Busco la metáfora del erotismo en el mundo: Ruy Sánchez

 

Olinka Ávila, Cecilia Carranza, Maribel Sierra, Lía Villava

  Invitado a Cancún en el 2002 con motivo de la presentación de su trilogía “Las voces de aire”, “Los labios del agua” y “Los jardines secretos de Mogador”, el poeta y novelista Alberto Ruy Sánchez conversó con la revista TROPO con la avidez y amenidad de un cuentacuentos “halaiquí”. Lector interesado en Passolini, Rilke, Yourcenar, Baudelaire y Lezama Lima, Ruy Sánchez afirma que tiene muchos “yos” en sus preferencias y que a veces no los reconoce, y aborda con sencillez su intensa búsqueda por descifrar los lenguajes ocultos del deseo. —El germen temático de tu obra es el deseo y el objeto que lo inspira. En este caso el símbolo más importante de tu obra es la mujer, ¿por qué el deseo y la mujer? —Creo que todo comenzó como una preocupación: comprobar al principio de mi vida en pareja que yo era un típico macho mexicano y que tenía mucho que aprender sobre el mundo afectivo, amoroso y sexual de una mujer. Poco a poco me fui convirtiendo en un observador. Parte de las motivaciones literarias tiene que ver con esa sensación de que no está escrito algo que tú puedes percibir, tal vez por ignorancia. Seguramente todo está escrito por ahí, pero lo importante es cómo son las cosas para ti. Cada escritor escribe las cosas diferente: la expresión nunca será la misma. Entonces, empecé a vivir una exploración del deseo, de las características del deseo, de la conducta deseante de las personas, lo cual era cada vez más, evidentemente, una exploración de la imaginación. Al principio de Los Nombres del Aire hay una frase detonadora de Marguerite Yourcenar (que, por cierto, no aparece en la primera versión del libro): “Sin saberlo todos entramos en los sueños amorosos de quienes se cruzan con nosotros o nos rodean”. De esa manera a todos les entregamos nuestro cuerpo; eso te evita muchísimos celos, por ejemplo, por más que controles… Tengo un amigo cuya esposa no lo deja bailar con nadie; es inútil, de todas maneras, si te vas a meter en los sueños amorosos de otras personas, bailes o no bailes, no cambiará nada. La realidad es una paradoja de lo que pasa, te sugiere muchas más cosas que son muy importantes en la vida amorosa de las gentes. El que una persona sea significativa para otra sucede de la fusión no solamente física, sino también del deseo, que es esta manifestación imaginaria del cuerpo; entonces, me pareció un verso de un interés inmenso, que no se acaba. Siempre estoy aprendiendo algo, disfrutando la manera de contar algo que aprendo en ese mundo, con esta pregunta siempre abierta. —El pintor Paul Klee decía “lo visible es sólo un fragmento de lo real”. ¿Podríamos decir que ése sería el principio que manejas en Los Jardines Secretos de Mogador? —Creo que el cuerpo mismo es un pequeño porcentaje de lucidez y un gran porcentaje de imaginación, y gran parte de la trascendencia de la vida está en tocar lo invisible, en tocar lo que no se toca. Todo el tiempo estamos atravesando una barrera que nos lleva más allá de lo que parece evidente; ya sea con significado, o más allá de lo que es visible alrededor de nosotros. Si las cosas fueran solamente su materialidad, sería ya mucho, pero lo que yo no puedo pensar es en la materialidad desligada del espíritu, de la idea del deseo; como tampoco puedo pensar en las ideas o en las esencias desligadas del cuerpo. Para mí, todo está comunicado, vinculado a lo tangible y a lo intangible; sobre todo, es muy importante lo sensorial, en todos los sentidos, y cómo ir más allá a través de ellos. —Para ti, ¿es indispensable que el autor viva y conozca aquello de lo que habla? O visto de otro modo, ¿el autor corre el riesgo de encarnar en su vida lo que dice su obra? García Márquez decía “allí donde las palabras pasan antes que los hechos”. —Pienso que la vida y la obra tienen que estar muy comunicadas, pero los hilos delgados de la unión suelen ser misteriosos y más complejos de lo que pensamos. Un escritor no escribe literalmente lo que sucede, para empezar porque no puede, porque siempre está inventando algo, tal vez hasta inventándose a sí mismo. Simplemente con la forma de hablar de las diferentes regiones, aun teniendo la misma lengua, la gente tiene una manera de inventarse a sí misma. La literatura está llena de vida, tiene que haber vida en ella; eso no quiere decir contar las anécdotas como las vivimos. Creo que todo lo que yo cuento tiene una vida inmensa y no solamente porque lo haya vivido. No sólo es la vida de uno, hay que tratar de ser sensibles y escuchar la vida de los demás, las razones de los demás. Eso es apasionante, también de eso está hecha gran parte de la literatura. Cada persona vive lo mismo de manera diferente. Eso en el acto amoroso es fundamental. Una pareja puede estar haciendo el amor y cada uno está viviendo algo diferente, incluso en el momento en que pueden sentirse más unidos, más purificados, más copartícipes, pero siempre hay la otredad, la que hay que respetar, escuchar, saber que existe, saber que nada es como uno lo supone. —¿Quiénes son los autores de tus obras preferidas? —Soy poco disciplinado, soy ecléctico. De vez en cuando tomo un autor y lo leo todo, pero picoteo de aquí y de allá. Pierre Paolo Passolini es un autor que me interesa mucho, así como Rilke. También Marguerite Yourcenar; me interesa Baudelaire, José Lezama Lima. Es muy curioso porque no tengo gustos fijos. Por ejemplo, algo que no me gustaba, me empieza a gustar y algo que me gustaba antes, de pronto, ya no me gusta tanto. A veces, tengo libros subrayados y no sé ni por qué lo hice. Hay muchos “yos” en mis preferencias; a veces no los reconozco. — En tu cuento “El séptimo sueño de Jazán o de cómo llegó a Mogador la Melancolía”, hablas de que la mano del calígrafose mueve sola. ¿Has tenido tú esa sensación, como si fueras un instrumento? —No, no, nunca. Siempre estoy recogiendo cosas pequeñas. Una palabra, una frase. Cada párrafo lo escribo 20 o 30 veces. No sale a la primera. El tipo de arte que yo cultivo no es el de la espontaneidad. Para otros sí. Así como hay pintura textual; si lo mío fuera pintura, no sé, tal vez sería abstracta, pero estaría llena de pequeñas cositas. —¿De que manera sientes que ha repercutido en ti la educación jesuita? —Muchísimo, para mí fue fundamental. Aprendí la búsqueda de la excelencia, que tiene que ver con ese mismo escribir y escribir y escribir. Es la lógica de la perfección, no como un don, sino como lo mejor que puedes lograr. Antes, alguien que era genial, no lo era por haber nacido genio, sino porque hacía lo mejor que podía en un momento. No hay perdón, si no haces esto. También hay en la idea jesuita algo muy importante. A diferencia de otras vertientes de la religión u otras religiones, los jesuitas decían que se puede llegar a Dios a través de las formas, de los sentidos, de la belleza. Mientras en otras religiones no, no se llega a Dios a través del barroco.  Yo tengo una mentalidad barroca en ese sentido; esto es, que la vida adquiere sentido a través de un cultivo de las formas. Para mí, lo que es como una nueva religión es la mujer y la sexualidad femenina. Hasta allá va la influencia de los jesuitas en mí. Hay otra cosa: la argumentación. En la educación jesuita, el eje de todo es la “apología”, la guerra de las palabras. Encuentro un gran placer en argumentar. No es lo principal, pero sé que está presente. Responder una pregunta con otra pregunta, eso es muy jesuita. Cuando te hablan en serio, hablar en broma; cuando te hablan en broma, hablar en serio; en fin, hay toda una manera. —Tienes una gran capacidad para plasmar imágenes sensoriales. Por ejemplo, en “Los nombres del aire”, el lector casi puede palpar  texturas y colores de las telas de las mujeres en el Hamman. En “Los jardines secretos de Mogador”, Jassiba ofrece sus flores mostrando, tan sólo, los pétalos de éstas. ¿Qué