Por Leonardo Kosta
Caballitos
En Querétaro hubo una cantina frente a la estación del tren. “Chava Invita” se llamó hasta que se le cayó el techo. La cantina tuvo un barman famoso como confidente, consejero y psicólogo. Si llegaba un parroquiano a contarle sus problemas económicos, abría el compás para mantenerse firme, ponía las dos manos en el tablero abriendo los brazos en toda su extensión, jalaba aire y le decía: “Mire, joven, la pachocha es la pachocha y punto”.
Para los que le confiaban penas de amor, en cambio (la panocha es la panocha y punto), tenía preparada una palangana con agua enjabonada en la que metía un caballito (un vasito de esos que parecieran obligatorios si se trata de tequila) para lavarlo una y otra vez, fija la mirada en los ojos del cliente. Según el caso, lavaba el caballito con el índice o con el cordial. En asuntos complicados utilizaba el pulgar; todo sin descuidar los ojos del cornudo. Un momento después pronunciaba el dictamen, el diagnóstico o el consejo más sabio que el astado podía esperar. O sea que lavando caballitos alcanzaba niveles altísimos de clarividencia en algunos aspectos del más misterioso de los misterios.
Esto me lo contó el barman pocos meses antes de morir, así que no puedo confirmar su veracidad. De todas maneras, no estaría mal hacer la prueba.
Teología
En este momento, para mí, la imagen de la dicha la conforman, un tamal con rajas y queso, un poco de yogurt y en el televisor la final femenina de un campeonato de tenis que se juega en Arabia. El partido lo veo en silencio para que los locutores no echen a perder la dicha dicha, a pesar de lo cual en mi cabeza hace gárgaras una duda teológica que en estos momentos deben estar analizando las más altas autoridades musulmanas: “Se debe continuar permitiendo que las jugadoras vistan faldas cortas y dejen las piernas al aire?” No paró ahí la cosa, en mi cabeza bullía otra pregunta más teológica aún: “Por qué se obliga a las mujeres a guardar la pelota de repuesto en los chones, bragas, pantaletas o calzones (la tanga es inútil para esconder pelotas)?
Sea como sea Arabia es la cuna del café y yo ahora mismo voy a preparar un expreso. El café negro viene a cuento porque ganó una afrodescendiente. Si gana la china me hubiese tocado preparar té verde y eso es teología pura. Por eso Alá es grande. ¿O no?
El vaso
Entre los enseres de la cocina solamente tenía un vaso, cuestión que me ponía en aprietos cuando me visitaban dos o tres personas al mismo tiempo; cosa que sucedía muy de vez en cuando. En realidad, recibo a pocos amigos, aunque a veces, justo es decirlo, llegan más de dos. Cuando llegaba una persona no había problema: una era como el vaso, uno. Bueno, el caso es que el puto vaso se rompió (lo rompí). Entonces me colmó el coraje. Me montó, como diría cualquier santero cubano, y comprendí lo que tenía que hacer: me puse una camisa norteña que me regaló un director teatral sinaloense, me calcé un par de botas también norteñas (como de narcos, pues), busqué el cinturón piteado, lo encontré, me fajé los jeans, fui al supermercado y, sin medir las consecuencias, compré tres vasos. ¡TRES! Así de cabrón.
Abrir las piernas
Debe ser la vejez. Durante los últimos meses mis tobillos, los que sobresalen en la parte interna de los pies, chocan cuando camino y manchan la bastilla de los pantalones. La culpa debe ser del estacionamiento donde duerme la camioneta, pensé. Claro, como no tiene asfalto embarra los zapatos que manchan las bastillas. Pero antes no pasaba y el estacionamiento nunca ha tenido asfalto. Tal vez a la hora de manejar los tobillos se acercan demasiado. Falso. Entre los pedales hay suficiente distancia. ¿Se me estarán acercando los huesos de las piernas? ¿Nunca más voy a poder abrir las piernas? Un amigo me dijo: camina abriendo el compás y deja de joder.
Ahora estoy a punto de salir a caminar y no sé dónde diablos dejé el compás. Nuevecito. Acabadito de comprar y creo que ya lo perdí. Lo puse aquí. Estoy seguro, pero no, no está. Ni modo. Ni falta que hace. Al buen músico el compás le queda. Un, dos, tres. Un, dos, tres…
Abrir las piernas (epílogo)
Preocupado por los huesos de las piernas, fui al doctor. Un amigo me recomendó la clínica de la UVM donde se realizaba un simposio con el mismo tema. Fui y no encontré uno sino dos facultativos. Me examinaron e inmediatamente hubo junta médica, después el catedrático me pidió que pasara a su consultorio. Entré sin decir ni pío. El galeno se limitó a mirarme mientras jugueteaba con una Mont Blanc. De pronto resopló, dejó la Mont Blanc y le sacó un ojo a un maniquí desollado que adornaba su escritorio. Me traspasaba con la mirada. En ese momento sentí culillos (así se llama en el Ecuador a los pruritos que provocan los nervios). Tragué saliva y le dije al doctor que yo me había preparado para cualquier diagnóstico. El doctor apretó el ojo y diagnosticó: “Usted mancha las bastillas porque nunca limpia los zapatos”. De facto quedé estupefacto.
Cuando salía del consultorio, con un hilo de voz alcancé a decir: ¡Feliz Navidad!
Tropo
Leonardo Kosta. Novelista, actor y dramaturgo. Cambió su residencia a Querétaro luego de vivir más de una década en Cancún a donde llegó en 1989 y donde dirigió la compañía teatral La Bambalina.
Ha publicado los siguientes libros: El ruiseñor, relato para niños (Grijalbo, Col. Botellita al mar, 1991); Neftalí Pascuales, finalista del concurso Planeta-Joaquín Mortiz, 1994 (Cuadernos de Cancún I, 1995, y Universidad Nacional de Loja, Ecuador, 1995); Ando Títere Ando recuento de experiencias teatrales con muñecos (Osuna de Cervantes, 1996); Cajeta de Celaya, una novela picaresca (Conaculta, 2001) y El pirata Cornelius Kostakoví, mi bisabuelo, novela por entregas (IQC, 2001). Y es autor de dos novelas inéditas: Marionetas, y La ninfa y el garañón.
Fundador de la revista Repertorio de la UAQ; Premio de Teatro Histórico (INBA, 1984) con la obra Doña Josefa, Corregidora de Querétaro; Premio Pantalla de Cristal (canal 22) por su interpretación de Venustiano Carranza en la película Los Constituyentes. Otras obras teatrales que ha montado son El diario de Ana Frank y El mercader de Venecia.
Fue Premio Estatal de Cultura de Querétaro en 2019.
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Una entrevista con Leonardo Kosta, realizada por Agustín Labrada en 2022, se publicó en el suplemento cultural Vértice. Véala en el siguiente enlace: