Carta a Javier Sicilia. Riqueza sin pobreza: una utopía

Marien Espinosa Garay

Estimado Señor:

Imagine usted las figuras apresuradas y multiparlantes trascendiendo las enormes puertas de vidrio, y ahora mírelos caminar sobre las alfombras rojas. Ellos son los líderes del mundo, avanzando en elegantes, aunque nerviosos intervalos, sacudidos por los fotógrafos y las incansables cámaras de televisión. Sin embargo, es posible advertir que muchos estadistas tienen los ojos encandilados, pues las horas han sido demasiado rápidas: la salida del hotel entre un ejército de guardaespaldas y las calles indescifrables transcurrieron velozmente por las ventanas de la limosina antes de llegar al Edificio de las Grandes Puertas de Vidrio, que asoma sus galas en todas las pantallas y en los diarios. Atrás quedaron las voces ya cansadas de los globalifóbicos y sus pancartas elevándose en el aire como aves cubiertas de signos. Así también fueron quedando atrás tantas figuras agazapadas en escudos transparentes que aparecieron cada vez con mayor insistencia, especialmente resguardando las enormes puertas de vidrio, mientras éstas los multiplicaban en sus reflejos. Ahora los gobernantes recién llegados y sus comitivas toman sus puestos en un brillante salón, y cada uno piensa en el camino recorrido hasta allí, en los aviones, los rostros y los paisajes que quedaron tan lejos, donde esperan la propia familia, la propia historia y la sangre propia. La etiqueta de las interminables trivialidades es estricta, y a cada momento se teme haber roto algún tabú en el complicado protocolo del país anfitrión, para merecer la vergüenza internacional. Pero después de los discursos de rigor, la Cumbre Internacional para el Desarrollo y Etcétera Etcétera ha llegado a su mejor momento: cuando al fin van a hablar los grandes dirigentes del mundo acerca de las discutidas contribuciones para poner fin a la pobreza, ese flagelo omnipresente.

Imagine entonces, señor Sicilia, que se acerca al micrófono el representante de la nación más rica de la Tierra. Su alocución es esperada y temida, mientras el mundo transmite su imagen a través de los satélites en un mismo momento infinito. El gobernante pasea su mirada por encima de tantas cabezas que pulsan pensamientos extraños en lenguas desconocidas, y quizá se pregunte sobre lo que estuviera haciendo ese mismo día y a esa misma hora si no hubiese ganado aquellas elecciones que lo llevaron hasta ese escenario y aquella ventana abierta a la historia.

Después de las reverencias innecesarias, pues nadie en el espacio conocido tiene mayores poderes, el estadista dirige un sorprendente discurso, y a los pocos minutos ha causado que las emisoras de televisión del planeta que aún se mantenían al margen del suceso, dejen de transmitir las banalidades cotidianas para encadenarse al asunto inédito y sin precedente.

“Nos hemos dado cuenta —dice el líder en su lengua de ceceos— de que la pobreza extrema es consecuencia directa de otro desorden social: la riqueza extrema”. Y no le tiembla la voz al exclamar: “…combatiremos la una al lado de la otra, y ambas desaparecerán de la faz de la Tierra”.

Se han levantado murmullos en el salón, pero el ponente continua, impertérrito. “Creemos que es necesaria una nueva estrategia global para combatir la pobreza que, a la luz de las últimas investigaciones de los expertos, guarda una relación directamente proporcional con la riqueza, de esta manera, hemos descubierto sin lugar a dudas que la multiplicación exponencial de las hordas paupérrimas del planeta corresponde matemáticamente al encumbramiento de los muy adinerados, de los extremadamente poderosos, de los …apestosamente ricos…” —-así fue como los traductores de todas las lenguas, después de una pausa azorada, apenas lograron interpretar el stinky rich que pronunciara el líder—. “Y siguiendo esta línea hemos llegado a conclusiones paralelas: creemos que a mayor justicia en el mundo, menor necesidad habrá de armamentos, y del excesivo gasto que esto requiere en los impuestos de mi país”.

En este momento, los claros ojos del presidente se humedecieron. “Mi pueblo es descendiente de una tradición de hombres emprendedores y valientes que han creído ver en las señales de la historia un Destino Manifiesto para asumir la dirección del futuro. Pero quizá hemos errado los procedimientos, no así la vocación.

“Por lo tanto, declaro que desde hoy nadie podrá apoltronarse en la riqueza extrema, so pena de serios castigos. E invito a todos los hombres y mujeres de la Tierra a elegir libremente el grado de austeridad voluntaria que desde este momento regirá nuestras vidas, o a atenerse a las consecuencias…”

Creo innecesario, señor Sicilia, continuar con la fantasía que le invité a imaginar, sin caer en la parodia. Sin embargo, imaginemos un poco más. Imaginemos las Bolsas de Valores colapsándose, los ejércitos reorganizando sus estrategias, el movimiento de capitales más veloz y más irresponsable de la memoria colectiva, los medios de comunicación arrebatándose la palabra en pronunciar calificativos de cualquier tono, hasta el extremo de algún reportero que asegura haber visto al Presidente del País más Poderoso del Planeta salir del Edificio de las Ventanas de Vidrio mientras se desnudaba completamente, dejando su bien cortado traje, la camisa de seda con mancuernillas de oro, los finísimos zapatos y todas las prendas que lo cubrían cayendo por la acera al ritmo de sus pasos, y describía en su rostro una sonrisa desapercibida de las videocámaras que registraron el incidente segundos antes de que alguien cubriera la figura del mandatario y lo introdujera de prisa en un coche; entonces, los infinitos guardianes de las calles se lanzaron contra los camarógrafos hasta hacer pedazos todo rastro de evidencia de lo que comenzara a nombrarse como el Síndrome Posmoderno de San Francisco de Asís.

