Miguel Ángel Meza
Resulta sin duda especialmente atractiva para los lectores del sureste la lectura de “Península, Península”, la novela de Hernán Lara Zavala (Alfaguara, 2008) donde se recrea uno de los episodios más fascinantes de la historia de la Península de Yucatán: la Guerra de Castas y el marco social, político y económico de ese épico acontecimiento. Ambientada en 1847 —cuando los mayas han iniciado ya su rebelión contra los blancos y criollos de la Península—, la obra consigna momentos históricos específicos de ese crucial suceso: el asalto a Valladolid en enero, la ejecución de Manuel Antonio Ay el 26 de julio —lo cual precipita el levantamiento—, la toma cruenta de Valladolid el 12 agosto por Cecilio Chi y sus huestes, y el avance paulatino de las tropas mayas a lo largo de la Península hasta llegar a los linderos mismos de Mérida y Campeche y su insólito repliegue cuando estaban a punto de ganar la guerra. Asimismo, se describe, tanto en lo regional como en lo nacional, el entorno político de aquel gran hecho histórico. En lo regional, cuando la Península se encuentra separada de México por segunda ocasión, declarándose república independiente, y vive la pugna política en el Partido Liberal de Yucatán, con los federalistas de Santiago Méndez a la cabeza y los centralistas, liderados por Miguel Barbachano; y en lo nacional, cuando ocurre la invasión de Estados Unidos a México. Para dramatizar estos hechos, el autor aprovecha los recursos formales que aporta el género y realiza interesantísimos juegos de imaginación que le permiten llenar las lagunas que han dejado tanto los sucesos reales como la biografía de los protagonistas de la historia, cuando se carece de testimonios y documentos escritos. Hay varios ejemplos en este sentido: la narración de la intriga pasional que se esconde detrás de la muerte de Cecilio Chi, comandante de las fuerzas mayas del oriente de la Península; o la recreación de la recia personalidad de Jacinto Pat y su simpatía por el médico irlandés, Patrick O. Fitzpatrick (personaje imaginario); o la toma de Valladolid desde el punto de vista de Genaro Montore, otro de los personajes imaginados por el escritor; o la figura memorable de Lorenza Cervera, igualmente ficticia, que encarna a la mujer meridana de alcurnia, cuya vida se ve atropellada por la vorágine del conflicto. Son igualmente destacables otros sucesos: la recreación de la reunión secreta entre Santiago Méndez (que ha asumido el gobierno de Yucatán) y Miguel Barbachano (que ha dimitido y se autoexilia en La Habana) y el pacto que realizan; o el retrato del obispo de Yucatán, Cozumel y Tabasco, que aparece aquí con otro nombre (Celestino Onésimo Arrigunaga) y su poder e influencia; o el giro insólito que da la propia historia del personaje central, José Turrisa, que se aleja así de su modelo real, el escritor Justo Sierra O´Reilly. Novela polifónica de 368 páginas, “Península, Península” —título que alude a los dos istmos, el yucateco y el ibérico—, nos refiere los hechos a través de cuatro voces narrativas que representan, asimismo, cuatro puntos de vista acerca de la serie de eventos que conmocionaron a la región. Por un lado, una narradora personaje, la institutriz inglesa Miss Anne Marie Bell, quien escribe un diario personal donde aporta una mirada europea de la zona (sobre costumbres en comida, vestido y trabajo, y sobre creencias y mitos de esta cultura) mientras trabaja en la casa del hacendado don Quintín Silvestre en Hopelchén, Campeche (lo cual sirve también para conocer el funcionamiento cotidiano de una tradicional hacienda de la región). Por otro, el rico comerciante Montore atrapado en Valladolid aquella aciaga noche en que los nativos rebeldes asaltan, destruyen y saquean la ciudad, y expulsan a los blancos, y quien narra al obispo su aventura para huir del desastre y la violencia. Los otros dos narradores forman una simbiosis extraña que dota al texto de cierta originalidad en este sentido. Es el propio escritor del siglo XXI, narrador omnisciente, que escribe desde su computadora en distintos lugares —Cambridge, Cuernavaca o Coyoacán— y da vida a un personaje, José Turrisa, protagonista clave de ciertos hechos históricos y que escribirá una novela sobre su experiencia en el acontecimiento. El recurso es por demás interesante. Como se sabe, José Turrisa es el anagrama del abogado, político y diplomático Justo Sierra O’Reilly —periodista yucateco del siglo XIX, precursor de la novela histórica en México—, que firmaba con aquel pseudónimo artículos y ensayos en los periódicos que fundó, y que presuntamente habría escrito una crónica novelada de los sucesos, obra que fue destruida junto con los archivos del escritor cuando enemigos políticos incendiaron su biblioteca en 1857. “Península, Península” sería, presuntamente, la novela de Justo Sierra O´Reilly, escrita por el personaje de Hernán Lara Zavala, quien a su vez ha realizado una especie de pastiche o palimpsesto imaginario escrito en el estilo de una fábula histórica del siglo XIX: José Turrisa (…) “Se preguntó: ¿por qué no inventar una historia ubicada en esta tierra que lo vio nacer, pero en la época actual? La novela podía titularse Península, pues así como Walter Scott había ubicado sus novelas en Escocia, él podía ubicarlas en Yucatán… ¿Podía considerarse a la Península de Yucatán como mayor de edad intelectual para aceptar ser el escenario de una novela un tanto épica?” Para quienes desconocen los pormenores de la Guerra de Castas, la obra —casi didáctica, amena, con lenguaje fluido y objetivo— ofrece una excelente oportunidad para acercarse a este pasaje histórico de la vida de la Península; y para quienes ya poseen referencias del suceso, representa seguramente un enfoque por demás interesante y novedoso desde la imaginación literaria, ámbito que posibilita el uso de la libertad que concede el género para narrar los hechos no como sucedieron (eso le corresponde a la historia) sino “como pudieron o debieron haber sido”. Con la conciencia de que ha escrito una ficción histórica donde recrea una época pasada que le sirve para reflexionar sobre el presente y atisbar cabalmente en el futuro, Hernán Lara Zavala —declarado anglófilo y autor de otra novela ambientada en la Península, “Charras” (1990), versión literaria de un crimen político— no omite enunciar su discurso legitimador —el de la reconciliación y la unidad nacional— ni su razón para escribir: “contar aquello que uno conoce o imagina para indagar sobre su propia vida como si fuera la de otros y descubrir los secretos de la gente”.