Los Umbrales de Macarena Huicochea


Por Pablo Luna y Miguel Ángel Meza


Entre la narrativa fantástica y el poema en prosa o, mejor dicho, desde la fantasía narrativa nutrida de una pulimentada prosa poética, Macarena Huichochea nos recuerda en Umbrales (Fondo Editorial Estado de México, Col. Letras, 2014) su filiación singular dentro de la tradición del relato fantástico en nuestro país, una tradición que se remonta a más de un siglo y que ha aportado nombres como Juan José Arreola, Guadalupe Dueñas, Amparo Dávila, Inés Arredondo, José Emilio Pacheco, Agustín Monsreal y Guillermo Samperio, entre otros.

            Antología de autor que reúne textos de dos libros anteriores (Blasfematorio, 1998, y La caricia de la esfinge, 2010) —más algunos textos inéditos o publicados en revistas—, en Umbrales Macarena Huicochea busca compartir una certeza: que la palabra, los símbolos y la literatura son poderosas herramientas para el autoconocimiento, la reconciliación con uno mismo y la sanación espiritual y emocional.

            Así nos lo hace ver a través de los personajes que habitan estas historias. En ellas, la autora parece enfrentarse a los propios temores, a sus oscuridades, a sus incertidumbres y vulnerabilidades, reconociendo que, como afirma Jung, “no es fantaseando con figuras de luz como se alcanza la iluminación, sino solamente enfrentando la propia sombra”. Al respecto, Alberto Chimal ha comentado: “escritora inusitada: desde el principio de su carrera, Huicochea se ha negado a escribir lo que algunos esperan de las autoras mexicanas y en cambio se ha empeñado en perseguir sus propios sueños y fantasmas.”

            En efecto, al empeñarse en expresar su mundo interior —lo denominado “femenino”— a partir de símbolos y arquetipos ancestrales, la autora se ha deslindado conscientemente de las escritoras mexicanas contemporáneas y ha demostrado que hay otra manera de indagar en su condición de ser mujer, con figuras que muestran los aspectos más poderosos (y a veces amedrentadores) de sí misma, más allá de los estereotipos.

            En muchas de sus historias (especialmente en los textos que pertenecen a Blasfematorio) hay provocación y —afirma su autora— “una desesperada necesidad de creer en otras realidades y mundos que, al no existir en este, me atreví a convocar (…), abriendo la puerta a dioses y personajes (aparentemente legendarios) que inventé por el placer que proporciona la creatividad y la subversión de lo real.”.

            Era la época en que la autora se declaraba atea y buscaba entender un mundo que se complicaba, que se tornaba denso y al que había que explicar para vivirlo o exponerse a quedar sumido en la sombra de lo cotidiano y perder la posibilidad de asombrarse frente a la vida. El camino de la literatura le brindó entonces la posibilidad de entender lo inentendible, de explicar lo inexplicable.

            En otros textos —justamente los que selecciona de su segundo libro La caricia de la esfinge— es posible rastrear historias de personajes de otras épocas de la autora, tal vez de la infancia, donde el mundo femenino y sus enigmas dejan señales de lecturas juveniles e infantiles, quizá aquellas que abrevó en la biblioteca paterna donde encontró a clásicos como Alejandro Casona, Horacio Quiroga, Dostoievski, Dumas, Andersen, además de autores teatrales como Sófocles, Shakespeare, Ibsen y Ionesco, entre otros.

            Llegar a La caricia de la esfinge fue dar un salto en el tiempo, para encontrarse con la mujer madura, madre de otra visión: “Me miro en el espejo y es como si me hundiera en un lago de sal, como si descendiera por el abismo de esa cuenca de azogue que sólo me devuelve astillas del reflejo…” Aquí predominan sus historias de amor y pasión, sus monólogos nerviosos, vibrátiles: “Nadie sino tú conoce mi cuerpo desnudo en día sábado… Nadie sino yo ha visto brotar las plumas de las alas de tu espalda en día domingo.” Aunque la soledad o el dolor se hagan presente: “Busco el sueño de Dios sembrada en el cadáver de la noche”.

            “Para hacer un libro —afirma René Avilés Favila— es necesario leer muchos libros de otros autores, utilizar un lenguaje al que el tiempo y la acción de millares de seres le han dado su fisonomía actual.” A esta asimilación cualitativa se refiere Rilke cuando dice que “cuanto más se lee, más parece estar todo allí: desde los más delicados perfumes de la vida, hasta el pleno y grandioso sabor de los frutos más maduros. No hay nada que no esté comprendido, captado, experimentado y, en la vibrante resonancia del recuerdo, reconocido.”

            Pero este resultado, estos Umbrales, no sería posible sin una clara conciencia de la escritura literaria, donde Huicochea revela su amor por la poesía, su respeto por el vocablo justo, aquel que esconde las primitivas fuerza del idioma: “Tengo la lengua húmeda de tinta, hinchada de palabras que pelean por salir de la boca o ir desde mi garganta hasta mi pecho, del corazón a las venas de los brazos y brotar por las uñas como si fueran diez plumillas afiladas por donde mi sangre pudiera trazar, por fin, su oscura caligrafía.”

            Macarena Huicochea —también estudiosa de la psicología, la mitología y la historia de las religiones—, prepara actualmente un libro de cuentos infantiles en el que retomará los personajes de los cuentos de hadas y leyendas, “pero arriesgándome a intentar adaptarlos a vivir en el mundo urbano del siglo XXI”. Promete sin duda. Tropo


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Durante la presentación de Umbrales en la librería Utopía el sábado 26 de febrero de 2017. Acompaña a la autora Gabriel del Río, quien ofreció un recital de guitarra clásica. Fotografía: Claudia Martínez.

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