De esta manera, señor Sicilia, esta extraña reflexión llega al fin a un punto: no debemos esperar demasiado de las cúpulas de poder. Porque precisamente en estos tiempos de cumbres internacionales, de foros y debates sobre la riqueza y la pobreza, de chismes y diretes sobre las condicionantes de los préstamos multimillonarios, sobre las pobrezas muy extrema y no tan extrema, donde hasta el payaso Brozo ha vertido sesudos conceptos económicos y filosóficos a través de los satélites internacionales, llega a mis manos el ejemplar número 33 de la revista Ixtus, donde precisamente se reflexiona acerca de este asunto trascendental. ¿Qué pensar ante las palabras del gran Mahatma Gandhi que pone de cabeza los conceptos globalifílicos y globalifóbicos con unas cuantas ideas? Parafraseo de la revista que usted dirige: “Sin necesidad alguna, los ricos van acumulando cosas superfluas. Por consiguiente, malgastan estos bienes, mientras que millones de hombres mueren por falta de alimento…” 1 Esto no es novedad para nadie, pero la conclusión siguiente es inquietante: “Si cada uno guardase sólo lo que necesita, nadie conocería apuros y todos vivirían satisfechos, porque en la situación actual, los ricos están tan descontentos como los pobres…” 2 Entonces se abre el teatro y el circo de todas las discusiones. ¿Cuáles son las necesidades legítimas y cuáles las superfluas? Porque ahora viene un consejo más difícil aún: “Los ricos deberían tomar la iniciativa de despojarse de todo para que se extendiera por todas partes el espíritu de contentamiento.” 3

En estos temas, la conversación está llena de prejuicios. Pregunta usted, ¿son realmente pobres los mayas en sus chozas de bajareque y su vida milenaria?, ¿o es que la maquinaria de la modernidad ha atropellado muchas cosmovisiones y ha creado necesidades donde no las había? Si, señor Sicilia, tal vez la modernidad ha impuesto una manera de ver, sentir y obrar, un molde dentro del cual pocos caben cómodamente, mientras la mayor parte de los seres humanos queda en la periferia de tales presupuestos, y pierde en el proceso la riqueza de sus costumbres, sus lenguajes, la identidad. Así lo expresa Gustavo Esteva cuando se entrevista con usted y apunta: “En la medida en que los campesinos son privados de sus medios de subsistencia, se les crea inmediatamente la necesidad de un empleo asalariado… Al despojarlos de sus medios de vida, se produce en ellos la necesidad… Hay que restituir en la gente su capacidad de definir lo que para ellos es vivir bien, y segundo, cómo ellos pueden, con sus propios medios, llevar a la práctica esa vida buena…” 4 Y sigue diciendo el señor Esteva: “Un primer paso es el reconocimiento de su dignidad…, de sus iniciativas y talentos. Pero esto deberá acompañarse de medidas especificas que les restituyan su capacidad de subsistencia… Restitución de lo que se les quitó: tierra, medios de producción y de comercio, brindar las oportunidades de rehacer su propia vida, no enchufarlos al mercado globalizado, sino ponerle límites a éste para que existan mercados locales, intercambios directos, etc… ” 5

¿Brindar a los otros la oportunidad de definir la felicidad en sus términos y darles los medios para conseguirlos? ¿Y por qué no comenzar desde la propia indigencia? Nunca veremos a los líderes de Davos, Seattle, Monterrey o Los Cabos desnudándose después de sus conferencias y banquetes en un ejercicio de pobreza elegida, ¿Seríamos capaces de hacerlo nosotros, usted o yo? Ojalá que sí. Al menos, que seamos capaces de ejercer juicios críticos ante el consumismo irrestricto. No podemos esperar demasiado de líderes mundiales y empresarios globalizadores, ni ubicar las esperanzas en los estallidos viscerales de los manifestantes globalicríticos, pues todos ellos se encuentran atados en un mismo Nudo Gordiano de contradicciones.

Y además hay que tener valor, el valor de nadar a contracorriente que yo admiro en usted.

Sinceramente,

M.E.G.

PD: También creo que deberían respetarse los acuerdos de San Andrés y liberar a los zapatistas presos.

NOTAS:
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1 Palabras de Mahatma Gandhi, referidas en la revista Ixtus No. 33, diciembre 2001, Cuernavaca, Mor., p.1
2 Ibid.
3 Ibid.
4 Entrevista con Gustavo Esteva, de Javier Sicilia y Jean Robert, Revista Ixtus No. 33, diciembre 2001, Cuernavaca, Mor., p.17- 26
5 Ibid.

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ENSAYO PUBLICADO EN TROPO 24, PRIMERA ÉPOCA, 2002.

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