hay detrás de estas imágenes? —De la imagen de Jassiba, que tiene las manos tatuadasm hay una fotografía. Para empezar, siempre me ha llamado la atención el tatuaje con henna. Me gusta la idea de que el tatuaje no sea permanente; el tatuaje se borra a los quince días. Esta idea de que las cosas no son permanentes, que nada lo es. Por otro lado, me gustan mucho las telas (que, por cierto, exploramos mucho en la revista Artes de México, además de la cerámica). Hay telas maravillosas. La tela siempre es una metáfora de la piel, aunque es más maravillosa la piel. Una imagen que me gusta mucho, es cuando Fatma, en Los nombres del aire, introduce su mano en las semillas. Uno de los shocks culturales que tuve en Europa fue cuando fui a la tienda de verduras. Ahí no se puede tocar como aquí, donde puedes tocar todo lo que hay en el mercado. En Marruecos tocas todo. La sensación de meter la mano en un costal de fríjol no es la misma que cuando la metes en un costal de cuscus. Aparte de la sensación, es el olor; al mover las semillas levantas un olor; no es tan sólo una sensación, sino una inmersión muy compleja. Obviamente, todo eso lo convierto en metáforas del contacto físico. En “Los Jardines secretos de Mogador” cometo la extravagancia de plasmar jardines de lo que sea y, después, transformar eso en metáforas del acercamiento al cuerpo de la amada. Busco el erotismo, no como descripción del acto sexual, sino del mundo convertido en metáfora. El erotismo puede estar en todo. —¿Cómo construyes a tus personajes, cómo los armas? Por ejemplo, ¿cómo construiste el personaje de Jassiba? —Cada personaje está formado de rasgos de diferentes personas. Pero sobre todo busco rasgos que sean significativos. Por ejemplo, el carácter de Jassiba para imponer el reto. Ustedes saben muchas cosas de ella, como cuando ella está ofreciendo los pétalos de sus flores. Él cree que ella los está vendiendo, y a Jassiba no le importa lo que él piense. Los hombres a veces nos confundimos: dejamos de ver la realidad que existe detrás de lo evidente. Lo que tomo, sobre todo, es un rasgo: un gesto de alguien, un gesto significativo, una manera de sonreír, una forma de mirar, y eso va a dar al personaje. Ningún personaje está hecho de una sola persona. Lo vas armando de toda la gente que conoces, como si los robaras, los fueras pensando. Tú te llenas de la vida. A veces es inconsciente. Para que tenga vida, con frecuencia pienso en alguien, pero nunca es ficción. Eso sucede también con el contador de historias, halaiquí. Es un poco irreal el contador de historias, ¿te das cuenta? Tiene menos cuerpo. Algo que para mí es muy interesante en este tipo de literatura es desdibujar los personajes. Por ejemplo, el narrador de Los labios del agua es un personaje al que le fui quitando tanto que al final hasta el nombre le quité. Yo no quería que tuviera psicología, sino que fuera alguien que siente en carne viva y que se ve obligado a usar su imaginación. — Llama la atención la libertad de Jassiba y el hecho de que esté situada en el mundo árabe. —Yo estoy atraído por las mujeres fuertes. Esa fortaleza se puede detectar incluso debajo de un velo. Las mujeres árabes son matronas. Tengo amigas marroquíes que no usan velo, algunas son religiosas y otras no. Es curioso, tengo una amiga que es profesora y tiene alumnas que usan velo. Trabajan sobre mis libros. Yo le pregunto qué es lo que pasa. Ella me cuenta que una de sus alumnas se casó con un hombre que es veinte años más grande que ella. Vive a una hora de la ciudad y va a la universidad de lunes a jueves, mientras que de viernes a domingo se va al pueblo. Para poder lograr eso, ella tiene que vivir con mucho rigor las formas sociales, como es el uso del velo, que es como su pasaporte a una libertad de un mundo. Si viviera en su pueblo con este marido y no saliera de él, estaría asfixiada. Para cada mujer árabe, el velo es algo diferente. Hay una moda, como de regresar a ser más