Los laberintos de la Sombra, de Ana Mar Moreno:

el paroxismo de la oscuridad descarnada


En algún momento de la existencia, el submundo convulso de nuestra psique se abre bajo nuestros pies, inevitablemente, caemos en el abismo del instinto más primitivo de nuestro ser, el miedo; miedo que se agudiza y convierte a nuestro consciente en un rehén de la Sombra dentro de los laberintos oscuros de todo aquello que alguna vez rechazamos. Y en ese transitar retorcido de oscuridad donde la tierra sobre nuestra cabeza es la única certidumbre que existe, nos vemos confrontados con nosotros mismos, nos reconocemos fraccionados, añadidos, adheridos a fragmentos de muchas otras Sombras que nos anteceden.

            En Los laberintos de la Sombra, los poemas son el paroxismo de la oscuridad descarnada, la aceptación a la tendencia de lo oscuro contra lo claro, lo bueno contra lo malo, lo triste contra lo feliz, la razón contra la necedad.

            Aceptar que somos parte de estos laberintos no es fácil, pero la Sombra está en nosotros, nos espera, se manifiesta. (AMMP).

Reclusa


En esta cama

ojos abiertos

el sueño no hace parada


La luna se ensancha

el amanecer me encierra

en su celda de tiempo paralizado.


En este recinto

sólo sobrevive

                      el gusano fuego

que carcome incansable

                                 las entrañas

                                            mi cuerpo.

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El origen de la ilusión es el desaliento


I


Creí que podía hacer la luz

y no vi a la Sombra.

Acechaba.


II


En este universo

paraíso inmaterial

con jardines de buganvilias

arroyuelos

mangos que trinan

silencios que arrullan


la Sombra en el río del tiempo

se mantuvo oculta en el rabillo del ojo.


III


Mis frutos también maduran

y su perfume atrae a la Sombra.


El cristal de mi coraza era frágil

me presumí dios

pero Dios sólo es uno.


IV


Las manos de la Sombra

infectan con su negrura.

Escrito está.


V


La tierra soy yo

la ciudad soy yo

la casa soy yo

la fuente soy yo

mis padres son yo

mis hijos son yo.


Lo corrompible

soy yo.


De Sombra

           el espejo revela mi rostro.

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Presunción


En este escaparate de días

los ojos ajenos

creen hacerse mis dueños.


Sólo tocan la superficie.

El alma

está a resguardo. Lejos.


Lejos de todos.

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El surco del tiempo


En los laberintos de esta niebla

me pierdo en el surco del tiempo.

No sé cuándo fue ayer

ni cuándo es hoy.


Sólo sé

           el silencio se tragó mi nombre.

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III


En los laberintos de la Sombra

encontré los cadáveres de mis antepasados:

me reconocí en cada uno de ellos.


Dijeron que sus pecados eran míos

y se incrustaron en mí.


Sentí el peso de sus culpas

la mancha de la sangre que llevaban en sus manos

el dolor que goteaba de sus cuencas vacías

y el placer de las sábanas calientes de cuerpos ajenos.


La noche me poseyó con su negrura

y en complicidad de los laberintos

los pecados desaparecieron.

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