Jorge Jufresa
En el contexto de la publicación en 2016 del libro Invasores, exploradores y viajeros: la vida cotidiana en Yucatán desde la óptica del otro, 1834-1906, presentamos a continuación fragmentos de la charla que Jorge Jufresa sostuvo con la autora en días pasados. El texto contribuye sin duda a divulgar una obra que los quintanarroenses deben conocer no solo por su indiscutible importancia historiográfica sino también por su calidad literaria, y resulta fundamental para valorar el papel que Lorena Careaga ha jugado para mostrar desde otra óptica la historia de la Guerra de Castas de la península de Yucatán y del propio devenir del estado de Quintana Roo.
¿[…]cómo hacer una narración lo suficientemente densa como
para tratar no sólo la serie de acontecimientos e intenciones
conscientes de sus agentes, sino también las estructuras
—intuiciones, modos de pensamiento, etc.—
… ¿Cómo sería una narración así?
Peter Burke
Lorena Careaga Viliesid se ha labrado un sitio distinguido en la historiografía mexicana dedicando una fructífera carrera al estudio de dos temas principales: la Guerra de Castas de la península de Yucatán y la historia del estado de Quintana Roo. Este último se ha subordinado al primero. Empezó a estudiarlo como contexto y se convirtió frecuentemente en un valorado producto independiente. Lo que hace notable su obra son los enfoques con que ha abordado su tema emblemático. En la historiografía existe un viejo debate entre quienes sostienen que la Historia, como disciplina profesional, tendría que limitarse a establecer acontecimientos, y sus explicaciones fácticas, y quienes desarrollan herramientas para tratar de comprenderlos. En su estudio sobre la historiografía de los últimos cien años, Peter Burke echa mano de un conocido ejemplo para ilustrar estos tres puntos de vista. La mayoría de historiadores tradicionales se quedarían en el hecho: “la ventana se rompió”, y, la explicación: “se rompió porque tal o cual le arrojó una piedra”. Los historiadores insatisfechos tratarán de alcanzar mayor profundidad; dirían algo así como: “la ventana se rompió porque estaba débil”.
Todas las tesis profesionales de Lorena Careaga han tratado de aportar elementos de comprensión de la Guerra de Castas. Aceptando provisionalmente muchos de los hechos y explicaciones convencionales establecidos por historiadores1 que le precedieron, y a los que siempre ha admirado; pero valiéndose de su doble formación como antropóloga social y como historiadora, se aproximó a esta Guerra de manera distinta: primero con conceptos más sociológicos; luego, con la óptica de la historia de las mentalidades. Ahora, su tesis doctoral, titulada: Invasores, exploradores y viajeros: la vida cotidiana en Yucatán desde la óptica del otro, 1834-1906, retoma el tema con un marco teórico más complejo. Y, más que avanzar en la comprensión de los sucesos, procura mostrarnos cómo se pueden refinar las herramientas de análisis y se pueden incorporar y utilizar fuentes olvidadas para calar más hondo en la captación de este acontecimiento.
Esta tesis doctoral, que le valió el graduarse con mención de honor en 2015 y que ha sido cuidadosamente publicada en forma de libro2, es un prodigio de arquitectura y, como lo quiero ponderar aquí, una pieza literaria de muy deleitable lectura. En síntesis, lo que nuestra historiadora hace en esta ocasión es validar la mirada del Otro para captar la vida cotidiana de un lugar determinado; en este caso, el Yucatán del siglo XIX. Tras justificar por qué los viajeros extranjeros pueden ocupar el lugar de ese gran Otro, decide peinar los registros de aquellos que pasaron por la Península, desde poco tiempo antes o durante la conflagración que se prolongó en esta área por más de 50 años. Al final de su pesquisa, encontró tantos (58 en total) que tuvo que generar un nuevo criterio de selección para poderlos abordar en una tesis factible en tiempo razonable. Se quedó con los 33 viajeros, entre ellos tres notables viajeras, que dejaron testimonio por escrito de su paso por la región. Luego, sin pretender agotar sus posibilidades, nos muestra cómo se puede utilizar este material para complementar el conocimiento de los hechos y sobre todo para arrojar nueva luz a la vida cotidiana durante el conflicto. Para ello, no basta contar con todos los testimonios que puedan recuperarse: diarios de viaje, reportes, cartas, fotos, pinturas, filmaciones (que entonces comenzaban a existir), los métodos de la Historia obligan a un examen crítico de estas fuentes: cuál era su filiación y motivo de viaje, con qué tipo de actitud contemplaban los escenarios que describen o recuentan. Y luego, es necesario mostrar que sus percepciones enriquecen el cuadro con luces que no obtendríamos sin su concurso.
Sólo una historiadora muy experimentada con extraordinarias dotes narrativas podría evitar que todo este entramado historiográfico ahogara en un mar de consideraciones teóricas, técnicas y hasta filosóficas, el recuento de hechos y situaciones vividas, lo que un libro de Historia promete por definición, y en particular se esperaría al leer el título de esta tesis.
Quién es nuestra historiadora
Lorena Careaga es, desde hace algunos meses, Directora General de Cooperación Académica de la Universidad de Quintana Roo. Para ella, este nombramiento significa su retorno a una institución de la que es maestra fundadora y a la que siempre ha llevado en su corazón.
Nuestra autora estudió Antropología Social en la Universidad Iberoamericana e Historia en la UNAM. De hecho, al completar los créditos de la maestría le dijeron que podía continuar con los créditos del doctorado y obtenerlo con una sola tesis. Disfruta mucho recordando que, al optar por esta posibilidad, dado que ella no procedía de la licenciatura en Historia, tuvo que revalidar algunas materias con compañeros de primer ingreso, es decir, bastante más jóvenes, en la tremebunda Facultad de Filosofía y Letras. A través de la copiosa labor que hemos indicado, Lorena ha aprendido a conjugar esas dos perspectivas. Fundidas en una perspicacia para detectar y perseguir temáticas y un estilo para titular sus obras, ambas miradas cohabitan naturalmente en ella y se derraman en toda situación vehiculadas con las habilidades vitales de una refinada personalidad: cabeza clara; talante firme, pero amable; preciosa disposición para la charla y el humor, comunicación directa, tanto por escrito como de viva voz. Es culta, pero no culterana. Los lectores de Tropo que la conocen3 no me dejarán mentir: es un placer charlar con ella.
La charla que sostuvimos me confirmó que esta escritora no es de las que se sientan a esperar la inspiración. Alguna vez, dentro de la Universidad del Caribe, colaboré tangencialmente en un proyecto de la Biblioteca, que ella encabezaba. Tuve ahí un primer atisbo de su perfil profesional. Tan pronto era ingeniera, como maestra de obras o albañila (literalmente se encaramó a colgar las lonas de una hermosa línea del tiempo, hasta que, por fin, y, por supuesto, a tiempo, estuvieron listas). Su estilo es arremangarse y comenzar a cernir datos, a tomar notas en su propio cuaderno. El rumbo se encuentra sobre la marcha, chambeando. No le preocupa la brújula porque la lleva integrada a su persona. La meta es una realización oportuna y de la más alta calidad. ¿Ideas y visiones?, hay muchas. Las suyas y las de los interlocutores en la tarea. Ya se alinearán por el camino. Lo que no se puede es parar el carro de esta historia que estamos haciendo, ahora. “Se hace camino al andar”, diría uno de sus trovadores favoritos, por su conducto, cuando, en una faceta que no vamos a tocar aquí, Lorena empuña la guitarra y canta.
Por supuesto, esa confianza en su propia persona le viene de alguna parte. Encontró tempranamente un tema y se ha hecho famosa con él, es cierto. Un componente esencial en esa elección, son sus intuiciones y pasiones personales, es cierto. Pero a partir de ahí, se ha hecho historiadora, a pulso y en gerundio. Ha construido su profesión haciendo adobes para las de otros, metiendo mano en montones de documentos, hurgando u organizando archivos, que a veces estaban abarrotados y enmohecidos en un galerón municipal o una vieja parroquia; preparando bibliografías, editando colecciones de libros. Ha realizado labor documental y editorial para el gobierno del estado, desde sus inicios, tratando directamente con el gobernador Martínez Ross, hasta la fecha; luego, para la UQROO, para el Instituto José María Luis Mora, para el COLMEX; ahí, en colaboración con otra de sus grandes veneraciones e influencias, el epítome de la microhistoria en México, don Luis González y González (el que también tenía historia para la “y” entre sus apellidos). Sus pesquisas la han llevado a la Biblioteca de Washington, al Archivo de Indias, al General de la Nación. Todas sus tesis profesionales y graduaciones han tenido que caminar al ritmo que les impuso una señorita que la mayor parte de su tiempo lo ocupaba en barbechar su campo de cultivo, curtiéndose en el oficio. Por eso se aprendió al dedillo el estado de Quintana Roo y la Península de Yucatán. Por eso, cuando en 1985, Eugenia Meyer, entonces directora del Instituto Mora, solicitó un especialista que pudiera hablar sobre Quintana Roo en una importante conferencia sobre la Frontera Sur, le dijeron que una carta, si no la única, era Lorena Careaga. Esa participación le abrió la puerta para que, años después, cuando ella quiso volver a radicarse en la ciudad de México, fuera invitada por ese Instituto, primero, a colaborar con el volumen dedicado a Quintana Roo y, más tarde, a dirigir la colección de Historia Regional y escribir el tomo dedicado al estado de Morelos. Así es como nuestra historiadora construyó su profesión. Ese impulso le duró para acreditarse en su exigente campo vocacional. Luego su vida le pidió hacer un alto. ¿Un balance?
