Rostro de Fiama

Lourdes Cabrera Ruiz

Poeta de la serenidad, Fiama Hasse Pais Brandão continúa en ese reconciliar de cosmogonía que envuelve, disuelve y resuelve sus inmovilidades, mientras ella se sabe movimiento. Mas ahora, percibimos hondas confidencias, un compendio revelador y urgente de su poética.

Ha sido una experiencia abrupta el encuentro con esta obra de Fiama, en la que anuncia su probable retiro. Causa perplejidad llegar de pronto a lo más interesante para saber entonces que algo va a impedir la continuidad de este ejercicio. Sin embargo, el haber tenido oportunidad de conocer esta selección de Cenas vivas, me ha permitido un acercamiento quizá definitivo a su lirismo. Aunque ya antes había leído muestras breves, como las que nos ha dado en alguna ocasión el traductor mexicano Mario Morales Castro en la revista Papel de poesía, el volumen que hoy nos ocupa, prologado por su traductora Blanca Luz Pulido, es más que un esfuerzo por darla a conocer en México, gracias a que la autora misma, desde su obra, parece decirnos: esta es mi vida lírica.

¿Quién habla en Sumario lírico? La voz de estos poemas se torna eco, presencia en el espejo y, finalmente, pensamiento del autor. Leer a Fiama, en este volumen, nos conducirá al rostro de su escritura, al ejercicio de la palabra en busca de su conciencia, pero también a la poeta que rehace el mundo mediante sus escritos, y a la persona que formó parte del grupo Poesía 61 y que vio nacer los textos publicados en la Antología de Poesía Universitária, del año 1964, y que ha acompañado irrenunciablemente durante cuarenta años a esa poeta.

Lo que se percibe en Sumario lírico es como un espacio privilegiado en el cual la autora nos concede la oportunidad de llegar, estar a su lado, y mirar, por esa misma ventana que ella mira, el paso del tiempo y los delfines. Ella ve delfines que avanzan a la muerte, ve la tragedia como un callado presagio, nos dice algunas palabras que no alcanzamos a entender, sus claves están por allí, en las manos de quienes la han leído siempre, pero no importa: en este lugar, en medio de la lectura, basta seguir a su lado, con el oído atento a sus labios, al ritmo del instante, a lo que ella dice ver junto a nosotros desde esta ventana.

Blanca Luz, a nuestra derecha en esta edición bilingüe, con su selección y traducción, se ocupa de hacernos más amplio y transparente el cristal por donde Fiama contempla y reescribe el mundo, su mundo. Así, a través de ese cristal que es a su vez un filtro, nos llega el aliento del mar nocturno, el mar interior de la antigua Lusitania.

Si el crítico Pedro Eiras afirma entre otras cosas que en la poesía de Fiama se da la interdependencia entre el yo y el paisaje, podemos suponer que el recurso de la ventana como metáfora no es un elemento más: en el avance de la lectura nos damos cuenta que se trata aquí de recrear la ventana real de su habitación, en el poema. Fiama alude al momento de la escritura, nos refiere al tiempo real de su ejercicio, nos ubica a sus receptores en la misma estancia de sus versos.

¿Cómo y desde dónde esta voz portuguesa describe el mundo?, ¿qué significa para Fiama el vivir en el extremo de Europa, a orillas del Atlántico y de la inmensa mar nocturna que nombra cielo?

Desde el primer poema, “Nada tan silencioso como el tiempo”, Fiama responde a mis preguntas de orden geográfico, filosófico y estético. Desde esa orilla continental, me advierte que su escritura extrema la posibilidad de hacer silencio mediante elementos que evocan sonidos, y de hacer sonidos donde no es posible escucharlos; todo esto mientras habla del silencio, del silencio como tiempo, en un espacio que abarca el iris del ojo y la órbita del astro; un espacio que da sentido a la música que cantan los oídos, un espacio transformante y transformado como el cuerpo, como el interior del cuerpo, como el sentimiento más oceánico:

Nada tan silencioso como el tiempo
en el interior del cuerpo. Porque pasa
con un rumor en las piedras que nos cubren,
y por el sonoro desaliño de algunos árboles
que son nuestros cabellos imaginarios.
Hasta en el iris de los ojos el tiempo
hace estallar chispas de luz breve.

Sólo en el interior sin nombre de nuestro cuerpo
o en la esfera húmeda de algún astro
ignoto, en una lejana órbita,
el tiempo calladamente persigue
la sangre que se evapora sin sonido.
Entre el principio y el fin llega a corroer
las vísceras, que ocultamos como la Tierra.

Trinan nuestros labios, como
las musicales mañanas de los pájaros.
Los mismos oídos cantan hasta la noche,
oyendo el amor de cada día.
La piel resbala por el cuerpo, con su correr
de agua, y las lágrimas de angustia
son estridentes cuando buscan su eco.

Pero no sentimos en el corazón que somos
hijos dilectos del tiempo y que, si hoy amamos,
fue después de haber amado ayer.
El tiempo es silencioso y enigmático,
inmerso en el denso calor del vientre.
Oculto en el silencio más espeso,
el tiempo hace y deshace la vida.

Más concreta, de pie frente al mar, la visión de Fiama aparece en “Desembocadura del Tajo, un país” ligada indisolublemente con los elementos propios de su idioma, cuando me pregunto qué significa pensar, hablar en portugués y pensar y hablar y vivir en Portugal:

…Hay una costa entera
de imágenes de gaviotas dentro de los ojos.
Son bocas pensando razones de la vida,
gargantas ya calladas por el nacimiento y la muerte,
cuando se ven entre sí o juntas miran
el mar de sus propios días. Son cabezas
viejas de trabajar, mascullar, entre dientes cerrados,
las palabras mudas de un oficio en el mar,
antiguas de silencio, como si guardaran
en el esófago hace mucho la sabiduría de ir
a enfrentar el mar, atravesar el mar, estar.

Y más adelante, en el mismo poema, añade a su concepto del idioma portugués las alusiones al proceso particular de fonarlo:

Es una nación única de memorias del mar,
que responde sólo en nosotros. Glorias, miserias,
que guardamos detrás de la mirada lírica
y de la lengua, deletreando dentro de la boca.
Nunca llamamos al mar ni él nos llama
pero está en nuestro paladar como un estigma.

Sabemos que este acercamiento, que estas observaciones al fenómeno del lenguaje se deben en gran parte a su ejercicio como traductora:

Pero el mar no responde a los dolores, ni siquiera
los de los poetas: sólo los golpes de las palabras
en el encéfalo se parecen a la voz del mar.

En otro texto, la voz Fiama agradece y revela un tiempo pasado:

Doy gracias a mis ojos
que apaciguaron a mi cerebro
espantado por la literatura.
En otros tiempos, el poder de las letras,
el brebaje, el filtro de las sílabas
brotaban en espiral
de las páginas de los maestros dementes…

Hoy o ahora, mis ojos
son solamente como el tacto: tocan,
marcan, con su secreción,
el borde de cada objeto, de los seres,
el límite de una crónica de los días.

A la par de esta actitud, una vocación clara por recorrer la senda interior, senda naturalmente deseada –pero sobre todo más intensamente vivida en esta etapa de la existencia–, se deja advertir en el poema “A veces las cosas dentro de nosotros”:

Lo que nos llama hacia adentro de nosotros mismos
es una onda de luz, un pabilo, una sombra incierta.
Algo que nos cambia la escala de la vista
y nos vuelve piadosos, como quien ya tiene fe.
Los que sentimos la vaga alegría dispersa
por el movimiento, por la forma, por el nombre,
volvemos al cero radiante, al ver
lo que fue grande, lo que fue pequeño, incluso
lo que no tiene tamaño, pero está ahora
aumentado dentro de la nueva mirada.

Pero Fiama no sólo es mirada hacia dentro de ella: para conocerla debemos escuchar los versos suyos decir el universo. La alegoría al sol que nos comparte, es una pincelada más de su propio rostro:

Pastor, que entre nubes pastoreas,
siguiendo en la tierra tus rebaños
de jaras y pinos; (…)

rostro, que tiene la sonrisa y la mirada oblicuas
hasta el fondo de las raíces y hasta las cumbres; (…)

lámpara de silencio inalcanzable,
entre los sonidos más próximos de las criaturas
que, en silencio también, con ella cantan; (…)

Mi Sol, llevarás en ti todos los versos
de los poetas, en libros, en lápidas.

