Larvae, un iceberg de tinieblas


Por Daniel Medina


José Ángel Valente afirmaba que la misión del poeta consiste en ingresar a la materia oscura del universo para tomar un poco de esa sustancia y exponerla al mundo. El destino del poeta, entonces, consiste en cazar la oscuridad al interior de territorios oscuros. Hablamos de un donador de lo invisible. En Larvae, ópera primera de Sinae Dasein, las aspiraciones no son distintas.

            En primera instancia, vemos una serie de tercetos en el más amplio de los sentidos: breves poemas de tres líneas que se amalgaman como estrofas de un poema mayor que respira poco a poco. Escrituras del origen, del volver hacia la vida casi amniótica para registrar los hallazgos.

            Sobre esta línea, es necesario entender la base paratextual de este libro, partiendo del concepto larvae más allá de aquellos seres en etapa de formación. Nos servimos de las palabras del autor de las Enéadas citado por San Agustín: “Plotino dice, en efecto, que las almas de los hombres son demonios, y que los hombres se convierten en Lares si son buenos, Lemures o Larvas [larvae] si son malos, y Manes si no se sabe si merecen el bien o el mal”. Y, otra vez en efecto, en los poemas de Larvae se intuye formalmente este viaje en desarrollo (cada poema, en su brevedad, es una larva biológica) a la vez que una exploración del sitio de los no-vivos como espacio. Más allá de los sentidos morales, las larvas, aquí, no son muertos sino aquellos que están por nacer, que reconocen la ante-vida como principio.  Y en términos también paratextuales, el epígrafe de Mandelstam (El canto de un solo ojo/ ensombrecido por el musgo), abre la puerta de ese fenómeno que hace visible lo invisible: este es el canto (prefiero decir la escritura) de un solo ojo, el primordial, que busca la semilla entre lo ya crecido.

            El primer poema convierte la claridad del ojo en una especie de eclipse para mirar lo negro, ese abismo-fosa-ciénega que figura en no pocos pasajes:

                                                            junto a mí yacían ellos   los otros

                                                            los que eran como yo bajo el lumbral

                                                            : entre sus sílabas debes ennegrecer tu ojo.

            Líneas adelante, el viaje toma forma

                                                            una tonadilla de locas criaturas te cabalga

                                                            te conduce hacia lo desierto de la lengua

                                                            donde han comenzado a florecer los relinchos de las heridas.

Fiel a los preceptos valentianos, ocurre en este tránsito una “ascensión a lo hondo”, un elevarse-hacia-abajo para descubrir el origen del origen en el que “tú eres raíz”. Esa voz, acompañada por otras en un plural constante, coloca al centro del discurso un elemento sustancial: la escritura, el lenguaje, esa cadena silábica que en términos poéticos es precisamente la raíz, pero la raíz ensombrecida y abismática (que resulta ser el aquel ojo convocado a través del epígrafe y acentuado por el primer poema)

                                                            córneas de escritura

                                                            ―inhalan   exhalan―

                                                            la sílaba exacta del poema.

Líneas después, en el desarrollo de esta larva, “la noche fosforece entre los escombros” dando paso al fin de la ante-vida: sólo después de escuchar y mirar los “so/nidos de esperma” sucede el nacimiento. La figura de la madre, entonces, a la manera del otro tipo de larva, hace florecer el corazón, para desembocar finalmente en un grandioso poema que recopila diversos elementos en su núcleo: tallos, raíces y escrituras, ciénegas, córneas y la nueva y verdadera Noche (así, con mayúscula).

En cierta medida, Larvae es un libro hermano del Libro del frío deGamoneda. Refinadas líneas que destacan por su precisión conceptual y belleza terrible, ambos trazados con voces que descienden a “las hogueras húmedas” para hurgar el lenguaje sumergido en la noche y en la sombra, parafraseando con todo y proporciones, a los dos poetas.

Debo decir, también, que Larvae es más grande que todas las interpretaciones: fuera de temáticas y azotes lingüísticos, lo que tenemos ante nosotros es una obra poética que, como pocas publicadas en la región, resiste relecturas y tiempos. Es un libro de ayer y de mañana, una isla de hielo negro, un iceberg de tinieblas, navegando por las aguas cristalinas de un mundo literario indispuesto a ennegrecer. Tropo

Daniel Medina (Mérida, Yucatán; 1996) es autor de Una extraña música/A strange music (Ofi Press, 2017). Ha colaborado en diversos medios digitales e impresos como Periódico de Poesía, La Gualdra (suplemento cultural de La Jornada Zacatecas) y Blanco Móvil. Obtuvo el Premio INBA-CEDART de Poesía 100 Años de letras mexicanas 2014, el Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara 2014, Mención Honorífica en el Premio Internacional Caribe-Isla Mujeres de Poesía 2015 y el Premio Peninsular de Poesía José Díaz Bolio 2017. Becario del PECDA Jóvenes Creados en la categoría de poesía (2017-2018). Poemas suyos han sido traducidos al inglés, albanés e italiano. Dirige Ediciones O.

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* Texto leído vía remota durante la presentación del poemario Larvae, de Sinae Dasein, en el Teatro 8 de Octubre el sábado 15 de febrero.

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Imagen tomada durante la presentación.

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