Luis Aguilar: vacíos intencionales

 

Por Abraham Guerrero

 

Más que la línea, el punto prometedor /

de su inminencia.

Mejor que el cruce de los ángulos, /

la línea donde el encuentro se consuma.

Antes que el volumen, la dimensión /

que anhela a la substancia.

 Pero siempre a la mano.

La mano que sueña con espacio /

y el espacio que sueña ser moldeado.

 

Vicente Quirarte

 

Nuestra civilización le teme al vacío. Tenemos música de fondo o ruido visual en un intento de conjurarlo. Se trata de un esfuerzo vano por rellenar esos huecos del alma con sonidos y objetos chatarra y tan carentes de espíritu como de emociones. Vacío y ausencia son sinónimos, pero si lo pensamos con calma el vacío es el estado previo a la totalidad, un contraste necesario para lograr cualquier tipo de entendimiento.

En las civilizaciones asiáticas el vacío es búsqueda y para hacerlo se requiere práctica. Han logrado convertirlo en un estado de conciencia que produce claridad mental. En Occidente el vacío representó una postura intelectual basada en la experimentación mecánica. En una célebre controversia en la Royal Academy de Londres, Robert Boyle y Thomas Hobbes discutieron sobre la existencia física del vacío. Boyle ganó el debate realizando una serie de experimentos que demostraron la realidad y las posibilidades del vacío.

Luis Aguilar asume desde México un lugar que le permite situarse en las tradiciones asiática y occidental. Es, en el pleno sentido de la palabra, un outsider, y eso le da la libertad formal de hacer obra que abreva de enseñanzas universales además de incorporar la constante presencia del terruño chiapaneco. Toma el riesgo de experimentar con el vacío en una de las disciplinas artísticas en las que ese concepto parece más lejano. Se trata de un artista que se enfrenta al vacío con la transparencia que se obtiene al dominar la técnica y con la emoción que implica encontrarse en territorio desconocido. Y es que el vacío, como el silencio, es una extraña categoría que nos permite hacer contrastes. Así como la música sin silencio no se entiende, en la tridimensionalidad de la escultura hay un refinado juego de descartes y vacíos que dan el sentido a la obra. En estos vacíos intencionales vemos a un artista que nos insinúa con apenas líneas volúmenes y emociones. Estamos ante la complejidad de un dibujo tridimensional.

Una obra de arte es una pregunta y una respuesta. Un punto de partida desde el que se avizora un posible puerto de llegada, pero el viaje, que es lo que importa, ofrece infinitas posibilidades. Mirar estas obras es el viaje. No dejo de pensar que el volumen está precisamente donde es más evidente la ausencia. La individualidad de cada obra se va volviendo un ejercicio onírico. Las líneas de Luis Aguilar nos llevan al encuentro con la línea de nuestras miradas. El cruce potencia al vacío que se transforma en historias, personajes, momentos, sensaciones. No es el truco de un prestidigitador o de un demiurgo sino el oficio y sus años de práctica.
 
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Reseña publicada en Tropo 28 , Nueva Época, 2022.
 

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