el paroxismo de la oscuridad descarnada
En algún momento de la existencia, el submundo convulso de nuestra psique se abre bajo nuestros pies, inevitablemente, caemos en el abismo del instinto más primitivo de nuestro ser, el miedo; miedo que se agudiza y convierte a nuestro consciente en un rehén de la Sombra dentro de los laberintos oscuros de todo aquello que alguna vez rechazamos. Y en ese transitar retorcido de oscuridad donde la tierra sobre nuestra cabeza es la única certidumbre que existe, nos vemos confrontados con nosotros mismos, nos reconocemos fraccionados, añadidos, adheridos a fragmentos de muchas otras Sombras que nos anteceden.
En Los laberintos de la Sombra, los poemas son el paroxismo de la oscuridad descarnada, la aceptación a la tendencia de lo oscuro contra lo claro, lo bueno contra lo malo, lo triste contra lo feliz, la razón contra la necedad.
Aceptar que somos parte de estos laberintos no es fácil, pero la Sombra está en nosotros, nos espera, se manifiesta. (AMMP).
Reclusa
En esta cama
ojos abiertos
el sueño no hace parada
La luna se ensancha
el amanecer me encierra
en su celda de tiempo paralizado.
En este recinto
sólo sobrevive
el gusano fuego
que carcome incansable
las entrañas
mi cuerpo.
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El origen de la ilusión es el desaliento
I
Creí que podía hacer la luz
y no vi a la Sombra.
Acechaba.
II
En este universo
paraíso inmaterial
con jardines de buganvilias
arroyuelos
mangos que trinan
silencios que arrullan
la Sombra en el río del tiempo
se mantuvo oculta en el rabillo del ojo.
III
Mis frutos también maduran
y su perfume atrae a la Sombra.
El cristal de mi coraza era frágil
me presumí dios
pero Dios sólo es uno.
IV
Las manos de la Sombra
infectan con su negrura.
Escrito está.
V
La tierra soy yo
la ciudad soy yo
la casa soy yo
la fuente soy yo
mis padres son yo
mis hijos son yo.
Lo corrompible
soy yo.
De Sombra
el espejo revela mi rostro.
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Presunción
En este escaparate de días
los ojos ajenos
creen hacerse mis dueños.
Sólo tocan la superficie.
El alma
está a resguardo. Lejos.
Lejos de todos.
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El surco del tiempo
En los laberintos de esta niebla
me pierdo en el surco del tiempo.
No sé cuándo fue ayer
ni cuándo es hoy.
Sólo sé
el silencio se tragó mi nombre.
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III
En los laberintos de la Sombra
encontré los cadáveres de mis antepasados:
me reconocí en cada uno de ellos.
Dijeron que sus pecados eran míos
y se incrustaron en mí.
Sentí el peso de sus culpas
la mancha de la sangre que llevaban en sus manos
el dolor que goteaba de sus cuencas vacías
y el placer de las sábanas calientes de cuerpos ajenos.
La noche me poseyó con su negrura
y en complicidad de los laberintos
los pecados desaparecieron.