Lizbeth Peña
Técnica en Ciencias de la Comunicación y en Urgencias Médicas, diplomada en tanatología, primer lugar en un concurso de cuento de Día de Muertos (Casa de Cultura de Cancún, 2000) y mención honorífica en el concurso Como el mar que regresa (2004), Lía Villava Alberú compartió en medio de esta contingencia La bordadora de sueños, su más reciente libro donde ha logrado transmitir —desde el dolor, la poesía y la esperanza— sus vivencias en comunidades de Chiapas, vivencias llenas de aprendizajes e historias. Y para transitar por ellas a través de este libro, Lía recomienda en la siguiente entrevista comenzar el viaje “con el corazón abierto y los pies descalzos”.
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Porque recuerda diferentes géneros literarios, uno tendería a considerar que La bordadora de sueños experimenta de manera justificable un formato que comparte lazos entre la novela, el relato, la crónica y destellos de una prosa poética muy íntima, muy emotiva. Es en este último sentido que la escritora Sandra Lorenzano señala: “Lía escribe poesía en forma de relatos, historias construidas desde el dolor”.
A la manera de una breve novela fragmentada compuesta por 71 textos cortos que, a la vez, son independientes, el lector va acompañando así el desarrollo de dos personajes femeninos: la protagonista Itzel y la narradora, cada una con su propia personalidad, cada una con su propia vida interior, que encuentran puentes subterráneos de entendimiento. Cuando nos acerca a la visión de Itzel, conocemos retratos de comunidades indígenas, crónicas de viajes y relatos de prosa poética de este universo; y cuando adoptamos el punto de vista de la mujer de ciudad, vemos textos reflexivos donde la voz narrativa explora su pasado, sus emociones y nostalgias.
Publicada en 2016 a través de la editorial Página 6, La bordadora de sueños se ha presentado en espacios como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Y en abril de este año, cuando la editorial propuso convertir esta publicación en digital, la autora decidió ofrecer el libro de manera gratuita una temporada, a fin de poner en manos de sus posibles consumidores este hecho cultural —la lectura— como acompañamiento en esta época complicada. Y el resultado no pudo ser más agradecible. Entre los comentarios de quienes han conocido la obra en esta contingencia provocada por la pandemia del coronavirus, se repite uno que habla de la sensación de paz que dejan los relatos, que, por cierto, pueden leerse ahora desde varias plataformas: Google Books, Amazon, librería El Sótano y Kobo.
Lía ha participado en varios talleres de escritura en México y España: con Alicia Ferreira (Surgir, de 1998 a 2015), con Ricardo Yáñez, Julio Hubard, José María Zonta, Gloria Fernández y Jesús Urceloy; actualmente, en un taller de Tokonoma en Cancún, donde la autora reside desde 1986. Sus textos se encuentran en varias revistas y antologías. Y otros se publicarán “cuando los tenga bien hechos”, dice Villava, que sigue escribiendo relatos, además de una novela, “género que admiro, pero que es totalmente nuevo para mí” y que intenta escribir con las bases que recibió en la escuela Fuentetaja, de Madrid, el verano pasado.
Un viaje con el corazón y los pies descalzos
Al referirse a su personaje y a su universo, la narradora revela: “En Chilón la conocen como la intérprete de los sueños”. Itzel tiene “una hermosa camisa bordada y un enredo azul con cintas de colores”. Tal como su protagonista, Lía Villava recomienda comenzar este viaje con el corazón y los pies descalzos: “No lleva zapatos, sus pies trabajados rozan la tierra y las estrellas”. Es un camino que puede llegar a ser desgarrador, pero también lleno de esperanza.
Itzel se nos presenta y nos deja, como a la narradora, una promesa: “Si te llego a soñar, bordaré tu vida, para que aclares el cargo que tendrás que desempeñar”. También nos invita a reconocernos, a escuchar nuestras emociones. Así le pasó a Lía: «En tseltal, te saludan porque de verdad les interesa: “¿Cómo amaneció tu corazón?”. Y sus respuestas son variadas, no es solo un “bien” o “mal”. Ahora debo ser honesta conmigo: ¿Mi corazón está dentro o fuera de casa? ¿Cómo está realmente? Para compartirlo con mi hermano, mi hermana».
