Antonio Leal. Diversidades para el canto

Agustín Labrada

Con el título de aparente pluralidad, Canto diverso, vio la luz el poemario del escritor chetumaleño Antonio Leal en la colección La hoja murmurante, que edita en Toluca Héctor Sumano y circula por México mediante disímiles tácticas y caminos, ajenos al mercado, cerca del corazón.

Menos de quince poemas, todos rigurosamente escritos como si fuesen elegidos para una antología personal, conforman el cuaderno en cuyos versos se unen concepto y anécdota, abstracciones metafóricas y profundidad contenidista siempre en suaves tonos que sugieren la música.

Las únicas citas que figuran en el conjunto delatan el buen gusto del autor: Ezra Pound y San Juan de la Cruz, dos voces de alto relieve en la poesía universal, y universalizar es lo que pretende el poeta, pues en sus textos no hay referencias circunstanciales geohistóricas.

En el poema “Juglar”, con un aire tradicionalista hispano y con referencias a la mitología griega, Antonio ofrece su punto de vista sobre el arte poético, y en esa mirada individual parte de un amor sin fronteras, de una entrega más que al entorno físico a la palabra y la imagen.

Bajo similar tónica, en orden coherente, entra “Sustancia poética” como parte del anuncio que hace el autor antes de mostrar su reino poético transido por un espíritu de soledad y sosegados dolores, donde aflora la emoción en un lenguaje equilibrado y fino, como en “El viento se distrae”.

Menos solemne es “Poesía joven”. Tienen cabida aquí la prosopopeya y el desenfado expresivo, elementos que usa para protestar contra los encasillamientos formales que acostumbran esgrimir historiadores literarios de todas las épocas, cuando lo importante es la calidad y no las modas.

“Se decanta la desdicha, / paniguado desdén/ —dice Rimbaud que nunca importa—, / lavada lágrima torpe./ Pero humano, / muy humano, / del ars poética paraje un día, / lo siguiente se cantó:/ gimos, / moqueos sempiternos, / vendoletas para el alma, / coma/ y punto, / cardo, / espiga, / caracol”.

Según la ensayista Norma Quintana: “En el orbe lírico de Leal (…) aparece ahora un dejo reflexivo que lo lleva bien a la contemplación del tiempo, y a dejar constancia de ello en un discurso presidido por las sensaciones, bien a rebuscar en la memoria, atrapando allí viejos sentimientos”.

Cuando mencioné anécdota, líneas arriba, no me refería al testimonio narrativo, sino al transcurrir sentimental, a un entramado de esencias espirituales mezcladas con signos y alegorías de la cultura y la historia, sobre el que se asientan las estrofas, como en el texto nombrado “Antiguas emociones”.

¿Qué extraño sudor se desliza/ por el pecho del mundo, / en la tela del olvido/ donde el corazón deposita añejas palabras?/ El sol se funda en algún paraje de su silencio, / en alguna invención de su memoria,/ y yo sólo oigo crecer este sonido/ que llega más allá del mundo…”

Visión existencialista es la de Leal en textos como “Escuchando un blues”, “Adagios” y “Noche oscura de mi alma”, donde indaga en la ontología del ser y al mismo tiempo se cuestiona verdades que rigen la vida del individuo a tono con su era, siempre entre dudas y elementales desasosiegos.

Con agonía, el autor establece su encuentro con otros: el amor, los amigos, las colectividades humanas… distantes a causa de frágiles límites de comunicación, y refuerza una sensibilidad protegida tras un muro que no admite la entrada de todos, sino de unos pocos elegidos.

“Soy pasajero nocturno de mí mismo, / y adonde quiera que voy, / tengo la claridad justa de mi nombre./ Pero ven a mi llegada, / ven, / tú, / habitante de los ojos desiertos;/ ven a mí, / que se abran tus labios, / pronúnciame, / dime del viejo polvo/ de estos días que no serán/ y después, / acaba tu palabra…”

El poeta demuestra en estas líneas un dominio formal en tanto fusiona metros y estrofas de variados tipos y logra poemas de gran musicalidad, como “Noche oscura de mi alma”, donde el ritmo, alentado en sus acciones por formas verbales, se estructura como sinfonía en una plenitud.

La poesía de amor en Canto diverso está gobernada por la nostalgia. El amor se testifica como pérdida, no como hallazgo, y se asocia al acto de olvidar, de odiar, de no permanecer, aunque algunos recuerdos se dibujen en la palabra con marcada ternura y hasta con discreta pasión.

“Respiro la mañana/ que me llega de tus manos, / y cientos de pájaros nocturnos/ señalan que tu lejanía está cerca (…) que tu regreso es/ como ese aroma perdido/ que habrán de recobrar/ en algún sitio nuestros cuerpos (…)/ Tras la llegada de los pájaros, / iré con los aldeanos/ a platicar cómo te olvido”.

Antonio depura su léxico hasta lindes rigurosos, donde se torna transparente y equilibra así un modo de expresar la tristeza y el caos. Lo terrible y lo sublime están articulados con palabras tenues, opción de refugio y huida que en su rastro metafórico esparce un poco de belleza.

No se trata de una belleza pura, sino contaminada con los ecos del mundo y la devastación de la experiencia personal, pero en un tiempo ahistórico donde prevalecen añoranza y sensualidad. Se sienten las raíces, mas no se ve la tierra, o al menos se percibe tan misterioso efecto.

Aquí se filtran rasgos retóricos neorrománticos y asimilaciones sutiles de las poéticas del chileno Pablo Neruda y el francés Paul Valéry. De modo que, mezclando la tradición con los componentes simbólicos de su microcosmos espiritual, concibe el poeta una escritura delicada.

Para Norma: “Canto diverso es un libro de irradiaciones, de sugestivas llamadas (…) (que) agrupa frutos líricos de una experiencia fragmentaria, pero no de un conjunto caótico porque hay en él un orden dado en la coherencia de los valores expresivos y los recursos verbales”.

Ciñe la claridad este poemario, accesible incluso para aquellos lectores no iniciados en los laberintos de la metáfora, y al mismo tiempo en esa transparencia late una atmósfera literaria demasiado consciente que no apuesta por la novedad, pero sí por una comunicación sensible.

Canto diverso aparece como trabajo de madurez, breve e intenso, cuya perdurabilidad no se mide numéricamente por las páginas que ocupa, sino por su acabado estético. Basta una de sus canciones para que recordemos a Antonio en un excepcional estado de gracia, sin polvo ni sombras.

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Peonia, pintura de Miguel Elías, España.
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RESEÑA PUBLICADA EN TROPO 28, PRIMERA ÉPOCA, 2003.

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