Por Óscar Reyes Hernández
Filósofo de formación académica, viajero de oficio, forajido que conquista ciudades, edificios y personajes con labores fundadas sobre el vapor, en su obra Antonio Vera (Chiapas) intenta atrapar lo inasible. Rehuyendo la lírica masticada —la que repite técnicas gratuitas—, los textos de su más reciente poemario —Naftalina hardcore (Atzediciones, 2021, 70 pp.)— están impregnados de resonancias que recuerdan a los poetas malditos, al feísmo que rompe la cara de las estéticas aceptadas y al infrarrealismo, por esas imágenes cercanas al trabajo de autores como Papasquiaro.
Desde su índice, elaborado a la manera de los surrealistas, como un caligrama de títulos de poemas que adquiere un propio sentido, esta obra es un jardín de senderos que se entrelazan, pasillos y puertas que al parecer no llevan a ningún destino, fragmentos que se subdividen y que terminan ardiendo con llama propia.
Teniendo como espacio simbólico un hotel de paso —el “Gran Hotel imperial” de la calle Guadalupe Victoria 245, en el centro histórico de Morelia—, un hotel que puede ser todos los hoteles de paso de cualquier ciudad, el autor edifica su poemario como si fuera un camino de cristales rotos, un camino largo que también es una travesía interior que deja una estela de crudas imágenes desde su habitación alquilada por 190 pesos la noche:
suelta risitas aún
por los picos mutilados
de sus pocas estrellas
se hospedan cantantes de soul
comerciantes de ropa interior
evangelistas del crack
escribidores de epitafios
snipers drag queen
niños corren por los pasillos
ríen como la sangre
borbotones de alegría
sobre las bancas
meretrices mastican hot dogs
junto a su proxeneta
de cortísima minifalda
y uno se pregunta:
¿quién labró los capiteles
de todas las columnas del primer patio?
en este hotel
una cama individual con baño
y cuchillito bajo el colchón
$190 por día
en el Gran Imperial
todos sus inquilinos
se vencen
a las 12
de la noche.
(El Gran Hotel Imperial)
Arquitectura de belleza y óxido —óxido embellecido o belleza oxidada—, palacio que rediseña el tiempo y que se aferra a no caer sobre la calle principal, en este espacio metafísico todo es imaginado y real. Hasta aquí llegó el autor, ya entrada la noche, y de aquí salió a la mañana siguiente con caguamas de gasolina y napalm estallando en un poemario que se fragmenta y se reconstruye, que se colapsa entre poema y poema, y que rezuma el dolor de la vejez, los huesos expuestos y el aroma espiritual insoportable de sus pasillos.
¿Quién logra dormir en medio de un precipicio de cerrojos y de paredes de fino tapiz enmugrecido? ¿Entre muertos que no dejan de tocar a tu puerta y ese olor a naftalina y thinner que penetra desde el inframundo? Aquí no es posible conciliar el sueño entre la fuerza de gravedad y sus pesados ladrillos rojos, donde los niños corren por los pasillos destruidos y gritan entre columnas y macetones de fin de siglo, gatos mohosos, ninfas intoxicadas y capiteles resecos en una especie de hastío envejecido:
entre cada columna neoclásica
hay macetones de helechos:
señoras despampanantes
en gayola
al centro
una mesa de jardín
cinco sillas
todas de hierro fundido
blanco oxidado
a la hora del té
brinca un gato
transparente de tan felino
lame una jarra de peltre
con el simple afán
de conmemorar
su extinta aristocracia
luego se hunde entre las piernas
de las damas
de barro
(primer patio)
Compendio de los distintos hoteles que el autor ha recorrido en distintas geografías, este texto no solo es una epifanía. Es, sobre todo, un libro bordado a cuentagotas, una mudanza permanente con la respiración contenida, palabras escritas, cortadas y repujadas una y otra vez sobre el cuaderno, en una labor consultada y comentada con el poeta Ángel Ortuño, ese otro artillero de las palabras muerto el 24 de septiembre pasado. Un ejemplo de ese resultado:
la chica puede enfundar su cuerpo
en la seda falsa
que trafican gusanos reales
sin miedo
la elegancia espiritual es genérica
pero embellece carnes colosales
pieles ceñidas al hueso
sin acusar el mínimo fraude
incluso
chicas borderline
o de impecable estatus serológico
pueden rayar bancos
abortar
sin revelarse anti sistema
a todas devuelve
placer edénico
sin castigo
también vende para adanes
para vírgenes sicarios
wearing Calvin klain
mientras recuperan sin suspensores
a ráfagas
el paraíso perdido
sus trapos clonados
devuelve a todos
vida
original.
(vicky form y calvin klein piratas)
Pienso que Antonio Vera ha elaborado un poemario que es una retrocarga que va dejando esquirlas y casquillos en el piso. En su trabajo veo la huella de los fogonazos verbales en los roperos, sobre la ropa descolorida, sobre las paredes y en los pasillos infinitos. Su canto perfora el cuerpo y levanta humo de pólvora quemada. Sus imágenes punzocortantes, son también un disparo interior, premeditado, a quemarropa…
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Reseña publicada en Tropo 28, Nueva Época, 2022.