imagen es terrible:
“Del vómito a la sed,
atado al potro del alcohol,
mi padre iba y venía entre las llamas.
Por los durmientes y los rieles
de una estación de moscas y de polvo
Una tarde juntamos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
Lo encuentro ahora en sueños,
esa borrosa patria de los muertos.
Hablamos siempre de otras cosas.
Mientras la casa se desmoronaba
yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza
entre escombros anónimos”.
(pp. 29-30)
La zona que recuerda el poeta es otra, a raíz de esta percepción desgarradora; inmerso en la soledad, se vuelve un extraño “entre las vastas ruinas de la tarde”. Fantasmas, mensajeros, fragmentos de un discurso inacabado: los hombres inmersos en la historia. Entre la vida y la muerte se erige un tercer estado, un territorio representado por la quietud misma, disuelta; esta “la plenitud vacía”, esta palabra “de dos filos, palabra entre dos huecos” no es más que la revelación misma, intuida, instituida. Paz señala contundente: “Es Dios: /habita nombres que lo niegan”. La falibilidad del lenguaje, ese discurso que se esculpe y se disipa se revuelve como el murmullo interior: el silencio. La conclusión es válida: “Soy la sombra que arrojan mis palabras”. Por ende, la interioridad del poeta es recorrida en 18 estrofas. Prácticamente, constituye un recorrido a través de esa cadena lingüística que arroja sombras. Un pasado transparente que estimula al poema. Imágenes intensas, descripciones que van más allá de la simple enumeración referencial, atmósferas internas, movimiento que dinamiza la potencialidad del espíritu. En Pasado en claro se advierte la transparencia de las raíces emotivas; por ende, todo se revela a plenitud, como la mirada de la memoria que busca observando el pretérito.
Notas:
[1] Alianza Editorial, Madrid, 1986, 701 pp.
2 Nació en Mixcoac, D. F. en 1914 y falleció el 19 de abril de 1998
3 FCE, Méx., Colec. Lengua y Estudios Literarios, 1956, 2ª. ed. corregida y aumentada.
4 Cfr. Maya Schäver-Nussherger, Octavio Paz. Trayectorias y visiones, FCE, Méx., 1989:
5 Eduardo Nicol, Formas sublimes de hablar. Poesía y filosofía, UNAM, Méx., 1990
6 Cfr. Rachel Phillips, Las estaciones poéticas de Octavio Paz, FCE, Méx., 1976
7 Cfr. Paz, Octavio, La estación violenta, FCE, Letras mexicanas, No. 42, Méx., 1958, pp. 56-83
8 Véase La estación violenta, FCE, Méx., 1958, uno de los mejores libros de Paz que revela nueve grandes poemas; “Himno entre ruinas”, “El cántaro roto” y “Piedra de sol”.
9 El aspecto mítico es claro: Circe transforma a los hombres en cerdos, el hada Melusina de las historias medievales transformándose en serpiente durante la noche, Cfr. Pere Gimferrer, Lecturas de Octavio Paz, Edit. Anagrama, Barcelona, 1980, p. Pp. 44-46 o bien Claude Lecouteux, Mélusine et le chevalier au cygne, Paris. Édition Imago, 1997.
Óscar Wong (Tonalá, Chiapas, 1948). Poeta, narrador y ensayista. Autor de diversos libros. Su obra más reciente es El secreto del verso. Radica en el DF e imparte talleres de creación y apreciación poéticas. Owo48@latimail.com
Ensayo publicado en Tropo 31, primera época, 2003.