Miguel Ángel Meza
Luego de una primera incursión en la literatura, fase considerada por ella tal vez como una etapa de formación, y tras un retiro de varios años del medio, la escritora Mariel Turrent retoma su vocación literaria con seguro empeño y presenta una primera obra de madurez, una novela del realismo intimista a través de la cual los lectores podrán descubrir, y reconocer, un Cancún contado por sus propios personajes. Publicada por Malix Editores (proyecto independiente de reciente creación), “Hasta el último vuelo” es el reto personal de una creadora que ve en la escritura una vía de acceso a una dicha íntima, a una reconciliación con ella misma y con el mundo que la rodea.
Mujer reservada —recelosa de posibles deslumbramientos ante los reflectores de la vida literaria—, Mariel Turrent ha sido renuente hasta hoy a que la ubiquen como una “escritora” (ella misma se denomina escribidora), en un afán de no “creérsela” y muy consciente de que el camino de la gran literatura siempre es largo y pronunciado y presenta retos cada vez de mayor envergadura en cuanto a forma y profesionalismo.
Radicada en Cancún desde 1992, lectora voraz y reseñista habitual de este medio, Turrent se muestra en esta entrevista como una voz sin pretensiones ni respaldos teóricos al uso. Sus respuestas rápidas, directas y naturales, revelan una mente práctica y confiada, sin dobleces ni alardes. Lejos de la construcción de una figura literaria propia, se ha decantado por la naturalidad de una artesana de la palabra, que solo quiere ofrecer lo mejor de sí misma: una obra producto del esfuerzo y de la incesante práctica del oficio.
—Sabemos que hay una tradición literaria en tu familia. ¿Qué tanto ha influido esto en tu dedicación a la literatura, primero a la poesía, ahora a la novela?
—Hay muchos Turrent escritores, y por el lado materno también hay mujeres poetas, pero en específico Jaime Turrent, el hermano de mi papá…
—Jaime Turrent, el autor de Trilogía del desamparo y Una sombra que pasa…
—…él fue quien influyó en mí. Desde niña siempre lo vi como una persona especial porque era escritor (ni sabía qué escribía, decían que no era para niños), y yo quería ser escritora también. Como mi mamá leía a Agatha Christie, yo escribía obras de teatro que llevaba a escena con mis primos, y también escribía poemas porque mi mamá y mi bisabuela escribían poemas. Aunque siempre la ortografía me la corregía mi amiga Paty.
—Perteneces a la segunda generación de escritores que se formaron y produjeron obra en Cancún, la generación que se estrenó en los primeros talleres literarios de la ciudad (por ejemplo, en Surgir, el de Alicia Ferreira). Ahora eres esposa y madre de familia; y mujer que trabaja. ¿Cómo resuelves la demanda de tiempo y entrega que requiere la literatura, tan celosa ella?
—Tuve una etapa muy productiva desde 1994 hasta 2003 donde estaba soltera y sola, y pude entregarme a escribir. Pero después me casé, empecé a dar clases en la universidad y nació mi hija. Entonces llegó el conocido bloqueo del escritor. Por una parte, me preocupaba lo que pensarían mis alumnos y además toda mi energía se la dedicaba a mi hija. Así que desde el 2003 hasta el 2016, mi escritura se volvió más íntima; escribí muchas cartas a gente muy cercana, amante de las letras; escribí cuentos sobre mi hija, y algunos poemas. En el 2013 fui a la presentación del libro Por un lugar en el mundo de mi amiga Mónica Aguilar, y pensé que mis vacaciones tenían que terminar, que ya no tenía alumnos, mi hija había crecido y mi esposo me animaba a hacerlo. Me tomó tres años arrancar, poner rutinas y dedicar ciertas horas de ciertos días a la semana a la literatura. Como no soy escritora de tiempo completo, me tardé dos años en escribir la novela y uno más entre correcciones y el proceso de publicación. Con esta novela regresé a la escritura creativa. Además, esta es una nueva etapa como escritora, porque nunca había escrito novela.
—Si tuvieras que cambiar algo de tus comienzos literarios, ¿qué cambiarías? ¿O no cambiarías nada?
