Por Jorge González Durán
Como un rescate de su vida periodística radiofónica y para documentar la historia viva de personajes de la vida política, social y cultural de Cancún y de la entidad, el comunicador Jorge González Durán pondrá en circulación próximamente su libro CANCÚN, historias al vuelo, una selección de crónicas, reportajes y sucesos no solo del emblemático programa Desde el café, que conduce con singular estilo desde hace veintiún años y se transmite diariamente por la estación Caribe FM, sino de su paso por otros medios. Personaje él mismo, decano del periodismo en Cancún, cronista, editor, director de medios de comunicación, fundamentalmente reportero de vocación, González Durán contribuye con este libro a mantener viva la memoria de nuestra ciudad, una ciudad que no termina de fundarse, crecer y transformarse en busca de su identidad. Con autorización del autor, reproducimos aquí uno de los textos de ese volumen.
Fue una mañana con un estremecimiento especial. Lo que sucedió sólo se pudo dar en la mañana de ese viernes 13. Un día que muchos supersticiosos consideran de mala suerte.
El hecho es que los representantes de Dios y del Diablo (ponemos en mayúsculas los dos vocablos) llegaron al restaurante El Ocho, cada quien por su lado y por diferentes motivos. Ya se sabe que los designios de Dios son inescrutables, y que el Diablo tiende sus redes y sus tentaciones a veces invisibles. Allí estaban sin que fueran convocados. Cruzaron sin mirarse, aunque minutos después se darían la mano con una frialdad que pareció llegar de remotos túneles del tiempo, de un tiempo del cual el hombre ya no tiene memoria.
Cuando este escribano llegó al restaurante El Ocho —ya desaparecido— a conducir el programa radiofónico Desde el Café, Marisa Burgos ya estaba sentada en la mesa donde se desarrolla la emisión de lunes a viernes a partir de las 9.30 de la mañana. En otra mesa del restaurante, se encontraba el ingeniero Alejandro Pinelo León, asistente personal de obispo de la prelatura de Quintana Roo Pedro Pablo Elizondo Cárdenas.
Y la verdad, dado que estaban allí los dos, se me ocurrió sentarlos a la misma mesa para una entrevista informal, como la que se acostumbran aquí. Pinelo estaba en el café para ofrecer una conferencia de prensa sobre el programa del Congreso Mariano próximo a celebrarse. Marisa había acudido para hablar de un tema que le interesaba: la Santa Muerte.
Lo usual en la transmisión entonces eran los debates de corte político entre dirigentes y representantes de diferentes partidos políticos, entre personalidades del mundo empresarial, entre sindicalistas o de la sociedad civil sobre diversos temas de interés colectivo. La pluralidad de voces en Desde el Café es su distintivo.
Son memorables las polémicas en este espacio. Las de Gastón Alegre y Joaquín García Zalvidea, por ejemplo; o cuando la ex alcaldesa Magali Achach de Ayuso anunció al aire su rompimiento con el Partido Revolucionario Institucional o cuando Arturo Villanueva Madrid —ya fallecido— denunció que su hermano, el ex gobernador Mario, era víctima de una conjura política.
Panistas versus priístas. Perredistas contra todos. Sindicalistas tronando contra los despidos injustificados; hoteleros exigiendo la restitución de playas o contra la desaparición de la Secretaría de Turismo, mujeres contra la penalización del aborto, jóvenes demandando mayores espacios de participación, operadores de taxis quejándose contra sus patrones, ecologistas defendiendo el medio ambiente, ciudadanos denunciando abusos de autoridades de los tres niveles de gobierno.
Todo ha pasado frente a los micrófonos de la emisión radiofónica Desde el Café. Todos los que tienen algo que decir de interés público han desfilado y desfilan por allí. Pero lo que sucedió esa vez fue algo insólito. Nunca se habían enfrentado los representantes terrenales de Dios y del Diablo. Y, sin embargo, allí estaban frente a frente, aunque al principio sólo se miraban de soslayo. Marisa, mejor conocida como La Bruja de Corales, jugueteaba con un lápiz y miraba de reojo a don Jesús Soberanis Plata, el serio y eficaz productor del programa. El ingeniero Pinelo, sobrio, con una tímida y, diríamos, beatífica sonrisa, consultaba una pequeña libreta.
¿Cómo comenzar? ¿A quién entrevistar primero? Yo sabía que Marisa es adoradora del Diablo. Ella nunca lo ha ocultado. En un programa, hizo la tremenda revelación que causó asombro, disgusto e incluso temor de muchos radioescuchas. Lo dijo sin palabras altisonantes: “Yo soy adoradora del Diablo.” Así, sin más.
El ingeniero Alejandro Pinelo es un laico, un devoto de María, un creyente sobrio y firme. Culto sin pedantería, católico sin fanatismos. Su hablar es pausado; sus razonamientos son directos. Docto en cuestiones teologales, no trata, sin embargo, de “apantallar” a sus interlocutores. Comunica de manera directa y muchas veces convence.
––Marisa, tú eres adoradora del Diablo, ¿verdad? —le pregunté a boca de jarro.
El ingeniero Pinelo se sorprendió al escuchar la pregunta y fue entonces que miró fijamente a Marisa. Al principio, antes de “entrar al aire”, es decir, antes de que comenzara la emisión, Marisa era una presencia lejana para Pinelo. Pero después de la pregunta, el asistente personal del obispo Elizondo trató de escudriñar a la persona que tenía enfrente, sus ojos trataron de penetrar en el alma de Marisa, cubierta con un vestido modesto de algodón y con unas cómodas sandalias.
—Yo soy adoradora del Diablo desde hace 30 años, y permanezco fiel a mis creencias —respondió la ya famosa Bruja de Corales.
-–Ingeniero Pinelo, usted cree en Dios y, por lo tanto, está en el bando opuesto a Marisa ––le dije al asistente personal del obispo.
Su respuesta tranquila fue:
—Yo nunca había estado frente a una persona que admita ser adoradora del Diablo, pero no hay que olvidar que el Diablo es creación de Dios.
—¿Desde cuándo adoras al Diablo, Marisa?
A Marisa se le ensombreció el rostro y comenzó a recordar con dolor. Las heridas de su alma sacudían sus palabras: “Cuando yo tenía nueve años fui violada por tres borrachos en una calle solitaria. Invoqué a Dios, le rogué que me protegiera de los bandidos, pero todo fue inútil. Tirada yo en medio de la calle, vi con dolor y rabia cómo se iban los tres maleantes, con sus botellas de licor en la mano, riéndose de lo que me habían hecho. Y entonces, ante el silencio de Dios, invoqué al Diablo y le pedí que sí era verdad su existencia le hiciera algo malo a mis violadores que iban trastabillando por la calle, festejando a carcajadas su felonía. Pocos segundos después de mi invocación, vi cómo los tres sujetos se detuvieron y empezaron a discutir acaloradamente. Uno de ellos rompió en el suelo la botella que tenía en la mano y se lanzó contra los demás. Uno de ellos sacó un cuchillo de su cinto y el otro agarró una piedra. Yo a lo lejos observaba la fenomenal pelea. Al poco rato se hizo el silencio y el cielo se nubló. Al verlos tirados en el piso, se me quitó el miedo, me incorporé y me puse a caminar. Al pasar frente a ellos los vi ensangrentados. Estaban muertos. Entonces alcé la vista y le di gracias al Diablo porque él si me había escuchado.”
Cuando Marisa terminó su relato, que nadie quiso interrumpir, Pinelo León le dijo que no es posible atribuirle a Dios todas nuestras penas, ni culparlo de nuestras tribulaciones. Mirando a la Bruja de Corales, le dijo: “Dios tiene una misericordia infinita y perdona a todos sus hijos.”
Marisa miró a Pinelo y a don Jesús Soberanis, nuestro productor, con una mirada lánguida, y lanzó un dardo: “Nadie ha visto el rostro de Dios, pero yo sí he visto en rostro del Diablo.”
Un escalofrío recorrió el cuerpo de varios de los presentes. El tiempo del programa estaba a punto de acabar cuando llegó de prisa el contador público Jaime Novelo, un personaje connotado de la ciudad. Su visita era para anunciar un desfile de automotores antiguos de la Zona Hotelera a Xcaret. “Llegué tarde porque me detuve un rato a escuchar el diálogo sobre Dios y el Diablo”, dijo a guisa de explicación. Su natural bonhomía no podía ocultar su nerviosismo.
Al finalizar, Marisa se alejó, Pinelo se despidió de todos, menos de la adoradora de Satanás. El contador Novelo, al retirarse, me confió con un tono nervioso: “nunca había escuchado algo así por la radio”. Un minuto después se escuchó un estrépito. Jaime, al salir del restaurante chocó con la puerta de cristal, y ello le ocasionó una leve herida en la frente. No volteó. Se fue de prisa como llegó, dejando trece gotas de sangre en su trayecto, según una mesera del café El Ocho que salió detrás de él con la intención de ayudarlo. ¿Dios o el Diablo? ¿Cara o Cruz?
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Imagen tomada de la página de facebook del programa Desde el café.
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Cuento publicado en Tropo 28, Nueva Época, 2022.