Norma Quintana: La literatura como fe de vida

Agustín Labrada

Poco se ha reflexionado, en términos de historia y crítica, sobre la heterogénea literatura que se crea en el Caribe mexicano. El peso crítico recae en reseñas concebidas por los propios escritores, así como en prólogos y antologías locales. En este rumbo, con propósitos más profundos y opiniones enriquecedoras, se halla la investigación de Norma Quintana Panorama de la literatura en Quintana Roo, inédita como libro, aunque fragmentariamente difundida en revistas y mediante conferencias dictadas por la propia autora.

Norma se tituló como licenciada en lengua y literatura hispánicas en la Universidad de La Habana con una tesis, que obtuvo la máxima calificación, sobre el tropo en la poesía de Ernesto Cardenal. Fue docente universitaria, e investigadora de la Academia de Ciencias de Cuba, donde escribió importantes capítulos para la Historia de la literatura cubana centrados en la obra de, entre otros: Nicolás Guillén, Dulce María Loynaz, Regino Pedroso, Félix Pita Rodríguez, Emilio Ballagas, Juan Marinello, Mirta Aguirre…

Desde 1992, Norma Quintana vive en Chetumal, donde coordina la Sala Bibliográfica “Chilam Balam de Tusik”. Ha sido jurado del Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” y el Premio Nacional de Poesía “Ramón Iván Suárez Caamal”. Ha dictado conferencias en diferentes espacios culturales como la Universidad Río Piedras (San Juan, Puerto Rico); el Instituto Cubano del Libro; El Colegio de México… Ha impartido talleres de apreciación literaria y escrito prólogos para diversas publicaciones.

Es autora del poemario Éxodos (1991) y del libro ensayístico La muerte en la poesía de Nicolás Guillén, publicado por entregas hacia 1994 en el diario Por Esto! de Quintana Roo. Poemas y ensayos suyos figuran en revistas, antologías y suplementos de Cuba, México, El Salvador y Venezuela. Le ha dedicado tiempo a la danza, pero nunca deserta de la literatura. Por ello puede escribir sobre ballet, e incluso bailar, y pensar a fondo —con herramientas precisas— el proceso literario que se teje en la entidad donde fijó sus anclas.

—¿Qué períodos abarcas en tu estudio?

—No, no son precisamente períodos. No se puede periodizar lo inexistente. Traté de hallar, lo más lejano posible en el tiempo, las huellas de todo cuanto pudiera considerarse como antecedente, en lo que a creación literaria se refiere. Por razones de orden histórico, en Quintana Roo no podemos hablar de períodos o épocas en el sentido de una historia literaria.

No se puede hablar de clasicismo, medioevo, renacimiento, barroco, neoclasicismo, romanticismo…y así hasta ahora, ni de escuelas, ni de corrientes. Para ello tendría que haber un corpus literario; es decir, suficientes obras de otros tantos autores sobre los cuales sustentar un estudio que apuntara hacia lo historiográfico, a una evolución en el tiempo. Y no es el caso.

—¿Cuáles son las obras de mayor antigüedad encontradas en esa investigación?

—Hay apenas dos textos, por cierto muy mencionados pero poco conocidos, que pudieran considerarse como una muestra de la literatura —o algo semejante— colonial: los sempiternos Chilames o libros de Chilam Balam, mostrado uno a Villa Rojas en el poblado de Tusik por el escriba de Señor en 1936, y cuyo manuscrito original está fechado a fines del siglo XVII; y procedente de Chan Cah el otro, datado a inicios del siglo XIX y muy similar a otros como el de Tekax, el de Nah y el de Kaua, en Yucatán. Luego hay un vacío de más de tres siglos, pues lo que hoy es Quintana Roo sólo aparece durante todo ese tiempo como telón de fondo, o espacio narrativo, en las novelas escritas por autores yucatecos sobre la Guerra de Castas, un acontecimiento que pertenece tanto a la historia yucateca como a la quintanarroense.

—El doctor Martín Ramos, en La diáspora de los letrados, menciona a Wenceslao Alpuche como el primer poeta de Quintana Roo.

—Contemporáneo de los autores yucatecos referidos era Wenceslao Alpuche, un político y poeta —cosa rara en estos tiempos pero no en el siglo XIX— nacido en Tihosuco y que nosotros hemos adoptado, cuando en realidad nació y murió yucateco, de hecho su poema más conocido, de clara estirpe romántica, es una muestra de añoranza por su patria chica, dice en alguna parte así:

 

Mirad, mirad. Allí por donde asoma

hermoso el sol la brilladora frente

y sin cesar derrama

lluvias de luz que inflaman el oriente,

allí está Yucatán: mansión dichosa

do al granizo no teme no a la helada

al campo desastrosa

el ágil labrador: mansión amada,

regazo celestial. Allí está el aire

que respiré al nacer. ¡Dios poderoso!

salta mi corazón, mis miembros tiemblan,

mi espíritu reboza de alegría

¡y he de volver a verte, oh patria mía!

 

Este poema se llama “La vuelta a la patria”.

Son detalles; para conocer a fondo los argumentos tendrías de leer todo el trabajo. Pero en esencia se trata de encontrar un hilo conductor a lo largo de siglos de vacío para detectar algo que pudiera entenderse como antecedente del quehacer literario en este estado. Por eso lo considero un panorama, no una historia literaria.

—¿Dónde se centra la parte medular del texto?

—El grueso del estudio corresponde a la época actual, a partir de la década de 1970 hasta el año 2000, donde tuve que cerrar el asunto, porque si no lo hacía se me iba a convertir en la “historia interminable”, y obviamente tampoco en ese lapso se pueden establecer períodos, ni hay suficiente material para hablar de corrientes o escuelas. Hay autores, en el sentido profesional y estricto del término, pocos y muy destacados; un grupo creciente de talleristas —autores en ciernes— y algunos aficionados a las rimas. Con eso no se puede establecer períodos, pero se puede extender el tapete ante los ojos para ver lo que se puede augurar, para el futuro, a largo plazo.

—¿Desde qué enfoque analizas las obras?

—Un panorama obligatoriamente tiene que ser descriptivo, no procede el análisis, rigurosamente hablando, pero en este trabajo me tomé algunas licencias. Aunque no se hallan en él análisis textuales, en el sentido cabal, la descripción está matizada con lo que pudiera considerarse una interpretación, de motivaciones, recursos formales, rasgos estilísticos, sistemas de representación (simbologías) personales y tendencias evolutivas dentro de la obra, eso sobre todo en la primera parte del estudio, donde le dedico más espacio a los autores destacados como los hermanos Aguilar Camín —Héctor y Luis Miguel—, Juan Domingo Argüelles, Javier España, Ramón Iván Suárez y Antonio Leal, el pionero en Quintana Roo de esa inquietud, de esa búsqueda espiritual que va a dar con la literatura como fe de vida.

—-¿Todo el libro es una caracterización?

—Lo que ofrezco es más bien una caracterización, pero dentro del conjunto también hay momentos donde echo mano a otras herramientas, como a los estudios de literatura comparada, es el caso del capítulo dedicado a Wenceslao Alpuche, donde intento mostrar las proximidades entre su obra y la del poeta cubano José María Heredia, el primer romántico de lengua española, a quien Alpuche conoció durante su estancia en México como diputado y cuya influencia es constatable en una lectura texto a texto.

—¿A qué antecedentes críticos te remitiste?

—No hay antecedentes críticos, es decir, estudios sobre la literatura en Quintana Roo. Existen trabajos aislados sobre determinados autores u obras, por lo general relacionados con alguna circunstancia de promoción, como las presentaciones de libros y reseñas. Yo misma he escrito algún prólogo y he presentado uno que otro libro, incluso he participado en eventos científicos universitarios con trabajos sobre el fenómeno literario en el estado, o sobre un autor en particular. Pero no se puede afirmar que exista tampoco un corpus teórico. De manera que me atuve a lo poco existente, incluidas tus reseñas y comentarios sobre los autores locales.

—¿Recurriste a fuentes históricas?

—Los antecedentes históricos están, como ya te dije, en la literatura hecha en Yucatán durante el siglo XIX y en la cual esta región aparece como telón de fondo para intrigas novelescas de clara estirpe romántica. De poesía, ni hablar hasta Duramar, de  Antonio Leal; pues aunque por ahí encontré en el periódico Orión de Cozumel algunos nombres y textos, se trata en general de aficionados, sin muchos recursos ni verdadera formación literaria.

Estamos hablando de los años treinta, del pasado siglo XX, cuando el Territorio de Quintana Roo tenía apenas un lugar medianamente civilizado, que era precisamente la Isla de las Golondrinas, y Payo Obispo era una factoría, un pueblo para recibir chicleros y trabajadores forestales, con oficinas de contratistas, cantinas, lupanares y unas autoridades desarraigadas, designadas por la administración central desde la Ciudad de México.

Quien quiera tener una imagen de lo que era el Territorio en esos años, de lo que era Payo Obispo, debe leer la novela Claudio Martín, vida de un chiclero, de Luis Rosado Vega, el yucateco que mejor conoció este mundo fronterizo, y lo plasmó con colores muy vivos en una obra hija de la “Novela de la tierra” y del romanticismo hispanoamericano, una bella novela que el gobierno de Quintana Roo debía haber reeditado desde hace tiempo.

— ¿Con qué obstáculos tropezaste en tu proceso investigativo?

—¿Obstáculos?… ¿De qué tipo? Porque si estamos hablando de obstáculos materiales…, tendría que tocar algunos puntos sensibles y prefiero no hacerlo; al fin y al cabo pude terminar mi investigación y eso es lo importante. El obstáculo principal aquí fue la escasez del material, me refiero a obra publicada, lo disperso de ésta, la imposibilidad de trazar un plan sobre la base de un criterio historiográfico, o analítico, pues lo que tenía para trabajar no se ajustaba a ninguno de los dos: no había lo necesario para construir una historia literaria y apenas unos pocos autores poseían una obra que resistiera el bisturí del análisis textual, que lo ameritara.

—¿Por qué se singulariza la literatura creada en Quintana Roo?

—La literatura escrita en Quintana Roo casi no se singulariza por nada. A un conjunto todavía poco nutrido de obras, de autores venidos desde los más disímiles lugares, con formaciones muy disparejas y distintas, con experiencias vitales variadas y, por lo mismo, intereses y visiones muy diversas de lo que puede ser la literatura, en verdad resulta una proeza hallarle características que lo singularicen. Pero tal vez sí, creo que en Quintana Roo se da mejor la poesía que la narrativa, eso es una singularidad.

Otra es que los autores más jóvenes, los procedentes de los talleres literarios, realizan una búsqueda de recursos expresivos que pasa por la imitación de los procedimientos y los temas de sus instructores y luego se empeñan en lograr textos en los cuales se muestren sus raíces y estén matizados por su visión personal del mundo. En sentido general, los que siguen escribiendo después de abandonar los talleres logran superar la influencia de sus mentores y van en pos de su expresión propia.

Lo que singulariza a esta literatura es su variedad, si se quiere su falta de integración. No es extraño en un estado fronterizo y joven donde todo está formándose y hay grandes problemas para definir una identidad, a pesar del discurso oficial. La identidad quintanarroense está en proceso de sedimentación, con elementos muy poderosos, de gran arraigo histórico: la cultura maya, el micro-universo creado en Chetumal por familias fundadoras con sus tradiciones ligadas a Belice y una costumbre de autosuficiencia.

Ello entra en contrapunto con elementos llegados de fuera que pugnan por integrarse, o por conservarse intactos: la emigración dirigida de los años sesenta-setenta del siglo xx, la emigración laboral posterior y el gran agujero negro del turismo: un tema caliente. Así, en este contexto, destacan como escritores sobresalientes (narradores, críticos y poetas) los ya mencionados en respuestas anteriores y también entre otros que residen en el Caribe mexicano: Alicia Ferreira, Elvira Aguilar Angulo, Carlos Torres, Miguel Ángel Meza…

—¿Cómo estructuraste el libro?

—Cuando armé el libro, que está ahí en espera de ser publicado, me vi obligada a idear una estructura nada ortodoxa: una suerte de compendio de breves artículos —y no digo ensayos para no parecer petulante, el ensayo es un género mayor— que en su conjunto ofrecieran un panorama del quehacer literario en Quintana Roo, sin seguir un orden cronológico y ofreciendo —donde fue necesario— información histórica para contextualizar. Por sugerencia de Martín Ramos puse al principio la parte correspondiente a la literatura posterior a la conversión de Quintana Roo en estado, pues con toda razón me señaló que era lo más interesante y novedoso.

Agustín Labrada (Holguín, Cuba, 1964). Desde 1992 reside en México, donde coordina el Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén”, edita la revista cultural Río Hondo, y  realiza el programa radiofónico Una puerta al mar. Es autor de los poemarios La soledad se hizo relámpago (1987), Viajero del asombro (1991) y La vasta lejanía (2000); las selecciones antológicas de poesía cubana: Cuatro muchachas violadas por los ángeles (1989) y Jugando a juegos prohibidos (1992); y los libros de periodismo cultural Palabra de la frontera (1995) y Más se perdió en la guerra (2000). Poemas suyos figuran en más de 20 antologías publicadas en América Latina, Estados Unidos y Europa. Ha ofrecido lecturas literarias en espacios culturales de Cuba, México, Nicaragua, Bulgaria y Francia. Correo electrónico: asere40@prodigy.net.mx

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1 Entrevista publicada en TROPO 36, Primera Época, diciembre de 2005.

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