—Hubiera estudiado Filosofía y Letras. Cuando entré a la universidad me dejé llevar por otras cosas más prácticas; y aunque siempre he estado en cursos y talleres, me hubiera gustado tener esa formación.
—¿Qué ha sido para ti lo mejor y lo peor de “escribir”?
—Lo mejor es que me hace feliz. Cuando tengo un proyecto literario y lo llevo a cabo, me siento bien conmigo misma y con todo lo que me rodea. Además, gracias a la escritura, he creado lazos muy estrechos con personas maravillosas que me enriquecen; el mundo de la palabra escrita es un mundo mucho más íntimo y transparente que el de la palabra hablada. Sin embargo, me aleja de la vida social, que no me gusta nada, pero de alguna manera es importante porque vivimos en sociedad.
—Los juegos de la realidad y la ficción subyacen siempre en el proceso creativo. ¿Qué tanto hay de ti en esta obra? ¿Cómo logras distanciarte de tus personajes? En suma, ¿cómo surge la idea final de esta novela?
—Estuve dándole vueltas mucho tiempo; quería escribir sobre algunas situaciones de mi vida que me inquietaban: relaciones pasadas que había, tal vez, que exorcizar. Pero al ponerlo en papel me resultaba muy aburrido regresar al pasado. Entonces, me vino la idea de no contar nada personal. Es decir, tenía que inventar una realidad diferente, nueva, otra posibilidad de lo que en realidad ocurrió. Así fue como inicié creando personajes a partir de gente que conocía, a los que cambié la historia, a los que hice diferentes, a quienes mezclé con otros; fusioné situaciones, caracteres, eventos, y luego la historia cobró vida y me fue presentando otros personajes totalmente nuevos y desconocidos para mí, que llegaron con su propio estilo, su forma de hablar y ver el mundo, con su propia música, para enseñarme cosas distintas que fue interesantísimo descubrir.
—En la revista TROPO te has orientado últimamente hacia la reseña de libros eróticos. ¿Por qué este interés en una vertiente del género particularmente transgresor?
—Primero fue una sugerencia del editor, pero me gustó la idea. Tal vez porque el tema del sexo fue un tabú en mi educación, así que había que contrarrestarlo para tener un equilibrio. Yo y todas mis compañeras de la escuela le debemos nuestra educación sexual a un libro que circuló por todas y cada una, forrado a la manera escolar para que pasara inadvertido. Así que supongo que por eso me gusta explorar el tema a través de la lectura.
—¿Tu próxima obra será una novela erótica?
—No. No es mi estilo. Puedo escribir poesía erótica porque se vuelve como un juego. Es como esconder pudorosamente sentimientos detrás de imágenes literarias. Y también puedo poner algunas escenas porque la sexualidad es parte de nuestra condición humana, pero no escribiría una novela erótica porque no es un mundo que conozca bien ni en el cual me gustaría involucrarme tanto.
—Una pregunta obligada: ¿qué libro o qué autor han marcado tu historia como lectora o como escritora?
—Definitivamente Kundera. De niña me gustaba Shakespeare, porque me lo enseñaban en la escuela. Mi lista podría ser interminable si tuviera buena memoria, pero soy pésima para acordarme. Necesito ver mi librero… Déjame pensar… a los que siempre regreso, aunque sea para abrirlos y leer una frase son El Arco y la Lira y La llama doble de Paz; a su poesía, en contraste con la de Jaime Sabines; a Seda y Mr. Gwyn de Baricco; y a Demian y Narciso y Goldmundo de Herman Hesse. Cualquier novela de Vargas Llosa…, y Alvaro Mutis me encanta. Tabucchi, Enrique Serna… seguro se me olvidan muchos. En esta época me han encantado las propuestas de mujeres como Guadalupe Nettel, Rosa Montero, Siri Hustvedt, Joyce Carol Oates y Muriel Barbery.
—Si tuvieras que elegir a un personaje de ficción para sentarte a charlar un rato, ¿a quién elegirías?
—Al Gaviero y a Ilona de Mutis, o a Tomás y a Sabina, de Kundera.
—¿Qué gran obra te hubiera gustado escribir?
—La insoportable levedad del ser.
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Entrevista publicada en TROPO 18, Nueva Época, 2018.