Sacha en la eternidad


Por Norma Quintana

Era el rey de la contentura; en toda mi vida no conocí a un ser tan dispuesto a disfrutar cada pedacito de felicidad que se pusiera en su camino. Donde hubiera una reunión de amigos en torno a una mesa con buena comida y buenos alcoholes, si estaba él, podías detectar desde lejos su risa tan sonora y abierta, como los gestos de sus brazos, que parecían destinados a absorber del aire todo lo sabroso y gozable del momento. Jamás vi a alguien tan contento. Se deleitaba con las pequeñeces y con lo grandioso, y a su manera muy criolla —cuando se podía— era un sibarita.

          Era generoso, muy generoso, con su tiempo, con su afecto, con sus cuidados y preocupaciones por los demás. Tenía amigos entrañables de todos los tipos, en todas las esferas, y nunca dudó en mover sus poderes basados en la amistad para ayudar a un desvalido en apuros. Yo lo experimenté en el momento más desesperado y crítico, cuando mi permanencia en México era para mí de vida o muerte. Se resolvió gracias a él con una llamada al consulado cubano en Mérida desde una oficina en la isla, una oficina a la que no se le podía decir “no”. Nunca pidió ni esperó nada a cambio.

             Tengo ahora mismo en mi cabeza el sonido de su voz profunda y un poco ronca, que manejaba con tanta maestría para explicar los conceptos más enrevesados de la teoría literaria. Tenía una sabiduría abismal sobre los temas que le importaban —teatro, narrativa, literatura en general—, una mente clara y precisa, y así eran sus explicaciones, por eso era tan buen conferencista y tan buen maestro. No era posible no entenderlo. Era teatral, locuaz y grandilocuente en un modo encantador.

               Con tal de salvar el espectáculo, nunca vi a alguien tan descarado si las circunstancias lo ponían en aprietos. Una anécdota al respecto lo retrata: En 1995 mi hermano Armando Yuvero decidió armar entre cubanos, sus alumnas de ballet, amigos músicos mexicanos y con la ayuda de un teatrista argentino, nuestro amigo Carlos Düering (epd), el homenaje de sus sueños para conmemorar el centenario de la muerte de José Martí en combate.

            Con la proverbial creatividad de Yuvero, se creó una secuencia mágica donde se entrelazaban escenas en el hermoso jardín del Museo de la Cultura Maya; música, poesía, danza y teatro se sucedían para mostrar las infinitas facetas del genio martiano.

            Pero la cereza del pastel era el momento en que Sacha (quien estaba de visita en Chetumal) salía de entre las plantas para leer con su rotunda voz de barítono el fragmento más conmovedor del Diario de Campaña de nuestro héroe nacional. Lo que nadie del elenco sabía, salvo unos pocos, era que en el momento de alistarnos para empezar Sacha se dio cuenta de que había dejado sus lentes en el hotel. ¡Oh catástrofe! Porque con su corta vista y la poca iluminación del escenario no alcanzaría a ver ni el veinte por ciento de las letritas del libro que sostenía en sus manos.

            Tenía que solucionarlo a como diera lugar, porque en el público esperaban como invitados nada menos que el gobernador Mario Villanueva y el cónsul cubano en el sureste de México. Confiando en su increíble memoria, y porque ya no había marcha atrás, simplemente salió a “leer” el fragmento, por demás extenso del Diario… El texto era sublime, el momento emotivo, el ritmo y el brillo del lenguaje martiano cubrieron a la audiencia con su manto sonoro: Sacha lo hizo como nadie.

             Al terminar, Agustín Labrada y yo nos acercamos, curiosos, para averiguar cómo había podido salir del atolladero con tanta gracia. Nos explicó que había descifrado unas pocas partes, otras pocas las había recordado… ¿y el resto, Sacha? —preguntamos— ¡Lo inventé!, nos dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

            ¿Sacrilegio?, tal vez, pero salvó la función sin alterar un ápice la esencia de aquel documento inolvidable.

             No puedo creer que ya no volveré a ver su rostro moreno y sonriente, ni sus gestos, ni a escuchar su risa contagiosa. Se nos fue Sacha y duele demasiado para ponerlo en palabras. Me consuela pensar que allí donde se encuentre, seguramente estará sentado frente a una chimenea con una taza de humeante chocolate diciéndole a algún compañero ocasional su tan preciada frase sacada de un cuento de Chejov: “ya ve, la vida no es tan mala; allá afuera nevando y nosotros aquí tan calientitos”. Tropo


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Detalle de la imagen de Francisco López Sacha, tomada de la página:

  https://www.radiohc.cu/en/noticias/cultura/150151-escritor-cubano-lopez-sacha-presentara-libro-sobre-rock-and-roll
 

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