De perfil: 50 años de una obra inaugural

Miguel Meza

 

Mi primer contacto con la obra de José Agustín se relaciona con el viaje, el sentido del humor y la rebeldía. Hace unos veinte años*, un grupo de amigos y yo realizamos una travesía en tren a San Luis Potosí en plan de reventón. Llevábamos entre nuestro equipaje aquello que para nosotros era indispensable en ese entonces para pasarla bien: es decir, una respetable dotación de cervezas, música rock, suficientes cigarrillos artesanales y sin marca y muchos deseos de estar en onda. También algunos de nosotros cargábamos un libro para leer, en la medida en que tan sanas diversiones nos lo permitiesen.

Llevaba yo la segunda novela de José Agustín, De perfil (Joaquín Mortiz, 1966). Recuerdo que muchas veces durante ese viaje me aislé en medio del barullo de la fiesta cotidiana debido a esta lectura que, a esas alturas de mi formación literaria, me resultaba sumamente provocativa y desconcertante por su fuerte intención experimentalista, pero también tremendamente atractiva por un innegable aire familiar. Descubría en esas páginas un curioso espejo en el cual se reflejaba un mundo igual al que me rodeaba, con personajes rebeldes e irrespetuosos que hablaban el mismo lenguaje coloquial de aquellos muchachos con los cuales yo convivía. Ver un mundo tan cercano reflejado de esta manera, me resultaba, pues, fascinante.

A partir de entonces he seguido eventualmente la trayectoria de José Agustín y siempre se ha repetido esa experiencia: la de ver un espejo muy realista, muy sarcástico y muy humano de algo que me toca de cerca: los modos de vida de diversos estratos de nuestra sociedad, principalmente el de los jóvenes de la clase media mexicana. Pero también, siempre que he abierto un libro de este escritor, no he podido dejar de recordar aquel momento de inicial acercamiento ni de relacionarlo con lo que aquello significaba: es decir, sentido del viaje y aventura, manera desenfadada y fresca de vivir la vida y especial sentido del humor.

            Porque uno de los grandes logros de este iniciador de la nueva narrativa mexicana, es el de haber introducido —con toda su fuerza corrosiva— el lenguaje coloquial que utilizaban los jóvenes en los sesenta y setenta. Este rasgo se perfilaba dentro de un hallazgo y audacia mayores por parte de José Agustín: por primera vez se tenía una visión de la juventud desde la misma juventud. Ya no se trataba el tema de la adolescencia y la juventud desde la posición del adulto que mira hacia atrás y a través del filtro del tiempo analiza su pasado. Se trataba de mostrar los problemas de los jóvenes desde el punto de vista de los mismos jóvenes. Y esto era profundamente innovador. Tan innovador que provocó en su momento una fuerte polémica entre el sector más conservador de las letras mexicanas y aquellos otros que se abrían a las nuevas propuestas narrativas.

            JoséAgustín expresaba literariamente —por medio de técnicas narrativas muy libres, muy experimentales— la sensibilidad de los jóvenes de la época y su espíritu rebelde, sus pautas de conducta anticonvencionales y sus gustos, ligados, principalmente, a los fenómenos de la contracultura. A través de sus novelas —y de las de Parménides García Saldaña y Gustavo Sáinz— ingresaba por primera vez a la literatura mexicana no solo el caló característico del habla popular de los jóvenes sino también ciertas formas del cine de autor —en especial el europeo—; el espíritu de la literatura norteamericana (Scott Fitzgerald, Jack Kerouac, Norman Mailer, Salinger, etc.); el mundo de las drogas como vía de conocimiento y disolución de una realidad opresora, el rocanrol y el jazz, y todos aquellos movimientos y personas que significaban un canto al hedonismo y un rechazo al sistema de consumo y a la tradición acartonada.

            Al mencionar la cultura norteamericana, hay que apuntar la influencia de ciertos aspectos de esta en la formación de José Agustín, principalmente el rock y la literatura. Esta adhesión no le ha impedido sostener también una actitud muy crítica hacia ciertos elementos de la vida de nuestros vecinos del norte: el espíritu imperialista de los Estados Unidos, la deshumanización de la vida cotidiana en ese país, el culto al dinero y su desprecio por las otras culturas, son aspectos que José Agustín ha criticado de manera radical en varias ocasiones. Una de ellas puede apreciarse cabalmente en su novela Ciudades desiertas.

            Finalmente, uno de los motivos recurrentes, creo yo fundamental en su obra, es el de las implicaciones del viaje y la aventura en un doble sentido —exterior e interior— y del hallazgo del otro y de los otros, lo que deviene finalmente en exploración y mutación de uno mismo. Pienso, por ejemplo, en Se está haciendo tarde (final en laguna) (1978), en Ciudades desiertas (1982) y en Dos horas de sol (1995) en las cuales los personajes aventuran sus pasos por escenarios —Acapulco y Estados Unidos, respectivamente— donde desarrollan conflictos que los van a enfrentar con su realidad exterior. Estos conflictos son, a su vez, auténticos choques de conciencia que significan literales descensos a sus propios infiernos: desde ahí se sale condenado o purificado, pero siempre con una experiencia nueva y enriquecedora.

            Desde hace veinte años, desde aquel viaje a San Luis Potosí, siempre que he hecho referencia a José Agustín y a su obra, he pensado en un joven rebelde e irreverente. Y ahora, cuando miro a este hombre de más de cincuenta años —instalado felizmente en su espléndida madurez literaria— no logro empatar ambas imágenes. Sin embargo, en la medida en que su obra no envejece y se sigue leyendo con la misma frescura de hace tantos años, para mí sigue siendo el mismo joven audaz que se atrevió a combinar lo mejor de la tradición literaria de su tiempo con una ruptura anticonvencional basada en un espíritu lúdico dispuesto a arriesgarse a la novedad y al cambio.

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* El viaje ocurrió probablemente a mediados de los setenta, cuando aún Cancún no existía en el horizonte vital del que esto escribe. El texto seguramente es de mediados de los noventa, escrito para la presentación de José Agustín a propósito de su visita a Cancún y de la conferencia sobre literatura impartida por él en un restaurante de la Zona Hotelera. Salvo una leve depuración sintáctica, se recupera el documento tal como fue leído en ese entonces. Solo se ha editado el título para adaptarlo a la actual circunstancia, que recuerda la publicación hace cincuenta años de esta novela emblemática de la literatura mexicana.

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