—En el libro Voces de agua (2002), aparecen nueve relatos tuyos, donde ya vemos personajes femeninos que reflexionan sobre sus condiciones de vida, a partir del cuerpo, el viaje y las costumbres. ¿Cómo surgió ese libro?
—Éramos cuatro alumnas del taller de Alicia Ferreira. Y fuimos motivadas por Alberto Ruy Sánchez, quien leyó nuestros textos durante una visita que hizo a la Casa de Cultura de Cancún. No solo nos animó a publicarlos, sino que además escribió el prólogo y nos acompañó en las presentaciones en Cancún, en Casa Lamm de la Ciudad de México y en la FIL de Guadalajara (2003). El libro surgió con el apoyo de Fundación Oasis, Universidad del Caribe y Universidad de Guadalajara.
—Cuentos tuyos aparecen en Fachadas (2005) y Antología de Escritoras de Quintana Roo (2014), en revistas como Luvina y La Pluma del Ganso; tus poemas, en el libro Poesías de la Pluma (2012). ¿Cómo han sido para ti esas experiencias de publicación colectiva?
—Participé en La Pluma del Ganso e hicimos varias lecturas, una en la Casa de la Cultura en Tuxta Gutiérrez (Chiapas), otras en la Ciudad de México. Es muy interesante compartir los textos en vivo con otros autores, conocerlos en persona y crear redes. De las coautoras del libro Voces de Agua, Olinka Ávila ha seguido escribiendo. Haberlo hecho en grupo, nos dio el valor y la complicidad para disfrutar todo el proceso, desde la selección hasta las presentaciones.
—¿Cómo fue la evolución de La bordadora de sueños? ¿Que abarcó el antes y después de la publicación? ¿Cómo fueron los acercamientos, el interés de documentar, la escritura misma de esos textos?
—Tenía una visión muy limitada. Por eso, los cambios fueron definitivos al visitar las comunidades de Chiapas y al escuchar a su gente. Quedé cautivada con sus historias. La intención fue plasmar sus voces, sus costumbres y lo que iba descubriendo a mi paso; transcribir lo que veía, escuchaba y sentía. Con pocas herramientas literarias, sin embargo, me arriesgué a publicar por la necesidad de compartir la experiencia.
Eso me hizo sentir más confianza en comunicar todas las voces que necesitaban salir. A la distancia, podría corregir algunos textos, extender otros, pero decido dejarlos tal cual. Personalmente, me falta mucho por aprender. Pero no me arrepiento de nada. Este libro abrió mi corazón y el de más personas, esa fue la finalidad.
—Además de las personas que fueron tus intérpretes, tuviste “llaves maestras” que te permitieron entrar realmente a las comunidades. ¿Cómo fue el intercambio que tuviste a raíz de la guía del antropólogo, lingüista y sacerdote jesuita Eugenio Maurer?
—Al tener invitaciones por varios lados para ir a Chiapas, sentí que algo me estaba diciendo “tienes que ir”. Una de estas, fue de mi gran amigo Eugenio Maurer: fui de su mano. Así pude acercarme al sentido de comunidad que ellos tienen, que es muy diferente al mío, cómo es que van construyendo este tejido social, donde todos son parte de algo y donde te conectas con otros, de una manera muy honesta, que yo no conocía.
Eugenio me preguntaba “¿qué costumbre quieres saber?”. Me daba lecturas y me decía: “estudia”, “no lo estás entendiendo”, “ahora ve y entrevista a esta persona y pregunta esto”. Les preguntaba para saber si mi interpretación era la correcta. De regreso, lo discutía de nuevo con él.
—Tu otra guía e invitación llegó desde tu compañero de Cruz Roja, Inti Contreras. Comentabas que, estando de guardia en un evento del Fondo Monetario Internacional (FMI), trabajando como paramédicos, él empezó a contarte sobre las comunidades de Chiapas.
—Pensé que el realismo mágico existía, porque ellos lo practicaban. Había leído mucho, pero no era igual. La primera visita fue muy impresionante, porque yo era la extranjera. Me sentaba en las bancas de la iglesia o del pueblo. La gente se acercaba, las niñas, sobre todo, me miraban y se reían. Como a los tres días, me tocaban el pelo, como bicho raro. Luego, me tocaban el brazo y se morían de la risa. Ya después hasta me invitaban a bailar las señoras mayores, en sus costumbres dentro de la iglesia.
