Por Mauro Barea
En 2019 tuve la oportunidad de conocer Moguer, ciudad andaluza ubicada a unos veinte kilómetros de la capital de la provincia de Huelva y cuna del poeta Juan Ramón Jiménez, Nobel de Literatura en 1956. La ocasión no fue menor y resultó una agradable sorpresa, pues logré asistir a un evento representativo que el ayuntamiento realiza con sus habitantes año tras año. Moguer, con el respaldo incondicional de sus vecinos, se sube a la máquina del tiempo y transforma sus calles en una ciudad de principios del siglo XX. Realizada en torno al Día de Andalucía, su Feria 1900 consiste en un fin de semana repleto de actividades culturales y lúdicas, incluyendo innumerables disfraces de la época, atracciones circenses, mercadillo y coches restaurados que despiden un intenso olor a combustible. Aunque la feria estaba parcialmente deslucida por la cantidad de gente no disfrazada —incluyéndome—, la ocasión fue perfecta para caminar por las entrañas de este lugar, que debería llamarse Moguer de Jiménez, o Moguer de Platero. Es lo único que faltaría para oficializarlo.
¿Y por qué Moguer de Platero? La pequeña ciudad en sí es un trazado por el que se callejea reviviendo los capítulos de Platero y yo, con representaciones del entrañable burro y demás personajes de sus poemas diseminadas por jardines, parques, alamedas y rotondas. Todo con el sentido de representar partes de este libro estudiado a conciencia en los colegios de España (en mi caso conocí a Platero en México en la primaria por fragmentos, en los libros de Lectura de la sep). Resultó interesante a la par de educativo seguir la senda dejada por los capítulos de esta magna obra en el intrincado mapa que incluía el programa de la feria: «No existe mayor deleite en esta patria chica de Juan Ramón, que recorrer sus calles con las palabras del poeta entre las manos», se cita atinadamente. Como curiosidad añadida, una de sus gasolineras lleva por nombre Platero, con escultura del emblemático asno incluida para tomarse selfies mientras se reposta. Ya no vi si los combustibles llevaban nombres alusivos, pero estaría genial encontrarse con «Darbón 95 sin plomo», «Mons-Urium 98 octanos» o «Diésel Gasóleo Aguedilla». No pude más que sonreír, dejándome absorber por la festividad y los homenajes con los que me topaba en cada esquina.
La Feria 1900 sirve también como pretexto para hacer saber a los visitantes dónde estamos, con un inesperado regalo: el Platero starter pack (el nombre es mío)a cargo del ayuntamiento que incluye un mapa del pueblo señalando capítulos del poemario con sus azulejos y monumentos asociados en las calles —llamado en su conjunto Platero EScultura—, así como la casa museo del escritor y de Zenobia Camprubí, su igualmente talentosa esposa; una sorpresa adicional fue encontrar un dossier titulado Moguer y América, del Descubrimiento a Juan Ramón, donde nuestro Platero hace de guía demostrando que los lazos que unen Moguer y Huelva con América están más vivos que nunca. Huelva es tierra de aventureros exploradores, patria chica de un Gonzalo Guerrero que es emblema de Quintana Roo, y eso me hizo sentirme vinculado inevitablemente al lugar. El dossier explora los lazos históricos de Moguer con el continente americano que culminan con el viaje de Juan Ramón Jiménez a Nueva York, su casamiento con Zenobia Camprubí y la posterior publicación de Diario de un poeta recién casado (1916), todo en una soberbia edición cartonera de colección. El kit finaliza con una guía gastronómica del pueblo, La cocina de Platero, concebida en conmemoración a los cien años de la publicación del poemario. Quedé gratamente impresionado de la disposición editorial del pueblo, ya que todo este pack era gratuito y para quien lo solicitara. La frase de uno de sus poemas, «La luz con el tiempo dentro» enmarca uno de los logotipos del ayuntamiento en todas estas publicaciones.
Moguer se hace hoy con la pluma del poeta, así como el poeta se hizo con sus calles, sus árboles y fuentes contenidas en magníficos versos, todo un ejemplo para las administraciones públicas; sin importar colores partidarios, Moguer ha hecho de sí misma una oda a su admirado nobel, un legado que solo parece afianzarse con el paso del tiempo. A donde volteemos, ahí está la luz de Juan Ramón, contenida para siempre en las callejuelas de su infancia. Los moguereños humildemente lo homenajean con esta fiesta y, a fin de cuentas, la Feria 1900 no solo es un evento temático: representa el momento en que Juan Ramón se inspiró, escribió y publicó Platero y yo. Pocas veces he visto un evento con un sentido tan redondo. Moguer es Juan Ramón, Juan Ramón es Moguer, y esto ya es indivisible.
Con la visita comprobé que Moguer es uno de esos contados casos donde se prueba que se puede ser profeta en su tierra, donde el sentimiento de pertenencia va más allá de las palabras y busca la eternidad. La devoción que profesó Juan Ramón Jiménez a su pueblo natal es devuelta hasta la fecha cabalmente y basta con la visita a su casa museo para comprobar el estado de las restauraciones: el cableado, tomas de corriente e interruptores son de la época y eso ya nos da una idea del amor con el que está armado todo desde los mínimos detalles. El mobiliario del museo no es simple atrezo, son muebles originales donados por el autor. Las habitaciones (despacho, baño, dormitorios) están recreadas al detalle. Su archivo y biblioteca personal, la medalla del Nobel e incontables premios y reconocimientos están desplegados para el visitante junto a un busto del poeta y una primera edición del Platero y yo; de repente nos topamos con firmas de grandes como Federico García Lorca en regalos dedicados a Juan Ramón. La visita es muy completa y satisfactoria, y el traslado al pasado es inevitable mientras penetramos al corazón de la vida y obra del poeta y su amada Zenobia. La Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez, instaurada por decreto de la Diputación en 1989 tiene la misión de velar por el patrimonio de la pareja, y pude comprobar que están más que capacitados para la monumental tarea.
Tras la visita a Moguer, pensaba sobre los fines últimos de ser un escritor. Llegué a la conclusión de que uno muy poderoso es la trascendencia de la obra a través del tiempo, y si es posible, de la misma figura del dueño de la obra. Porque eso fue lo que logró Juan Ramón Jiménez con su adorado Moguer. El insigne burro de algodón, su Yo y el poeta descansan bajo un huerto de perejiles, a la sombra del Pino de la Corona, una sombra que proyecta eternidad. Tropo
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Mauro Barea (Cancún, 1981). Narrador y ensayista. Ha publicado el libro de cuentos El gato sobre el féretro, y las novelas Terra incógnita y Kolimá (Mención Honorífica del Premio Internacional de Narrativa Ignacio Manuel Altamirano, en 2022). Actualmente vive en Cádiz, España.
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Imagen proporcionada por Mauro Barea.