religiosas, que es equivalente al auge del budismo o del taoísmo. En el mundo islámico, algunas mujeres que fueron feministas en los 60 ó 70 están regresando a la religiosidad, y no necesariamente las fundamentalistas. Hay muchos tipos de velo, cada uno de ellos tiene su propio lenguaje. Son lenguajes y códigos visuales de lo visible, de lo invisible, de lo prohibido, de lo clandestino. —El paraíso en el mundo árabe es muy erótico; hay una vinculación entre el cuerpo y el espíritu, a diferencia de los que vivimos una cultura judeocristiana donde está separado o divorciado el erotismo del misticismo. —Eso es diferente para cada persona. ¿No has sentido que de pronto estás en el paraíso, a veces en algo que es muy erótico y a veces en algo que pudiera no serlo? Obviamente en el mundo católico hay una prohibición de los placeres por el temor de que se rompan ciertas normas de la iglesia.  Es diferente cada opción de vida. En el fondo, tienen su razón los que lo prohíben. Porque si tú empiezas a pensar en todos estos placeres como parte del paraíso, empiezas a deificar a la persona. Yo siento, cuando estoy haciendo el amor con una mujer, que es una diosa; y su sexo, la boca del paraíso, y la caricia es la oración. Esto para mí es una religión. Hay quienes pueden encontrar esto superficial, banal. Un amigo cura dice que soy muy frívolo. Todas las sociedades tienen organismos que restringen ciertas cosas. —En “Los jardines secretos de Mogador” hay una búsqueda. Tú hablas del deseo, pero se puede interpretar como el amor, ese cultivo constante del contacto con la amada. ¿Qué es el deseo? ¿Qué es el amor? —Siento que el deseo es la atracción entre las personas con imaginación. Tú sabes que el deseo es instintivo y casi animal, pero la parte humana es lo que le pones de imaginación. Esa imaginación, contrariamente a lo que la gente piensa, es un freno también. Te permite no aventarte sobre la persona que deseas sino imaginar, crear imágenes, crear formas para acercarte a la persona que deseas. Te hace tener conciencia de que es un sueño, que la imaginación deseante cumple muchas funciones, y es un universo prodigioso. El amor es una elección mutua. El amor está en otra dimensión. Es muy triste cuando hay amor sin deseo. Existe también. Es más común de lo que la gente piensa, y a todos nos pasa en algún momento de la vida. Lo que hace Jassiba es vivir un amor con deseo y se resiste a que éste deje de existir. Se niega a vivir el amor sin deseo y trata de violentar esa situación para seguir deseándolo. Pero lo ama, tiene un proyecto de vida con él. Quiere estar con él. —El final de “Los jardines secretos de Mogador” está lleno de misterio. ¿Qué puedes comentar acerca de esto? —Bueno, el final es que la historia continúa en nosotros, cuando llega a la flor solar. Es el deslumbramiento al que los místicos llaman la fusión con Dios, es lo que trato de describir. Hay algo bien interesante en el amor que tiene que ver con hasta dónde se puede decir. El amor muy intenso tiene que ver con un ir más allá del límite; tal vez explore eso en la siguiente novela, utilizando un cuento que habla de tres abejas que se retan unas a las otras a conocer el fuego. La primera abeja les dice que cuando vaya al fuego, les va a contar. Le da vueltas al fuego y siente cómo la calienta. Entonces regresa y dice: el fuego es así, caliente. Pero le responden que no ha conocido el fuego. La segunda dice que se va a acercar más a ver qué descubre del mismo. Se acerca y se acerca y se quema un ala. Sale corriendo y les dice que, además, el fuego quema. Entonces la tercera va y se mete al fuego; y no regresa. Bueno ella sí conoció lo que es el fuego, pero no lo puede contar. A veces el amor es así, ¿no? ______________________ Imagen tomada del sitio WMagazine https://wmagazin.com/ruy-sanchez-la-gente-identifica-una-buena-experiencia-con-la-satisfaccion-pero-si-estas-satisfecho-estas-muerto/
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