Cuando les comenté: “escribo y quiero contar sus historias”, aceptaron. Algunas personas no me dejaban tomarles fotografías, para no robarles su alma, pero otras decían que sí, con mucho gusto. Me fueron acercando poco a poco y, al final, ya me sentía parte. Fui bordando de varias historias, a veces con intérpretes, a veces hablaban muy bien español, en diferentes lugares. Me invitaron también a una comunidad zapatista, donde uno de ellos me dijo: “solo porque te miro y miro tus ojos y veo que hay verdad, te puedo decir lo que quieres”. Descubrí que existen otras formas de manejarse en la vida.
—Uno de tus cuentos que más conmueve es “La mordida”, por lo que ocurrió en Acteal en 1997 y, especialmente, por la cuestión del perdón.
—Con la red de apoyo que me fue acompañando, las historias me eligieron. Personas que vivieron o sobrevivieron ciertas situaciones. “La mordida” la hice en Acteal, habían pasado como cuatro años de la matanza. Hay una vibra muy especial ahí, ves hasta las huellas de las balas, con una escultura impresionante (la “Columna de la infamia”, del escultor danés Jens Galschiot).
La manera en la que perciben la vida, su resiliencia… Yo no podía creerlo. “En una noche perdiste a tu familia entera, ¿y los perdonaron?”. Empecé a ver que, en realidad, ellas habían perdonado. Fue la lección más grande que recibí, me di cuenta de que eso era realmente lo importante. Me han invitado a las ceremonias conmovedoras que realizan cada año, he ido a varias y sigo pensando que estas comunidades me han enseñado más que cualquier escuela.
Una compañera y un compañero de Cruz Roja, que son pareja, fueron de los primeros que llegaron después de lo ocurrido en Acteal. No habían vuelto a hablar de lo que vivieron; fue hasta catártico cuando me contaron. Luego, en las noches, debía reacomodar en mí todas estas emociones, toda esa energía por asimilar, porque tenía la grabación, pero no era lo mismo que la vivencia. Hacerme a un lado, tratar de ser fiel a lo que me decían. Pensando: “si yo fuera Itzel…”.
—Tu obra también puede instaurarse en la tradición que recopila saberes, costumbres y tradiciones de las comunidades, donde resalta el lenguaje sencillo y a la vez poético. Por la estética formal de tus textos, a Miguel Ángel Meza le recordaron el tono, el tempo y el lenguaje de autores como Ermilo Abreu Gómez en Canek y Jorge Cocom Pech en Secretos del abuelo. ¿Qué obras te ayudaron en tu escritura?
—Uno de mis libros favoritos es El callado dolor de los tzotziles, de Ramón Rubín, creo que fue una gran influencia para intentar hacer algo que transmitiera su cosmovisión. Entre mis autores están Rosario Castellanos, Eduardo Galeano, muchos y muchas más.
—En dos relatos de La bordadora de sueños, conocemos el ritual Yip o’tan (engrandecer el corazón)…
—Es una celebración donde, una vez reconocida la pena que embarga al hermano o hermana, cada persona se acerca y, con mucho respeto y cuidado, impone sus manos sobre el compañero o compañera y le va diciendo al oído palabras muy sentidas. La catarsis es inmediata. Todos necesitamos de los demás para armonizar nuestros corazones. Si a las personas que queremos les decimos frases amorosas, les estaremos engrandeciendo el corazón.
—Trabajas como enlace de artesanas y artesanos para vender sus productos…
—Mi acercamiento fue por el amor al trabajo artesanal de México. Hace más de treinta años, tuve una tienda de arte popular en Acapulco y me relacionaba con los y las artesanas. Tengo contactos valiosísimos.
Después, en 2014, también empecé a trabajar con la Cooperativa. Es un grupo de ocho mujeres que están aquí en Quintana Roo, en Los Juárez, al lado de Leona Vicario. Fabrican productos de higiene para los hoteles. La base es miel de Melipona, una abeja de la región que ellas cuidan y conservan con la tradición ancestral de los mayas.
En mi vida, hay una Itzel que me acompaña y es muchas mujeres a la vez.
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Nota: Agradezco a mis alumnas del taller de Cráter. Esta entrevista fue posible por ellas. Gracias por su apoyo, especialmente, a Estefanía Alvarado, Rocío Escorcia y Raúl Balbuena.
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Entrevista publicada en TROPO 24, Nueva Época, 2020.