Granate profundo

Por Jair Nieto


El portón color bermellón que se alzaba frente a mí del otro lado de la calle me producía unas ganas incontrolables de vomitar. Apreté fuertemente los dientes y avancé. 

            Me detuve justo en la entrada, con la puerta café terracota y el cerrojo oxidado; solo podía escuchar esa risa tierna que se adentraba en mi piel como zumbido de algún insecto negro. Abrí la puerta y observé. Atravesé la sala, el comedor —no quiero describir esa parte—; estaba perdida en mi mareo azul y corrí como náufrago en esta isla sin nadie. 

            Entro al baño, me quedo mirando un rayón al costado derecho sobre el azulejo verde. Hay moho. Las grietas cada vez son mayores —no recordaba eso—. La bañera tiene polvo. La ventana está cerrada, no tiene cortina. Coloco mi mano sobre el vidrio que me refleja gris, volteo y mi sombra negra está sobre la bañera. Me acerco a la llave amarillenta de la tina, la giro, acompañada de su chirrido seco —no es mi mano la que veo—. 

            Escucho el agua marrón fluir perenne, todo se vuelve lento, cierro los ojos…

            Descalza, camino por el pasillo. Veo los piecitos de mi niño corriendo; el sonido de las pisadas son una música de color blanco y negro en ralentí. Ahora estoy sentada en la esquina de la bañera. Lo espero. Él corre llamando, feliz con su ruido blanco. Impaciente. Se me queda mirando. Se acerca con esa sonrisa cálida. No distingo claramente su rostro de bebé. Salta. Es eterno ese salto. Un millón de años pasan antes de que sus pies rosados toquen de nuevo el piso. Muevo mi mano y tiro el vaso de cristal púrpura que tiene unas pastillas verdigris que intencionalmente guardé. Me abraza. Me queda mirando.

            ––Todo estará bien.

            Vuelvo de mi sueño. Abro los ojos y saco de mi bolsa la jeringa que contiene líquido nocivo azul nattier. Alzo la jeringa. Veo borroso. Escucho mi corazón rojo estallar. Mi mente me arroja verdades verdes. Coloco mi brazo izquierdo sobre el lavabo. Exhalo nerviosa. Observo a detalle la aguja que expulsa la muerte negra. Hundo el metal afilado sobre mi piel beige. Está hecho. Siento que el líquido me pausa la vida incolora. Mis pupilas crecen y se dilatan transparentes. Cierro sin fuerza mi puño izquierdo con tono morado. 

            Estoy en shock. Escucho a mi niño. 

            ––¡Ayúdame!

            Mi hijo está recostado sobre mi regazo tibio. Seguimos en la bañera marfil eburnean. No tiene ninguna expresión. Se levanta y hacemos un barquito de papel con retazos del periódico con letras descoloridas. Colocamos el barco al interior de la bañera. Estoy sonriendo. Está jugando. Sueña índigo. Mi bebé tiene un episodio. 

            Se rasca los brazos, está incómodo, agita el agua con sus pies. Salpica gotas azul zafre. Se enoja. Intenta hablar y llora, sale de la bañera y cae al piso. No sé qué hacer. Corre por el pasillo opaco pegado a la pared. Tiembla. Corro detrás de él. 

            Ve visiones. Sé que está viendo cosas. Está asustado. En sus ojos verde esmeralda miro la desesperación. Pesado. Rápido. Vemos en silencio arrastrándose al miedo y a la enfermedad con tonos negros vantablack por su delicado cuerpo. Lo abrazan. Lo consumen. Le susurran. Están bailando en él danza butoh. Me marea. De nuevo estoy ahí, en mi infierno amarillo gamboge.

            Desesperada, grito en un santiamén y de pronto ya no está ahí mi hijo. Desaparece. No lo veo. «¿Dónde está mi hijo?  ¿Qué hace?». Ha tomado un cristal púrpura del piso. «¡Los cristales! ¡El vaso! ¡Las pastillas!». Me concentro. 

            No me permito llorar, no puedo, no debo. Le tomo la mano e intento quitarle el vidrio de la mano, forcejeamos. En un descuido por la fuerza hacemos un rayón en el azulejo turquesa. Caen gotas rojas de sangre en la bañera. Están bañando al barco de papel. Las letras se hunden en la espesa desesperación, se crean ondas marrones en el agua. Nuestras almas luchan por la calma, «¿Qué hay que hacer?». Es una tempestad en mi corazón. Ahora el barco yace destrozado en el fondo. 

            Estoy dentro de la bañera con mi niño en mis brazos, lo abrazo fuerte, mis gritos se ahogan en un abismo. El pequeño niño me mira cansado, la vida se le escapa en un suspiro color cian. Enmudece. 

            Abro los ojos. Olvidé cerrar la llave. El agua cae como cascada perdida en nuestros cuerpos fríos. Me olvido de mí. Me olvido. Estoy mareada y prefiero no sentir. 

            Veo mucho y nada. Es intenso. Verde Azul Rojo Negro Morado Purpura Zafre Verdigris Gris Gris Gris. Maldito color. Maldita bañera. Maldita soy. 

            Me sumerjo en la pulpa de mis recuerdos rojizos, en lo profundo de la bañera marfil. Estoy adentro, en el océano sin barcos de papel, con ondas negras que esparce mi brazo. Parece un mar viridiano agitado y frío. Me ahogo lento. Mi vida ya no es más. 

            Cierro los ojos y sueño caput mortuum

__________

Imagen tomada sin permiso del sitio web: https://www.singulart.com/es/obras-de-arte/mayrig-simonjan-child-with-beach-ball-594935

PHP Code Snippets Powered By : XYZScripts.com