También su “Elogio del movimiento de la Tierra” permite entremirar con la voz no sólo su propio ser, sino la definición que nos abarca y define a todos los hombres:

En la línea del horizonte se mueve
con mayor ahínco que los pies.
Pero sólo sabemos que da vueltas
Si nos quedamos quietos e inciertos.

Los pasos me enseñaron a nacer
para enredarme en las cosas y en lo humano.
Enredo era caminar en el piso de madera
o arrodillarme junto a la vieja cama.
Quien me enseñó tales artes
ya no puede volverme a colocar
en la huella de regreso de mis pasos.
La cama de la abuela se deshace,
el atajo se pierde bajo el musgo
y sólo el piso, como dije
en un verso del principio, recuerda.

Los hijos de los hijos nos prolongan
en un solo cuerpo único, nuestro y ajeno.

… y las ramas se agitan en las estrellas
que están en ese estanque día y noche,
constante espejo infiel de esta visión
o vida o sueño o asombro.

Como todo oficiante de la palabra, Fiama se reescribe sin remedio. Hemos llegado al poema que da nombre al volumen y lo concluye. Estamos con ella en su monólogo, sintiendo que algo más de sí nos ha reservado para este momento. Se acerca a la ventana de cristal y empieza despacio a reescribir el mundo quieto, el único que conoce y vive, sabe y de memoria ve:

Hago memoria, reúno vocales, consonantes, con la mente
en el vidrio, murmurándolas, tan parecidas
en su eco a la última, en la eufonía de humos y de bruma…

El poema afirma en otro fragmento que “nada equivale al vidrio de la ventana del mundo” y esto confirma una experiencia larga, una posición atenta a lo que ocurre en ella, a lo que genera su visión de las cosas, a lo que puede crear su pensamiento. Fiama sigue atenta a lo que pueda pasar con ese vidrio, con esa especie de filtro y división que se interpone entre lo que piensa y lo que quisiera pensar, ya que, en este momento de la escritura, Fiama presiente o sabe que comenzará a padecer una enfermedad, misma que le impedirá, en un futuro no muy lejano, continuar con su arte:

Y no avanzo mientras esté presa a la grúa de hoy
que arranca las palabras de su molde de cosas,
cuando con mis hijos amé o vi la construcción civil,
en una plazuela inocua para mi vida lírica.

Continúa:

Barcos hacia África, entre la torre y el faro los vi
llevar vil guerra, armas de dolor, muerte polvorienta.
Mas hoy la enfermedad navega en esta pobre ruta
que atraviesa el vidrio, como delfines muertos
que regresaran, en cortejo, a que los veamos perdidos
debajo de ti, Casiopea, que todavía estás aquí en el hueco
de la noche.

Fiama y la voz, la voz y Fiama, una sola cosa, un solo desgarramiento:

La franja solar roja es un fondo profundo, solamente
sonoro
y tangible en la boca. Y moriré sin lanzar un sonido vivo
hacia Africa, en este sumario lírico, redicho.

Concluye el poemario con manifiesta entrega del ser que lo ha gestado; es un reflejo coherente del pensamiento honesto que se sabe imposibilitado o limitado donde termina el tiempo de la escritura:

Me gusta ver mi sol rojo en un mes donde se ve poco,
pues pasaban delfines antes de que hubiera un sol así,
y mudamente los vi: imagen lírica tan íntegra

que desciende a la boca de mi última palabra.

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Lourdes Cabrera. (Mérida, 1962). Escritora y periodista. Ha publicado las plaquetes Parafraste de insignias (prosa poética, 1997) y Tiempo de nombrarnos (poesía, La Tinta del Alcatraz, 1998).

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RESEÑA PUBLICADA EN TROPO 23, PRIMERA ÉPOCA, 2002.

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