Por Yazmín Carreón Abud
Era una tarde tranquila que se apreciaba en lo profundo y bajo la superficie del suelo, donde el sol no alcanzaba a llegar, pero la vida bullía a su manera. Tres diminutos pero poderosos seres bebían un líquido azucarado en tacitas adornadas con dibujos, mientras discutían acaloradamente sobre su importancia en el ecosistema.
—¡Yo soy el pilar de todo! —exclamó la bacteria fijadora de nitrógeno, inflando su diminuta membrana con orgullo—. Sin mí, el nitrógeno seguiría flotando inútilmente en la atmósfera. ¡Yo lo transformo en amonio, que las plantas pueden absorber! ¡Sin nitrógeno, no hay proteínas ni clorofila! ¡Sin mí, no hay vida!
El hongo micorrícico arbuscular se sacudió ligeramente, extendiendo sus delgadas hifas por el suelo. Su voz era grave pero controlada, como quien sabe su lugar.
—Querida Bacteria, sin duda tu trabajo es vital, pero no subestimes mi papel. Yo soy la conexión entre las raíces y el suelo. Sin mí, las plantas no absorberían el fósforo ni otros nutrientes clave. Yo expando su alcance, mejoro su resistencia a la sequía y al estrés… ¡Y todo eso me hace más esencial que cualquier otro aquí! —dijo con un tono de desafío.
—¡Por favor! —interrumpió el hongo de nombre Trichoderma, riendo de forma burlona mientras giraba sobre sí mismo—. Ustedes dos no entienden lo que significa realmente proteger a una planta. Yo soy quien combate a los verdaderos enemigos: los patógenos. Produzco compuestos que eliminan bacterias dañinas y hongos que atacan las raíces. Soy el guardián que las mantiene a salvo. Sin mí, todo tu nitrógeno y fósforo serían inútiles, porque las plantas morirían antes de absorberlos.
La discusión subió de tono. La bacteria fijadora de nitrógeno chasqueó sus flagelos, irritada.
—¿Guardianes? —dijo con desdén—. Si no fuera por mí, no habría plantas que proteger, Trichoderma. ¡Yo soy el origen de todo!
—¡Pero no sobrevivirían sin mis micorrizas! —intervino el hongo micorrícico, alzando su tono—. ¡Sin mi ayuda, las plantas se debilitarían y caerían con la primera sequía o carencia de nutrientes!
Trichoderma, con una sonrisa maliciosa, estaba a punto de replicar cuando una sombra cayó sobre los tres. El suelo tembló ligeramente, y una voz gutural resonó desde las profundidades.
—¡Qué charla tan divertida! —dijo el nuevo ser, emergiendo lentamente de entre las partículas del suelo. Era un hongo fitopatógeno, cuyas esporas flotaban amenazantes en el aire. Su presencia apagó inmediatamente la discusión—. Ustedes, tan arrogantes, discutiendo quién es más importante… ¡Están todos equivocados!
Los tres se quedaron en silencio, sorprendidos por la interrupción.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Trichoderma, sus hifas tensas, como preparándose para una batalla.
—Muy sencillo —respondió el hongo fitopatógeno, con una risita burlona—. Mientras ustedes se debaten por su utilidad, yo, con un simple toque de mis esporas, puedo invadir las raíces, marchitar las hojas y destruir la planta por completo. Y cuando la planta muera, ¡ustedes morirán con ella! Todo lo que hacen es inútil si yo decido actuar.
La bacteria fijadora de nitrógeno dio un paso atrás, desconcertada, mientras el hongo micorrícico arbuscular trataba de formular una respuesta.
—¡Eso no puede ser! —gritó Trichoderma, furioso—. ¡Yo te destruiré antes de que llegues a las raíces!
El hongo fitopatógeno soltó una carcajada siniestra.
—Inténtalo, Trichoderma. Me han enfrentado antes, y aunque puedes frenar a algunos de nosotros, siempre habrá más. Siempre volveremos. Mientras haya plantas, habrá patógenos como yo listos para acabar con todo.
El silencio cayó sobre los tres organismos. Sabían que, en algún nivel, el hongo fitopatógeno tenía razón. No eran invulnerables. Sin embargo, Trichoderma no se dejó intimidar.
—Puede que seas una amenaza —dijo finalmente, su voz llena de determinación—, pero no vencerás mientras estemos aquí. Seguiremos protegiendo las plantas, nutriéndolas y defendiéndolas. ¡Lucharemos juntos!
El hongo fitopatógeno se desvaneció entre risas, dejando en el aire la amenaza de su regreso.
Los tres organismos se miraron entre sí, y una sensación de temor los invadió. Después de tanta discusión, ninguno era más importante que los otros. Sabían que la única forma de enfrentar el peligro era trabajando unidos. No era una tarea fácil, pero juntos podían superar cualquier desafío. Solo de esa manera, protegiendo a las plantas y a ellos mismos, podrían garantizar que la vida continuara bajo la superficie.
Y así, entre las raíces, la vida continuó su curso, en un delicado equilibrio de fuerzas que nunca dejaba de enfrentarse en las profundidades del suelo. Solo la unión les permitiría mantener el ciclo vital. Tropo
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La imagen que acompaña este cuento fue tomada sin permiso de este sitio: