La tumba de mis juegos
1
Vamos a jugar a la tumba
gritan los niños cubiertos de lodo
con el sudor de la tierra enjugado
en sus manos de príncipes celestinos
petrificado ya el cuerpo.
¿Quién abrió las fauces
de monedas sedientas de óxido?
¿Dónde están las lenguas?
¿Dónde las bocas que ya no dicen sus nombres?
¿Qué imágenes de la muerte teñirán
nuestras camisetas futuras
como lápidas de nuestros negocios?
El Che y Tlatelolco saludan al Tri y a Caifanes
en algún aparador de izquierdas disléxicas
y pronto sumarán 43 rostros más
mientras un pájaro de muerte repite sus nombres:
“somos 43, seis mil millones,
y las balas nos despiertan,
golpean nuestro cuerpo para la eternidad”.
2
Una tumba llora
gotera dulcísima en el rostro de la tierra,
como una rabia que descubre las entrañas.
Los extraños ojos empiezan a buscar
en las ciudades y los campos a ciegas
arrastrando el duelo hasta despedazarlo.
El día pasa y dispersa la esperanza
que no quiere el cautiverio de las frases.
La tumba tiembla como una flor
por el latido que ya no brota
pues nuestros hijos fueron entregados al vientre de la noche
desvistieron su pureza balbuciente para alejar de sí
los brotes germinales de su inquietud.
Entregaron a nuestro hermano
que arrancaba el frío de la sangre
con el sueño del amor.
Ahora la tumba afila mis pupilas
con la batalla irreversible de la muerte.
Veo padres enterrados, hermanos, hijos,
torpemente, los miro.
Soy el cuerpo segado como ellos
y grito para perder el miedo.
La tumba ha parido huesos y no deja de llorar.