La Lorena que ahora tenía enfrente era la persona que —tras un lapso de 10 años precipitado por una jornada de reencuentro consigo misma que la llevó a un viaje espiritual por la India; y luego, a montar en Chetumal un centro de práctica de yoga y a renunciar por entero a la vida académica— había sido recuperada para el mundo de la investigación por el Observatorio Urbano y de Violencia y Equidad de Género de Quintana Roo. Colaboró con los instrumentos de su expertise en un estudio sobre suicidio en Quintana Roo4. Esa vía de regreso al terreno académico fue sumamente importante para ella. Saberse equipada para contribuir a un propósito de tan alta sensibilidad social en un momento en que había resuelto muchas de las dudas existenciales que la habían conducido a probar otros caminos, le hizo revalorizar el capital de habilidades profesionales y vitales que había conseguido con tanto esfuerzo y que había puesto a hibernar. Ella hubiera querido continuar ese camino de acercamiento a la realidad social. Así lo propuso, pero Fernando Espinoza de los Reyes dispuso… otra cosa. Por supuesto, Lorena podía seguir colaborando con el Observatorio, pero el entonces Rector la Universidad del Caribe le hizo una propuesta que no pudo rehusar. Él necesitaba una persona idónea para aterrizar la Biblioteca de sus sueños en el campus de Corales. Aquí tenía una académica reconocida que no es que hubiera tratado con libros, había nadado en ellos toda su vida. No había estudiado métodos de clasificación y de servicio bibliotecario, los había sufrido. Su aparato crítico, más que practicarlo, lo adquirió por ósmosis. Fue así que, más madura y con nueva energía, la antigua ratona de biblioteca se decidió a volver a las andadas.
No pasó mucho tiempo antes de que el propio Rector la instara a retomar su propósito de doctorarse. Sumergida en las intensas tareas de conducir la Biblioteca Antonio Enríquez Savignac, tuvo que emplear muchas horas extra de trabajo y casi todos sus días de asueto y de vacaciones para preparar la enorme tesis con la que por fin se doctoró. Le tomó siete años, terminarla.
El armazón de esta tesis es muy inteligente: distribuye la presentación de los maravillosos personajes que encontró, sobre el telón de fondo de los acontecimientos generales habidos en la Península, según la época en que iban llegando. Cada uno entra, muestra su perfil, hace su pirueta y sale. Lo que los lectores obtenemos es un rico sabor de la época y quedarnos picados con el destino de cada uno de estos aventureros. Todo ello, sin obligación de correr la vista hacia la letra pequeña, si el lector no es historiador y no quiere suspender las emociones de la trama principal. Aunque hay que advertir que muchas de esas notas a pie de página contienen detalles y complementos muy disfrutables.
Para qué estudiar la vida cotidiana
La vida cotidiana es el conjunto de actividades que caracterizan
[…] la reproducción social. En toda sociedad hay, pues, una vida
cotidiana: sin ella no hay sociedad.
