Nahui Olin: dos veces encontrada


Por Fernanda Montiel

Fue en la materia de Imagen Visual en la carrera de comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, cuando vi por primera vez los ojos de Nahui Olin. Ojos vigorosos y profundos que siempre me dejaron pensando en su sufrimiento e inocencia. Su mirada era como estar en dos tiempos: aquí y el infinito; su belleza, extravagante y divina. Su exótico estilo me llenó de curiosidad y su condición de mujer enigmática llamó mi atención. En la materia entrábamos al estudio de esa etapa del muralismo, cuyos protagonistas y todo lo que los rodeaba dejaron honda huella en la iconografía mexicana.

            No sólo, por supuesto, Rivera, Siqueiros, Tamayo, Dr. Atl, O´Gorman, sino los fotógrafos que retrataron toda una época del México posrevolucionario y las musas que los inspiraron. Era el momento de la celebración, de las fiestas, de la bohemia, pues el viejo régimen había terminado, y se daba un respiro libertario con la expresión del arte, aun cuando la represión seguía, con las cárceles llenas de inocentes artistas que tan solo expresaban su sentir, contestatario y de denuncia contra el sistema caduco de la época.

            Por esos años, las musas eran pocas y el paisajismo y las actividades sociales y políticas llenaban los lienzos y el óleo; sin embargo, en la fotografía empezaron a brillar los rostros de algunas mujeres importantes, entre las cuales una de ellas era fuente de inspiración del Dr. Atl, de Rivera, Picasso, Matise, Gris, y de los fotógrafos más reconocidos de la época.

            El Dr. Atl la bautizó como Nahui Olin, un nombre que en náhuatl significa “cuatro movimientos”. Se llamaba Carmen Mondragón y era hija de un general de reputación estricta y autoritaria, proveniente de una acaudalada familia de militares que se relacionaba con la élite. Una mujer que viajando de París a México encontró un lugar en una azotea capitalina y una manera de vivir e interpretar la vida única entre la farándula del México de la época. Mujer impactante, mujer hermosa, única, libre, fue protagonista de las primeras exposiciones de desnudos artísticos, que no solo fascinaba a los artistas fotógrafos por su belleza física sino a todos aquellos que la rodeaban debido a su autenticidad, a su desparpajo.

            Desde entonces, desde que conocí en la escuela un poco de su vida, de su trayectoria y de su relación con los artistas, me encantó su personalidad, y, de hecho, la sentí mi inspiración, pues representaba para mí a la mujer libre y sin pudores, la irreverente y superfemenina, que desató siempre la polémica.

Un libro y un hallazgo

Existen ahora muchos libros (más de cincuenta títulos por lo menos) que registran su historia, su vida y su obra. Y en muchos de ellos se destacan el carácter dulce, su buen humor, su fácil convivencia, y a la vez el temperamento aguerrido de la artista, que la convertía en una escultura viviente, con su personal filosofía, sus excesos y apegos, y su final dramático que la llevó a ser ignorada durante sus últimos años.

            Uno de estos libros lleva por título La mujer que nació tres veces. La novela de Nahui Olin, de Sandra Frid, publicado por Planeta. Fue un hallazgo de mi esposo en la librería a la que entramos hace algunos meses y fue mi reencuentro con esta fémina sagrada, malentendida tal vez o adelantada a su tiempo, como suele decirse de las genias incomprendidas, una mujer que dio vida a la experiencia libertaria y de género en una época donde el juicio y el juzgador estaban al acecho, y no han dejado de estarlo.

            En esta obra, Sandra Frid retrata de manera cruda la verdad de una artista libertaria, pero también la desvalorización por parte de una sociedad hipócrita, enmascarada en el poder y la ambición. Mujeres conscientes en lucha constante contra un capitalismo paradójico, dominante y necesario a la vez que generador de injustica social.

            Pero fue un dato anecdótico personal lo que le dio a mi esposo una significación especial esta obra. Conforme avanzaba en la lectura, sus ojos crecían en asombro. Fue entonces cuando lo vi acudir en búsqueda de más información en la red, a indagar algunos nombres, fechas y conexiones. Hasta que descubrió lo insólito: su vínculo con la gran musa mexicana. El papá de Carmen Mondragón fue nada menos que tío bisabuelo de mi esposo, un parentesco extraordinario que él ignoraba.

            Para mí, la sorpresa fue doble, al saber que estoy casada con el sobrino de Nahui Olin, que soy su sobrina política, lo cual me llena de orgullo. Al parecer, la reputación de la familia de Nahui, con un papá militar y ella codeándose con artistas, viviendo en “la bohemia”, en el desparpajo, obligaban a que nadie hablara de ellos. De hecho, estaban como segregados de la familia, hasta que mi esposo la recordó en el seno familiar y entonces surgieron los juicios. ¿Mejor borrarlos porque son mal portados?

            De cualquier forma, Nahui Olin está indexada en la historia del México profundo, entre sus actores sociales, en el arte que emerge de corazones ávidos de grandeza por su autenticidad y honestidad. Ser un espíritu libre en un sistema de control es como un suicidio lento. Muchos artistas mueren jóvenes, otros muy viejos, y grandes talentos terminan solos y en condiciones lamentables. Artistas segregados y marginados por sus propias familias, humillados, desvalorizados, en un sistema que alienta el tener. Pero quienes enaltecen el ser se llenan de tal gozo y felicidad, aunque a veces son perseguidos por la ley, tan solo por ser felices.

            Sandra Frid, en esta historia, nos involucra en un contexto sociopolítico donde la protagonista representa un poder de lucha incansable, interminable, incluso intermitente. Y por eso siento que esa lucha es la mía, aunque suene a cliché. Es una verdad porque es lo que ella simboliza. Es un icono de una fuerza que sale de las venas con un grito de libertad ante la hipocresía y falsedad de una sociedad que juzga y deshidrata el sentimiento. La autora logra integrar el ambiente del momento, sumerge al lector en la personalidad de este rostro, un cuerpo femenino con fuerza guerrera, un corazón roto y puro. Y por eso me atrevo a decir: yo también soy Nahui Olin. Tropo

Fernanda Montiel. Periodista y coreógrafa, temascalera tradicional, promotora cultural. Preserva y difunde tradiciones ancestrales. De linaje indígena, comparte enseñanzas de sus abuelos mesoamericanos. Es creadora de metodologías de autoconocimiento y autosanación. Dirige su propia empresa: Grupo Temascalli. Radica en Playa del Carmen.

———-

Imagen de archivo Wikipedia:

 https://es.wikipedia.org/wiki/Carmen_Mondrag%C3%B3n#/media/Archivo:Carmen_Mondrag%C3%B3n.JPG 

PHP Code Snippets Powered By : XYZScripts.com