Agnes Heller
Una cuestión que me ha suscitado esta tesis y que por ahora no he podido acabar de conversar con la autora, es “para qué estudiar la vida cotidiana”. En principio, como frase, “la vida cotidiana de una guerra” parece un oxímoron. Pues si uno repasa la acepción básica de “cotidiano”: “[lo] que ocurre, se hace o se repite todos los días (en forma habitual o usual)”, nada parece más contrario a esa regularidad que las convulsiones caóticas que suele acarrear una guerra. La guerra, al menos para las poblaciones que la sufren, suele trastocar toda normalidad e impedir que se reinstale. Pero, en efecto, si adoptamos el punto de vista de Agnes Heller, la contradicción se disuelve. Tal vez desaparezca la forma habitual de satisfacer las necesidades, pero no desaparecen las necesidades que, todos los días, retornan tercamente. Si una persona o un pueblo sobreviven, de forma habitual o no, quiere decir que de alguna manera atienden esas necesidades, que tienen algún género de vida cotidiana.
Esa es la huidiza realidad que Lorena ha tratado de atrapar con diferentes redes conceptuales. Primero, la pasante de Antropología intentó caracterizar la comunidad cimarrona que los mayas rebeldes habían formado en la selva con la categoría de “campesinado reconstituido”. Les soltó esa bomba teórica a sus colegas de la Universidad Iberoamericana y, mientras estos intentaban desmontarla, ella se pasó a cursar el doctorado en Historia en la UNAM. Con sus nuevas herramientas, intentó comprender el funcionamiento de un culto político-religioso: la Cruz Parlante, como factor de cohesión y, luego, de división, del bando maya. Hoy, la doctora va más allá. La inclusión de Michel de Certeau en su marco teórico nos indica el sentido de su nuevo empeño.
Dejo aquí, en la pluma de Luce Giard, la colega y editora de Michel de Certeau, la caracterización de la mirada de éste, asentada en la Introducción a la versión revisada del tomo 1 de La invención de la vida cotidiana:
De Certeau [siempre detecta el] movimiento de micro-resistencias, las cuales fundan a su vez micro-libertades, movilizan recursos insospechados, ocultos en la gente ordinaria, y con esto desplazan las fronteras verdaderas de la influencia de los poderes sobre la multitud anónima. De Certeau habla a menudo de esta inversión y subversión por parte de los más débiles, por ejemplo, a propósito de los indios de América Latina, sometidos a una cristianización forzada por el colonizador español. En realidad, ellos “metaforizaban el orden dominante” al hacer funcionar sus leyes y sus representaciones “bajo otro registro”, en el marco de su propia tradición.
[…] su atención a la libertad interior de los disconformes, aun reducidos al silencio […], su respeto a toda resistencia, por mínima que sea, y a la forma de movilidad que abre esta resistencia, todo esto da a Michel de Certeau la posibilidad de creer firmemente en la libertad montaraz de las prácticas.
Cuando un libro de historia aborda una época con esta mirada, ya no habla sólo del pasado, nos incluye. Nos remite a nuestra cotidianidad como eterno retorno de lo distinto, ráfagas de variaciones que frecuentemente ponen en juego nuestras capacidades de improvisación y nos exigen la heroicidad de la astucia.
Lorena Careaga nos demuestra que el pasado nos habla mejor si lo estudiamos con distintos instrumentos e incluimos sistemáticamente la mirada del Otro. Los propios siempre nos miramos con el sesgo de nuestra perspectiva.
NOTAS:
1. Señaladamente el historiador Howard Cline, uno de los grandes bibliógrafos de la historia de este conflicto; y el periodista Nelson Reed, cuya famosa obra La guerra de Casta de Yucatán fue su primera gran inspiración para dedicar su vida profesional a este tema.
2. Lorena Careaga Viliesid: “Invasores, exploradores y viajeros: la vida cotidiana en Yucatán desde la óptica del otro, 1834-1906”. Colección Libro Abierto del Fondo del Fomento a la Lectura “Felipe Carrillo Puerto” del Consejo Editorial de la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán (2016, Año del Centenario del Congreso Feminista de Yucatán) (2 volúmenes).
3. Su vena narrativa se puede apreciar en Crónicas de Ámbarluna (que aparecen en su blog y en esta revista: o en Noticias del Trópico, su otro blog.
4. Lorena aportó la parte de Othón P. Blanco.
Jorge Jufresa Carreras (1947). Ensayista. Nació en la ciudad de México cuando esta era D. F. Dejó oportunamente inconclusas las carreras: de contabilidad, en el ISEC; de periodismo, en la Carlos Septién García; de Investigación de la Historia, en el COLMEX; de Terapia Gestalt en el CEIG; y de músico, en la calle; títulos impresentables que no han hecho otra cosa que nutrir su enorme interés por la humanidad de los seres humanos.
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Entrevista publicada en TROPO 13, Nueva Época, 2017.